45. UN SECRETO DESVELADO

(VIENA, NOVIEMBRE DE 1930)

María Gessner estaba muy preocupada con la situación, no podía dejar de pensar que Kurt corría un gran riesgo. Los nazis no eran tan estúpidos como para no investigar a fondo a la gente que trabajaba para ellos. Kurt pertenecía al partido comunista ruso, incluso había colaborado con Trotsky en el periódico «Pravda». Aunque por el momento daba la impresión de que todo estaba saliendo tal y como había planeado Iván con Kurt, era algo que podría desmoronarse en cualquier momento. A medida que los nazis fuesen obteniendo poder, vigilarían más a fondo a sus colaboradores. La labor de Kurt no era algo eventual que fuese a terminar en cualquier momento, por el contrario significaba años de constante tensión, estar pendiente de los más mínimos detalles, evitar que algo de su personalidad se le escapara en un momento dado.

La última vez que hablaron con Iván, el hombre reconoció que todo estaba saliendo a pedir de boca. Aseguró que nunca hubiera podido creer que el azar los favoreciera de aquella manera. María no podía dejar de pensar en quien habría organizado todo aquello, para controlar desde el inicio a un pequeño partido por el que nadie con sentido común hubiera apostado. Cuando le preguntó a Iván, este le contestó que el Komintern había decidido apostar a todos los números, y que de igual manera se intentaba controlar a todos los partidos. A fin de cuentas alguno tendría que llegar al poder, aunque les confesó que él siempre había apostado por los del NSDAP.

—Los alemanes parecen hechos a medida para ese partido, con un líder autoritario que asegura que quiere limpiar el país de judíos, gitanos y eslavos, y comunistas. ¡Ya saben a lo que me refiero! ¡Conceptos como orden, raza, limpieza, Führer, nación, instintos primarios, romanticismo trasnochado, propaganda «lebensraum», autoridad, disciplina! La verdad es que desde el principio alguien cercano al Kremlin se dio cuenta de que el NSDAP tenía todos los números para terminar liderando Alemania, y hoy ya puedo vaticinarles que eso lo veremos muy pronto.

María había leído aquellos días el «Discurso alemán» de Thomas Mann, en el que el famoso escritor y pensador analizaba con amargura lo que iba a suceder cuando los nazis tomaran el poder, lo que preveía ya inevitable. Ella coincidía en todo con Mann. Era consciente de lo que podría suceder a los judíos y a todos los ciudadanos que no pensaran exactamente como Hitler pretendía.

Acababa de recibir una llamada de Eva, según su hermana para hablar de un tema muy importante para la familia. Imaginaba que iba a contarle algo sobre Markus y su último amante, lo que por otra parte estaba en boca de todos, pues Linz era tan bella y culta como provinciana y chismosa, o sobre las andanzas de Stefan con los nazis, y no le dio más importancia.

Aquella misma tarde se acercó al piso de Eva, aunque siempre había disentido con ella, de toda la familia era con la que mejor se llevaba. Al principio comentaron el deplorable comportamiento de Joachim en la última comida familiar y la valiente postura de Markus, que por primera vez, al menos delante de ellas, se enfrentó a su hermano mayor sin ambages.

Eva dijo que quería enseñarle algo. Extrajo de un cajón un estuche y un sobre amarillento. Cuando vio el estuche le resultó familiar, tal vez lo había visto alguna vez cuando era una niña. Eva sonreía enigmáticamente cuando se lo entregó, y ella lo abrió sin saber de qué se trataba. Cuando vio el broche con el nombre y la estrella de David, entendió lo que Eva quería decirle.

—¡Pero esto es sorprendente, Eva! ¿Quiere decir que nuestra abuela materna era judía? ¡Me parece increíble!

Eva seguía sonriendo cuando le entregó la vieja carta de Ada Rothman, un mensaje que después de tantos años llegaba por fin a su destino.

