26. EL PRÉSTAMO
(BERLÍN, JULIO DE 1925)
El inesperado fallecimiento de Matthias Lamberg había privado a Charlotte Wilhelm de su apoyo económico. A pesar de sus malos comienzos, durante los últimos años la ayudaba en lo que podía, y le proporcionaba dinero cuando ella se lo pedía, cada vez más frecuentemente. Toda aquella pesadilla de la hiperinflación en la que resultaba imposible adquirir nada, cuando para comprar una barra de pan literalmente había que llevar los billetes en una carretilla. Esa época la había arruinado definitivamente. En aquellos momentos tenía un montón de facturas por pagar, y era consciente de que no podría aguantar mucho más. Nadie le había respondido positivamente, ni parientes lejanos, ni amigos. Todos le cerraron las puertas, algunos sin querer escucharla, y detestaba tener que pedírselo a su hija, ya que desde que se había casado con Karl Edelberg no se llevaban muy bien. Aún recordaba la última vez que se vieron, cuando Ilse le dijo que sintiéndolo mucho no iba a poder prestarle más dinero. Era cierto que por entonces llevaba varios meses pidiéndole importantes cantidades. Tuvieron una violenta escena y ambas se habían separado agraviadas. Le resultaba imposible volver a humillarse y pensó que antes prefería morirse de hambre.
Fue entonces cuando volvió a pensar en escribir a David Goldman. Recordaba que aquel hombre la había ayudado cuando se lo pidió para sacar adelante a Ilse, aunque de eso hacía muchos años. Estuvo dudando varios días hasta que finalmente se decidió a hacerlo, no perdía nada.
Cuando introdujo la carta en el buzón meditó que tendría que tragarse su dignidad. Le había pedido veinticinco mil nuevos marcos, lo que era una sustanciosa cantidad de dinero que le permitiría salir adelante un par de años. Le había prometido devolvérselos en cuanto pudiera, y pensaba hacerlo cuando se aclarara lo de la herencia de Matthias Lamberg, si no salía algún pariente con más derechos. En cuanto a Goldman ya no había ninguna excusa para acudir a él. Lo que ocurrió entre ambos era algo muy lejano, y ella ya no era aquella jovencita inocente que cayó en sus brazos sin saber lo que era la vida, sino una mujer madura en serios apuros económicos. Goldman representaba todo lo que ella odiaba. Un judío adinerado que la dejó embarazada mediante mentiras, y la humillaba tener que pedirle ayuda a aquellas alturas de la vida, pero había momentos en que era preciso hacer de tripas corazón para intentar sobrevivir, y al menos no tendría que verlo.
Cuando unas semanas más tarde recibió una carta del banco, creyó que se trataba de otra amenaza de embargo sin más. Su sorpresa fue al abrir la carta y encontrar que le comunicaban una transferencia a su cuenta por importe de cincuenta mil marcos, realizada desde Viena por David Goldman. Tuvo que sentarse sollozando aliviada al comprender que de momento sus problemas habían acabado. Goldman le había enviado el doble de lo que ella le había pedido, con la certeza entonces de que no se molestaría en contestarla. Con aquella cantidad no solo podía ponerse al día. Podría vivir a otro nivel bastante tiempo. Era como si la vida le hubiera dado una segunda oportunidad. Cuando entró en el banco el director salió al patio de operaciones a saludarla, la hizo pasar a su despacho y por primera vez en mucho tiempo el sudoroso hombre sonreía a todo lo que ella decía. Era evidente que las cosas habían cambiado.
Charlotte Wilhelm estuvo dudando de cuál debería ser su respuesta. Finalmente tomó la decisión de escribirle una nota agradeciéndole a David Goldman lo que había hecho, y volviendo a prometerle que se lo devolvería cuanto antes, ya que lo consideraba un préstamo. Cuando ya la había introducido en un sobre cambió de opinión y rompió la carta. Lo mejor sería no contestar. En cualquier caso estaba claro que aquel hombre seguía teniendo mala conciencia, y le sobraría el dinero. Aquella importante cantidad no significaría nada para él. Sólo un lujo más que podía permitirse, y por qué no pensarlo, la manera de obtener la satisfacción de saber que podía humillarla sutilmente. Seguramente no habría olvidado que ella lo había insultado una vez, que después le prohibió acercarse y que ni siquiera le dio la oportunidad de conocer a su propia hija. La venganza era un plato que se comía frío, y probablemente aquella «generosidad» le habría colmado de satisfacción.
