LO ESENCIAL PRECEDE A LA EXISTENCIA
Para el homo religiosus, lo esencial precede a la existencia. Esto es valedero tanto para el hombre de las sociedades «primitivas» y orientales como para el judío, el cristiano y el musulmán. El hombre es tal como es hoy día porque ha tenido lugar ab origine Una serie de acontecimientos. Los mitos le narran estos acontecimientos y, al hacerlo, le explican cómo y por qué fue constituido de esta manera. Para el homo religiosus, la existencia real, auténtica, comienza en el momento en que recibe la comunicación de esta historia primordial y asume las consecuencias. Siempre hay historia divina, pues los personajes son los Seres Sobrenaturales y los Antepasados míticos. Un ejemplo: el hombre es mortal porque un antepasado divino perdió, estúpidamente, la inmortalidad, o porque un Ser Sobrenatural decidió quitársela, o porque a consecuencia de un acontecimiento mítico, se ha encontrado dotado a la vez de sexualidad y de mortalidad, etc. Ciertos mitos explican el origen de la muerte por un accidente o por una inadvertencia: el mensajero de Dios, un animal, olvida el mensaje o, perezoso, llega demasiado tarde, etc. Es una manera pintoresca de expresar lo absurdo de la muerte. Pero en estos casos también la historia continúa siendo una «historia divina», porque el autor del mensaje es un Ser Sobrenatural y, a fin de cuentas, habría podido, si hubiera querido, anular el error de su mensajero.
Si es cierto que los acontecimientos esenciales tuvieron lugar ab origine, estos acontecimientos no son los mismos para todas las religiones. Lo «esencial» es, para el judeocristiano, el drama del Paraíso, que ha cimentado la actual condición humana. Para el mesopotamio, lo esencial es la formación del Mundo por medio del cuerpo despedazado del monstruo marino Tiamat y la creación del hombre con la sangre del archidemonio Kingu, mezclado con un poco de tierra (en resumen, con una sustancia derivada directamente del cuerpo de Tiamat). Para un australiano, lo «esencial» se reduce a una serie de acciones efectuadas por los Seres Sobrenaturales en los «Tiempos del sueño».
Es imposible presentar aquí todos los temas míticos que representan —para las diferentes religiones— lo «esencial», el drama primordial que ha constituido al hombre tal como es hoy día. Baste recordar los tipos principales. Asimismo, lo que nos interesa en primer lugar en este punto de la investigación es descubrir las actitudes del homo religiosus en relación a lo «esencial» que le precede. Suponemos a priori que ha podido haber varias actitudes, porque, como acabamos de ver, el contenido de ese «esencial» que se decidió en los Tiempos míticos varía de una visión religiosa a otra.
«DEUS OTIOSUS»
Un gran número de tribus primitivas, especialmente las que han quedado en el estadio de la recogida y de la caza, conocen un Ser Supremo: pero no desempeña apenas ningún papel en la vida religiosa. Por lo demás, se saben pocas cosas de él, sus mitos son poco numerosos y, en general, bastante simples. Este Ser Supremo es considerado como el creador del Mundo y del hombre, pero abandonó muy pronto sus creaciones y se retiró al Cielo. A veces ni siquiera acabó la creación, y es otro Ser divino, su «Hijo» o su representante, el que se encarga del trabajo. Hemos discutido en otra parte la transformación del Ser Supremo en deus otiosus; aquí nos limitaremos a unos cuantos ejemplos[1]. Entre los Selk’nam de la Tierra del Fuego, el Dios, que se llama «Habitante del Cielo» o «El que está en el Cielo», es eterno, omnisciente, todopoderoso, pero la Creación la acabaron los antepasados míticos, creados también por el Ser Supremo antes de retirarse más allá de las estrellas. Este Dios vive aislado de los hombres, indiferente a los asuntos del Mundo. No hay imágenes, ni sacerdote. No se le dirigen oraciones más que en caso de enfermedad («Tú, el de lo alto, no me lleves a mi hijo; es todavía demasiado pequeño») y se le hacen ofrendas especialmente en las inclemencias del tiempo.
Los Yorubas de la Costa de los Esclavos creen en un Dios del Cielo llamado Olorum (literalmente, «Propietario del Cielo»), que, después de haber comenzado la creación del Mundo, deja el cuidado de acabarlo y gobernarlo a un Dios inferior, Obatala. En cuanto a aquél, se retiró definitivamente de los asuntos terrenos y humanos y no existen templos ni estatuas, ni sacerdotes de este Dios supremo convertido en deus otiosus. Con todo, se le invoca como último recurso en tiempo de calamidades.
