57. DACHAU
(CAMPO DE PRISIONEROS DE DACHAU, JUNIO DE 1933)
El 15 de junio de 1933, Markus Gessner fue detenido en Viena. Acababa de volver de París, donde había alquilado un apartamento en la Avenida de la Bourdonnaise, muy cerca del Campo de Marte. Quería enviar allí sus objetos personales, algunos libros y cuadros y su ropa. Por el momento había renunciado a la venta de la casa de Linz y volvió a Viena, donde aquellos días permanecía en el piso de Eva mientras terminaba de hacer una serie de gestiones para poder instalarse definitivamente en París. La mañana del 15 de junio la aprovechó para recoger el visado en la embajada de Francia, que le permitiría residir en aquel país por un plazo indeterminado.
Fue al salir de la embajada cuando lo detuvo la policía. Sin darle ninguna explicación, sin permitirle ponerse en contacto con su hermana, aquella misma noche fue entregado a la Gestapo en la frontera alemana. Markus seguía teniendo pasaporte alemán y por un reciente acuerdo entre los ministerios del interior de ambos países, a petición de cualquiera de ellos, los ciudadanos podían ser deportados por una simple orden judicial.
La Gestapo tampoco le dio ninguna explicación. Cuando la policía del interior austríaca lo entregó, dos agentes uniformados lo introdujeron en un automóvil. Tardaron cerca de siete horas en llegar a un lugar desconocido. Durante el largo trayecto no le dirigieron la palabra. Una vez llegaron a su destino lo obligaron a descender del coche y sin miramientos fue conducido hasta una celda de hormigón situada en un barracón. Le quitaron la corbata, el cinturón y los cordones de los zapatos antes de empujarlo al interior. Markus aún no había salido del tremendo shock que toda aquella situación le estaba produciendo. Había pasado de ser un hombre libre con la ilusión de comenzar una nueva vida a encontrarse en una celda helada y oscura, sin conocer los motivos que le habían conducido hasta allí.
Un rato más tarde escuchó un extraño sonido, era como si arañaran en la pared. Comprendió que alguien en la celda contigua lo había oído llegar. De improviso a través del conducto de aire le llegó una voz deformada, como de ultratumba.
—Bienvenido a Dachau. ¿Quién eres?
Markus Gessner se sentía totalmente confuso. No podía asimilar lo que le estaba sucediendo. Su detención en plena calle. Conducido de inmediato sin ninguna explicación a la frontera alemana. Entregado sin más a la Gestapo. Trasladado a un lugar llamado Dachau. Hasta aquel momento nadie lo había acusado de nada. No sabía por qué lo habían llevado hasta allí, ni siquiera había oído hablar hasta entonces de Dachau. Sentía nauseas, tenía la boca seca, un fuerte dolor de cabeza, un hombro algo dislocado por la brutal detención cuando intentó resistirse. No había ingerido nada desde por la mañana, ni un mero sorbo de agua, solo un café antes de entrar en la embajada de Francia. La policía austríaca le requisó toda la documentación, su pasaporte con el visado, las llaves del coche, las del piso de Eva que llevaba encima en aquel momento, el dinero en efectivo, un talonario de cheques, el reloj de pulsera, un anillo de oro con un brillante. Le habían cacheado sin miramientos, sin dirigirle la palabra. Intentó resistirse pero le golpearon en la cabeza con una porra de goma. No había perdido el conocimiento pero se sintió mareado. Aún le dolía.
—Soy Markus Gessner. ¿Quién es usted? ¿Qué es Dachau? ¿Dónde estamos?
La voz tardó un rato en contestar, casi inaudible.
—Mi nombre no importa. Llámeme X. Dachau es un campo de prisioneros políticos. También hay algunos judíos… ¿usted es judío? ¿Es político?
—No. Soy alemán, residente en Austria, no tengo nada que ver con la política. Tampoco soy judío —en aquel preciso momento pensó en lo que Eva le había contado sobre Ada Rothman. Pero no podía tratarse de aquello, era un secreto de familia que apenas acababan de averiguar—. No sé por qué estoy aquí. Creo que se trata de una confusión. Pero aún no me han permitido hablar, tampoco me han acusado formalmente de nada.
