50. EL PERFECTO ESCENARIO

(NÚREMBERG, PRINCIPIOS DE 1933)

Kurt Eckart había colaborado con Goebbels en la concentración de la Juventud del Reich, celebrada en Potsdam a principios de octubre, donde se habían reunido y desfilado las Juventudes de Hitler. Había sido el único éxito de masas de los últimos tiempos, ya que el partido parecía haber alcanzado su techo electoral, y aquello hizo que el prestigio de Kurt Eckart dentro del partido se consolidase.

Cada vez era más difícil atraer a la gente a las urnas o a los mítines. La deplorable situación económica del país, los más de seis millones de parados, la falta de futuro, y la pérdida total de confianza en los políticos, habían acabado por tocar también al NSDAP. Era preciso dar una nueva imagen, crear confianza, para conseguir llegar al poder, y aguardar a que Hitler fuese denominado canciller del Reich, aun teniendo que convencer al remiso Hindenburg.

A través de Rudolf Hess, el secretario personal del Führer, con el que se llevaba muy bien, coincidían ambos en ser hombres discretos y callados, Kurt Eckart conoció a Leni Riefenstahl a principios de 1933, cuando aún era reciente el triunfo de la joven directora en el Festival de Venecia por su película «La luz azul». Aquel éxito había conseguido que Hitler la quisiera conocer. Goebbels invitó a cenar además a la estrella ascendente en el partido, Albert Speer, el arquitecto que iba a diseñar los nuevos edificios del partido. Habían estado visitando el Campo Zeppelín aquella mañana acompañando a Adolf Hitler y a Goebbels. Hitler comentó que creía que aquel era el lugar perfecto para realizar los congresos del partido en el futuro próximo, cuando se hubiesen hecho con el poder. Ambos estaban eufóricos.

Kurt estaba hablando con Riefenstahl y Speer, cuando Goebbels se acercó a ellos con una agilidad que desmentía su cojera habitual, y comentó sonriendo:

—¡Ya casi estamos tocando el poder! ¡Así que vayan pensando lo que podríamos hacer con este Campo Zeppelín, además de servir de aeródromo de dirigibles!

Aquella noche durante la cena en Núremberg, a la que asistieron además otros dirigentes del partido, Leni Riefenstahl sostuvo que a fin de cuentas lo que estaban necesitando era sobre todo la puesta en escena. Crear «un lugar sobrecogedor», según sus propias palabras, para escenificar el significado de lo que pretendían. En aquel momento Speer sacó su estilográfica Parker y, sin decir una palabra, dibujó sobre la servilleta un trazo curvo soportado por unas esquemáticas líneas verticales. Al ver el boceto, Kurt asintió al tiempo que exclamaba «¡Pérgamo! ¡Eso es Pérgamo!», había visitado recientemente el nuevo museo de Berlín y había salido impresionado. Leni asintió:

—¡Totalmente de acuerdo! ¡Exactamente! ¡Pérgamo! ¡Una enorme columnata, con grandes escalinatas que conformen un graderío gigantesco!

Speer seguía dibujando con trazos firmes sobre la servilleta mientras añadía:

—¡Eso es! ¡Nosotros también tendremos nuestra propia guerra de Troya, y necesitaremos los escenarios! ¡Así! ¡El altar de Zeus multiplicado por diez! ¡Un escenario fantástico! ¡Y dentro quinientas mil personas en formación! ¡Eso es lo que se construirá!

Kurt se había quedado pensativo. Señaló la servilleta en la que Speer había dibujado.

—Aún podría ser mejor. Una vez en San Petersburgo, en 1917, durante la revolución, vi unos reflectores iluminando el cielo. Temían un bombardeo de los alemanes. No era aún de noche, pero unos negros nubarrones oscurecieron el cielo. ¡Los chorros de luz me parecieron columnas gigantescas! ¿Os imagináis colocar centenares de reflectores en línea dirigidos al cielo?

Leni aplaudió irreprimiblemente, entusiasmada por lo que estaba imaginando.

