61. UNA REUNIÓN ACLARATORIA
(VIENA, ENERO DE 1934)
A primeros de 1934, David Goldman estaba profundamente preocupado, sabiendo que, como tantas otras veces, su esposa Rachel tenía razón en sus pronósticos. La situación a lo largo del año anterior en Alemania, en relación con los judíos, le había convencido de que lo mejor sería estar prevenido. Hitler no ocultaba su ambición de incorporar Austria al Reich en cuanto la situación internacional se lo permitiera, y todos sabían que algo así sería catastrófico para los judíos austríacos. Tras muchas dudas y negativas por parte de unos y otros, varios de los más importantes empresarios y profesionales judíos de Viena habían aceptado reunirse en su casa para cambiar impresiones sobre todo ello. Incluso el doctor Freud, que aceptó a última hora, ya que se mostraba remiso, como si tuviese la convicción de que ni a él ni a su familia los nazis se atreverían a tocarlos.
El 15 de enero, a las cuatro de la tarde, comenzaron a llegar los invitados a la reunión. El propio David se encargó de recibirlos y de hacerlos pasar a la biblioteca. Los primeros que llegaron, aunque por separado, pues todos sabían que no se hablaban, fueron el doctor Sigmund Freud y un minuto después el doctor Alfred Adler, acompañado del joven doctor Víctor Frankl. También Paul Dukas, a fin de cuenta el padre de sus nietos, con el que seguía manteniendo una cordial relación. Después fueron llegando el músico Arnold Schönberg, el escritor Stefan Zweig, Karl Kraus, Elías Canetti, Joseph Roth, y Hermann Broch. A continuación un grupo de empresarios propietarios de grandes almacenes, entre ellos los hermanos Salomón y Moses Goldman. Finalmente los filósofos Martín Buber, Karl Popper y Hans Eisler, que llegaron juntos discutiendo de algo. Se trataba de un grupo heterogéneo de personas con diferentes intereses y circunstancias. La única relación era que todos pertenecían, quisieran o no, a la comunidad judía de Viena.
El profesor David Goldman era un hombre conocido y respetado en los ambientes culturales de la ciudad. Él siempre decía que no creía tener enemigos. No le gustaba ser el protagonista de nada, pero la situación le había obligado a ser él quien reuniera a los más importantes pensadores, médicos y hombres de la empresa y la cultura.
Tras servir el café, todos permanecieron silenciosos y expectantes cuando se puso en pie. El sol poniente entraba a raudales por los dos balcones al oeste en una extraña tarde de enero en Viena. David comenzó su exposición:
—Queridos amigos. Nos hemos citado esta tarde para cambiar impresiones. Saben lo que nos une. Todos somos judíos, y eso se está convirtiendo en una marca que nos señala frente a los demás. Expondré mi criterio para que cada uno aporte después lo que crea conveniente. Naturalmente algunos disentirán de él. Verán. Los nazis antes o después llegaran aquí. Mi opinión es que no van a tardar mucho, y que para entonces ya será tarde. Como sabemos bien su Führer es austríaco y tiene querencia por esta tierra. Lo ha dicho ya en su libro «Mi lucha». Austria deberá formar parte indisoluble del Reich alemán. Eso significa que las leyes que están aprobando ahora en Alemania terminaran por llegar aquí. No tengo la menor duda de que eso sucederá. De hecho ustedes saben cómo yo que muchos políticos austríacos, funcionarios, incluyendo policía, jueces, profesionales de todas las ramas están tomando posiciones. Muchos ya no se cortan cuando aseveran en público que sería lo mejor que le podría pasar a Austria. A fin de cuentas el imperio austrohúngaro pasó a mejor vida. Checoslovaquia, Hungría, Serbia, Croacia, Montenegro, todos los Balcanes, parte de Polonia, tienen hoy día vida propia. Les diré que durante estos años llegué a pensar que era lo mejor que nos podría haber sucedido. Aquel puzzle era ingobernable y no proporcionaba más que quebraderos de cabeza. Ahora el imprevisible destino ha colocado a ese Adolf Hitler como canciller de Alemania.
