21. UNA LECCIÓN DE HISTORIA EN UNA VIEJA NUEVA TIERRA

(PALESTINA, ENERO DE 1924)

El 1 de enero de 1924, Selma Goldman se despidió de su nuevo amigo Nahum Goldman, ya que él quería quedarse unos días en Haifa. Quedaron en mantenerse en contacto. Nahum le aseguró que la vería en Tesalónica o en Viena, ya que en ambas ciudades tenía cosas que hacer, y que confiaba en que a partir de entonces coincidirían más de una vez.

Selma se dirigió al sur, a Jaffa, en el tren de la costa, ya que había quedado allí con Ben-Gurión, el secretario general del Histadrut, la confederación sindical de trabajadores hebreos de Israel. Le habían hablado de aquel hombre como de un líder nato, alguien con una increíble voluntad. Se había puesto en contacto con él por carta desde Tesalónica, y dos meses después recibió la contestación de Ben-Gurión, diciéndole que sería muy bien recibida. Durante el trayecto iba pensando en lo difícil que podría llegar a ser transformar aquel lugar en un país para los judíos, tal y como Theodor Herzl había soñado. Selma no se arredraba nunca ante las dificultades, pero empezaba a comprender que aquello sería una labor de titanes.

Cuando el tren llegó a Jaffa, caminó desde la estación, un pequeño edificio junto al que terminaba la vía, hasta el antiguo barrio de Ajamí, donde había quedado con Ben-Gurión. Llegó a la dirección, un antiguo edificio, preguntó por él y le dijeron dónde estaba. Lo encontró en el interior de un viejo almacén manejando con soltura una linotipia, con las manos y los antebrazos manchados de tinta. Era un hombre joven de rostro inteligente, fuerte, con el cabello encrespado. La saludó con un gesto con la mano disculpándose por no poder detener el proceso.

—¡Aquí me tienes, imprimiendo unos carteles del sindicato! A los ingleses no les hace mucha gracia, y tenemos que imprimirlos en cualquier parte. ¡La Histadrut es el primer eslabón de la cadena! Siéntate unos minutos y ahora hablamos.

Después la llevó con él y le pidió que le ayudara a pegar los carteles por las paredes con una lata de engrudo y una brocha. Al terminar con el último la invitó a almorzar con algunos de sus colaboradores en una pequeña fonda cercana, poco más que un patio encalado con una esbelta palmera en un lateral y una gran mesa bajo una parra. Hablaron de lo que estaba sucediendo en Palestina y de su absoluta fe en la creación del estado judío. En aquel momento se dio cuenta de la clase de persona que era Ben-Gurión y de que nadie podría cambiarlo.

—¡Los inescrutables caminos de la providencia! ¡Gracias a Jaim Weizmann, y su genial descubrimiento de esa bacteria «Clostridium acetobutylicum», el gobierno británico y en su nombre, lord Balfour realizó la declaración que nos abrió la puerta! ¡Nadie podrá echarnos ya de nuestra tierra! ¿Sabes cómo sucedió? Te lo contaré, Weizmann sonríe cuando lo escucha. Verás. Tras obtener la nacionalidad británica y dada su formación científica, en 1916 lo designaron para dirigir los laboratorios de la marina real. A través de la fermentación de esa bacteria, logró obtener acetona, necesaria para la producción de cordita, imprescindible para fabricar el explosivo para la artillería, que escaseaba en aquellos momentos. Eso hizo que el gobierno británico se sintiera en deuda con él, y de hecho el Almirantazgo había ofrecido un premio a quien descubriera el proceso. Weizmann comprendió que si los británicos ganaban la guerra, entre otras cosas lograrían Palestina, así que fue a ver al lord del Almirantazgo y le pidió como premio que Palestina fuese el hogar nacional judío. Al menos eso es lo que se cuenta. El lord se quedó muy sorprendido, pero le prometió llevarlo al gobierno y, te lo creas o no, de aquello surgió la Declaración Balfour.

—¡No puede ser! —exclamó Selma con una mirada de incredulidad.

