39. UNA SIMPLE COINCIDENCIA

(BERLÍN, FEBRERO-MARZO DE 1929)

A pesar de sus brillantes comienzos, Karl Edelberg no había querido implicarse demasiado en el NSDAP. Recordaba el desfile el día del partido en Núremberg, un año y medio antes, y aquello le había hecho pensar, lo que estaba presenciando era algo que podría cambiar a Alemania y a Europa, aunque de lo que no estaba tan seguro era de si aquel cambio era el que pretendían los alemanes. La visión de los disciplinados miembros de los SA desfilando con antorchas le abrumó, y más al darse cuenta de que todo aquello se estaba gestando contando con gente como él.

Desde entonces no había vuelto a participar, aunque le llamaron en varias ocasiones para que asistiera a conferencias, actos y algún desfile, se había resistido. Después de todo nadie iba a contar a los presentes ni a los ausentes. Goebbels tampoco había vuelto a llamarlo personalmente, tendría muchas responsabilidades, y estaría delegando en otros para las labores de captación que durante un tiempo había estado realizando. Por el momento prefería mantenerse al margen. Por lo que estaba leyendo en la prensa, Hitler seguía avanzando, y ya era el líder indiscutible de los nacionalsocialistas.

En febrero de 1929, Ilse estaba de nuevo embarazada. Desde que lo supo, Karl tomó la decisión de dedicarse a su familia y a la empresa, en la que ya era vicepresidente al haber adquirido otro paquete de acciones. La investigación en óptica le apasionaba y estaba avanzando en sistemas catadióptricos y en periscopios. Tenía en su despacho el periscopio del último U-Boot que había sido desguazado en Kiel, todo un detalle de Stefan Gessner al que no había visto durante el último año. Había mejorado aquel instrumento haciéndolo más eficiente para la visión nocturna. Algunos funcionarios del ministerio de industria se mostraron muy interesados por los avances que estaba realizando.

Su relación con el ingeniero Jacob Meyer había mejorado, aquel hombre era imprescindible para la empresa. Alguien que trabajaba siempre poniendo toda su voluntad en ello y al que se le ocurrían buenas ideas. El trato cotidiano con Meyer le había hecho modificar su criterio sobre los judíos. Incluso llegó a ir a cenar una noche a su casa, aunque tuvo que excusar a Ilse que se negó a acompañarle. Él le dijo que el odio a los judíos no eran más que prejuicios y ella, muy sorprendida, le replicó que temía que hubiera caído en sus redes. Conoció a Judith, la mujer de Jacob, que le sorprendió por su personalidad y lo bien informada que parecía estar en muchos temas. La comparó en su mente con Ilse, con preocupaciones mucho más banales y cotidianas. Judith participó con mucha naturalidad en la conversación y le habló de personas como Paul Ehrlich, Sigmund Freud, Albert Einstein, Fritz Haber, y otros prominentes científicos alemanes o austríacos, todos ellos de origen judío. Se sentía muy orgullosa de todos ellos, incluyendo a su marido al que trataba con gran respeto. Hasta entonces Karl no había visitado nunca un hogar judío pero desde aquella noche su opinión cambió radicalmente.

Cuando más tarde meditó sobre el origen de sus prejuicios, comprendió que provenían sobre todo de la influencia de su padre que se los había inculcado desde que él era un niño, lo que por otra parte resultaba muy frecuente en Prusia y en general en toda Alemania.

Karl era ajeno al secreto de familia, bien guardado por Charlotte Wilhelm, su suegra, y por supuesto por Ilse. Nada sabía acerca de David Goldman.

Unos días más tarde Karl Edelberg se encontró con Stefan Gessner en el centro de Berlín, en la calle. Karl había ido al centro a adquirir una nueva cámara de fotos para su trabajo, y llevaba el paquete al coche cuando Stefan lo vio desde lejos y le llamó. Luego tomaron una cerveza en un bar recién abierto cerca de la Puerta de Brandeburgo, y hablaron de lo bien que parecía ir la economía a pesar del nefasto gobierno de Weimar. Karl quiso que lo acompañara a la fábrica para mostrarle sus nuevos avances en los periscopios.

—¡El que me enviaste de Kiel me ha servido de mucho! ¡Pero si vieras la definición y la luminosidad del que estoy proyectando! ¡Si quieres vamos un momento y te lo enseño!

Stefan aceptó. Tampoco tenía nada mejor que hacer y fueron hasta allí en el automóvil de Karl. En el laboratorio de la fábrica, Stefan empezó a darse cuenta de que su amigo era un importante investigador. Cuando le enseñó el nuevo modelo de periscopio y pudo mirar a través de él, se admiró del avance en relación con el que él había utilizado durante la guerra. Comprendió la importancia que podría significar en un futuro, y en su interior disculpó a Karl por no asistir a más reuniones del partido.

Al salir, mientras lo llevaba de vuelta al centro, Karl se empeñó en que le acompañara a su casa. No era costumbre ir a una casa sin avisar, pero entusiasmado por lo que había visto y ante la insistencia de Karl, aceptó. Subiría sólo un momento para conocer a su familia, y que luego lo llevaría al centro de Berlín. Karl le explicó que acababan de adquirir un piso en un edificio de reciente construcción diseñado por Walter Gropius, en el que la gran novedad era que poseía garaje en el sótano al que se accedía directamente desde el ascensor.

Stefan sabía que su amigo procedía de buena familia, un hombre con gusto, reconocía su exquisita educación. Coincidían en muchas cosas, y pensó que podría encauzar su amistad con él. Tal vez había tenido un concepto equivocado en relación con aquel hombre. Subieron en un ascensor que olía a nuevo. Karl no cesaba de explicarle todos los detalles del edificio. Una doncella uniformada les abrió la puerta. La esposa de Karl, una bella y elegante mujer, más joven de lo que había pensado, a la que se le notaba el embarazo, le dio la mano mientras le sonreía.

—¿Qué tal está usted, señor Gessner? Soy Ilse Edelberg, de soltera Ilse Wilhelm.

La mujer seguía la tradicional costumbre de algunas regiones de Alemania de dar a conocer cuál era su familia de origen. Stefan parpadeó al escuchar el nombre, no podría tratarse de la mujer de la que le había hablado Joachim unos días antes, y sólo se trataría de una simple coincidencia.