Retirado en el Cielo, Ndyambi, el Dios supremo de los Hereros, ha abandonado a la humanidad en manos de las divinidades inferiores. «¿Por qué vamos a ofrecerle sacrificios? —explica un indígena—. No tenemos por qué temerle, porque, a diferencia de nuestros muertos, no nos hace ningún daño»[2]. El Ser Supremo de los Tumbukas es demasiado grande «para interesarse en los asuntos ordinarios de los hombres». Dzingbé, «el Padre Universal» de los Ewé, no se invoca más que en la sequía: «Oh Cielo, a quien debemos agradecimiento, grande es la sequía; ¡haz que llueva, que la tierra se refresque y que prosperen los campos!»[3]. El alejamiento y el desinterés del Ser Supremo se expresan admirablemente en un dicho de los Gyriamas del África Oriental, que describe así a su Dios: «¡Mulugu (Dios) está en lo alto, mis manes están abajo!» Los Bantúes dicen: «Dios, después de haber creado al hombre, no se preocupa más de él.» Y los Negrillos repiten: «¡Dios se ha alejado de nosotros!»[4].
Como se ve por estos pocos ejemplos, el Ser Supremo parece haber perdido la actualidad religiosa; está ausente del culto y los mitos muestran que se retiró lejos de los humanos; se ha convertido en un deus otiosus. El fenómeno se da, por otra parte, en las religiones más complejas del Oriente antiguo y del mundo indomediterráneo: al Dios celeste, creador, omnisciente y todopoderoso le sustituye un Dios fecundador, paredro de la Gran Diosa, epifanía de las fuerzas generatrices del Universo[5].
Desde cierto punto de vista, puede decirse que el deus otiosus es el primer ejemplo de la «muerte de Dios» frenéticamente proclamada por Nietszche. Un Dios Creador que se aleja del culto acaba por ser olvidado. El olvido de Dios, como su trascendencia absoluta, es una expresión plástica de su inactualidad religiosa o, lo que viene a ser lo mismo, de su «muerte». La desaparición del Ser Supremo no se traduce por un empobrecimiento de la vida religiosa. Por el contrario, podría decirse que las verdaderas «religiones» aparecen después de su desaparición: los mitos más ricos y más dramáticos, los rituales más extravagantes, los dioses y diosas de toda especie, los Antepasados, las máscaras y las sociedades secretas, los templos, los sacerdocios, etc., todo esto se encuentra en las culturas que han superado el estadio de la recogida y la caza menor, y en las que el Ser Supremo está o bien ausente (¿olvidado?), o bien profundamente amalgamado con otras figuras divinas, hasta el punto de hacerse irreconocible.
El «eclipse de Dios» de que habla Martin Buber, el alejamiento y el silencio de Dios que obsesiona a algunos teólogos contemporáneos no son fenómenos modernos. La «trascendencia» del Ser Supremo ha servido siempre de excusa para la indiferencia del hombre a su respecto. Incluso cuando se le guarda un recuerdo, el hecho de que Dios esté tan lejano justifica toda clase de negligencias, si no la total indiferencia. Los Fang de África Ecuatorial lo dicen con simplicidad, pero con mucha valentía:
«Dios (Nzame) está arriba, el hombre abajo;
Dios es Dios, el hombre es el hombre;
cada cual a lo suyo, cada cual en su casa»[6].
Este era, por otra parte, el punto de vista de Giordano Bruno: Dios «come assoluto, non ha che far con noi» (Spaccio della bestia trionfante).
Pero puede hacerse una observación: puede suceder que los hombres se acuerden del Ser Supremo olvidado o desatendido, especialmente en caso de una tormenta, epidemias, etc.. Véanse los ejemplos citados anteriormente (pág. 110). En general, no se acude a este Dios olvidado más que agotados todos los recursos, cuando todas las gestiones hechas cerca de otras figuras divinas han fracasado. El Dios Supremo de los Oraones es Dharmesh. En caso de crisis, se le sacrifica un gallo blanco y se exclama: «Hemos intentado todo, pero aún quedas tú para socorrernos… ¡Oh Dios!, tú eres nuestro Creador. ¡Ten piedad de nosotros!»[7]. Del mismo modo, los hebreos se alejaban de Yahvé y se acercaban a los Ba’als y a las Ashtartés cada vez que la historia se lo permitía, cada vez que vivían una época de paz y de relativa prosperidad económica, pero se veían impulsados forzosamente hacia Dios en las catástrofes históricas. «Entonces, gritaron al Eterno y dijeron: hemos pecado porque hemos abandonado al Eterno y hemos servido a los Ba’als y a las Ashtartés; pero, ahora, líbranos de las manos de nuestros enemigos, y te serviremos» (I Samuel, XIII, 10).