—¿Formalmente? —el desconocido parecía asombrado de su ingenuidad—. Aquí esa palabra no significa nada. Ni tampoco conceptos como derecho, ley, culpable o inocente… la única verdad es que lo han traído aquí. Eso es lo que importa. Es como la vida. Uno está vivo, hasta que un día se muere, y deja de ser. Aquí usted ha dejado de ser. ¿Me comprende?
Markus no comprendía nada. Le dolía mucho la garganta. Notaba que necesitaba beber cuanto antes. Pensaba que no sería capaz de aguantar hasta el día siguiente. Intentó orinar. En la oscura penumbra donde empezaba a distinguir algo, encontró una bacina tirada en una esquina. Sin darse cuenta se orinó sobre los pantalones y aquello lo desesperó.
Hubiera golpeado la puerta pero sabía que sería inútil. Hacia unos meses, Carlo le había regalado «El proceso» de Franz Kafka. En la obra, el protagonista, Josef K. era arrestado una mañana por una razón desconocida. Desde aquel instante se adentraba en una larguísima pesadilla para defenderse de algo que desconocía. A él le ocurría lo mismo: alguien tendría que haberlo calumniado, por ese motivo lo habían detenido y se encontraba allí sin ser capaz de entender que estaba sucediendo.
Se sentía agotado. Intentó dormir sin conseguirlo. Un rato más tarde, no sabía si era de día o de noche, la puerta metálica se abrió de repente. Alguien le ordenaba que saliera. Desorientado y confuso, se cubrió el rostro con las dos manos. Entonces recibió un fuerte golpe en el lugar dolorido. Sintió un dolor fortísimo, creyó que iba a desmayarse, y a continuación recibió otra serie de golpes en las piernas. Su agresor le insultaba sin cesar, llamándole lo que le venía en gana: «¡Cerdo comunista! ¡Maricón! ¡Hijo de puta!», mientras seguía golpeándolo con saña. Intentó ponerse en pie hasta que al final, entre una lluvia de golpes, lo consiguió. Le dolía todo el cuerpo. El hombre lo empujó con la porra a lo largo del pasillo. Para entonces Markus estaba totalmente aterrado. Trastabilló y recibió un fuerte golpe en la espalda de su verdugo, que lo condujo hasta una habitación en la que solo había una silla, y le ordenó entre insultos que se quitara toda la ropa y se sentara en ella. Hizo lo que le ordenaba, pero cuando un botón de la camisa se le resistió un instante volvió a golpearle. Cuando estuvo completamente desnudo, el guardián salió y lo dejó solo, sangrando por una brecha en la cabeza y por un corte en la barbilla al golpearse en la celda. Markus no pudo reprimir un sollozo de puro pánico, mientras pensaba que aquello tendría que ser el infierno.
Un rato más tarde entraron dos hombres uniformados. Supo que eran de la Gestapo. Sin decir una palabra, casi sin mirarlo, uno de ellos le cogió una muñeca y le ató un cable a ella con un fuerte nudo. Después repitió lo mismo con la otra, mientras el segundo hombre observaba. Aterrorizado, al comprender que era inútil apelar a sus sentimientos, permaneció en silencio. Uno de ellos se volvió un instante con el cable en las manos. Sintió una descarga eléctrica, una terrible sensación que lo hizo caer al suelo. Aquello se repitió de nuevo otra vez y otra. Markus babeaba y volvió a orinarse encima. Notaba como el corazón quería salirse de su pecho.
—¡Déjalo ya! ¡Este ya está a punto! ¡Ayúdame a sentarlo! ¡A ver si te lo cargas como al de ayer!
Lo levantaron y aquella vez lo ataron con unas correas de cuero a la silla que estaba clavada al suelo. Uno de ellos se colocó en pie delante de él y aguardó un instante a que reaccionara.
—Markus Gessner, como ciudadano del Reich alemán te encuentras en Dachau por actividades comprobadas en contra del estado. ¿Sabes de lo que te estoy hablando? ¿Estás dispuesto a cooperar o quieres otra sesión? ¿Has hecho comentarios denigrantes en contra del Führer o has conspirado contra él, o contra el Reich? ¡No intentes mentirme hijo de puta! ¡Eres homosexual! ¿Verdad? ¡Creías ser el más listo, pues bien, hasta aquí has llegado!
Markus pensaba que no sería capaz de aguantar un solo golpe más. Asintió. Solo deseaba que se fuesen cuanto antes. Entonces creyó ver a Carlo que se acercaba a él, pero solo fue un instante antes de desmayarse.