15. EL SIONISTA
(PALESTINA, VERANO DE 1923)
Selma Goldman quiso conocer de primera mano lo que estaba sucediendo con el sionismo en Palestina. En julio de 1923, tras convencer a la abuela Esther de que era su obligación moral ir a Palestina, e indagar acerca de cómo podría llegar hasta allí, viajó desde Tesalónica en un motovelero de apenas treinta y cinco metros de eslora, que comerciaba trayendo naranjas de Palestina al Pireo, y llevando artículos manufacturados desde los puertos griegos, uno de ellos Tesalónica, a Haifa. Pudo adquirir uno de los dos pasajes que se ofertaban, y que complementaban los ingresos del patrón, Stefanos Papadoulos, quien le cedió su camarote durante la travesía que duró cinco días. En el velero conoció a su compañero de travesía, Nahum Goldman, que compartía su apellido y tenía su misma edad. Congeniaron desde el primer momento, cuando ella lo llamó «primo» debido a la coincidencia de apellidos y él no se molestó por ello. Acababa de graduarse en leyes y filosofía en Berlín, aunque le contó que también había estudiado en Marburgo y Heidelberg, de lo que se sentía muy orgulloso. Había nacido en Wischnewo, en Lituania, pero su familia había emigrado a Frankfurt en 1.900, por lo que se consideraba alemán, con matices.
Nahum mostró un gran interés cuando Selma le contó su intervención como traductora en la conferencia de Versalles, y su relación con Venizelos, Clemenceau y Wilson. Desde aquel momento la observaba con respeto y quiso conocer en detalle cómo eran aquellos líderes, y si tenían alguna opinión personal o política sobre los judíos. Le dijo que le hubiera encantado participar también como traductor, ya que además del alemán, que consideraba su lengua, hablaba muy bien el yiddish, había estudiado hebreo, francés, inglés, y conocía el polaco y algo de ruso por su infancia. Nahum era sionista por convicción y se quedó gratamente sorprendido al saber que Selma que acababa de «convertirse», como ella le expresó. Más tarde Selma le contó su divorcio, y le explicó que era madre de dos niños que en aquellos momentos estaban en Tesalónica con su abuela. Nada tenían que ver sus familias, ya que además Goldman era un apellido frecuente entre los miembros de la comunidad hebrea del este de Europa. Ella le contó que participaba de dos herencias bien diferentes. Por parte de padre se consideraba askenazi, y por parte de madre sefardí. Aquello le había permitido analizar las dos ramas, aunque le dijo que en su caso predominaba el alma sefardí.
Nahum la observaba cada vez con más interés. Selma era, para él, el prototipo idealizado de mujer sionista, culta, conocedora del mundo, con una gran experiencia política por su intervención en la conferencia de Versalles, convencida por propio criterio de que el sionismo era el único camino válido para los judíos, sobre todo los europeos, y así se lo hizo saber.
—Selma, permíteme que te cuente algo. Desde 1897 en Basilea, cuando Theodore Herzl expresó sus ideas, los que creemos que el sionismo es la única solución a la cuestión judía compartimos unas metas. La primera es la unidad del pueblo judío, hasta ahora tan disperso y heterogéneo. Tú misma eres el paradigma. La mitad de tu sangre es askenazi, la otra mitad, sefardí. Dos universos muy diferentes, que poco tienen en común, salvo la religión, el Talmud, la Tora y unas referencias, como las celebraciones, algunos antiguos rituales, y poco más. Los judíos estamos divididos. Muchos están convencidos de que son verdaderos alemanes, austríacos, franceses, o americanos. ¡Y no es cierto! ¡No lo son! ¡Están engañados, y algún día despertarán amargamente de su error! Los judíos deben agruparse en Eretz Israel, en ese estado judío que Herzl intuyó que un día existiría. ¡Leshaná Haba’á Birushalayim!, el año próximo en Jerusalén. Allí volveríamos a ser judíos sin interferencias ni autoengaños. Solo allí se pondrán en valor la herencia y la cultura judía. Naturalmente, mientras eso ocurre, los sionistas debemos defender a los nuestros donde se hallen, y para conseguirlo necesitamos a personas como tú. Deberíamos permanecer en contacto a partir de ahora, y si realmente tomas la decisión de colaborar con el sionismo me alegraré, ya que estoy seguro de que podrás aportar mucho a la causa. Como sabes bien, en cualquier caso, este asunto no nos va a resultar nada fácil. Para empezar, muchos miembros de la comunidad, en lugares como Viena, Berlín, o Frankfurt, piensan como austríacos y alemanes, y después, en todo caso mucho después y siempre con una cierta vergüenza, aceptan que son judíos. En ocasiones ni siquiera lo piensan, no lo quieren recordar, no les interesa o no les gusta que los asimilen. Pero la realidad es muy tozuda, y en algún momento nos pondrá a todos en nuestro lugar. Mira, yo pasé parte de mi juventud convencido de que era un muchacho alemán como cualquier otro. ¡Y no era cierto! Bien se ocuparon más de una vez de recordármelo. Eso me hizo pensar en el por qué, tal vez como te ha ocurrido a ti ahora. Entonces, sufrí una especie de catarsis interior, leí a Pinsker, a Herzl, a Moses Hess. Años más tarde conocí a Eliezer Ben Yehuda, a otros compañeros del movimiento. Te confesaré que ahora ya no puedo ver las cosas de otra manera, es como cruzar una puerta que no te permite volver atrás. El sionismo sólo permite mirar hacia delante. Desde noviembre de 1917, cuando la Declaración Balfour, lo que hasta aquel momento era una utopía se transformó en una esperanza muy real. ¡Lo tenemos ahí delante y depende de nosotros!
Tres días más tarde, con el mar como un plato, y después de haber tenido la oportunidad de hablar mucho sobre el tema, llegaron al puerto de Haifa. Selma y Nahum descendieron nerviosos y expectantes. Tuvieron que pasar el riguroso control británico, pero como mostraron sus respectivos pasaportes, austríaco y alemán, no tuvieron mayor problema para entrar, aunque les advirtieron que tuvieran precaución, ya que podrían ser atacados por árabes que no estaban de acuerdo con lo que estaba sucediendo. El oficial británico señaló hacia un recinto vallado con alambre de espino. En su interior se veían unas casetas construidas con viejos tablones de madera y chapas oxidadas, y pudieron ver dentro varias personas. El oficial les explicó con cierta suficiencia que se trataba de judíos que pretendían entrar en Palestina sin mostrar la documentación adecuada, y que por ello se encontraban allí, aguardando la decisión del comisionado británico. Nahum iba a replicarle, pero ella lo impidió apretándole fuerte el brazo. Él se dio cuenta y se mordió los labios.
Más tarde Nahum le dijo que cuando aquel país fuese un estado hebreo, aquello ya no volvería a suceder.
—¡Sé que soy un impaciente, Selma! ¡Pero es que llevamos dos mil años de retraso, y no quiero morirme sin saber lo que va a pasar aquí!
Salieron caminando del puerto y un poco más adelante un árabe les invitó a subirse a un carro tirado por mulas que los llevó hasta una pensión en las afueras. Se cruzaron con una larga caravana de camellos cargados de mercancías, conducidos por varios árabes que los observaron con curiosidad. Hacía mucho calor y Selma no podía dejar de darle vueltas a la cabeza imaginando que algún día no muy lejano aquel exótico y hermoso país volvería a ser la patria de los judíos.