27. PRUSIANOS Y BÁVAROS
(BERLÍN Y HANNOVER, SEPTIEMBRE-NOVIEMBRE DE 1925)
A finales de verano de 1925, Karl Edelberg recibió una llamada del hombre al que había conocido en el funeral de Matthias Lamberg, Joseph Goebbels. Se reunieron en una cafetería del centro y a través de la cristalera que daba a la avenida lo vio llegar muy pálido, demacrado, cojeando levemente, con un rictus de decisión. Hizo una mueca intentando una sonrisa y le estrechó la mano. Pidió un té y se sentó frente a él. Tras un intercambio amistoso, le explicó sin más que las cosas iban a cambiar pronto. Que había llegado a un acuerdo con Strasser para hacer las cosas de otra manera y le propuso colaborar con él.
Karl le explicó que seguía trabajando, más que por dinero, porque le gustaba lo que hacía, ya que gracias a la herencia de su padre no le hacía falta para vivir. Sin embargo reconoció que también se sentía muy atraído por la política, y le dijo a Goebbels que tenía la certeza de que el partido nacionalsocialista sería un partido a tener en cuenta en el futuro.
Goebbels le explicó que Adolf Hitler aún no estaba autorizado a hablar en público, ya que la libertad condicional le prohibía hacerlo por el momento, lo que después de todo no era malo para el partido. En aquellos momentos el que llevaba la voz cantante era Gregor Strasser, al que consideraba su mentor. Goebbels se sinceró con él. Ni los hermanos Strasser, ni otros importantes miembros del partido en el norte de Alemania, ni tampoco él mismo, estaban de acuerdo con la manera que tenían en Múnich de hacer las cosas. «Bávaros contra prusianos», comentó irónicamente. Sin embargo Karl se dio cuenta de que dejaba aparte a Hitler, como si estuviese convencido de que al final necesitarían a aquel hombre.
—Realmente Adolf Hitler posee un gran carisma, además de ser un gran orador. Es cierto que en ocasiones se repite y se va por las nubes, pero eso se puede corregir, pero se trata de alguien muy especial. Si se dejara pulir, podríamos hacer de él alguien diferente a todos esos politicuchos de mala muerte que tienen ahogado al país. Intentaremos rescatarlo de ese ambiente rudo y vulgar de Múnich. De las nefastas influencias de Esser. En otro caso, siento decirlo, deberemos prescindir de él. Pero ahora tenemos la obligación moral de mirar hacia delante. ¡Nada de nostalgias románticas! No podemos confiar en ningún veterano militar que crea que deba salvar a la patria. Por otra parte este sistema capitalista no nos conducirá a ninguna parte. Existe otra manera muy diferente de hacer las cosas, y por lo tanto tenemos la obligación de cambiarlo. ¡Si tuviéramos un periódico importante que nos apoyara iríamos mucho más deprisa! ¡Ese «Völkischer Beobachter» no es más que un lastimoso panfleto! ¡Necesitamos algo más convincente si pretendemos llegar a alguna parte!
Goebbels daba la impresión tener mucha confianza en él, y le habló de la necesidad de convencer a las masas empleando cualquier medio.
—Mire Karl. La verdad es incómoda en la mayoría de las ocasiones, tengo muy claro que si fuésemos con la verdad por delante no podríamos coexistir, pero en política es funesta. Lo pragmático es repetir lo que uno pretende tantas veces como sean necesarias para que la gente termine por creerlo. Ahora debemos luchar por aniquilar el sistema de gobierno de nuestra patria, y para ello somos nosotros los que tenemos que hacer algo. No se trata tanto de que se dedique completamente al partido, como que tengamos la certeza de que podremos contar con usted cuando sea preciso. Cuando le necesitemos le llamaremos, piense que como usted tenemos a miles de personas comprometidas en una causa justa para Alemania. ¿De acuerdo entonces? Bien, pues así quedamos. Tendrá noticias nuestras y, naturalmente, no tendré que aclararle que lo que lo haga por la causa le será recompensado, ¡aunque sé que actúa de una manera altruista y generosa! Verá, dentro de un mes tenemos una reunión en Hannover. Me gustaría que pudiera asistir y presentarle a algunas personas interesantes para que vaya entrando en materia.
Karl aceptó la oferta, no sólo porque se sentía muy cerca de aquellas ideas, a pesar de que en Múnich no se sintió identificado. Él era de otra manera, por su forma de ser prefería la reflexión, el análisis y el trabajo intelectual que las manifestaciones y las luchas callejeras. Goebbels parecía tener las ideas muy claras. Se despidieron haciendo votos de amistad.
