Prólogo del autor

El propósito de este ensayo es analizar, desde un punto de vista económico, los problemas que plantea la interferencia gubernamental en la economía. Las consecuencias políticas y sociales del intervencionismo[211] sólo pueden entenderse y juzgarse sobre la base de una adecuada comprensión de sus implicaciones y sus efectos económicos.

Desde el momento en que los gobiernos europeos de las últimas décadas del siglo XIX se embarcaron en esta política, que todavía hoy se juzga «progresista» pero que realmente supone una vuelta al mercantilismo del siglo XVII y principios del XVIII, los economistas han señalado persistentemente la incoherencia y la inutilidad de estas medidas, y han predicho sus consecuencias políticas y sociales. Gobiernos, partidos políticos y opinión pública han ignorado de forma igualmente persistente sus advertencias. Han ridiculizado el supuesto doctrinarismo de la Economía «ortodoxa» y han alardeado de sus «victorias» sobre la teoría económica. Pero fueron estas unas victorias pírricas.

La inevitable sucesión de acontecimientos que siguió a la aplicación de medidas intervencionistas corroboró de forma completa las predicciones de los economistas. Las consecuencias políticas previstas, la inestabilidad social, las dictaduras y la guerra no dejaron de aparecer.

Este ensayo no trata específicamente el New Deal estadounidense. El tema es el intervencionismo en general, y sus conclusiones son válidas para cualquier forma de intervencionismo, independientemente del país que se considere. Ya existía un considerable grado de intervencionismo en Estados Unidos antes de 1933. El New Deal no es más que la forma actual específicamente norteamericana de una política que comenzó en todas partes, «incluidos los Estados Unidos», hace varias décadas. Para el economista no hay nada nuevo en el New Deal Sólo se diferencia de la política del káiser Guillermo II o de la de la República de Weimar en la medida que las circunstancias norteamericanas del momento exigen. Y enfrenta al pueblo americano al mismo dilema en el que el pueblo alemán se encontraba hace diez años.

Este ensayo es de carácter económico y, por lo tanto, no aborda los aspectos legales y constitucionales del problema. Las leyes y las constituciones como tales tienen una importancia secundaria. Están para servir al pueblo, no para dominarlo. Se formulan y se interpretan de forma que hagan posible un desarrollo económico beneficioso para el bienestar de todos los grupos de la nación. Si no consiguen cumplir este objetivo, se deben cambiar tanto las leyes como la forma de interpretarlas.

La literatura sobre esta materia no escasea, ciertamente; casi todos los días aparecen nuevas aportaciones. Pero casi todos estos estudios se centran exclusivamente en determinados conjuntos de medidas y en sus efectos a corto plazo. Lamentablemente, este método de análisis es inadecuado. Sólo muestra las consecuencias inmediatas de intervenciones puntuales, sin considerar los efectos indirectos ni tampoco las consecuencias a largo plazo. Sólo tiene en cuenta los supuestos beneficios, e ignora los costes y los quebrantos.

Por supuesto, jamás se podrá llegar de este modo a una evaluación completa de las consecuencias económicas y sociales del intervencionismo. No puede negarse que ciertos individuos o pequeños grupos de individuos puedan a veces verse temporalmente privilegiados o beneficiados como consecuencia de medidas intervencionistas. La cuestión es, sin embargo, qué otros efectos se derivan de estas medidas, sobre todo cuando se intenta, del mismo modo, otorgar privilegios a grandes sectores de la población, o incluso a toda la nación. Es esencial, por tanto, estudiar la totalidad de una política intervencionista, no solamente en sus efectos a corto plazo, también a largo plazo.

Considerar mis planteamientos como una crítica a los estadistas y políticos en el poder sería malinterpretarlos completamente. Mis críticas no se dirigen hacia los hombres, sino hacia la doctrina. Al margen de cuál sea la constitución del país, los gobiernos siempre han perseguido aquella política que la opinión popular consideraba correcta y beneficiosa. Si hubieran intentado enfrentarse a las doctrinas imperantes, pronto habrían tenido que ceder su puesto a aquellos deseosos de complacer las demandas del hombre de la calle. Los dictadores sólo pueden hacerse con el poder y mantenerlo si están respaldados por el beneplácito de las masas. El totalitarismo de nuestra época es producto de la amplia aceptación de la ideología totalitaria; sólo una filosofía diferente puede vencerlo.