—Al poco tiempo cuando los británicos lograron vencer a los turcos y entrar en Jerusalén —continuó Ben-Gurión— Weizmann viajó hasta aquí y se entrevistó con el príncipe Faysal, el heredero de Hussein ibn Alí, el jerife de la Meca y jefe de la dinastía hachemita. Faysal sólo tenía una obsesión: Conseguir un gran estado árabe unificado que incluyera Siria, Arabia e Iraq, proponiendo la capital en Damasco. En aquel momento Palestina era algo marginal en sus ambiciosos planes, y más teniendo en cuenta que el interés de muchos países era internacionalizar la región debido a la enorme influencia extranjera, con una gran población cristiana dispersa, monasterios, ermitas, iglesias y otros lugares santos, incluyendo lo que significaba para los cristianos Jerusalén, y más después de haberla recuperado de los turcos, en la especial cruzada del general Allenby. Por supuesto también existían muchos asentamientos «yishuv», los judíos que la habitaban ancestralmente, además de turcos, griegos ortodoxos, armenios, beduinos nómadas, y la población árabe residente. Para Faysal aquella región no era fundamental en sus planes, que se basaban en la llamada «Correspondencia Hussein-Mac Mahon». Si conseguía establecer un acuerdo con el pragmático Weizmann, pensaba que lo ayudaría a convencer a los británicos, pues aunque sabía que los franceses se opondrían, confiaba más en los primeros. Así fue. Cuando Weizmann le pidió que no se opusiera a la inmigración de judíos, Faysal le replicó que él no tenía nada contra los judíos, ya que a fin de cuentas eran semitas como los árabes. Los consideraba parientes desheredados por la historia. Así que Weizmann logró firmar un acuerdo con Faysal, lo que irritó tremendamente a los árabes palestinos, que recordaban los acuerdos Sykes-Picot como una traición a sus esperanzas, y la declaración Balfour como una infamia. Para Weizmann la situación tampoco era fácil. Recordarás que la Organización Sionista Mundial tenía su sede en Berlín, y que muchos sionistas de Europa del Este creían que si Alemania ganaba la guerra necesitarían de su apoyo para conseguir Palestina. Ahora tenemos la certeza de que Gran Bretaña está arrepentida de su decisión al comprobar la reacción árabe, y no nos lo va a poner fácil.

»Por ese motivo es importante que los judíos tengan muy claro lo que pretendemos y cuál es el camino que estimamos correcto. Necesitamos a personas como tú, que colaboren desde Viena, Berlín, París o Londres. Esta es la tierra de Israel «Eretz Israel», y queremos transformarla en nuestra patria, el estado judío, el lugar donde los judíos finalmente serán libres, sin necesidad de depender de terceros. Pinsker lo vio claro cuando escribió «Autoemancipación» y más tarde Herzl lo plasmó en su tesis «El Estado Judío». No somos tan ingenuos como para pensar que va a ser un camino de rosas. Sabemos que va a resultar muy complicado, pero no por ello vamos a parar hasta que lo consigamos. Como sabes bien, muchos de los nuestros están convencidos de que antes que judíos son austríacos, alemanes, rusos, o de donde sean, y que por tanto el sionismo les perjudica, es como si les pusiera en evidencia en sus comunidades, como si les preguntasen: ¿Vosotros que sois al fin? ¿Rusos o judíos? ¿Alemanes o judíos?, y por tanto no quieren saber nada. Otros en cambio han comprendido que la única salida es la que nosotros proponemos y quieren colaborar, como es tu caso. Pues bien Selma, eres bienvenida. El movimiento te necesita, pero antes si te parece deberías visitar un kibutz, por ejemplo el de Degania, y allí empaparte durante un par de meses de lo que esa decisión significa. Si después sigues pensando lo mismo, te asignaremos a la delegación de Viena. ¿De acuerdo?

Naturalmente que estaba de acuerdo. Aquella noche la pasó en la casa de una amiga de Ben-Gurión junto a la playa de la nueva Tel Aviv. La mujer la acogió como a alguien de su familia diciéndole que se quedara allí el tiempo que quisiera. Con tantas emociones Selma era incapaz de conciliar el sueño. Sólo le daba vueltas y más vueltas a la cabeza. Ben-Gurión la había impresionado con su arrolladora personalidad, su conocimiento de la historia, su visión de futuro y todo lo que le había contado sobre la situación, como pensaba que sucederían las cosas. Le había asegurado que no existía nada imposible y que todo era cuestión de seguir siempre adelante, por muy difícil que parecieran las cosas. No rendirse jamás.

Por otra parte tenía dos hijos aún demasiado pequeños. Tendría que ser menos idealista y mucho más pragmática, aunque la tranquilizaba pensar que entre su abuela Esther y la chica que la ayudaba, Jacques y Esther estarían bien cuidados, y podría permanecer un tiempo en Palestina. No porque tuviera la menor duda, sino porque deseaba conocer en profundidad lo que significaba ser sionista. Estaba decidida a conocer el kibutz de Degania.

Mientras veía subir la luna creciente en aquel oscuro y transparente cielo cuajado de estrellas, a través de la ventana abierta de par en par, escuchando el sonido de las olas que rompían en la cercana playa, pensaba que nunca antes en toda su vida había intentado nada tan ilusionante. Recordaba las últimas palabras de su abuela al despedirse de ella en la puerta de la casa en Tesalónica: «Selma, haz siempre lo que creas que debes hacer».