60. EL ACUERDO
(LINZ, DACHAU Y VIENA, SEPTIEMBRE DE 1933)
Clara Bloch-Bauer, prima hermana de Rebeca Bloch-Bauer, amiga de Eva Gessner, desde el colegio, vivía en el piso principal de un lujoso edificio neoclásico haciendo esquina, en el Ring, exactamente junto a la embajada de Francia. Su hermano Jacques, soltero como ella, le contó un día que había podido ver como unos hombres detenían a un caballero que acababa de abandonar la embajada y que le resultó conocido. Pudo observar cómo, con cierta violencia, lo introducían en un coche con matrícula alemana, que pudo leer sin problemas y de la que tomó nota. Tiempo después, por algún motivo, pensó que aquel hombre le recordaba a Markus Gessner, al que conocía de alguna fiesta. Fue entonces cuando se lo contó a su hermana Clara, quien de inmediato llamó a Rebeca, ya que sabía la relación que unía a su prima con Eva Gessner.
No era el primer caso en Viena. Varios empresarios, políticos, residentes extranjeros, incluso algún periodista que se mostraba agresivo con el nuevo gobierno del Reich alemán, habían sufrido la misma suerte. La policía austríaca se encogía de hombros, como si tuvieran algún extraño pacto con los secuestradores, que no eran otros que las SS alemanas, actuando con total impunidad en todo el país, utilizando la embajada del Reich en Viena como cuartel general para sus correrías.
Todo ello era «vox populi» en la ciudad, aunque a nadie se le ocurriese mencionarlo, y mucho menos denunciarlo, por temor a las represalias. Algunos policías que protestaron ante sus jefes fueron inmediatamente trasladados o amenazados.
Cuando Rebeca Bloch-Bauer se lo contó a Eva Gessner, esta supo que sus intuiciones eran ciertas, y que, a pesar de que le costara creerlo, tenía que deducir que, de alguna manera, Stefan y Joachim podrían encontrarse tras el secuestro y la desaparición de su hermano. Unos días antes Markus le había explicado que Stefan había ido a verle a Linz para hacerle una oferta por el palacete. Entonces le aseguró que al final tendría que aceptarla, pues tras lo sucedido a Carlo deseaba marcharse de allí cuanto antes. Le había confesado que le había cogido miedo a aquella ciudad.
Eva intentó ponerse en contacto con ambos en varias ocasiones sin conseguirlo. A pesar de su cargo en la embajada, Joachim se pasaba más tiempo en Berlín que en Viena. En cuanto a Stefan, su propia actividad en seguridad impedía ponerse en contacto con él.
Unos días después Stefan la llamó por teléfono. Le dijo que quería hablar con ella acerca de los documentos de Ada Rothman. Eva aceptó sin mencionar la información sobre el secuestro de Markus. No quería que Stefan sospechara nada hasta que lo tuviera enfrente, y quedaron para verse en su piso tres días más tarde.
Eva ya no tenía la menor duda de que sus hermanos podrían estar implicados en el secuestro de Markus, pero no podría comprender aquella absoluta perversión. Una mezcla de fanatismo político, ambición por progresar en el partido nazi, codicia y maldad. Todo aquello la hizo pensar que tal vez ella tampoco estuviese segura, después de haberles amenazado con divulgar el secreto de familia. Para ambos podría significar una verdadera catástrofe, ya que si aquella información llegara a conocimiento del partido sus respectivas carreras políticas peligrarían.
Decidió que ante una situación tan compleja necesitaba consejo, y habló de todo ello con Andreas Neuer, al que tenía por alguien de su confianza. Su amigo la escuchó con atención, mientras ella hacía un resumen de todo lo sucedido. Andreas estaba informado de la desaparición de Markus, y tenía la convicción de que detrás se encontraban los nazis, con la complicidad de altos cargos pro-nazis de la policía austríaca.
