66. EL MÉDICO JUDÍO
(SASSNITZ Y BERLÍN, AGOSTO DE 1934)
Hannah Richter prácticamente había olvidado a su antiguo novio, Joachim Gessner. Solo de tanto en tanto lo recordaba en sueños, casi siempre pesadillas en las que Joachim intentaba destruir su amor por Werner Scharf. No tenía ningún recuerdo vibrante y positivo de aquella época. Joachim se limitaba a mantener una relación fría, interrumpida con una sesión semanal de sexo sin amor ni pasión alguna. Hannah daba por terminado aquel periodo de su vida que calificaba como oscuro.
En los últimos años se había acostumbrado a otra manera de amar y de disfrutar de la vida, y no podía comprender como alguna vez había creído querer a aquel hombre. Por ese motivo cuando conoció a su nuevo amor se dio cuenta de que el mundo no era lo que siempre había creído. Existía otro que ella comenzaba a conocer de la mano de Werner.
Solían ir a Sassnitz cuando podían. Seguían haciendo escapadas a aquel precioso y solitario lugar, en donde más que una pareja de adultos sensatos se transformaban en amantes desinhibidos, y entonces todo era posible. Solían dar largos paseos por la interminable playa. Alguna vez ella se quedó sola mientras él volvía a Berlín en la avioneta para llevar a cabo alguna gestión, y regresaba aterrizando en la playa la misma tarde, casi anocheciendo.
Un día cualquiera en Berlín, él le dijo que lo acompañara al notario. Allí le presentó a su hermana, Alice Krook. Hannah no entendía que estaba sucediendo hasta que el notario leyó la escritura, la hermana de Werner le cedía la propiedad de Sassnitz a ella. Werner se la había cambiado por un piso en Berlín que no utilizaba. Al salir le dijo que quería que ella fuese la propietaria de aquel lugar en el que había pasado los más felices momentos de su vida.
—No sé lo que ocurrirá en un futuro, pero deseo que pase lo que pase, esa casa sea para ti.
Volvieron a Sassnitz unos días después. Ella creía estar viviendo un sueño. Una tarde Werner le confesó que le habían detectado una grave dolencia cardíaca, y el diagnóstico aseguraba que no le quedaba mucho tiempo. Todo lo más unos meses. Ella se resistió a aceptar aquello. Era imposible que un hombre tan fuerte, de apariencia saludable, pudiera estar a las puertas de la muerte. Lloraron juntos y decidieron afrontar juntos lo que tuviera que llegar.
En los últimos años Werner había ido cambiando paulatinamente. Desde que Hitler se había convertido en canciller de Alemania dejó de creer en él. Le confesó que estaba muy defraudado con los nacionalsocialistas. El Führer era un hombre ambicioso de poder y gloria a cualquier precio, con profundos deseos de venganza hacia Francia, que sentía un odio visceral por los judíos, un fuerte desprecio hacia los eslavos, y que actuaba compulsivamente en política. No creía que fuese el hombre que Alemania necesitaba en momentos tan críticos.
Al día siguiente, al atardecer del 2 de agosto, habían ido de compras a Sassnitz en bicicleta y se enteraron de la muerte del presidente del Reich, Hindenburg, que había fallecido en su finca de Neuseck. Werner comentó aquella noticia con gran amargura.
—Ahora Hitler se hará con el poder que le faltaba y Alemania tendrá su infierno. Siento no estar aquí entonces para luchar contra él. Ese hombre no representa los valores de Alemania. Nuestro pueblo es romántico, ilustrado, ético, el verdadero Volksgeist es positivo y con sentido común. Los alemanes somos un pueblo ordenado y pragmático, pero también generoso. Ese hombre es amoral, anárquico, negativo, sádico, vulgar, y está destruyendo el espíritu de este gran país. Eso lo pagaremos todos antes o después, los alemanes y los demás. ¡Ah, Alemania, Alemania! ¡Qué has hecho para merecer esto!
Cuando volvieron a la casa el horizonte amenazaba tormenta. Se refugiaron en la sala de estar y encendieron la chimenea. Afuera los relámpagos iluminaban el cielo y el mar se veía acerado, con grandes olas que barrían la playa. Hannah se sentía desolada, notó que unas lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Pensaba en lo injusta que era la vida. Cuando parecía haber encontrado la felicidad, todo se desvanecía. No era ya capaz de imaginar su existencia sin la fuerte presencia de Werner junto a ella. En aquel momento comprendió que no debían rendirse. Mientras había vida, había esperanza. Cogió la mano de Werner y le dijo lo que estaba pensando. Werner asintió. Él estaba pensando lo mismo.