Pero incluso cuando el Dios supremo ha desaparecido completamente del culto y está «olvidado», su recuerdo sobrevive, disfrazado, degradado en los mitos y los cuentos del «Paraíso» primordial, en las iniciaciones y en los relatos de los chamanes y medicine-men, en el simbolismo religioso (los símbolos del Centro del Mundo, del vuelo mágico y de la ascensión, los símbolos celestes y de la luz, etc.) y en ciertos tipos de mitos cosmogónicos. Habría mucho que decir sobre el problema del olvido de un Ser Supremo a nivel «consciente» de la vida religiosa colectiva y de su supervivencia larvada al nivel del «inconsciente», o a nivel del símbolo, o, en fin, en las experiencias estáticas de algunos privilegiados. Pero la discusión de este problema nos alejaría demasiado de nuestro propósito. Digamos únicamente que la supervivencia de un Ser Supremo en símbolos o en experiencias estáticas individuales no deja de tener consecuencias en la historia religiosa de la humanidad arcaica. Basta a veces una experiencia semejante o la meditación prolongada sobre uno de los símbolos celestes para que una fuerte personalidad religiosa redescubra al Ser Supremo. Gracias a tales experiencias o reflexiones, en ciertos casos la totalidad de la comunidad renueva radicalmente su vida religiosa.
En suma, para todas estas culturas primitivas que han conocido un Ser Supremo, pero lo han olvidado más o menos, lo «esencial» consiste en estos elementos característicos: 1.°, Dios ha creado el mundo y el hombre; después se ha retirado al Cielo; 2.°, este alejamiento se acompaña a veces de una ruptura de comunicaciones entre Cielo y Tierra o de un alejamiento considerable del Cielo; en ciertos mitos, la proximidad inicial del Cielo y la presencia de Dios sobre la Tierra constituyen un síndrome paradisíaco (al que hay que añadir la inmortalidad original del hombre, sus relaciones amistosas con los animales y la ausencia de la necesidad de trabajar); 3.°, el lugar de este deus otiosus más o menos olvidado ha sido ocupado por diferentes divinidades, que tienen en común el estar más próximas al hombre y le ayudan o le persiguen de una manera más directa y más continuada.
Es chocante que el hombre de las sociedades arcaicas, en general muy preocupado por no olvidar los actos de los Seres Sobrenaturales de que le hablan sus mitos, ha olvidado ya al Dios creador convertido en deus otiosus. El Creador no sobrevive al culto más que cuando se presenta bajo la forma de un demiurgo o de un Ser Sobrenatural que ha dado forma al paisaje familiar (el «Mundo»); esto es lo que ocurre en Australia. Con ocasión de las ceremonias de renovación del Mundo, se le hace estar presente a este Ser Sobrenatural por medio del rito. Se comprende la razón: aquí, el «Creador» es asimismo autor del alimento. No sólo ha creado al Mundo y a los Antepasados, sino que también ha producido los animales y las plantas que permiten vivir a los humanos[8].
LA DIVINIDAD ASESINADA
Al lado de los Dioses Supremos y creadores que pasan a ser dii otiosi y se eclipsan, la historia de las religiones conoce Dioses que desaparecen porque les dieron muerte los hombres (precisando más, los Antepasados míticos). Contrariamente a la «muerte» del deus otiosus, que no deja sino un vacío rápidamente ocupado por otras figuras religiosas, la muerte violenta de estas divinidades es creadora. Algo muy importante para la existencia humana aparece a consecuencia de su muerte. Aún más: esta creación participa de la sustancia de la divinidad asesinada y, por consiguiente, prolonga en cierto modo la existencia. Asesinada in illo tempore, la divinidad sobrevive en los ritos mediante los cuales el crimen se reactualiza periódicamente; en otros casos, sobrevive especialmente en las formas vivas (animales, plantas) que han surgido de su cuerpo.
La divinidad asesinada no se olvida jamas, aunque puedan olvidarse algunos detalles de su mito. Menos aún se puede olvidar que es especialmente después de su muerte cuando se hace indispensable a los humanos. Veremos en seguida que en numerosos casos está presente en el propio cuerpo del hombre, sobre todo por los aumentos que consume. Mejor dicho: la muerte de la divinidad cambia radicalmente el modo de ser del hombre. En ciertos mitos, el hombre pasa a ser también mortal y sexuado. En otros mitos, el asesinato inspira el escenario de un ritual iniciático, es decir, de la ceremonia que transforma al hombre «natural» (el niño) en hombre cultural.