»En esta reunión posiblemente tenemos con nosotros algunos de los mejores psiquiatras europeos. Ellos nos darán su opinión acerca de la estabilidad mental de ese individuo, que ya ha señalado a los judíos alemanes como cabezas de turco culpables de todos los males de Alemania. En un año ha boicoteado los almacenes y tiendas judías, y ha proclamado la ascendencia aria como indispensable para pertenecer a su organización. Eso quiere decir que excluye a los demás. Ni siquiera los ajedrecistas judíos pueden participar en los torneos. ¡Es evidente que no desean que les ganen! Está creando un sistema en el que la eugenesia, como él la entiende en su concepto racista fanático, nos colocará en una situación límite. Ya sabéis que los artistas judíos han sido excluidos de los museos, de las exposiciones, incluso de las galerías, y que ningún marchante alemán se atreve a exponer sus obras. Los judíos del Reich no pueden poseer tierras, no pueden ni siquiera montar a caballo, no pueden editar periódicos ni libros para la venta. Y eso va a seguir, no se va a quedar aquí. Les impedirán trabajar, los expulsarán de todos los colegios profesionales. De eso el doctor Dukas podrá hablarles, por su experiencia personal hace poco en Berlín. Los privarán de los seguros de vida y de salud. Las propiedades judías serán expropiadas, embargadas y subastadas a bajo precio. No podrán acceder a los restaurantes, ni a las piscinas públicas, ni a los cines, a ningún acto público. Por supuesto se acabaran los teatros judíos. Se prescribirá el yiddish. No tengo la menor duda de que más adelante demolerán las sinagogas, y quemarán los libros sagrados. Los jóvenes judíos no podrán acceder al servicio militar. No podrán casarse con alemanas, y si lo están deberán separarse de inmediato. Por cierto, me consta que más de un rabino ortodoxo se ha alegrado de ello. No podrán mantener relaciones sexuales con mujeres que no sean judías. Tendré que personalizar. Nos impedirán la entrada en algunas ciudades. Luego nos conducirán a guetos. Algunas de esas cosas ya han ocurrido antes en la historia, no nos coge de nuevas. Después nos deportarán. ¿Adónde? Alguien ha hablado de Madagascar, otros de Siberia, otros de Uganda. Lo cierto es que puestos a elegir, muchos si pudieran, se irían a Nueva York o a Florida. Algunos a Palestina. Mi hija Selma, sionista convencida, intenta que nos vayamos allí.
»Os confesaré que he tenido pesadillas en las que esos nazis nos perseguían para liquidarnos físicamente. Sabéis que me dedico a la investigación. En España ya nos ocurrió algo semejante en 1391, un terrible pogromo de judíos, un siglo antes de que Fernando, el rey católico, y doña Isabel nos expulsaran definitivamente. No creáis que en Austria podemos estar tranquilos, porque cualquier día, en un año, tal vez dos o tres, los tendremos aquí. Y entonces, ese día, será tarde.
Arnold Schönberg levantó la mano. Un intelectual sensible y curioso, que nunca estaba conforme con la mediocridad.
—Mi querido David. No solo estoy de acuerdo, si no que me voy a ir en cuanto pueda a los Estados Unidos. Estoy liquidando mis asuntos aquí. Me gusta Viena, pero esta Viena, no la que nos impondrán los nazis. También estoy de acuerdo en que ya hay muchos simpatizantes nazis en Austria. Creo que te quedas corto. Los nazis intentarán acabar con nosotros, con todos los judíos que queden dentro del Reich… y lo que me abruma es que nadie hará nada hasta que sea demasiado tarde.
Karl Popper interrumpió a Schönberg al tiempo que negaba con la cabeza.