Si queremos entender los problemas económicos, tenemos que mantenernos libres de todos los prejuicios y de las opiniones preconcebidas. Si ya de antemano estamos convencidos de que las medidas que propugnamos para beneficiar a ciertos grupos o clases, como por ejemplo los trabajadores o los agricultores, realmente les benefician y no perjudican a otros grupos; y si no estamos dispuestos a abandonar nuestros prejuicios, nunca aprenderemos nada. El verdadero cometido del análisis económico es verificar si las políticas que propugnan los diferentes partidos y grupos de presión conducen realmente a los resultados que sus defensores desean.

No se trata de si el sistema capitalista (es decir, la economía de mercado) es bueno o malo. La verdadera cuestión es si la sustitución de la economía de mercado por otro sistema iría en interés de la mayoría de la gente. Cuando alguien señala alguna circunstancia desfavorable que la economía de mercado no ha sido capaz de eliminar, no prueba por ello que el intervencionismo o el socialismo sean factibles o deseables.

Ciertamente, esta es la crítica menos defendible. Es costumbre culpar al capitalismo de los efectos no intencionados de las políticas encaminadas a su eliminación. El hombre que degusta su café del desayuno no dice «El capitalismo ha traído a mi mesa esta bebida». Pero cuando lee en los periódicos que el gobierno de Brasil ha ordenado la destrucción de parte de la cosecha de café, no dice «Así es el gobierno», sino que exclama «Así es el capitalismo».

Un análisis de los problemas que en este libro se tratan debe observar estrictamente las reglas de la lógica y tiene que evitar todo lo que pueda perturbar el juicio objetivo en relación con las emociones. Por consiguiente, me he abstenido de hacer más ameno este ensayo incluyendo anécdotas acerca de las ridículas paradojas que se desprenden de las políticas económicas contemporáneas. Tengo la certeza de que el lector serio sabrá apreciarlo.

Algunos pueden objetar que no es suficiente estudiar estos problemas desde el punto de vista económico exclusivamente. Estos problemas van, según se dice, más allá de los aspectos meramente económicos, puesto que abarcan la política, la filosofía de la vida y los valores morales. No estoy en absoluto de acuerdo. Todos los argumentos políticos de nuestro tiempo giran alrededor del capitalismo, el socialismo y el intervencionismo. Hay, desde luego, muchas más cosas en la vida. Pero nuestros contemporáneos —no sólo los economistas— han situado el tema de la organización económica en el centro de su pensamiento político. Todos los partidos políticos limitan su atención a los aspectos económicos; recomiendan sus programas con la afirmación de que su puesta en práctica hará más ricos a sus partidarios. Todos los grupos de presión luchan por mejoras económicas; todos los partidos son hoy partidos económicos. Hitler y Mussolini proclaman: «Nosotros, los ‘desposeídos’, salimos a la luz para reclamar nuestra parte de las riquezas de los plutócratas». La propiedad es la obsesión de nuestro tiempo. Nos guste o no, es un hecho cuya existencia no podemos negar.

Por lo tanto, no es la arrogancia o la estrechez de miras lo que lleva al economista a estudiar estos asuntos desde el punto de vista económico. Nadie que no sea capaz de formarse una opinión independiente acerca de la reconocida dificultad y elevada complejidad técnica del problema del cálculo en una economía socialista debería tomar partido en el debate entre socialismo y capitalismo. Nadie debería hablar acerca del intervencionismo si no ha estudiado sus consecuencias económicas. Con esto se pondría fin a la habitual práctica de discutir estos problemas desde el punto de vista de los errores, falacias y prejuicios imperantes. Sería más ameno evitar las verdaderas cuestiones y limitarse a emplear frases al uso y consignas que apelen a los sentimientos. Pero la política es un asunto serio. Quienes no quieran reflexionar sobre su problemática hasta el final, deberían mantenerse alejados de ella.

Ha llegado el momento en que nuestros contemporáneos han de reconsiderar minuciosamente sus ideas políticas. Toda persona capaz de pensar debe admitir con franqueza que las dos doctrinas que durante los últimos veinte años han acaparado exclusivamente el escenario político han fracasado notoriamente. Tanto el antifascismo como el anticomunismo han perdido completamente su significado desde que Hitler y Stalin han dejado de ocultar al mundo su alianza[212].

Espero rendir con este libro un servicio a aquellos que quieran clarificar sus ideas y entender mejor los problemas del mundo de hoy.

No quiero acabar este prólogo sin expresar mi sincero agradecimiento a mis dos colegas, doctores Heinrich Bund y Thomas McManus, quienes me asistieron en la preparación del manuscrito y en su traducción.

LUDWIG VON MISES

Noviembre de 1941