La morfología de estas divinidades es extremadamente rica y sus mitos son numerosos. Sin embargo, hay algunas notas comunes que son esenciales: estas divinidades no son cosmogónicas; han aparecido sobre la Tierra después de la Creación y no han permanecido en ella mucho tiempo; asesinadas por los hombres, no fueron vengadas y no han guardado siquiera rencor a los asesinos; por el contrario, les han mostrado cómo sacar provecho de su muerte. La existencia de estas divinidades es a la vez misteriosa y dramática. La mayor parte del tiempo se ignora su origen: se sabe solamente que han venido sobre la Tierra para ser útiles a los hombres, y que su obra maestra deriva directamente de su muerte violenta. Se puede decir también que estas divinidades son las primeras cuya historia anticipa la historia humana: por una parte, su existencia está limitada en el Tiempo; por otra, su muerte trágica vale para constituir la condición humana.
En el estado actual de la investigación es difícil precisar en qué estadio cultural se articuló netamente este tipo de divinidades. Como ha mostrado Jensen, y como veremos en seguida, los ejemplos más específicos se encuentran en los paleocultivadores, es decir, en los cultivadores de tubérculos. Pero este tipo de divinidad está atestiguado asimismo en Australia y, según parece, muy raramente, entre los cazadores africanos. He aquí un mito australiano: un gigante antropomorfo, Lumaluma, que era al mismo tiempo una ballena, llegó de la costa y, dirigiéndose hacia el Oeste, se comió a cuantos hombres encontró en su camino. Los supervivientes se preguntaban por qué disminuía su número. Se pusieron a espiar y descubrieron a la ballena en la playa, con el estómago lleno. Dada la alarma, se reunieron, y a la mañana siguiente atacaron a la ballena con lanzas. Le abrieron el vientre y sacaron los esqueletos. La ballena les dijo: «No me matéis y antes de mi muerte os mostraré todos los rituales iniciáticos que conozco.» La ballena efectuó el ritual ma’raiin, mostrando a los hombres cómo hay que bailar y todo lo demás. «Hacemos esto —les dijo—, y vosotros hacéis esto: todo esto yo os lo doy y os muestro todo esto.» Después de haberles enseñado el ritual ma’raiin, la ballena les reveló otros. Por último, se retiró al mar, y les dijo: «No me llaméis más Lumaluma, cambio de nombre. Me llamaréis nauwulnauwul, porque actualmente vivo en el agua salada»[9].
El gigante antropomorfo-ballena tragaba a los hombres para iniciarlos. Los hombres no lo sabían y la mataron, pero antes de «morir» (es decir, antes de cambiarse definitivamente en ballena), Lumaluma les reveló los rituales iniciáticos. Ahora bien, estos rituales simbolizan más o menos explícitamente una muerte seguida de resurrección.
En la tribu australiana Karadjeri, los dos hermanos Bagadjimbiri corrieron una suerte similar. En los «Tiempos del sueño» emergieron del suelo bajo la forma de dingos, pero se convirtieron a continuación en dos gigantes humanos. Modificaron el paisaje y civilizaron a los Karadjeri, revelándoles, entre otros, los rituales iniciáticos. Pero un hombre (i. e., un Antepasado mítico) los mató con una lanza. Resucitados por la leche de su madre, los Bagadjimbiri se transformaron en serpientes de agua, mientras que sus espíritus se elevaban al Cielo y se convertían en lo que los europeos llaman las nubes de Magallanes. Desde entonces, los Karadjeri se comportan exactamente como los dos hermanos míticos e imitan minuciosamente todo lo que aquéllos revelaron a sus Antepasados, en primer lugar las ceremonias de iniciación[10].
El ejemplo africano que sigue es el de una sociedad secreta de los Mandja y de los Banda, pero hay razones para suponer que el mismo escenario está atestiguado en niveles culturales más arcaicos. La sociedad se llama Ngakola y los rituales iniciáticos reactualizan este mito. Ngakola vivía en otro tiempo en la Tierra. Tenía el cuerpo muy negro y cubierto de largos pelos. Nadie sabía de dónde venía, pero vivía en la espesura. Tenía el poder de matar a un hombre y resucitarlo. Se dirigió a los hombres: «Enviadme gentes, me las comeré y las vomitaré renovadas.» Se siguió su consejo, pero como Ngakola no devolvió más que la mitad de lo que se había tragado, los hombres decidieron matarlo: le dieron «a comer grandes cantidades de yuca a la que habían mezclado piedras, de manera que lograron debilitar al monstruo y pudieron matarlo a golpes de cuchillo y azagaya». Este mito cimenta y justifica los rituales de la sociedad secreta. Una piedra plana sagrada desempeña un papel muy importante en las ceremonias iniciáticas. Según la tradición, esta piedra sagrada fue sacada del vientre de Ngakola. Se introduce al neófito en una cabaña que simboliza el cuerpo del monstruo. Allí oye la lúgubre voz de Ngakola y allí es azotado y sometido a tortura; pues se dice que «entonces ha entrado en el vientre de Ngakola» y está siendo digerido. Los otros iniciados cantan a coro: «¡Ngakola, cógenos las entrañas de todos; Ngakola, cógenos los hígados de todos!» Después de haber afrontado otras pruebas, el maestro iniciador anuncia al fin que Ngakola, que se había comido al neófito, acaba de vomitarlo[11].