—Es mucho más que eso María. Según esta carta, nuestro abuelo materno también lo era. La abuela Ada tuvo un romance con un judío llamado Jacob Mendel, con ese nombre no creo que quepa ninguna duda de que era judío, y como consecuencia de dicha relación nació nuestra madre. ¡Eso significa que al menos el cincuenta por ciento de nuestra sangre es judía! Por lo que sé, para esos nazis y su estúpida forma de decidir quién lo es y quien no, nosotras, todos los hermanos Gessner, lo somos completamente. ¡Por Dios santo! ¡Te lo imaginas! ¡Joachim y Stefan se van a llevar la sorpresa de su vida! ¡Y me voy a encargar de que lo sepan muy pronto a ver si descienden alguna vez a la realidad! Por lo que sé, Stefan va a venir a Viena dentro de unos días, y probablemente se verá con Joachim. Ya sabes que trabaja para el partido nazi, y que por lo visto está muy considerado. Después de lo que presenciamos aquí el otro día, la verdad, no me fio de ninguno de los dos, ambos son demasiado ambiciosos. Aunque también me preocupa mucho su reacción cuando lo sepan.

Eva se levantó y se dirigió a uno de los muchos cuadros en la pared. El cuadro ocultaba una pequeña caja fuerte, introdujo la combinación y la abrió, extrayendo unos documentos.

—Fui el otro día al notario acompañada de mi amigo Andreas Neuer, que sirvió de testigo, para hacer una manifestación en la que declaraba ser cierto que, según los antecedentes, esta carta es un documento original de nuestra abuela Ada Rothman y que por lo que yo conozco de la historia familiar, lo que en ella se menciona es cierto en su totalidad. Aquí te entrego una copia notarial para que la guardes por si acaso, ya que nunca se sabe lo que puede llegar a suceder. En cuanto a este original, te propongo que me acompañes al banco para dejarlo en la caja fuerte a mi nombre, y que voy a compartir contigo. Después de todo yo no tengo hijos por el momento, y si me ocurriese algo, tú podrías acceder.

María la interrumpió sobresaltada. No esperaba aquello de su hermana a la que siempre había tenido por alguien superficial.

—¡No digas esas cosas! ¡Me asustas, Eva! ¿Qué va a pasar? ¡Tendrán que aceptarlo! ¡No les cabe otra!

—¡No lo creas! —Eva negó con la cabeza—. ¡Sabes muy bien cómo son los dos! ¡Siempre han creído estar en posesión de la verdad! ¡Para ellos sería algo peor que la muerte! ¡Los creo capaces de cualquier cosa, y más en estos momentos en que ambos aspiran a convertirse en personajes importantes en ese partido nazi, que tan poco aprecia a los judíos!

María no tuvo más remedio que asentir. Aquello no era nada nuevo, ya que Joachim y Stefan siempre habían sido los favoritos de su padre. Por otra parte eran bastante mayores que ellas, y a causa de las circunstancias familiares nunca habían tenido confianza con ellos. Sabía muy bien como ambos pensaban, su enorme ambición, y era evidente que aquello podría destruirles, por lo que no lo permitirían sin más. La edad los había endurecido y nada ni nadie podría interponerse entre ellos y su futuro. Eva había actuado con mucha cordura ya que si la carta caía en sus manos la destruirían de inmediato. En cuanto a Markus, para ellos era como si no existiera. Eran dignos herederos de su padre, un hombre que trataba siempre a las mujeres con un rancio y condescendiente paternalismo, como si por el solo hecho de pertenecer al sexo femenino necesitaran en todo momento estar bajo la vigilante tutela de los varones.