Karl siguió centrado en su trabajo. En la empresa le habían dado carta blanca para investigar en nuevos sistemas ópticos, y eso le satisfacía. Cuando necesitaba algún nuevo aparato para el laboratorio lo adquirían sin rechistar. Tiempo después le propusieron entrar en la sociedad y como disponía de cierto capital por su herencia, aceptó. Ya no era un simple empleado, sino que se sentaba en el consejo de administración y participaba en la toma de decisiones. A finales de 1925 las cosas habían cambiado muy positivamente, Alemania tenía un futuro por delante.
El veinte de noviembre, dos días antes de la reunión de Hannover, tuvo una llamada de Goebbels recordándole la cita. Quedó con él en que se encontrarían en el «Hotel Central» de aquella ciudad la tarde en que se celebraría la reunión. El día señalado cogió el tren hasta Hannover, una vez allí se dirigió en un taxi al hotel y aguardó en el vestíbulo. Vio llegar a Goebbels acompañado de otros. Cuando le vio se dirigió muy efusivamente hacia él y le presentó a sus compañeros. Se dio cuenta de que eran hombres jóvenes o de mediana edad, muy parecidos a él, y que aquel hombre estaba montando una organización de futuro. Luego se dirigieron a la reunión en el sótano de otro hotel cercano. Un gran salón con columnas lleno de gente impaciente que aguardaba el comienzo. Hizo un cálculo aproximado y contó cerca de trescientos asistentes. Ni una sola mujer entre ellos. Unos minutos más tarde entraron los hermanos Strasser y otros que no conocía.
El que llevaba la voz cantante era Gregor Strasser. Su hermano Otto sólo asentía a lo que se decía. Para su sorpresa, Gregor Strasser realizó un ataque frontal al grupo de Múnich. Habló del «pequeño burgués con ínfulas revolucionarias» refiriéndose a Adolf Hitler. Karl estaba de acuerdo en principio con lo que allí se estaba hablando. Él había podido observar directamente el cargado ambiente en la Bürgerbräukeller, y aquel día pensó incluso en abandonar el partido. Pero lo que estaba escuchando a Strasser y lo que proponía Goebbels era otra cosa mucho más sensata. Se decidió crear un nuevo periódico que se titularía «Der Nationale Sozialist», en paralelo a Múnich. Pensó que aquello, sin duda, habría sido una iniciativa de su nuevo amigo Goebbels. El ambiente se fue caldeando cuando el orador volvió a expresar sus dudas de que el camino marcado por el grupo de Múnich fuese el más adecuado. Dijo que desde allí se esparcía por toda Alemania un tufillo pequeño burgués y unas ideas confusas, y que eso había que arreglarlo cuanto antes.
En un momento dado Karl temió encontrarse en otra encerrona como en Múnich. Él sólo estaba interesado en ayudar a salir a Alemania de la situación. Incluso llegó a dudar de si debía marcharse por las buenas. Hacer como que iba a los servicios y buscar otras opciones. Sin embargo lo retuvo el hecho de que en aquellos momentos su nuevo amigo Joseph Goebbels subió al estrado. Una patética figura que cojeaba, con un traje excesivamente holgado, que acentuaba su delgadez, el rostro muy pálido, casi de convaleciente.
Cuando comenzó a hablar, Goebbels se transfiguró. Su voz no se correspondía con su imagen. Hablaba con energía, con facilidad, empleando las expresiones adecuadas. Pronto todos los presentes se encontraban en absoluto silencio, escuchando a aquel hombre que les hablaba como si lo estuviese haciendo con cada uno de ellos particularmente.
Aquel día Karl comprendió que si quería hacer algo por Alemania tendría que seguir a Goebbels. Cuando acabó el acto fue a saludarlo para decirle que contara con él si lo necesitaba. Luego le dijeron que fuera a tomar algo con ellos. Pudo hablar con Gregor Strasser, quien le comentó que ya había oído hablar de él a Goebbels.
—Mire, querido amigo. En Alemania van a pasar muchas cosas, pero para llevarlas a cabo necesitaremos a personas como usted. Siga con su vida y en su momento le llamaremos. Mejor dicho, Alemania le llamará. ¿Quién sería capaz de no atenderla?
Karl volvió a Berlín con la certeza de que aquella gente antes o después lo cambiaría todo, y que entonces él estaría allí para colaborar con ellos.