44. UNA REUNIÓN FAMILIAR
(VIENA, SEPTIEMBRE DE 1930)
A primeros de septiembre Joachim Gessner tomó posesión de su cargo como canciller de la embajada de Alemania en Viena. Mantenía con total discreción su afiliación al NSDAP, era hombre prudente y aún no sabía lo que podría llegar a suceder en tiempos tan revueltos. Por otra parte, en el selecto y restringido cuerpo diplomático de la república de Weimar, su decisión de vincularse a los nazis no se habría entendido.
La campaña que el partido nacionalsocialista llevaba en marcha durante todo el verano era realmente asombrosa, con centenares, tal vez miles de actos públicos, y un Führer incansable, capaz de llenar cualquier recinto. El leitmotiv de la campaña era radical. Un parlamento democrático no podría arreglar nada, y ellos eran los únicos que representaban a toda la nación alemana. Lo cierto era que habían conseguido agitar la vida pública, incluyendo una importante dosis de violencia en las calles.
En Viena, sabiendo además que lo que sucediera en Alemania influiría en Austria de inmediato, se seguían con especial atención las increíbles aventuras de Adolf Hitler. A fin de cuentas austríaco y vienés de adopción, había vivido en aquella ciudad gran parte de su juventud con una mano delante y otra detrás, pero después de todo se estaba haciendo el amo del partido nacionalsocialista. El mayor misterio era averiguar de dónde habría salido aquel hombre que daba la impresión de ser alguien indispensable, el oráculo que cambiaría el mundo.
Desde que Joachim Gessner se había afiliado al NSDAP seguía con sumo interés lo que estaba sucediendo. Por otra parte en Viena donde había pasado parte de su juventud conocía a mucha gente. Algunos de sus amigos coincidían con él en que si alguien podría arreglar la situación, ese sería Adolf Hitler.
Uno de sus amigos de juventud más cercanos, Matthias Klein, un conocido arquitecto, le comentó que había tenido cierta relación con él cuando intentaba entrar en la escuela de arquitectura. Le contó que entonces lo tenían por un bohemio extravagante, al que solo parecían interesarle las ciencias ocultas, que vivía de vender sus relamidos dibujos por los cafés. Pero sin preparación alguna en matemáticas ni física, le resultó imposible ingresar en la escuela.
Klein no sentía ninguna simpatía por los nazis, por lo que Joachim Gessner se libró de decirle que pertenecía al partido.
—¡Ahí lo tienes! ¡Ese Hitler que aquí no era más que un muerto de hambre, pontificando en Alemania! ¡En Viena no era más que un charlatán de café al que la gente rehuía por no aguantarlo, vistiendo aquella ropa arrugada oliendo a miseria! ¿Un muerto de hambre sin ninguna esperanza, que de la noche a la mañana se transforma en el profeta del superhombre de Nietzsche? ¡Bah! ¡Yo no me lo creo! ¡No lo puedo entender! ¡Ahí hay gato encerrado! ¿Cómo es posible ese cambio? ¿Cómo un tipejo que se arrastraba por los cafés para ver si alguien le pagaba uno por caridad es ahora el Führer del Reich? ¡Me tendrás que reconocer que resulta difícil creerlo!
Joachim no deseaba seguir escuchando aquellas ofensas al Führer de aquel antiguo amigo por el que no sentía la menor simpatía. Ya no tenían nada en común y no quería que lo pudieran relacionar con él. Mucho menos cuando despotricaba de alguien con la fuerza política que Hitler había adquirido. A él no le importaba quién había sido antes. Lo único cierto era que Adolf Hitler se había convertido en el Führer de un partido que podría aspirar al poder. En cuanto a lo que estaba escuchado, Hitler había ganado la Cruz de Hierro de primera clase por méritos de guerra. Reflexionó que Klein, como tantos intelectuales de Viena, sería comunista, gentes envidiosas, marxistas radicales que en el fondo odiaban a los alemanes.
El 14 de septiembre las cosas cambiaron en Alemania. Nadie esperaba que el NSDAP se convirtiera de la noche al día en el segundo partido del Reichstag, con ciento siete escaños. En la embajada en Viena, dónde desde el embajador hasta el último funcionario, exceptuándolo a él, eran simpatizantes del gobierno, se palpaba la preocupación. Todos sabían que a partir de aquel día sería preciso contar con Hitler para conseguir un gobierno estable. Joachim pensó que Klein debería andarse con cuidado y no ir contando viejos chismes sobre el Führer ya que podría costarle un serio disgusto. El Frankfurter Zeitung que pudo leer al día siguiente decía en su editorial que los electores habían querido poner al sistema patas arriba. Otro artículo comentaba que había llegado el día de la revancha, y que la violencia que crecía en las calles no había hecho más que empezar.
