67. EL TRIUNFO DE LA VOLUNTAD
(NÚREMBERG Y BERLÍN, SEPTIEMBRE DE 1934)
Kurt Eckart no podía dejar de pensar que entre unos y otros estaban engendrando un monstruo, un Golem maligno de nombre Adolf Hitler. Conocía la antigua leyenda judía. El Golem debería estar modelado de la arcilla cogida de la orilla del río Moldava en Praga. El rabino Loew modeló el Golem y le insufló vida mediante los apropiados conjuros en hebreo. Luego escribió en su frente la palabra hebrea «Emeth», es decir, «verdad», la palabra clave que devolvía al Golem a la vida. Pero cuando el Golem creció se transformó en un ser violento que comenzó a matar a personas sin que nadie pudiera detenerlo. Entonces alguien le dijo al rabino que debía destruirlo. El rabino estuvo de acuerdo, y para acabar con él eliminó la primera letra de la palabra «emet» de la frente del golem, quedando la palabra hebrea «met» que significaba muerte. Así fue destruida la amenaza.
A aquel nuevo Golem maligno, al que llamaban Führer, también habría que eliminarlo antes o después. Mientras, era una amenaza creciente que cada día actuaba con mayor impunidad. En la tortuosa estrategia que le había encomendado el NKVD, él estaba colaborando en que el Führer ascendiera con rapidez. Cuando comentó sus dudas con Iván, el hombre replicó que llegaría el día que Hitler caería, y que cuando eso ocurriera, ni él, ni el tercer Reich, tendrían salvación.
Estaba dando los últimos retoques a la concentración de Núremberg. De acuerdo con Goebbels, se trataba de deificar al Führer. Auparlo a una posición de dominio absoluto del Reich, un nuevo Júpiter. Naturalmente todo aquello se grabaría por la nueva favorita, la genial Leni Riefenstahl, que debía glorificarlo.
Mantuvieron una serie de reuniones para terminar de perfilar la orquestación. Speer había llevado a la práctica la idea de los reflectores formando una gigantesca columnata lumínica. Las pruebas nocturnas impresionaron. Finalmente llegó el día. Desfilaron más de cincuenta mil jóvenes en perfecta formación, tras ellos otros tantos SA, entre tambores y trompetas. Un acto grandioso, apabullante, que debía demostrar a los que mandaban en el partido, a los militares presentes, a las personalidades traídas de toda Alemania, que allí solo existía un único líder: Adolf Hitler.
Hitler comentó que el resultado superaba todas sus expectativas y Goebbels no cabía en sí. Era un nuevo logro del equipo de propaganda, al servicio de la causa.
A la vuelta, ya en Berlín, le invitaron al pase privado de la película dirigida por Riefenstahl en la cancillería. Se visionaría en una sala anexa al despacho privado del canciller. Allí se encontraban los jerarcas del partido, que fueron saludando a la directora. También apareció Joachim Gessner, una estrella ascendente, que lo saludó estrechándole la mano con fuerza. El último en entrar fue el propio Führer, que recibió las felicitaciones y parabienes de todos.
Kurt meditaba si aquel hombre no se daría cuenta de la rastrera adulación y la increíble hipocresía que le rodeaba, a través de una imagen pública orquestada desde el ministerio de propaganda.
Se habían colocado sillas para los presentes, cada una con su etiqueta personal. Se corrieron las cortinas entre la expectación de los presentes. La película titulada por Riefenstahl «El triunfo de la voluntad» los dejó sin habla. La sutil utilización de las cámaras, los juegos de luces y sombras, la forma en que había sabido filmarla, con fuertes imágenes, hicieron que al terminar todos volvieran a felicitarla efusivamente.
Después Hitler dirigió unas palabras. Kurt comprendió que allí se estaba gestando algo que trascendía todo lo que él había imaginado.