Como hemos dicho, este mito y este ritual se parecen a otras iniciaciones africanas de tipo arcaico. En efecto, los ritos africanos de pubertad que entrañan la circuncisión se pueden reducir a los siguientes elementos: los maestros iniciadores encarnan a las fieras divinas y «matan» a los novicios al circuncidarles; este crimen iniciático se apoya sobre un mito en que interviene un Animal primordial, que mataba a los humanos para resucitarlos «cambiados»; el Animal acababa por ser derribado, y este acontecimiento mítico se reitera ritualmente por la circuncisión de los novicios; «matado» por la fiera (representada por el maestro iniciador), el novicio resucita a continuación revistiendo su piel[12].
Se puede reconstituir el tema mítico-ritual de la siguiente manera: 1.°, un Ser Sobrenatural mata a los hombres (para iniciarlos); 2.°, al no comprender el sentido de esta muerte iniciática, los hombres se vengan dándole muerte; pero a continuación fundan ceremonias secretas en relación con el drama primordial; 3.°, se le hace estar presente al Ser Sobrenatural en estas ceremonias por medio de una imagen o de un objeto sagrado, que se considera que representan su cuerpo o su voz[13].
HAINUWELE Y LOS DEMA
Los mitos de esta categoría se caracterizan por el hecho de que el asesinato primordial de un Ser Sobrenatural ha dado lugar a rituales iniciáticos, gracias a los cuales los hombres alcanzan una existencia superior. Es asimismo digno de notar que este asesinato no está considerado como un crimen; si así fuera, no se le reactualizaría periódicamente en los rituales. Esto se destaca con mayor claridad del estudio del complejo mítico-ritual específico de los paleocultivadores. Ad. E. Jensen ha mostrado que la vida religiosa de los cultivadores de tubérculos de la zona tropical se concentra alrededor de divinidades del tipo dema, tomando este término dema de los Marind-anim de Nueva Guinea. Los Marind-anim designan bajo este término los creadores divinos y los seres primordiales que existían en los Tiempos míticos. Los dema se describen ya bajo forma humana, ya bajo la de animales y plantas. El mito central narra la muerte de la divinidad-dema a manos de los dema[14]. Célebre entre todos es el mito de la joven Hainuwele, recogido por Jensen en Ceram, una de las islas de Nueva Guinea. Veamos su asunto: en los tiempos míticos, un hombre, Ameta, encontró un cerdo salvaje cuando iba de caza. Al tratar de escapar, el cerdo se ahogó en un lago. Sobre sus defensas encontró una nuez de coco. Aquella noche soñó con la nuez y recibió orden de plantarla, lo que hizo al día siguiente. A los tres días nació un cocotero y después de tres días floreció. Ameta trepó para cortar las flores y prepararse una bebida. Pero se cortó un dedo y la sangre cayó sobre la flor. A los nueve días descubrió que había un recién nacido, una niña, sobre la flor. Ameta la tomó y la envolvió en flores de cocotero. A los tres días la niñita se convirtió en una joven casadera y la llamó Hainuwele («rama de cocotero»). Durante el gran festival Maro, Hainuwele se instaló en el centro del lugar de la danza y, durante nueve noches, distribuyó dones a los danzarines. Pero, el noveno día, los hombres cavaron una fosa en medio de la plaza y durante la danza arrojaron a Hainuwele. Se tapó la fosa y los hombres bailaron por encima.
Al día siguiente, al ver que Hainuwele no volvía a la casa, Ameta adivinó que había sido asesinada. Descubrió el cuerpo, lo desenterró y lo cortó en pedazos, que enterró en diversos lugares, a excepción de sus brazos. Los trozos así enterrados dieron nacimiento a plantas desconocidas hasta entonces, sobre todo a tubérculos, que a partir de entonces constituyen el principal alimento de los humanos. Ameta llevó los brazos de Hainuwele a otra divinidad dema, Satene. Sobre la pista de baile, Satene dibujó una espiral, de nueve vueltas, y se colocó en el medio. Con los brazos de Hainuwele construyó una puerta y reunió a los danzarines. «Como habéis matado —les dijo— no quiero vivir aquí. Partiré hoy mismo. Ahora tenéis que venir hasta mí a través de esta puerta.» Los que lograron pasar continuaron siendo seres humanos. Los otros se transformaron en animales (cerdos, pájaros, peces) o en espíritus. Satene anunció que después de su marcha los hombres tan sólo la volverían a encontrar después de muertos, y desapareció de la superficie de la Tierra[15].