Charlotte Wilhelm intentó proseguir su vida con normalidad. Lo primero que hizo fue llevarle a su hija todo el dinero que le había prestado en los últimos tiempos. Lo tenía anotado en un papel. Seis mil cuatrocientos marcos que le llevó en efectivo en un sobre a su casa. Se mantuvo todo lo fría y digna que pudo mientras ambas intentaban no recordar su último encuentro. Cuando Ilse le preguntó que de dónde había sacado todo aquel dinero, ella no se dio por aludida. Hasta que finalmente se lo contó. Le había pedido un préstamo a David Goldman.
Ilse se le quedó mirando con incredulidad. Parecía muy enfadada. ¿Le estaba contando que había pedido un préstamo a aquel judío? ¿Y cómo pensaba pagárselo? Su hija parecía histérica.
—Bueno —replicó titubeante—, no se trata de un préstamo en el sentido literal de la palabra. Esto es algo diferente.
Le explicó que ella sólo le había pedido que le enviara algo de dinero, y había recibido cincuenta mil marcos en su cuenta sin más. No había firmado ningún documento, creía que no tenía ninguna obligación de devolverlo.
Pero Ilse no pareció estar nada conforme con aquella explicación. Aquella suma, le remarcó con acritud, era una importante cantidad de dinero. Nadie hacia un regalo así por nada, y mucho menos, mientras se quedaba mirándola fijamente, un financiero judío. Podría comprometerla, ¡de hecho ya lo estaba! ¡Una transferencia bancaria demostraría siempre que él le había prestado el dinero, y que por tanto tendría derecho a reclamárselo! ¿De dónde pensaba sacar ella aquella importantísima cantidad en el futuro si tal cosa sucedía como era de esperar? Simplemente era algo sin sentido; aquello debía aclararse cuanto antes y que mientras procurara no hacer uso del dinero. Añadió muy nerviosa que se llevara el dinero que había traído, que ella podía esperar el tiempo que hiciera falta a que su madre se rehiciera económicamente, y que, en cualquier caso, cuando se lo dio no pensaba reclamárselo.
Charlotte Wilhelm abandonó la casa de su hija desmoronada anímicamente, pensando en qué pretendería aquel David Goldman de ella. Caminó obsesionada hacia la parada del tranvía dándole vueltas a lo que Ilse le había dicho. ¿Pero cómo iba a devolverle el dinero a aquel judío? De entrada el banco ya había restado una importante suma en concepto de amortización de su deuda. Por otra parte ella estaba pagando los atrasos en muchos sitios. Ya no podría devolver la transferencia de todo el importe. No sabía qué hacer.
Estaba llegando a su casa cuando vio a Hans, el cartero de toda la vida saliendo del portal. El hombre se dirigió a ella sonriendo con alivio.
—¡Señora Wilhelm! ¿Pero dónde se ha metido? ¡Me alegro de verla, llevo varios días intentando entregarle esta carta certificada! ¡Firme aquí, por favor! ¡Me tenía preocupado!
Se quedó parada frente al portal con la carta en la mano. Allí lo tenía. El remite lo dejaba claro: «David Goldman-Opernring 71, 3.º - Viena-Austria».
Debía enfrentarse a la realidad, pero no podía evitar que le temblara la mano. Entró en su piso con el rostro demudado, con el alma en vilo, pensando que, como siempre temió, había terminado por caer en las redes del destino. Tuvo que beber un sorbo de agua pues notaba la boca seca. Luego se sentó junto a la ventana, suspiró y con la tijera de la costura abrió el sobre. Se puso los anteojos y leyó:
Sra. Charlotte Wilhelm
Breiter Strasser 25-2.º D-Berlín
Viena 15 de julio de 1925
Querida Charlotte. Permíteme que a pesar del tiempo que ha transcurrido te siga tuteando. Efectivamente han pasado muchos años, pero aún no me lo he perdonado. Siento lo que ocurrió, pero no me arrepiento de haber sentido por ti mi primer amor. Te confesaré que sigo sintiendo nostalgia.
Sé que tienes una hermosa hija. No sé si ya se habrá casado. ¡Qué rápido transcurre el tiempo! Habría querido que las cosas hubieran sido de otra manera. No pudo ser.
También me hubiera gustado tener la oportunidad de conocerte mejor. El destino es impredecible y las cosas casi nunca resultan como deseamos. Pero si deseo que sepas que mis sentimientos entonces fueron sinceros.
Me alegro de poder echarte una mano en estos difíciles momentos. En ocasiones la vida es demasiado dura. No dudes en acudir a mí si necesitas algo más. Lo haré con sumo gusto. Por supuesto considéralo como la ínfima parte de la impagable deuda que mantengo contigo. Por supuesto sólo es un obsequio sincero y desinteresado de alguien que en su día no supo afrontar la realidad.
Un amistoso y respetuoso saludo. Tuyo.
David Goldman