11. UN CABALLERO DE LOS DE ANTES
(BERLÍN, 1922)
Joachim Gessner se consideraba el único con sentido común de la familia. A su hermana María ni siquiera la incluía en ella, ya que si había optado por los espartaquistas no podía tener su misma sangre. Desde sus estudios de bachillerato Joachim destacó por una mente privilegiada y una ambición desmesurada. El primero de la clase, el número uno, quería sobresalir por encima de los demás. Se licenció brillantemente en la universidad de Berlín, y más tarde realizó el doctorado en Derecho Comparado, lo que le libró de ir al frente, aunque en compensación tuvo que trabajar para los servicios de inteligencia del Estado Mayor, donde le encargaron un informe sobre los gases venenosos en el frente dentro del derecho de la guerra. La derrota lo sumió en una profunda tristeza, no podía llegar a comprender como había podido suceder, y sentía gran desconfianza hacia los vencedores, el Tratado de Versalles y sobre todo hacia el gobierno de Weimar.
Se había convertido en un experto en el empleo de todo tipo de gases en conflictos armados, como el fosgeno, el gas mostaza, los gases lacrimógenos. Poca gente sabía más que él de todo el asunto. Llegó a sentir una gran admiración por Fritz Haber, el gran bioquímico, hasta que se enteró de que era judío. Él se consideraba un buen alemán, y tenía a los austríacos y en particular a los vieneses por gente un tanto degenerada. Demasiada mezcla racial, con tantos eslavos, judíos, latinos y demás. Prefería cien veces Prusia. El verdadero centro del mundo. Se presentó a las oposiciones al cuerpo diplomático y las aprobó brillantemente. Los que lo conocían lo veían como un joven delgado, elegante, de mirada inteligente. Él mismo se consideraba un caballero de los de antes.
Desde hacía tiempo mantenía relaciones con Hannah Richter, doctora en filosofía por la universidad de Berlín. Nunca habían discutido, ya que resultaba imposible hacerlo entre dos personas tan diferentes; eran como universos que no interferían. Creían que ya eran demasiado mayores para el matrimonio. Él acababa de cumplir treinta y ocho años y ella treinta y seis. De momento, el «statu quo» que mantenían era suficiente.
Joachim pretendía ganar todo el dinero que pudiera, pero sobre todo, por el momento su máxima ambición era llegar a ser embajador de Alemania. Por otra parte le interesaba mucho la política, aunque veía con escepticismo el futuro a corto plazo, ya que con aquel gobierno espurio y débil no iban a ninguna parte.