—¡Querido Arnold! ¡David Goldman y usted son demasiado pesimistas! ¡Europa no permitirá que suceda lo que están diciendo! ¡Jamás! ¡Ya no estamos en la Edad Media! ¡Me recuerdan a mi amigo Ludwig Wittgenstein! ¡Ustedes están escribiendo una historia que aún no ha sucedido! Él siempre me decía: «Mi obra se compone de dos partes, la que aquí aparece, y todo aquello que no he escrito». ¡Todo eso no sucederá! ¡Los alemanes no lo permitirían jamás! ¡Son un pueblo culto con sentido ético! ¿Pero es que no se dan cuenta de que estamos en pleno siglo veinte? ¿Y Kant? ¿Y Goethe? ¿Y todos lo demás? ¿Es que habrán pasado en balde? ¡No! ¡No me convencen sus pesimistas argumentos!
Paul Dukas se puso en pie. Se le veía tenso y nervioso. Señaló a Popper con el índice.
—¡Perdone Karl, pero creo que está usted equivocado! Estuve hace poco en Berlín. Al igual que Popper creía en el sentido ético del pueblo alemán. Fuimos hasta allí para ver que pensaban en el Colegio de médicos sobre la legislación que están aprobando los nazis. Creía en el sentido deontológico de nuestros colegas alemanes. ¿Iban a aceptar lo que estaba sucediendo sin la menor protesta, y que las cosas sucedieran a golpe de decreto? ¡Pues sí! ¡Los profesionales alemanes en su mayoría, salvo honrosas excepciones, no solo están de acuerdo con la tesis de Hitler, sino que las aplauden! ¡Me resultó increíble comprobarlo! ¡No podía creerlo! Miren. Intentaré explicarlo con una analogía médica. El nacionalismo racista y excluyente de los nazis es como un peligroso bacilo que causa una infección en un organismo sano… ¡sano hasta cierto punto! ¡Alemania está enferma desde que el militarismo, el relativismo económico, las tesis del Conde de Gobineau, con su racismo biológico en el que considera a la raza aria como superior, se impusieron! ¿Han tenido ocasión de leer su «Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas» en donde afirma que la raza de los germanos es la única raza pura que procede de la raza superior de los arios? ¡Sobre estos conceptos «científicos» se apoya el nazismo para construir los alineamientos jurídicos de su política racial! Allí la eugenesia se está convirtiendo en política de estado. Cuando hace un año Hitler llegó al gobierno con su doctrina racista y antisemita, lo logró con el apoyo de las masas. ¡Pero no se engañen! ¡No se trata de la locura de un individuo, sino del despertar de los sentimientos más primarios! ¡Hitler está consiguiendo hacer resurgir lo primitivo, lo elemental, que sigue ahí debajo, hibernando, oculto tras la apariencia de cultura y civilización! ¡Lo que David Goldman ha expuesto sucederá! ¡Peor aún! ¡Nadie puede saber hasta dónde llegará esa gente! ¡Para ellos, los judíos somos los principales causantes de todos los males! ¿Se han parado a pensar en la compleja personalidad de quien se encuentra al frente de esa política?
—¡Yo sí lo he hecho! —El doctor Freud replicó a la pregunta retórica de Paul Dukas. Freud permanecía sentado pero deseaba exponer su opinión—. Verán. Me gustaría analizar las cosas desde el punto de vista científico. Les confesaré que desde que comenzó este asunto de los nazis, me sentí profundamente intrigado por la personalidad de su líder. En los últimos años he indagado en Linz, en Leonding, incluso aquí en Viena. Allí conozco gente, y he podido averiguar algunas cosas interesantes sobre ese Adolf Hitler. Permítanme que les dé algunos detalles. Sé que nació en Braunau en 1889, hijo de un gris funcionario de aduanas que por algún extraño motivo cambió su apellido Schicklgruber por el de Hitler, y que tras otros dos enlaces, contrajo matrimonio con una tal Klara Pölzl, de la que era primo segundo. De este matrimonio nacieron varios hijos, uno de ellos Adolf. A través de alguien que se puso en contacto conmigo, muy cercano a esa familia, pude saber que su padre tenía un carácter dominante y violento, en cuanto a su madre, estaba sometida a la tiranía de su marido. Aun ahora, con su madre fallecida hace años, para mi es evidente que lo sigue