Aquel día su hermana Eva le había invitado a comer. Cuando lo llamó para quedar con él le advirtió que también estaría María, que había vuelto sola a Viena, lo que en principio era una buena noticia, y también asistiría Markus, que la había llamado para saludarla y le dijo que fuera a comer con ellos.
La comida se celebraría en el piso de Eva en el Ring. Joachim pensó que no les comentaría nada acerca de la rotura de su compromiso con Hannah Richter. Era algo que llevaba dentro de él, ya que pensaba que los demás siempre se alegraban de las desgracias ajenas. Por otra parte últimamente estaba saliendo con Constanze von Sperling, una aristócrata de Hannover a la que conocía desde hacía años, lo que probablemente habría llegado a los oídos de Eva, que siempre estaba al día de todos los cotilleos sociales en Viena. Se había encontrado con Constanze en la calle casualmente, y se mostró encantada al saber que estaba destinado en Viena. Después habían comenzado a salir, y estaba pensando en proponerle ir a pasar unos días con él en Linz. Antes tendría que hablar de ello con Markus.
Klein le había contado que alguien hablaba de la nueva relación que Markus mantenía con un profesor italiano de la misma cuerda. Aquello le humillaba, ya que no dejaba de ser su hermano. Por otra parte Markus y él no se llevaban bien, lo que no era nada nuevo. No soportaba a los homosexuales, era algo superior a sus fuerzas, y eso les había hecho enfrentarse con frecuencia. Tampoco fue casualidad que en la herencia se le asignara a Markus la casa y la finca de Linz. La idea, de acuerdo con Stefan, fue alejarlo de Viena, donde sus andanzas eran frecuente motivo de escándalo.
Media hora antes de la cita se dirigió andando a casa de Eva. Pasó por Demel donde adquirió una caja de bombones y luego caminó por el Ring hacía el este. Se cruzó con un grupo de judíos a los que había visto anteriormente allí. Aquel lugar era como un punto de reunión para sus negocios y los vio gesticulando, con sus vestimentas del siglo pasado, todos ellos con sombreros negros de ala ancha. Imaginó que estarían haciendo sus negocios. Tenía la certeza de que aquella gente prescindía del lugar donde estaban. Sólo iban a los suyo. Sentía una profunda repulsión hacia ellos y se separó lo más posible para no rozarse con ninguno.
Recordó la última reunión a la que le había invitado el propio Joseph Goebbels en la sede del partido en Berlín, a la que había asistido acompañado de Stefan. Se trataba de una reunión muy privada en la que se expusieron algunos asuntos confidenciales, reservados solo para la élite del partido. Allí contó unas cien personas, los que supuestamente ocuparían importantes cargos en la estructura del gobierno cuando se llegara al poder. Recordó las palabras de Goebbels, un hombre con los pies en el suelo, un verdadero político, alguien que no elucubraba sin más, y que tenía como misión ir montando la estructura del partido para gobernar en su día. «¡Ese día no está tan lejos!», había comenzado por decirles. «¡La próximas elecciones inclinarán la balanza y nos acercarán al poder!», aclamaba, y lo cierto era que Goebbels no se había equivocado mucho. En la reunión, a la que asistieron Goering y otros altos cargos, se les impartieron criterios generales de la filosofía del partido para establecer una línea de coherencia. Lo importante era acceder al poder cuanto antes. En la reunión les hablaron de la exigencia de Alemania de recuperar los territorios perdidos en Versalles, como la máxima prioridad del país. También del espacio vital, el concepto del «Lebensraum», además de la importancia de la raza y las políticas en contra de los judíos. Joachim caminaba reflexionando que aquello era una prioridad, y no sólo para Alemania. Austria tendría que seguir los pasos.
Eva lo recibió con una sonrisa forzada. No se llevaban bien pero seguían siendo hermanos. Sabía que a ella le habían molestado sus comentarios cuando se casó con Paul Dukas y notó que aún no le había perdonado. Aquello fue como un reto para el resto de la familia, pero al menos la incómoda y forzada situación había terminado. María llegó enseguida y lo saludó con frialdad. No tenía ni idea de que estaba embarazada. Aquello, al menos para él, no era una buena noticia, a pesar de que su pareja, Kurt Eckart, estaba progresando en el partido, sobre todo gracias a Goebbels, que lo había apadrinado. De cualquier manera, para él con cargo o sin él, aquel hombre seguía perteneciendo a otra clase con la que no deseaba mezclarse. Finalmente llegó Markus, elegantemente trajeado, que le dio la mano sonriente, como si le diera lo mismo lo que su hermano mayor pudiera pensar de él.