—Apreciados camaradas. Frau Riefenstahl, mi más cordial enhorabuena. Ha logrado usted sintetizar la filosofía de este partido al que pertenecemos. Si queremos conseguir cambiar Alemania, construir un Reich que dure siglos, todos debemos trabajar en el mismo sentido. Tenemos tres caminos paralelos: Una exigencia racial, una exigencia territorial, una exigencia ideológica. Me explicaré. Nuestra política pretende cambiar algunos conceptos para evitar volver a caer en los errores del pasado. Hemos tardado en comprender que las características, comportamientos, actitudes, habilidades de los seres humanos están determinados por su constitución racial. La raza proporciona las características heredadas, no solo la apariencia externa y la estructura física. Sobre todo la conducta, la forma de pensar, las habilidades, la inteligencia, la cultura, la destreza, todas las características que nos hacen parecidos o por el contrario, diferentes. Es evidente por tanto que existen razas superiores y razas inferiores. En la cúspide se encuentra sin duda el hombre ario, el pueblo germano, en lo más bajo, al punto que podemos asegurar que no llegan a tener la categoría de humanos, los judíos. ¡Qué nadie se engañe! ¡Nos encontramos en una cruzada para salvar la civilización occidental de los eslavos, los asiáticos, y los judíos! ¡La mezcla de razas llevaría a la degeneración y la capacidad de defendernos y quedaríamos condenados a la extinción! ¡La raza aria alemana ha sido debilitada durante la república de Weimar, al permitir la procreación entre personas genéticamente degeneradas o con discapacidades físicas, mentales, homosexuales, delincuentes, vagabundos, alcohólicos, prostitutas, morfinómanos! ¡La conquista de los territorios del Este le proporcionaría a Alemania el espacio necesario para expandir su población, los recursos para alimentar a dicha población, y los medios para concretar el destino biológico de la raza superior! ¡El triunfo de la voluntad, que Frau Riefenstahl brillantemente nos ha mostrado en este trabajo, debe ayudarnos a entender que solo nosotros, los miembros del NSDAP podemos salvar a Alemania y al mundo del caos!
El Führer prosiguió su discurso durante más de una hora. Aseguró que el deber ineludible del partido era eliminar a los enemigos del Reich. Los judíos utilizaban astutas estrategias, que dominaban o manipulaban a su interés, como los medios de comunicación, la democracia parlamentaria y las organizaciones internacionales que ellos preconizaban.
—¡Es sencillo de comprender! ¡Si el Reich no actúa, las hordas infrahumanas de eslavos y asiáticos incivilizados, controlados por los judíos, tarde o temprano eliminarán a los alemanes! ¡Por tanto tendremos que eliminar las amenazas, sobre todo la judía, o de lo contrario nos amenazará la extinción!
En cuanto Hitler acabó su discurso, los camareros entraron en la sala con copas de champán y canapés. El Führer se apartó hacia unos de los ventanales hablando con Leni Riefenstahl y con Goebbels. Después este buscó a Kurt con la mirada y le hizo un amistoso gesto para que se acercase. Todo aquello no pasaba desapercibido para el centenar largo de personajes nazis que allí se encontraban. Alguien comentó que las nuevas batallas se ganarían con propaganda, y que los cañones y los tanques eran cosa del pasado. A su alrededor algunos brindaron por la privilegiada inteligencia del Führer.
Kurt se acercó hasta ellos. Hitler se adelantó un paso mientras alargaba su mano.
—Está haciendo un buen trabajo, señor Eckart. También debo agradecerle su ayuda para sacar partido de mi refugio en Obersalzberg. Me acaba de explicar nuestra directora que la idea de los proyectores formando una columnata de luz fue suya. ¡Una magnífica idea! —Hitler lanzó una mirada penetrante a su ministro de propaganda, como si quisiera reprocharle el que siempre quisiera quedarse con todo el mérito—. Vamos a necesitarle a usted muy pronto. Siga teniendo ideas —Hitler volvió a mirar a Goebbels—. Que se le recompense como a los otros. Y ahora siga en lo suyo. Gracias por su absoluta entrega al partido.
Días más tarde, el NSDAP le ofreció un lujoso piso en la Wilhelmstrasse con el alquiler pagado, que él rechazó alegando que ya tenía un piso más que suficiente. Le llamaron desde la «Daimler» para ofrecerle un automóvil «Mercedes» de cinco plazas, sin cargo para él, que podría utilizar a su conveniencia y que igualmente rechazó. Dos días después le ingresaron en su cuenta treinta mil marcos que no pudo rechazar. Era la forma en que el partido cuidaba a los suyos. Kurt sabía que existían muchos otros alicientes para los adeptos al partido que llevaban a cabo tareas especiales, y que no se habían atrevido a sugerirle.