dominando el complejo de Edipo. Mi criterio como psiquiatra es que se trata de un paranoico. Su personalidad se fundamenta en su creencia de que ha sido designado por la providencia para redimir a Alemania. Se considera a sí mismo el mesías alemán, portador de los ideales y esperanzas del pueblo alemán, lo que para él implica un carácter sagrado a su misión. Eso significa que no necesita escuchar a nadie, por lo que gobierna sin sus ministros, ya que, como es natural, a un enviado de la providencia nadie puede corregirlo. Si hablamos de su ética, creo que ese individuo no tiene sentido moral, es egoísta, probablemente tiene perversiones sexuales, y como está demostrando es sumamente cruel, capaz de matar por sus ideas y por el poder. No es un hombre culto con sentido de la historia, solo ha cogido algo de aquí y de allá, por lo que no posee referencias sólidas, ni tampoco las necesita. Es vulgar aunque cree ser educado, es tímido y se refugia tras su tupé y su bigote. Su yo es débil, exhibe una seguridad que no posee en realidad, que lo lleva constantemente a la necesidad de autoafirmación y superioridad. Necesita ser el centro de todo y gozar de prestigio. Sus vecinos recuerdan que fue incapaz de ingresar en la carrera de arquitectura, lo que le provocó un fuerte resentimiento, un profundo afán de vengarse de los demás. Ya saben. ¡Me las pagarán! Su antisemitismo debe provenir de una serie de experiencias juveniles en las que creyó encontrar al enemigo de Alemania. Entre otros debió leer a Henry Ford, y su libro «El judío internacional» le entusiasmaría. Existe algo personal en todo este asunto. Tuvo que tener relación con algún judío, es posible que crea tener algún judío entre sus ancestros. Todo el asunto es demasiado visceral como para que se trate de algo reflexivo. He leído con suma atención su libro «Mi Lucha», una obra autobiográfica impregnada de antisemitismo, en la que trata de las ideas y tesis del pangermanismo y de la selección racial. Asegura que la solución es el extermino de las razas que considera inferiores o infrahumanas. Por cierto, se comprueba en esa obra su bajo nivel intelectual, que no estudió lo que sus profesores le enseñaron. La pregunta es: ¿Cómo alguien con ese perfil ha conseguido llegar a ser el hombre más poderoso de Alemania? ¿Cómo puede engañar a tanta gente durante tanto tiempo? ¿Hasta cuándo podrá mantener esa farsa en la que ha aniquilado a la oposición? Alguien que no acepta que nadie le critique, que no sabe lo que es la democracia, o mejor dicho, que no quiere que nadie pueda examinarlo o preguntarle nada, ya que su mayor temor es que alguien pueda plantearle algo y ponerlo en un brete. ¡Nadie podrá examinarlo nunca más! Bien, les haré mi resumen: Se trata de una personalidad psicótica. Hay indicios de trauma psíquico. Hitler ha hallado en el militarismo, el nacionalismo y en el criterio de que la raza germana es la raza elegida, su verdadero rol. He podido ver algunos documentales en los cines, y he estudiado su forma de mirar, lo que llaman su «mirada de águila», también he analizado su discurso. La conclusión clínica es que Hitler es claramente un psicópata con tendencias obsesivas, histriónicas, narcisistas y paranoides, aunque perfectamente consciente de sus actos, que probablemente sumirá a Europa en el caos. Esta es mi opinión clínica al día de hoy.
Los presentes permanecieron en silencio unos instantes. Freud había realizado un magistral dictamen. Paul Dukas asentía con la cabeza. La conclusión era demoledora.
David Goldman tomó la palabra de nuevo.
—Bueno, quiero agradecer al doctor Freud su brillante análisis médico. Eso solo refrenda lo que todos pensábamos. Estamos a merced de una personalidad perversa que tiene a Alemania a su merced, y que por tanto terminará por afectarnos a todos.
El joven doctor Víctor Frankl carraspeó. Estaba sentado junto a Alfred Adler, del que se consideraba su discípulo. A pesar de su juventud también deseaba dar su opinión. David hizo un gesto con la mano otorgándole la palabra.