Volvieron a Berlín a finales de agosto. Hannah conocía un especialista en enfermedades cardíacas, el doctor Jacob Mussman, que había sido el médico de cabecera de su padre durante sus últimos años, un hombre sabio que no había dejado de estudiar durante toda su vida. El hombre tendría ya unos setenta años pero seguía teniendo la consulta abierta. El doctor Mussman había llegado a Alemania treinta y cinco años antes, procedente de Ucrania. Un año más tarde se casó con una enfermera alemana. Su hija Sarah acababa de terminar la carrera de medicina y le servía de ayudante en la consulta. El doctor Mussman realizó un chequeo completo a Werner. Durante dos días lo estuvo sometiendo a distintas pruebas. Al final emitió su diagnóstico.
—Señor Scharf. Tiene usted una seria infección en la válvula aórtica que le produce una regurgitación valvular aórtica, también se denomina «insuficiencia valvular aórtica» y produce un reflujo de sangre por la válvula aórtica dilatada hacia el ventrículo izquierdo, es decir la cavidad inferior izquierda del corazón. La válvula aórtica regula el flujo de sangre de la cavidad inferior izquierda del corazón a la aorta, el principal vaso sanguíneo que suministra sangre al resto del organismo. Evidentemente si no curamos la infección, su vida corre serio peligro. No va a resultar fácil. Ahora bien, vamos a intentarlo con un nuevo fármaco. La sulfanilamida. Es algo muy nuevo, que se está comenzando a comercializar bajo el nombre de «Prontosil». No le prometo nada, ya que aunque sabemos que ha ayudado a salvar vidas, no conocemos aún ni sus efectos secundarios ni su capacidad para reducir las infecciones. ¿De acuerdo?
Werner Scharf estaba totalmente de acuerdo. ¿Cómo no iba a estarlo? Aquel doctor de mirada bondadosa había realizado un diagnóstico mucho más preciso de su problema, y al menos le proporcionaba una esperanza. Hannah reía nerviosa. El doctor Jacob Mussman tenía fama de llegar hasta el final, de no abandonar nunca, «el médico de los imposibles» como le llamaban sus pacientes. Tras salir de la consulta Werner estuvo dándole vueltas a la cabeza. La dura y tozuda realidad acababa de demostrarle que los judíos no eran los «untermensch» que preconizaba el gobierno nazi. Ni seres infrahumanos, ni tampoco superhombres. Solo seres humanos, con sus defectos y virtudes, aunque no le cabía duda de que al menos en lo que a él le afectaba, la medicina, eran profesionales de primer orden.
El tratamiento no pudo comenzar hasta dos semanas más tarde, cuando finalmente el doctor Mussman consiguió las ampollas de «Prontosil». Unas semanas más tarde se encontraba mucho mejor. Caminaba sin agotarse, respiraba mejor. Volvieron a la consulta. De nuevo le auscultó, le tomó la tensión, la presión sanguínea, le miró los ojos, le hizo varias placas de rayos X. Luego se sentó delante de él y sonrió.
—Señor Scharf. Ha mejorado usted mucho. Si me pregunta cómo lo hemos conseguido, le diré que más por la fe que usted está poniendo que por el «Prontosil». La infección parece haber remitido, parece milagroso. Ahora bien, la válvula sigue dañada, eso hoy en día es inoperable y le seguirá dando problemas. A pesar de ello, de momento, su vida no corre peligro. Cuídese, consuma pocas grasas, poco azúcar, pocos licores, algo de ejercicio sin fatigarse en exceso. Sobre todo no se altere con la política, y le auguro que con algo de suerte vivirá bastante más que yo.
Al salir vieron que unos desconocidos habían colocado una pegatina sobre la placa de metal del doctor Mussman, intentando taparla.
«¡ATENCIÓN! ¡JUDÍO! ¡PROHIBIDAS LAS VISITAS!»
El viscoso engrudo aún chorreaba por la puerta. Werner quiso despegarla con los dedos. Pudo romper una parte pero no le resultó fácil. Estaba indignado.
—¡Analfabetos! ¡Desgraciados! ¡Cómo pude estar tan ciego como para no darme cuenta de lo que venía! ¡Este país se dirige derecho a la catástrofe!