—¡Eso es! ¡Extraordinario! ¡Muy bien Kurt! ¡Eso es lo más cinematográfico que he escuchado nunca! ¡Es como la escalinata de «El acorazado Potemkin», de Eisenstein! ¡Todo debe ser utilizado como propaganda, y esa idea de las columnas de luz es genial!

Goebbels les estaba escuchando. Se había puesto muy serio.

—Speer, deme esa servilleta por favor. Quiero enseñársela al Führer. ¡Columnas de luz! Kurt. Hágame mañana por la mañana un memorándum de lo que están hablando. ¡De todo!

Goebbels y su séquito abandonaron el restaurante a las diez. Speer se disculpó a pesar de la insistencia de Leni Riefenstahl, que no parecía querer irse a dormir. Ella y Kurt se sentaron en el bar del hotel que permanecía abierto hasta muy tarde. Leni no estaba acostumbrada a la disciplina y a los horarios fijos.

—Estos tipos se acuestan con las gallinas —comentó displicente. ¡Pero si apenas está comenzado la noche!

—¡Tú eres una artista, y no puedes comprenderlos! —Kurt quería saber cómo pensaba aquella mujer—, si te digo la verdad, a mí también me ha costado llegar a entenderlos. Ahora parece que ha llegado su momento. Al Führer están a punto de nombrarlo canciller, y después ya veremos lo que ocurrirá.

—Sí. Yo he llegado hasta aquí por un amigo mío que conoce a Rudolf Hess. Él me presentó al Führer. Bueno, digamos que me siento satisfecha. Me dijo el otro día que quiere que haga una película sobre él. Le propuse un título. «El triunfo de la voluntad». ¿Qué te parece?

—Sí. Me gusta. Es impactante. Aunque la voluntad es una cosa y las circunstancias otra. A ese hombre todo le sale bien. Él lo dice en ocasiones. Es como si la providencia lo estuviera guiando.

—Yo no creo en la providencia. Prefiero eso de «ayúdate y te ayudarán». El Führer es afortunado porque se ha arriesgado. Eso es voluntad y esfuerzo. Creo que los nazis llegarán al poder muy pronto, y que luego ya no lo soltarán.

—¡Leni, veo que te mantienes muy al margen! ¿Siempre eres así?

—Yo solo observo, luego filmo. No me involucro, no subjetivizo. Eso lo tienen que hacer los actores del drama. ¿Comprendes? A mí me parece que esta gente puede llevar a Alemania muy arriba. ¿No lo crees?

—¡Claro que lo creo! ¡Por eso estoy aquí! ¡Lo vivo cada día personalmente!

Kurt intentaba establecer una cercanía con Leni Riefenstahl, lo que no resultaba fácil.

—Lo que ocurre es que a mí me pagan por lo que hago, y entonces me pasa como a ti. Intento analizarlo desde afuera. Yo doy ideas e intento plasmarlas. Parece que les gusta lo que hago. Creo que si estuviera dentro, entonces no podría ver las cosas con perspectiva.

—Te entiendo, porque a mí me ocurre lo mismo —Leni asintió—. Yo estoy a este lado de la cámara, y así puedo contar las historias, nunca me veo en el otro lado. Te confesaré que no soy nada política. No me interesa más que el resultado. Lo que ocurra es su problema. Bueno —Leni se desperezó—, ahora sí ha llegado el momento de irse a dormir.

Aquella noche Kurt redactó un extenso informe sobre Leni Riefenstahl y otro sobre Albert Speer. En Moscú querían conocer cómo iba avanzando el proceso del partido nazi para hacerse con el poder. Después al acostarse no era capaz de conciliar el sueño. Algo le hacía pensar en qué estaba haciendo allí. De estar con alguien, tendría que haber sido con Trotsky del que Stalin era enemigo mortal. En cuanto a los nazis, sentía un profundo desprecio por ellos y su sistema. Simplemente las circunstancias lo habían llevado hasta aquella situación en la que nunca debería haber estado, y lo que era peor, no le veía salida. Le daba vueltas a la cabeza pensando si ya toda su vida no sería más que un puro fingimiento, en la que nada sería lo que parecía, y si alguna vez podría volver a ser el que no había sido nunca. Israel Zhitlovsky.