Ad. J. Jensen ha señalado la importancia de este mito para la comprensión de la religión de la imagen del mundo de los paleocultivadores. El asesinato de una divinidad- dema por los dema, Antepasados de la humanidad actual, pone fin a una época (que no puede considerarse «paradisíaca») e inaugura la época en la que vivimos hoy día. Los dema se convirtieron en hombres, es decir, en seres sexuados y mortales. En cuanto a la divinidad dema asesinada, subsiste tanto en sus propias creaciones (plantas alimenticias, animales, etc.) como en la casa de los muertos en que se transforma, o en el «modo de ser de la muerte», modo que ella ha fundado con su propia muerte. Podría decirse que la divinidad dema «enmascara» su existencia en las diferentes modalidades de existir que inauguró con su muerte violenta: el reino subterráneo de los muertos, las plantas y los animales surgidos de su cuerpo despedazado, la sexualidad, el nuevo modo de existir sobre la Tierra (es decir, de ser mortal). La muerte violenta en la divinidad dema no es sólo una muerte «creadora», sino también un medio de estar continuamente presente en la vida de los humanos, e incluso en su muerte. Pues al nutrirse de plantas y animales surgidos de su propio cuerpo, se nutren en realidad de la propia sustancia de la divinidad dema. Hainuwele, por ejemplo, sobrevive en la nuez de coco, en los tubérculos y en los cerdos que comen los hombres. Pero, como ha demostrado muy bien Jensen[16], el sacrificio del cerdo es una «representación» del asesinato de Hainuwele. Y su repetición no tiene otro sentido que rememorar el acto divino ejemplar que dio nacimiento a todo lo que existe hoy sobre la Tierra.
Para los paleocultivadores, pues, lo «esencial» se concentra en este asesinato primordial. Y ya que la vida religiosa consiste, para hablar con propiedad, en la rememoración de este acto, el pecado más grave es el «olvido» de un episodio cualquiera del drama divino primordial. Los diferentes momentos de la vida religiosa recuerdan continuamente el acontecimiento que tuvo lugar in illo tempore, y al hacerlo ayudan a los hombres a conservar la conciencia del origen divino del Mundo actual.
Como escribió Jensen[17], las ceremonias de pubertad recuerdan el hecho de que la capacidad de procrear, para los hombres, deriva del primer asesinato mítico e iluminan asimismo el hecho de que la mortalidad es inseparable de la procreación. Las ceremonias funerarias, que se refieren al viaje del muerto al reino de los muertos, recuerdan que el viaje no es más que una repetición del primero, efectuado por la divinidad-dema. Pero es, ante todo, la reiteración de la representación de la muerte de la divinidad-dema la que constituye el elemento esencial. Sacrificios humanos o sacrificios de animales no son sino la rememoración solemne del asesinato primordial. Y el canibalismo se explica por la misma idea que está sobrentendida en la consumición de los tubérculos, a saber: que, de una manera o de otra, los hombres se comen siempre a la divinidad.
Las ceremonias religiosas son, por consiguiente, fiestas de recuerdo. «Saber» quiere decir aprender el mito central (el asesinato de la divinidad y sus consecuencias) y esforzarse en no olvidarlo. El verdadero sacrilegio es el olvido del acto divino. La «falta», el «pecado», el «sacrilegio» consiste en «no haberse acordado» de que la forma actual de la existencia humana es el resultado de una acción divina. Así, por ejemplo, entre los Wemales, la Luna es una divinidad-dema, se considera que tiene su menstruación en la época de la luna nueva y permanece invisible durante tres noches. Por esta razón se aísla a las mujeres durante sus reglas en chozas especiales. Toda infracción de esta prohibición entraña una ceremonia expiatoria. La mujer lleva un animal a la casa cultual, donde se reúnen los hombres influyentes, se reconoce culpable y se va. Los hombres sacrifican el animal, lo asan y se lo comen. Este rito de matanza es una conmemoración del primer sacrificio sangriento, es decir, del asesinato primordial.
«Lógicamente se expía el sacrilegio de no haberse acordado acordándose con una intensidad especial. Y, por su sentido original, el sacrificio cruento en una ‘llamada’ de este género especialmente intensa»[18].