María quiso dejar clara su postura:

—Verás Eva, a mí no me importa tener sangre judía, en todo caso pertenecemos a una gente que ha hecho mucho por la humanidad. Por lo que veo a ti tampoco te ha afectado, ya que no estarías haciendo así las cosas. En otro caso probablemente habrías quemado la carta en la chimenea y destruido el broche. Fin del drama. Pero no, estás actuando de una manera bien distinta de lo que me congratulo. Tal vez el tiempo que estuviste casada con Paul te hizo reflexionar. Creo que a nosotras eso no nos va a cambiar la vida, tal vez nuestra forma de entender el mundo. Esos judíos que me he cruzado hace un rato ya no serán para mí tan exóticos y lejanos. Después de todo ahora sé que compartimos con ellos la misma sangre, al menos en parte. ¿Pero tú? Quiero pedirte disculpas, reconozco que estaba equivocada con respecto a ti. Sinceramente te creía mucho más superficial, como si lo que te importara fuesen otros valores más banales. Me equivoqué y me alegro —María se acercó a su hermana y la besó en la mejilla—. Eva. Has hecho lo que tenías que hacer. Gracias.

Volvió a sentarse delante de su hermana. Estaba comenzando a preocuparse por la reacción de Joachim y Stefan.

—¿Y ahora qué? Creo que tienes razón y que se lo van a tomar fatal. ¿Cómo se lo vas a decir? ¡No deberías enfrentarte a solas con ellos!

Eva hizo un esfuerzo por sonreír. Tragó saliva. Creía saber lo que estaba haciendo.

—¡No es preciso que se lo diga yo! ¡El notario se lo ha enviado con acuse de recibo, a través de notarios alemanes para que no puedan decir que no lo conocen! ¡Lo único que siento es perderme sus rostros cuando lean el contenido de la carta! ¡Oh, daría cualquier cosa por poder presenciarlo! Pero estarás conmigo en que era la única manera de hacérselo saber sin correr riesgos. Si lo hubiera dicho en su presencia, no sé lo que habría podido suceder. Sólo piensa en lo que se están jugando, en el mismo momento en que los nazis se enteraran de todo esto su porvenir en el partido habría acabado, ya que por lo que me han contado desconfían de todos los judíos. ¡Aunque hayan sido educados como perfectos prusianos! ¡Ellos mismos! ¡Qué pensarán al mirarse al espejo! No creas que me he vuelto loca, pero te ruego que pienses en lo que te voy a decir unos instantes. ¿Por qué te crees que ninguno de ellos, ni siquiera Markus, a fin de cuentas mellizo de Joachim, se parecía a nuestro padre, el eximio prusiano Friedrich Gessner?

María la interrumpió sin atreverse a pensar lo que su hermana estaba sugiriendo.

—¿No estarás insinuándome que Joachim, Stefan y Markus pudieran ser hijos de otro hombre?

—¡No lo estoy insinuando María, lo estoy afirmando! Nuestra madre nunca amó al viejo Friedrich. Sabes bien que ella tuvo relaciones fuera del matrimonio, y lo que es más, sabía muy bien lo que estaba haciendo, y aunque por el momento no tengo ninguna prueba tan concreta como la carta de Ada seguiré investigando sobre ese asunto. Pienso que tal vez podría encontrar algo en la biblioteca de nuestra antigua casa, que sigue cerrada pendiente de subasta. Intentaré conseguir que me permitan acceder. Ahí tienes una foto de nuestro padre, Friedrich Gessner.

Eva señaló a la pared. En la instantánea el viejo Gessner aproximadamente tendría la edad actual de Joachim.

—¿Tú les encuentras algún parecido? Yo no, y eso me lleva a imaginar lo que pudo suceder. Ten en cuenta que nuestra madre estaba muy influenciada por el suicidio de la suya, la abuela Ada, a la que si bien no llegó a conocer, pudo hacerlo indirectamente. Fueron vidas paralelas, y por el mismo motivo ambas ocultaron su sangre, evitaron que se supiera que eran judías, ya que en aquellos tiempos tener esa herencia era casi siempre un estigma social.

—Bueno. Creo que no es ninguna elucubración. Podría ser. Pero ahora lo que debe preocuparnos es la reacción de Joachim y de Stefan. Creo que no lo aceptarán, simplemente se volverán locos de furia, creerán que alguien les está gastando una broma de mal gusto, y que tú pretendes hundir sus vidas.