—Eva. Después de lo que me has contado, es más que evidente que el asesinato del compañero de Markus en Linz no fue un incidente entre borrachos. La desaparición de tu hermano lo confirma, aunque tengo la intuición de que tiene que haber algo más. Por ejemplo lo de la oferta de compra del palacete de su propiedad en esa ciudad. Debes saber que Adolf Hitler vivió en Leonding, junto a Linz, durante su niñez y parte de su juventud, y según se dice tiene una especie de fijación por esa ciudad, por lo que el interesado en adquirir uno de los palacetes más representativos de la ciudad podría ser él. Me dices que tu hermano Stefan pertenece al partido nazi y que le hizo llegar a Markus una oferta por esa propiedad. También que hablaste con Stefan y con Joachim acerca de lo que me contaste de vuestra herencia judía. Eso no es baladí. Creo que te has puesto en riesgo, ya que para ambos significa una gran amenaza, y más si, como me estas contando, tienes las pruebas documentales a buen recaudo en una caja fuerte en el banco.
Andreas era un hombre pragmático y resolutivo, acostumbrado a resolver asuntos complejos, bien según la ley o por cualquier otro medio.
—Mira Eva, lo importante ahora es saber si ellos están implicados en la detención y desaparición de Markus. Como tú, estoy convencido de que sigue con vida. No creo que lo hayan asesinado, al menos mientras no haya firmado las escrituras de venta de la propiedad en Linz. Esta puede ser una demostración de hasta dónde están dispuestos a llegar. Quieren demostrar que dentro o fuera del Reich nadie puede interponerse en sus fines. Ahora bien, si estamos acertados nos estamos jugando la vida de Markus. En tu poder tienes dos bazas muy importantes, pues bien, yo negociaría su libertad con ellas. Nada vale lo que la vida de un ser querido. Diles que cuando Markus se encuentre a salvo aquí en Viena les entregarás los documentos que demuestran su herencia judía, y firmarás un documento irrevocable como apoderada de tu hermano Markus para la venta del palacete.
Eva aceptó el consejo de Andreas Neuer. Para ella lo importante era conseguir que Markus apareciera sano y salvo. El precio era lo de menos.
Stefan había llegado a Viena en el expreso de Berlín y se presentó en el piso de Eva, que lo recibió fríamente sin apenas mirarlo a la cara. Para ella, ni Stefan ni Joachim tenían ya la consideración de hermanos. Stefan comenzó dando un rodeo y tuvo que ser ella la que centrara la cuestión, intentando controlar su indignación y su desprecio.
—¡Stefan, puedo asegurarte que si le ocurre algo a Markus os arrepentiréis! ¡Cuando él esté aquí, conmigo, os entregaré los documentos originales de la abuela, y también se firmará el contrato de venta de la casa de Linz! ¡Pero después de eso, olvidadme para siempre! ¡Siento verdadera repugnancia de teneros como hermanos! ¡No! ¡No digas nada! ¡Solo asegúrate de que Markus esté aquí cuanto antes, si no deseáis que se sepa lo de Ada Rothman! ¡Ah! ¡Como os creo capaces de cualquier cosa, no creáis que si me ocurre algo este asunto habrá terminado! ¡Alguien de mi confianza se encargará de ponerlo en primera plana! ¿Entendido? ¡No hace falta que digas nada más! ¡Ya puedes irte por dónde has venido!
Al comprobar el terrible enfado de su hermana Eva, Stefan comprendió que era mejor marcharse. Después de todo con aquel forzado acuerdo iban a conseguir lo que pretendían. Los documentos y la venta del palacete. Era más que suficiente. Negó con la cabeza y salió del piso sin decir una sola palabra.
Tuvo que hablar con Goering para conseguir un documento que le permitiese acceder al campo de Dachau y liberar a Markus. Goering conocía el interés del Führer por el palacete de Linz, y no solo le firmó el documento, si no que puso un telegrama cifrado al director del campo para asegurarse de que no le ocurriera nada al prisionero Markus Gessner. Al día siguiente ya oscurecido, Stefan llegó a Dachau. Lo recibió en la misma puerta el director del campo, Theodor Eicke, que lo acompañó a su despacho. Stefan lo notó preocupado, sudoroso y tartamudeando. Intuyó que ocurría algo, pero pensó que si él estuviese en su puesto no le gustaría que uno de los prisioneros pudiera salir de allí y contar lo que había vivido en aquel lugar.