Un mes más tarde, a finales de noviembre, Kurt Eckart entregó a Iván un detallado informe sobre el gabinete ministerial de Adolf Hitler. En él se analizaba a cada uno de los ministros. Konstantin von Neurath de Asuntos Exteriores, Lutz Graf Wilhelm Frick de Interior, Schwerin von Krosigk de Finanzas, Franz Gürtner de Justicia, Werner von Blomberg de Guerra, Hjalmar Schacht de Economía, Franz Seldte de Trabajo, Paul Freiherr von Elt Rübenach de Asuntos Postales y Transportes, Joseph Goebbels de Ilustración pública y Propaganda, Hermann Goering de Aviación, Bernhard Rust de Ciencia y Educación, Hans Kerrl de Asuntos Eclesiásticos, Rudolf Hess, ministro sin cartera. El informe incluía la dirección de cada ministerio, el domicilio particular de cada ministro, su situación, estado, relación personal con el Führer, y otros datos.
Tras el éxito de Núremberg, la popularidad del Führer se encontraba en la cúspide. El informe añadía que los ministros no formaban consejos, sino que debían consultar directamente con Hitler todas las decisiones de importancia, y que no existía apenas relación entre ellos, precisamente a causa de la personalidad obsesiva de Hitler que no podía soportar la menor interferencia en su ámbito de poder. También mencionaba a Himmler, recién ascendido a inspector general de la Gestapo, y a su lugarteniente Reinhard Heydrich, jefe de la policía del Estado Prusiano. Lo que estaba ocurriendo en el Reich significaba un control absoluto de todos los estamentos del estado por medio de la Gestapo. Ni los ministros se libraban de su vigilancia. Estaban siguiendo el ejemplo del NKVD.
A finales de noviembre Kurt aprovechó unos días de vacaciones para visitar a María en Viena. Los acontecimientos la habían superado. La situación psicológica de María rechazaba la posibilidad de volver con él. Era como si ella le culpase por tener que aceptar aquella vida de riesgo continuo. Ella necesitaba seguridad y con él no la encontraba. Le dijo que no deseaba volver a Alemania por el momento.
María insistió en que dejara aquel asunto, y que ambos se fueran a algún lugar de América. Lo único importante para ella era terminar con la tensión constante que suponía estar viviendo con un espía. Le aseguró que aquella situación acabaría mal y que no era capaz de resistirlo por más tiempo, prefería separarse. No podía estar viviendo siempre con el alma en vilo, pensando que la siguiente llamada sería de una voz anónima diciéndole que él había muerto o desaparecido.
Kurt le contestó que ella ya sabía cuáles eran las circunstancias, y que lo estaba colocando en una diatriba. A pesar de que su decisión le causaba un dolor enorme, él no iba a dejarlo. Nunca había dejado nada a medias.
Aquella decisión sacó de sus casillas a María. Se enfadó con él. Nunca antes la había visto tan enfadada. Le acusó de egoísta, le dijo que se sentía engañada. María lloró como no lo había hecho desde la muerte de su madre. A pesar de su frialdad, Kurt salió del piso sintiéndose mal. Nunca había sentido tanto tener que cumplir con lo que creía su deber.
Kurt volvió a Berlín aquella misma noche en el expreso nocturno. Tendido en su compartimento meditó que después de todo aquello no era tan malo. Por su carácter débil, María estaría mejor alejada del tema. Cuando terminara con el asunto volvería a buscarla. La conocía muy bien. Ella no buscaría a ningún otro.
María se sentía incomprendida y lastimada. Para entonces tendrían que ser los felices padres de un niño, y en cambio en aquellos momentos todo se había venido abajo como un castillo de naipes. Había creído que él cedería, que aceptaría dejar aquella absurda situación, y que ambos reiniciarían su vida en cualquier lugar de América.
Llamó a Eva para desahogarse. Cuando Eva le dijo que quería verla cuanto antes fue a visitarla. Mientras hablaban comprendieron que ambas habían fracasado con dos hombres muy diferentes. Eva le propuso que se quedara allí con ella, en aquel amplio piso. Le dijo que no tenía sentido que vivieran cada una en un lugar distinto, en una situación como aquella. María al principio le dijo que no. Pero cuando volvió a su casa lo pensó mejor. Hizo las maletas y aquella misma tarde a última hora se presentó de nuevo en el piso de Eva. Cuando vio a su hermana la abrazó.
—Eva. Acepto tu oferta, me vengo a vivir contigo. El mundo se está volviendo loco, y creo que de momento estaremos mejor juntas, al menos mientras pasa la tormenta.
Eva asintió.
—¡Cuánto me alegro de tu decisión, María! ¡Querrás decir hasta que ese Hitler desaparezca para siempre! ¡Él es el responsable de la situación en Alemania!