—¡Sí! ¡En efecto, todo antes que aceptar que pudieran ser considerados judíos por sus nuevos amigos! ¡No saben historia! ¡Ni esos ignorantes nazis tampoco! ¿Tú sabes lo que le escribió el sultán otomano al rey Fernando el Católico de España cuando supo que había expulsado a los judíos y que algunos se refugiaron en sus dominios? ¡Que si le quedaban más de aquellos buenos súbditos que se los enviase a él! ¡Que serían muy bien venidos en el Imperio Turco! ¡Claro! ¡España perdió sus mejores médicos, científicos, y los hombres que dominaban las finanzas, y desde entonces comenzó su decadencia como país! ¡Nuestros hermanitos pretendían llegar muy lejos en ese nuevo régimen! ¡Y ahora la vieja Ada se estará riendo de ellos! ¡Ah! ¡Qué venganza más sutil!

María asintió. De pronto Eva notó a su hermana muy tensa.

—Eva. Tengo que confiar en ti, como tú lo has hecho conmigo. Tú has sido franca y sincera conmigo, y yo quiero serlo contigo. Voy a contarte algo, pero no debes hablar de ello con nadie. ¿De acuerdo? ¡Puede irme la vida en ello, y la de mi compañero, el padre de esta criatura!

María se señaló el vientre. Durante un largo rato estuvo explicándole la situación a su hermana. Sabía que con ello corría un cierto riesgo, pero necesitaba desahogarse. Le explicó que ella seguía considerándose marxista leninista, aunque de cara a la gente debía aparentar una gran afinidad hacia los nazis, al igual que su compañero, Kurt Eckart, que ya estaba ocupando una posición importante dentro del esquema del NSDAP «colaborando» con Goebbels en la eficaz propaganda que estaban llevando a cabo.

Eva la observaba con los ojos abiertos, sin ser capaz de asimilar que su hermanita, la discreta y callada María, era una espía al servicio de Moscú, al igual que Kurt Eckart. Simplemente le resultaba muy difícil creerlo. María le advirtió de nuevo que aquello sólo era una demostración de confianza fraternal.

Ambas se abrazaron en señal de acuerdo y quedaron en que mantendrían entre ellas una absoluta confianza a partir de aquel momento. Tal y como Eva había planeado, se dirigieron al banco para depositar la carta y el broche de Ada en una caja fuerte alquilada por Eva, a la que autorizó acceder a María. No creía que le fuese a ocurrir nada, pero quería tener la seguridad de que, en tal caso, aquella información no se perdería.

Dos días más tarde, cuando Eva volvía de hacer unas compras encontró a Stefan aguardándola en el portal. Se dio cuenta de que su hermano estaba haciendo un esfuerzo por contenerse y se dirigió a él con naturalidad.

—¡Stefan! ¿Cuándo has llegado? ¿Me aguardabas?

Stefan asintió sin decir una palabra. Lo notó pálido y tenso, lo que le demostraba que había recibido la información. Subieron en el ascensor en absoluto silencio y entraron en el piso. En aquel momento la cocinera estaba de compras en la calle con la doncella. Stefan no quiso sentarse. Ella sí lo hizo, aguardando a ver por dónde iba a salir su hermano.

—Eva —notó que su hermano hablaba intentando controlarse—, he recibido la carta y la fotografía con el broche que nos has hecho llegar a Joachim y a mí. Sinceramente no entendemos lo que pretendéis. Es vuestro problema, ya que nosotros no nos damos por aludidos. ¿Qué queréis obtener con ello? ¡No tenemos nada que ver con una carta presuntamente falsa o falsificada si lo prefieres, y un maldito broche adquirido en un anticuario judío! Ahora bien, quiero hacerte una advertencia, e incluyo lo que Joachim me ha encargado te transmita de su parte. Si esa documentación se hace pública tendrás un serio problema. Tú, María y Markus, porque no nos cabe la menor duda de que detrás de este asunto estáis los tres. ¡Y cuando digo un serio problema… puedes creerme! Mira te propongo que me entregues esa carta, el original que tú tengas y el broche, y que te olvides del asunto. ¡No sabemos lo que pretendéis, pero no vais a conseguir nada! Ahora bien, naturalmente Joachim y yo estaríamos dispuestos a compensaros. Sabemos que tenéis un problema de liquidez, es verdad que esta crisis nos está pasando factura a todos, y que ahora hay un patrimonio que sostener y pocos ingresos. Bueno, pon el precio. Sabremos ser generosos. ¡Pero no os equivoquéis! ¡Este desgraciado asunto debe permanecer olvidado! ¿De acuerdo? ¡Olvidado!

