52. EL TERCER REICH
(VIENA Y LINZ, FEBRERO DE 1933)
La noticia del nombramiento de Adolf Hitler como canciller del Reich llegó a Viena apenas unos minutos más tarde de haberse producido. Joachim Gessner estaba terminando de almorzar en el comedor privado de la embajada cuando su secretario se lo confirmó. Sin poder reprimirse hizo un gesto de triunfo levantando los puños por encima de la cabeza, ya que aquella era sin duda la mejor noticia para él y para todos los que deseaban un cambio en la política exterior. Invitó a su secretario a una copa de champagne y ambos brindaron por el Führer.
Aquellos días Joachim Gessner estaba haciendo las veces de embajador ya que el titular había sido llamado a Berlín un par de días antes. Pensó que tal vez ya no volvería, y que muy pronto le confirmarían a él como nuevo embajador del Reich en Viena. El Führer había prometido en varias ocasiones que en cuanto tuviese el poder, Austria, su país de origen, sería incorporada al Reich, y querría tener gente de confianza en los lugares estratégicos.
Por otra parte, desde que Stefan le había llamado para decirle que el asunto de Linz estaba resuelto, se sentía más tranquilo. Se refería a aquella oprobiosa situación, con Markus dando un pésimo ejemplo continuo en una ciudad pequeña, donde todo el mundo sabía quién eran los Gessner, algo que podría haberlos perjudicado gravemente dentro del partido tanto a Stefan como a él. No hubiera soportado que lo relacionaran con un escándalo homosexual, y menos en aquellos momentos cuando su relación con Constanze von Sperling se consolidaba.
Tenía que reconocer que Stefan había manejado bien el tema, aunque aún no había conseguido que Markus accediera a vender la casa. Él se la había prometido a Goering, quien aseguraba hablar en nombre del Führer, cuando le comentó que sabía que era propiedad de alguien de su familia, y que el Führer estaba encaprichado con aquel palacete de Linz desde hacía muchos años, cuando aún era un joven desconocido y buscaba bellos edificios para dibujarlos.
Con aquella jugada habían intentado liquidar dos pájaros de un tiro. Stefan le había asegurado que la decisión de vender era solo cuestión de días. A ver si Markus se daba cuenta de una vez por todas de que no podía seguir comportándose de aquella estúpida forma. Cuando Stefan le comentó que Markus quería marcharse unos años a París, él le replicó que sería lo mejor que podría hacer. Quitarse de en medio una larga temporada, o mejor aún para siempre. Tendría que agradecer de alguna manera al director de la policía de Linz su comportamiento, ya que había conseguido que todo transcurriera lo más discretamente posible, además de buscar a los tipos adecuados para un trabajo tan delicado. Le enviaría un obsequio, tal vez uno de aquellos nuevos relojes de pulsera que estaban de última moda. En cuanto al embajador de Italia, se le entregó un informe confidencial sobre el fallecido profesor Mattei. La autopsia oficial había determinado «muerte por ahogamiento». El informe adjunto de la policía venía a decir que Mattei habría caído al río huyendo de un grupo de borrachos que le amedrentaron sin ninguna otra intención. El documento venía a decir que se trataba de un comunista recalcitrante, antifascista, soltero y homosexual. El embajador de Mussolini se encogió de hombros. Murmuró que nadie lo iba a echar de menos.
Él por su parte, no pensaba acercarse a Linz hasta que Markus hubiera firmado el contrato de venta en firme. No tenía ningunas ganas de volver a verlo tras lo sucedido en casa de Eva. Lo mejor sería que Stefan, que después de todo siempre se había llevado bien con Markus y lo comprendía desde que eran niños, se encargara de todo.
Joachim estaba eufórico por el nombramiento de Hitler. Se consideraba un buen patriota, consciente de que Alemania no podía seguir en aquella situación de ambigüedad política. Era preciso que asumiera el poder un líder fuerte y decidido que llamara las cosas por su nombre y que diera soluciones. La providencia había intervenido. Aquella tarde tenía una reunión con personas influyentes en un céntrico salón, que ya estarían informadas, pero que querían verlo y celebrarlo.
Al terminar de comer se dirigió a su cita en el automóvil oficial de la embajada, nevaba con fuerza y las temperaturas estaban en negativo en Viena. Era una tarde gris con las calles prácticamente vacías. Cuando llegó, todos lo felicitaron efusivamente, como si se tratara de un éxito personal. Después brindaron en varias ocasiones por el canciller Adolf Hitler y por Alemania. La opinión era unánime, con aquel hombre al frente del país todo cambiaría.
En Viena tenían los mismos problemas que en Alemania, demasiados judíos, un número importante de parados, una fuerte depresión económica, y sobre todo ello la sensación general de que aquel país había pasado de ser la cabeza de un gran imperio a convertirse en un país ninguneado por las grandes potencias. Todos los presentes estaban a favor de que Austria se incorporase al Reich cuanto antes, a partir de aquel glorioso día: el Tercer Reich.