9. MARKUS GESSNER

(VIENA Y FLORENCIA, FEBRERO DE 1922)

De Markus Gessner, gemelo de Joachim y sin embargo tan diferente, el preferido de Eva, se decían muchas cosas entre sus conocidos de Viena. En general habladurías sin fundamento, pues procuraba ser discreto, algo heredado de su madre, ya que de Friedrich Gessner, su padre, era mejor olvidarse. Markus vivía de sus rentas y no necesitaba trabajar para vivir. Pensaba en ocasiones que no hubiese soportado tener que depender de un sueldo, que alguien le dijera lo que tenía que hacer y lo que no.

Y menos a alguien como él, que trasgredía las normas de la puritana e hipócrita sociedad en que vivía. Homosexual reconocido, con un amante italiano, Carlo Mattei, un hombre culto y agradable con el que se veía en Florencia. Ambos procuraban no llamar la atención, mantenerse al margen, ir a lo suyo. A pesar de todo en Viena se murmuraba acerca de sus tendencias, y por ese motivo procuraba no dejarse ver mucho en público. Aquello le había llevado a salir de noche, a mantener un círculo de amistades muy pequeño, de otros como él, aun sabiendo que muchos ocultaban sus tendencias intentando llevar una vida «normal». Por supuesto su padre y sus hermanos no tenían nada que opinar acerca de ello. Lo habían dejado por imposible y lo único que le exigieron fue que lo llevara con la máxima discreción. Joachim era el único con el que desde siempre mantenía fuertes discrepancias, no se soportaban, por lo que procuraba no coincidir con él. Había sido así desde que tenía uso de razón. Se había librado de la guerra gracias al certificado médico conseguido a través de un doctor amigo de su padre, que le daba como «No útil para el servicio». Un eufemismo que quería decir «Inútil total», aunque a él le daba lo mismo.

En cualquier caso a Markus le horrorizaba la sangre, la violencia, el haber tenido que soportar a todos aquellos viriles tipos insultándole o riéndose de él durante toda la vida, en el colegio y más tarde en la universidad. Como lo que le había sucedido a Alex, su íntimo amigo de la facultad. Alex Feder había sido reclutado, ya que le dio vergüenza reconocer su tendencia. Después fue obligado a presentarse en un cuartel situado a las afueras de la ciudad, donde pocos días más tarde lo violaron. Aterrorizado huyó y de inmediato fue declarado prófugo. Fue detenido de vuelta en Viena, condenado por un tribunal militar en tiempo de guerra dos días más tarde, ya que todo aquello había sucedido en noviembre de 1915. Fue fusilado sin más. Cada vez que Markus pensaba en ello lo veía como una terrorífica pesadilla y sentía un profundo escalofrío. Desde entonces ocultaba su homosexualidad y sólo la mostraba entre los más cercanos, aquellos que eran como él, siempre que los conociera. Alex no había sido condenado por serlo, pero en cualquier caso el resultado fue trágico y fatal.

A Carlo Mattei lo había conocido casualmente en un hotel en Florencia. En cuanto se cruzaron sus miradas se comprendieron. Carlo tenía unos años más que él, pero no importaba. Era un hombre atractivo, sensible y culto. Se sintieron mutuamente atraídos, y la misma noche durmieron juntos en la habitación de Carlo. Aquella experiencia fue una revelación y, cuando se separaron dos días más tarde, tuvo la certeza de haber encontrado lo que llevaba toda la vida buscando. Carlo le había confesado lo mismo. Al mes siguiente volvieron a verse en Zúrich, pero aquel lugar era frío, sin el encanto de Italia. Decidieron que Florencia era un lugar más hermoso y acogedor, por lo que de nuevo volvieron allí. Aquel discreto hotel se convirtió en su lugar de encuentro. Iban al mismo hotel y cogían dos habitaciones colindantes. Naturalmente fue imposible mantener el secreto, pero nadie se daba por enterado. Siempre dejaban buenas propinas y eso facilitaba mucho las cosas.

Carlo Mattei rondaba los cuarenta, elegante y con buena presencia. Markus pensaba que su relación con él era lo mejor que le había ocurrido nunca. Carlo era profesor de arte en la universidad de Bolonia. «Los italianos son demasiado viriles para ser homosexuales», le había dicho riendo, mofándose de un artículo en el que el jefe del fascio, Benito Mussolini, director de «Il popolo d’Italia», hacía esa ridícula afirmación. La última vez que se habían encontrado, en febrero de 1922, Carlo le dijo que probablemente tendrían que cambiar su lugar de cita. Buscar un sitio más discreto, donde nadie los conociera. Las cosas estaban cambiando en Italia, y Carlo, que se consideraba marxista, le confesó que no soportaba la violencia que se estaba ejerciendo en toda Italia contra los comunistas. Temía que en cualquier momento ocurriera algo. Pensaron en volver a Zúrich, pues allí todo el mundo actuaba con discreción, pero estaban indecisos; no resultaba tan fácil abandonar Florencia. Carlo le confesó una noche que en sus pesadillas soñaba que Italia estaba gestando una bestia terrible que nacería pronto y que devoraría a muchos inocentes, que ni siquiera eran conscientes de lo que estaba sucediendo. Muchos italianos miraban para otro lado, aquellas brutales peleas entre los comunistas y los fascistas no iban con ellos.

—¡Y están muy equivocados! —Carlo no podía comprender como la gente no percibía lo que estaba llegando—. ¡Los fascistas traerán el infierno para todos! ¡Y aunque no lo saben, también para ellos!

Cuando volvía a la plácida y civilizada Viena, Markus veía las cosas de otra manera. Los italianos eran muy apasionados. En el fondo creía que el equivocado era su amigo Carlo, todo aquello del «fascio» no sería más que una tormenta de verano que descargaría con muchos truenos, pero que al final quedaría en nada, como casi siempre ocurría en aquellas hermosas ciudades del norte de Italia.