Stefan casi chillaba al decir sus últimas palabras. Eva permaneció unos instantes en silencio como si estuviera reflexionando. Después negó con la cabeza.

—Stefan. No sé si te he entendido bien. ¿Has venido a mi casa para amenazarme? ¿Crees que puedes amedrentarme? ¿Crees que esto no es más que una conspiración familiar para chantajearos? ¿Estás hablando de dinero? ¡Siento decirte que no has entendido nada! ¡Mira, de momento no vamos a hacer público este asunto! Estoy de acuerdo contigo que ahora no nos beneficia a ninguno. ¡Sólo queríamos que supieseis la verdad, ya que negarla es de necios! ¡Que no pudieseis negarla! ¡Esa es la verdad, y tú lo sabes! ¡Nuestra madre era de sangre judía, lo que quiere decir que para la consideración nazi todos nosotros lo somos! ¡No os servirán de nada vuestras amenazas! Te diré más. Imagínate que nos ocurriera algo. ¡Inmediatamente se haría público este asunto y tendríais que soportar las consecuencias! ¡Siempre he sabido la clase de personas que sois tú y Joachim, pero esto me lo ha confirmado! ¡Vete Stefan, pues nada tienes que ver conmigo y prefiero que lo sepas! ¡Y ahora sal de mi casa!

Stefan apretó las mandíbulas. Pensó que sería mejor mantener la boca cerrada y no excitar más a su hermana. Cerró la puerta dando un tremendo portazo, queriendo mostrarle su disgusto, mientras pensaba que nadie se interpondría en su camino. Eva respiró aliviada. Había temido aquel momento. Pero ahora ambos sabían la verdad, una verdad que sería como una espada de Damocles sobre sus cabezas.

Unos días después, mientras desayunaba, Eva leyó en la prensa de Viena que uno de los jerarcas nazis, Joseph Goebbels, había irrumpido en una sala de cine del centro de Berlín, durante el estreno de la película «Sin novedad en el frente», basada en la novela de Erich Maria Remarque. Los manifestantes nazis arrojaron bombas de humo y polvo que hicieron estornudar a los espectadores con la finalidad de interrumpir la película. Los que protestaron fueron golpeados. El libro de Remarque había sido rechazado por los nazis, que alegaban que su descripción de la crueldad y el absurdo de la guerra no representaban el espíritu alemán, no era más que una filosofía de cobardes.

Una noche de finales de noviembre, Eva tuvo una llamada del hospital general de Viena. Una voz desconocida preguntó si tenía relación con María Gessner. La voz le explicó que María Gessner había sido trasladada allí después de abortar espontáneamente a causa de una caída al bajar del tranvía en marcha, y que había perdido al niño. Su teléfono figuraba en una agenda en el bolso de la señora Gessner. La voz añadió que tal vez sería prudente acercarse.

—Ya sabe usted lo que son estas cosas. La señora Gessner ha perdido mucha sangre aunque creemos que su vida no corre peligro.

Eva se dirigió al hospital. Le explicaron que su hermana estaba siendo intervenida, ya que había sufrido una hemorragia interna al caer desde la plataforma a la calle con el tranvía en marcha. Aquella información la alarmó. Conocía lo suficientemente bien a María para saber que ni tenía motivos para cometer suicidio, ni era esa clase de persona. No quería pensar en que aquello fuese una demostración de hasta dónde estaban dispuestos a llegar. No podía creerlo.