—Gracias por invitarme, señor Goldman. Ahora empiezo a comprender algunas cosas. Gracias doctor Freud por su brillante análisis. Si me lo permiten les daré mi punto de vista. Adolf Hitler no es un enfermo mental, solo un ser egocéntrico, egoísta, manipulador, perverso, vulgar, inculto y violento, y por supuesto muy consciente del mal que provoca. Es ambicioso, pretende ocupar un lugar en la historia. Las circunstancias le han abierto el camino en un medio de cultivo propicio. Alemania ya no es la tierra de Goethe, ni de Beethoven, ni la de Kant. Es una nación influenciada por el militarismo agresivo del último káiser y sus generales, por la inesperada derrota en la Gran Guerra. Hoy en día los alemanes que son testigos de la maldad ajena se encogen de hombros y fingen que no lo ven. Las masas alemanas están subordinadas al estado, al partido, se encuentran identificadas con el autoritarismo, y no quieren democracia, creen que esa forma de gobernar es solo un estorbo, prefieren la obediencia ciega al jefe, al Führer. Todo ello coincide con su estricto sentido del orden, la autoridad y la disciplina, creen que la desigualdad es innata a la naturaleza humana. Los nazis son irracionales, irreflexivos, fanáticos, y el nacionalsocialismo alemán es una reacción ante la derrota en la Gran Guerra, que expresa la desorientación de los excombatientes que se sienten extraños en su propio país, en Alemania. Ese nacionalismo ha surgido de la miseria y de la crisis de estos años, del paro y del hambre. Creen que habrá que recuperar la pureza primigenia germánica, ya que según ellos la mezcla de razas ha generado la decadencia en la que vive el país. En su discurso «el espacio vital» es algo necesario, inevitable, ya que para el nazismo el pueblo alemán es el pueblo elegido, y tiene derecho a todo, mientras que el judío es el principal culpable de la decadencia alemana, el causante de la derrota, el acaparador de la economía, y el instigador del marxismo. En cuanto a los eslavos, los consideran claramente inferiores a los germanos. Los alemanes siempre se han considerado superiores, los «Herrenvolk». Hitler solo está evidenciando los pensamientos de muchos alemanes. Verán. Lo que está viniendo cambiará muchas cosas, pero nadie hará nada por lo judíos. Nada.
Fue entonces cuando Elías Canetti se puso en pie. Estaba rojo, intentando controlar su indignación.
—¿Saben cuál es el problema? Nosotros, los privilegiados, nos hemos reunido aquí para ver qué camino tomamos. Empleamos un lenguaje culto, sofisticado. Nos da miedo el futuro. Solo queremos seguir siendo lo que somos, burgueses acomodados. ¿Pero y toda esa gente que no tiene nada, que no están informados, que apenas acaban de escapar de los pogromos y se encuentran con esto? ¿Qué va a ser de ellos? ¿Quién les va a ayudar? ¿A dónde irán? Me temo que a ninguna parte. Llegan de ver quebradas sus esperanzas en Rusia, la antisemita Ucrania, de Polonia, de lugares remotos de Asia central, solo con lo puesto. Ustedes saben cómo yo que ni Francia, ni Bélgica, ni Inglaterra, tampoco los Estados Unidos, los querrán acoger. ¿Para que los necesitan? ¡No tienen nada! ¡Solo son gente desorientada, paupérrima, que no conoce más que las enseñanzas del Talmud, algo incomprensible para los gentiles! ¿Qué va a ser de todos ellos? ¡Hay millones de judíos así! ¡En Varsovia viven cerca de un millón de judíos así! ¡En el resto de Polonia otros dos millones al menos! ¡No somos mejores que ellos! ¡Solo hemos tenido más suerte en la vida! ¡Ellos pagarán por los demás!
David lo interrumpió mientras asentía.
—¡Tiene usted razón, Canetti! ¡Por eso es tan importante lo que están intentando los sionistas! ¡El camino de la libertad es el de la tierra prometida! ¡De eso tal vez quisiera añadir algo nuestro amigo Martin Buber!
Buber negó con la cabeza. Era un hombre delgado y luenga barba de profundos ojos, de cincuenta y cinco años. Todos conocían su sionismo y su pesimismo. Solo murmuró:
—¿Qué más tendremos que demostrar?