Eva quiso derivar la conversación a las últimas tendencias artísticas y Markus asintió entusiasmado mientras bebía el Riesling frío. María permanecía callada escuchando, normal en ella. Joachim era consciente de que tenía que controlarse, no hablar de nada inconveniente que pudiera molestar a sus hermanos. Nada de política, ni recriminar a Markus, ni comentar el embarazo de María y lo que él pensaba sobre ello. Y mucho menos incomodar a Eva preguntándole como le había ido en su matrimonio con aquel psiquiatra judío, del que él ya le había dicho lo que pensaba.
Cuando Eva le preguntó por Hannah Richter, él contestó quitándole importancia que se habían dado un periodo para reflexionar, una elegante manera de decir que ya no se veían, sin explicar la situación. Salió del paso preguntando a Markus si tendría inconveniente en que pudiera ir un fin de semana a Linz. Markus respondió que en absoluto, pero que le advirtiera con unos días. Eva hizo entonces un comentario de pasada acerca de Constanze von Sperling. En Viena era imposible mantener un secreto.
Fue más tarde, durante el café, tal vez habían bebido de más, cuando Markus hizo una serie de comentarios despectivos sobre las elecciones y el ascenso de los nazis, cuando no fue capaz de reprimirse, a pesar de que los diplomáticos debían estar preparados para permanecer impávidos en cualquier circunstancia. Replicó con desprecio, haciéndole ver que alguien como él no estaba calificado para criticar a Hitler y su partido. Increíblemente María se puso del lado de Markus, mientras Eva intentaba cambiar de conversación, que fue subiendo de tono, hasta que unos minutos más tarde no tuvo otra opción que levantarse y separarse de la mesa.
—¡No esperaba menos de vosotros! ¡Tú, Markus, no eres más que un degenerado! ¡Sé muy bien por qué te preocupan los nacionalsocialistas! ¡Iré a Linz, pero nunca a tu casa! ¿Qué escondes allí? ¿Tal vez a un marica italiano? ¡En cuanto a ti, María, creía que por fin habías cogido el camino correcto! ¡Ahora comprendo por qué estás aquí sola en Viena! ¡Eva, tú también me has vuelto a defraudar! ¡Tú también eres responsable por traer a estos desgraciados a tú casa! ¡Me voy! ¡Cuando me quieras invitar otra vez dime antes quien va a venir! ¡Adiós!
Fue entonces cuando Markus se levantó de un salto y se colocó entre la puerta y él. Markus era un hombre fuerte y en plenitud de facultades, ya que una de sus manías era hacer gimnasia sueca todas las mañanas.
—¡Aguarda un momento, querido hermano! ¡No tan deprisa! ¿Quién te crees que eres para venir aquí a insultarnos y marcharte de rositas? ¡Al menos discúlpate con María! ¡En cuanto a mis comentarios sobre ese partido te los resumiré antes de que salgas por esa puerta! ¡Aguarda! ¡Aguarda un momento! ¡Mira! ¡Los nazis traerán la ruina a Alemania y a Europa! ¡Son un desecho intelectual, gente que no ha querido aprender nada! ¡Que no ha entendido nada acerca del mundo en el que viven! ¡Vuelve a esos grotescos mítines en los que se fomentan la más bajas pasiones de la gente! ¡Son la hez del país, están engañando a todo el mundo, recurren a las emociones más toscas y primitivas para conseguir sus fines! ¡Esta compleja Europa con sus valores humanísticos, sus ideales, sus avances sociales, será destruida por esos hunos salvajes encabezados por ese desgraciado! ¡Pregunta aquí en Viena, pero en los bajos fondos, quien era Adolf Hitler! ¡Verás lo que te contestan! ¡Y ahora puedes irte con tus ideas preconcebidas y estúpidas, propias de alguien que presume de «civilizado», que sin embargo tampoco ha entendido nada!
Cuando bajó la escalera, Joachim comenzó a notar que le dolía el pecho, últimamente le sucedía cuando se alteraba mucho. No le dio mayor importancia y salió a la calle tan enfadado, tan profundamente indignado con Markus, que notó que le temblaban las manos. En aquel momento tenía la convicción de que si hubiera llevado encima su arma reglamentaria, la Luger oficial de la embajada, tal vez la hubiera empuñado, y que lo mejor que podría hacer sería olvidarse de Eva y de María. En cuanto a Markus, era tal el odio que sentía en aquellos momentos, que pensó en hablar con Sigmund Hohmann, el hombre de las SS en Viena, para explicarle lo que Markus Gessner pensaba sobre Hitler y el partido, y lo que llevaba a cabo en su casa de Linz. Tuvo que entrar en una cafetería y sentarse en una mesa para poder controlarse. Después de lo ocurrido, aquel ya no era su hermano, si no alguien al que consideraba un mortal enemigo, no sólo personal, lo que era peor, también del partido.