El director Eicke, resopló antes de hablar. Parecía verdaderamente desconsolado.
—Mire, herr Gessner. Sé quién es usted y sus encomiables servicios al partido. También que goza usted de la confianza del presidente del Reichstag. En estos momentos están preparando al prisionero para que pueda llevárselo. Verá. Hemos tenido un pequeño problema. Cuando el prisionero llegó a Dachau solo tenía un ojo. No sé cómo habrá podido suceder, pero creemos que también ha perdido el otro. ¡Un lastimoso accidente durante un interrogatorio! ¡Nadie nos advirtió de que se trataba de su hermano!
A pesar de que en aquel momento sintió algo dentro de él, un recuerdo lejano de cuando aún eran una familia, Stefan negó con la cabeza. Lo único que quería era poder devolvérselo a Eva y terminar con el asunto. Sabía por experiencia que su hermana no hablaba en vano y no deseaba tener problemas. Si aquello salía a la luz se estaría jugando la carrera, un escándalo que podría acabar con algo más que su expulsión del partido. Todo el mundo pensaría que lo habrían ocultado.
—Lo comprendo, director Eicke. ¡No se preocupe! ¡Un accidente fortuito! ¡Sí, es cierto, se trata de mi hermano, pero él se lo ha buscado!
Media hora más tarde Markus entró en la sala donde le aguardaba Stefan. Llevaba los ojos vendados y le acompañaba uno de los guardianes. Habían tenido que coserle el traje, ya que al entrar en el campo se lo habían destrozado para quitárselo, en un intento más por humillar a los presos que llegaban. Tenía varios golpes en el rostro, la nariz rota, llevaba un brazo en cabestrillo y arrastraba una pierna. Estaba mucho más delgado que la última vez que lo había visto. Markus no dijo ni una palabra, entonces él se acercó, y en silencio lo cogió del brazo y se dirigió a la puerta. Markus se detuvo un momento antes de hablar.
—Stefan. ¿Ahora vienes a sacarme de aquí? ¿No sientes vergüenza?
Stefan no contestó. Cogiéndolo del brazo lo llevó hasta el coche que aguardaba en la puerta principal. Lo ayudó a subir y se dirigió al conductor.
—Llévenos a la frontera austríaca. Nos dirigimos a Viena. Ya le indicaré adónde.
Tres horas y media más tarde, sin haber abierto la boca, cruzaban la frontera con Austria por Salzburgo. Desde allí, por Linz, se dirigirían a Viena. Solo se detuvieron en una gasolinera. Markus no había vuelto a dirigirle la palabra, y él tampoco tenía nada que decirle. Podía intuir lo que estaría pasando por la cabeza de su hermano mellizo. Markus nunca le perdonaría aquello, ni mucho menos la muerte de Carlo. Se encogió de hombros. Ahora Eva tendría que cumplir con su parte del pacto. En cuanto a lo del ojo de Markus, como muy bien había dicho el director Eicke, solo había sido un accidente. Meditó que tal vez fuese mejor así. No habría soportado la mirada acusatoria de su hermano.
Unos días más tarde Eva hizo llegar a la embajada del Reich en Viena un sobre sellado a nombre de Joachim Gessner conteniendo los documentos originales de la herencia Rothman así como las copias notariales que ella había guardado. Al día siguiente, 30 de septiembre, el propio Markus firmó ante notario la venta del palacete en Linz a favor de una sociedad alemana, representada por el secretario de la embajada que mostró sus poderes al notario, quien sabía de qué iba el asunto y lo único que deseaba era terminar cuanto antes. Se trataba de una sociedad cuyo capital era cien por cien del NSDAP. El primero de octubre, Markus llegó acompañado de su hermana Eva hasta el tren, subió a su departamento en el expreso con destino Zúrich. Markus Gessner había decidido marcharse de Austria para no volver jamás.