YA NO «ONTOLOGÍA», SINO «HISTORIA»
En cuanto a la estructura, todos estos mitos lo son de origen. Nos revelan el origen de la condición actual del hombre, de las plantas alimenticias y de los animales, de la muerte, de las instituciones religiosas (iniciaciones de pubertad, sociedades secretas, sacrificios cruentos, etc.) y de las reglas de conducta y comportamientos humanos. Para todas estas religiones lo «esencial» no se decidió en la Creación del Mundo, sino después, en un determinado momento de la época mítica. Se trata siempre de un Tiempo mítico, pero ya no es el «primero», ese que puede llamarse Tiempo «cosmogónico». Lo «esencial» no es ya solidario de una antología (cómo el Mundo —lo real— ha llegado a ser), sino de una historia. Historia divina y humana a la vez, puesto que es el resultado de un drama representado por los Antepasados de los hombres y por Seres Sobrenaturales de otro tipo que los Dioses creadores, todopoderosos e inmortales. Estos Seres divinos son susceptibles de cambiar de modalidad; en efecto, «mueren» y se transforman en otra cosa, pero esta «muerte» no es un aniquilamiento, no perecen definitivamente, sino que sobreviven en sus creaciones. Mejor dicho: su muerte a manos de los Antepasados míticos no sólo ha modificado su modo de existencia, sino también el de los humanos. Desde el asesinato primordial, una relación indisoluble se creó entre los Seres divinos del tipo dema y los hombres. Existe actualmente entre ellos una especie de «comunión»; el hombre se alimenta de Dios, y al morir, se une a él en el reino de los muertos.
Son los primeros mitos patéticos y trágicos. En las culturas posteriores —la que se llama la «cultura de los señores» y, más tarde, las culturas urbanas del Oriente Próximo antiguo— otras mitologías patéticas y violentas van a desarrollarse. No entra en el propósito de este librito examinarlas todas. Recordemos, no obstante, que el Ser Supremo celeste y creador no recupera su actividad religiosa más que en ciertas culturas pastorales (especialmente en los turco-mongoles y en el monoteísmo de Moisés, en la reforma de Zaratustra y en el Islam). A pesar de que se recuerde incluso su nombre —Anu, de los mesopotamios; El, de los cananeos; Dyaus, de los indios védicos; Uranos, de los griegos—, el Ser Supremo desempeña un papel importante en la vida religiosa y está mediocremente representado en la mitología (a veces está completamente ausente; por ejemplo, Dyaus). La «pasividad» y la ociosidad de Uranos se expresan plásticamente por la castración: se ha convertido en «impotente» e incapaz de intervenir en el Mundo. En la India Védica, Varuna ha ocupado el lugar de Dyaus, pero él asimismo cede el paso a un Dios joven y guerrero, Indra, para borrarse definitivamente ante Visnú y Shiva. Deja la primacía a Ba’al, como Anu a Marduk. Con excepción de Marduk, todos estos dioses supremos no son «creadores» en el sentido estricto del término. No han creado el Mundo; sólo le han organizado y han asumido la responsabilidad de mantener en él el orden y la fertilidad. Ante todo, son Fecundadores, como Zeus o Ba’al, que, con sus hierogamias con las diosas de la Tierra, aseguran la fertilidad de los campos y la opulencia de las cosechas[19]. El propio Marduk no es sino el creador del mundo de aquí, del Universo tal como existe hoy día. Otro «Mundo» —casi impensable para nosotros por ser de naturaleza fluida, un Océano y no un Cosmos— existía antes que el actual: era el Mundo dominado por Tiamat y su esposo, y en el que habitaban tres generaciones de Dioses.
Estas breves indicaciones son suficientes. Lo que importa subrayar es que las grandes mitologías del politeísmo euroasiático, que corresponden a las primeras civilizaciones históricas, se interesan cada vez más en lo que sucedió después de la creación de la Tierra, e incluso después de la creación (o la aparición) del hombre. El énfasis recae ahora en lo que ha sucedido a los Dioses y no en lo que han creado. Cierto es que siempre hay un aspecto «creador» más o menos evidente en toda aventura divina, pero lo que se considera cada vez más importante no es ya el resultado de esta aventura, sino la secuencia de acontecimientos dramáticos que la constituye. Las innumerables aventuras de Ba’al, de Zeus, de Indra o las de sus colegas en los respectivos panteones, representan los temas mitológicos más «populares».
Mencionemos también los mitos patéticos de los Dioses jóvenes que mueren asesinados o por accidente (Osiris, Tammuz, Attis, Adonis, etc.) y a veces resucitan, o de una Diosa que desciende a los Infiernos (Ishtar) o de una Joven divina que es obligada a descender a ellos (Perséfone). Estas «muertes», como la de Hainuwele, son «creadoras» en el sentido de que se encuentran en una cierta relación con la vegetación. Alrededor de una de estas muertes violentas, o del descenso de una divinidad a los Infiernos, van a formarse más tarde las religiones mistéricas. Pero estas muertes, aunque patéticas, no han suscitado mitologías ricas y variadas. Como Hainuwele, estos Dioses que mueren y (a veces) resucitan han agotado su destino dramático en este episodio central. Y, como en el caso de Hainuwele, su muerte es significativa para la condición humana: ceremonias en relación con la vegetación (Osiris, Tammuz, Perséfone, etc.) o instituciones iniciáticas (Misterios) debieron su origen a este acontecimiento trágico.
