Ludwig von Mises tuvo una larga vida —de 1881 a 1973—. Nació dentro las fronteras del inmenso Imperio austrohúngaro y fue durante muchos años el principal portavoz de lo que vino a llamarse Escuela austriaca de Economía. Esta escuela se diferencia de otras escuelas de pensamiento económico en que no maneja agregados, grandes cifras o datos históricos. Su enfoque de la Economía es micro, en lugar de macro. Retrotrae todos los fenómenos económicos a las acciones de los individuos —a sus valores subjetivos y al valor que cada participante en el mercado asigna a la utilidad marginal de un bien o servicio concreto—. Los austriacos ven la economía mundial como una gigantesca subasta en la que cada cual está siempre pujando por los diversos bienes y servicios que desea, ofreciendo a cambio algo que ya tiene. Empezando desde el punto de vista del agente individual, y por medio de razonamientos lógicos paso a paso, Mises y sus colegas austriacos fueron capaces de explicar la formación de los precios, de los salarios, el origen del dinero, las leyes de la producción, del comercio, etc.
Mises fue prolífico. Escribió muchos libros y artículos. Viajó y dio conferencias a lo largo y ancho de Europa y se labró una reputación internacional de firme defensor del capitalismo, a la par que de ardiente crítico del intervencionismo. Sin embargo, la abrumadora popularidad de John Maynard Keynes, sus doctrinas macroeconómicas y sus propuestas de intervención gubernamental y de programas de gasto público en línea con las convicciones políticas imperantes, silenciaron durante muchos años las enseñanzas de Mises.
Antes de que los alemanes, bajo Hitler, ocuparan Austria, Mises abandonó Viena para ir a Suiza. Enseñó en Ginebra, en el Instituto de Estudios Internacionales hasta 1940, cuando emigró a los EE. UU. Tenía una reputación bien consolidada en Europa. Pero cuando llegó a América, a la edad de 59 años, no era más que un extranjero en tierra extraña; tenía que empezar de nuevo, casi desde cero. Consiguió pronto una plaza en el National Bureau of Economic Research, que le dio la oportunidad de escribir el manuscrito de este libro.
Quien esté familiarizado con las obras de Mises, en este libro no se encontrará con demasiadas sorpresas. Mises criticó con frecuencia los diversos aspectos del intervencionismo gubernamental, así como también describió muchas veces cómo la intervención gubernamental pone trabas a los intentos de los individuos para alcanzar sus diversos fines. No obstante, en ninguna de sus otras obras explica Mises el intervencionismo y sus consecuencias con tanta claridad y de modo tan simple como lo hace aquí.
Mises escribió Intervencionismo: un análisis económico[210] en alemán, su lengua nativa. Una vez que los doctores Thomas McManus y Heinrich Bund lo hubieron traducido al inglés, Mises dio el visto bueno para su publicación. Sin embargo, nada más se hizo con el manuscrito al parecer, y finalmente se le perdió de vista. Cuando este proyecto se desvaneció, Mises no tuvo más remedio que ocuparse en otras obras y conferencias. En 1944 publicó Bureaucracy y Omnipotent Government. En 1945 obtuvo una plaza de profesor visitante en la Graduate School of Business Administration de la Universidad de Nueva York, y retomó la enseñanza. Después, en 1946, se integró en la Foundation for Economic Education como asesor a tiempo parcial. Escribió a continuación muchos otros libros, entre los que destaca su obra maestra, La acción humana, en 1949.
El presente ensayo fue escrito en 1940, antes de que los EE. UU. entraran oficialmente en la II Guerra Mundial. Mises da muestras de una rara penetración en lo relativo a las economías de guerra de la Alemania de Hitler y de la Italia de Mussolini. También critica a los gobiernos de los países aliados anteriores a la guerra por haber primado el socialismo y el intervencionismo en detrimento de los métodos capitalistas de producción. Concretamente, achaca la falta de preparación militar de los aliados a que estos habían caído víctimas de la propaganda anticapitalista, y a que habían dedicado más esfuerzos a impedir que la guerra fuera una fuente de lucro que a crear las condiciones económicas para la producción de armamento. «Cuando las naciones capitalistas abandonan en tiempo de guerra la superioridad industrial que su sistema económico les ofrece, sus fuerzas para resistir y sus posibilidades de victoria se ven considerablemente reducidas… La derrota de Francia y la destrucción de las ciudades inglesas fue el primer precio que hubo que pagar por la supresión intervencionista del lucro en la industria de guerra» (pp. 351-353).
A lo largo de su carrera, Mises señaló que los individuos se enfrentan al riesgo y la incertidumbre en su lucha por sobrevivir. Encuentran muchos obstáculos —tanto naturales como impuestos por el hombre—. Las catástrofes naturales tales como los terremotos, las inundaciones, los tornados, los huracanes, los corrimientos de tierras, las avalanchas y los incendios pueden desbaratar sus planes. En cuanto a los obstáculos que la naturaleza pone en su camino, los hombres no tienen otra alternativa que afrontarlos lo mejor que puedan. Sin embargo, en lo que respecta a los obstáculos artificiales, la situación es distinta; los hombres no son completamente impotentes; tienen la capacidad de evitarlos y/o removerlos.
Al explicar cómo funciona el mercado, Mises criticaba las artificiosas intervenciones del gobierno —controles, regulaciones, restricciones, privilegios especiales, y subsidios para unos a expensas de otros—. Siempre señaló, tal y como hace en este libro, que aun con la mejor de las intenciones, las intervenciones del gobierno dan lugar a condiciones que hasta sus propios defensores consideran peores que aquellas que se pretendía mejorar. Sin embargo, también explicó que esos obstáculos, puesto que son obra del hombre, eran evitables y removibles, —una vez que la gente se diera cuenta de que el gobierno no debe interferir en las relaciones interpersonales pacíficas.
Mises también hizo hincapié en que las competencias del gobierno deben ser limitadas. Es tarea del gobierno proteger por igual la vida y las propiedades de todas las personas bajo su jurisdicción. También le corresponde resolver las disputas entre particulares, con el fin, en la medida de lo posible, de garantizar una justicia igual para todos. En todo lo demás, el gobierno debería dejar que la gente se labre su propio destino. Es una gran suerte que este manuscrito, que explica en términos tan claros estos principios básicos, haya reaparecido entre los papeles que Mises dejó a su muerte y ahora vea la luz.
BETTINA BIEN GREAVES
Octubre de 1997