Las grandes mitologías —las consagradas por poetas como Homero y Hesiodo y los bardos anónimos del Mahâbhârata, o elaborados por los ritualistas y teólogos (como en Egipto, India y Mesopotamia)— se sienten cada vez más atraídas por la narración de los gesta de los Dioses. Y en un determinado momento de la Historia, especialmente en Grecia y en la India, y también en Egipto, una élite comienza a desinteresarse de esta historia divina y llega (como en Grecia) a no creer ya en los mitos, a pesar de pretender creer todavía en los dioses.
LOS PRINCIPIOS DE LA «DESMITIFICACIÓN»
Es este último el primer ejemplo conocido, en la historia de las religiones, de un proceso consciente y caracterizado de «desmitificación». Bien es verdad que, incluso en las culturas arcaicas, podía suceder que se despojase a un mito de su significación religiosa y se convirtiera así en leyenda o cuento de niños, pero había otros mitos que conservaban su vigencia. En cualquier caso, no se trataba, como en la Grecia de los presocráticos y en la India de los Upanishads, de un fenómeno cultural de primer orden y cuyas consecuencias se ha comprobado que son incalculables. En efecto, después de este proceso de «desmitificación» las mitologías griega y brahmánica no podían ya representar para las élites respectivas lo mismo que habían representado para sus abuelos.
Para estas élites, lo «esencial» no había que buscarlo ya en la historia de los Dioses, sino en una «situación primordial» que precedía a esta historia. Asistimos a un esfuerzo para ir más allá de la mitología en cuanto historia divina y para acceder a la fuente primera de donde brotó lo real, para identificar la matriz del Ser. Gracias a la busca de la fuente, del principio, de la arché, es como la especulación filosófica reencontró, por un breve intervalo, la cosmogonía; ya no se trataba de un mito cosmogónico, sino de un problema ontológico.
Se accede, pues, a lo «esencial» por un retorno prodigioso hacia atrás: no ya un regressus obtenido por medios rituales, sino un «retorno hacia atrás» operado por un esfuerzo del pensamiento. En este sentido podría decirse que las primeras especulaciones filosóficas derivan de las mitologías: el pensamiento se esfuerza por identificar y comprender el «comienzo absoluto» de que hablan las cosmogonías, de desvelar el misterio de la Creación del Mundo, el misterio, en suma, de la aparición del Ser.
Pero se verá que la «desmitificación» de la religión griega y el triunfo, con Sócrates y Platón, de la filosofía rigurosa y sistemática no abolieron definitivamente el pensamiento mítico. Por otra parte, se hace difícil concebir la superación radical del pensamiento mítico mientras el prestigio de los «orígenes» se mantiene intacto y se considera el olvido de lo que sucedió in illo tempore —o en un mundo trascendental— como el obstáculo principal para el conocimiento o la salvación. Veremos cómo Platón es aún solidario de esta manera de pensar arcaica. Y en la cosmología de Aristóteles sobreviven aún venerables temas mitológicos.
Muy probablemente, el genio griego hubiera sido impotente para exorcizar, por sus propios medios, el pensamiento mítico, aun cuando este último Dios hubiera sido destronado y sus mitos hubieran quedado degradados a la categoría de cuento de niños. Así, pues, por una parte, el genio filosófico griego aceptaba lo esencial del pensamiento mítico, el eterno retorno de las cosas, la visión cíclica de la vida cósmica y humana, y, por otra parte, el espíritu griego no estimaba que la Historia pudiera convertirse en objeto de conocimiento. La física y la metafísica griegas desarrollan algunos temas constitutivos del pensamiento mítico: la importancia del origen de la arché; lo esencial que precede a la existencia humana; el papel decisivo de la memoria, etc. Esto no quiere decir, evidentemente, que no exista solución de continuidad entre el mito griego y la filosofía. Pero se concibe muy bien que el pensamiento filosófico pudiera utilizar y prolongar la visión mítica de la realidad cósmica y de la existencia humana.
Tan sólo gracias al descubrimiento de la Historia, y más exactamente, al despertar de la conciencia histórica en el judeocristianismo y su desarrollo con Hegel y sus sucesores, tan sólo gracias a la asimilación radical de esta nueva manera de ser en el Mundo que representa la existencia humana, se pudo superar el mito. Pero se duda en afirmar que el pensamiento mítico haya sido abolido. Como veremos en seguida, ha logrado sobrevivir, aunque radicalmente cambiado (por no decir perfectamente camuflado). Y lo más chocante es que perdura especialmente en la historiografía.