El corporativismo[230] es un programa, no una realidad. Hay que señalarlo desde el principio para evitar equívocos. En ningún lugar se ha intentado llevar a la práctica este programa. Ni siquiera en Italia, aun a pesar de la constante propaganda, se ha hecho nada realmente para implantar el sistema del Estado corporativo (stato corporativo).
Se ha intentado caracterizar las distintas ideologías políticas y económicas como específicas de determinadas naciones. A las ideas occidentales se han contrapuesto las alemanas y las eslavas; se han descubierto supuestas diferencias entre la mentalidad latina y teutónica; concretamente, en Rusia y Alemania se habla de la misión del pueblo elegido, cuyo destino es regir el mundo y llevarlo a la salvación. A la vista de tales tendencias, es necesario subrayar que todas la ideas políticas y económicas que dominan el mundo de hoy han sido desarrolladas por pensadores ingleses, escoceses y franceses. Ni los alemanes ni los rusos han aportado ni un ápice a los conceptos del socialismo; las ideas socialistas llegaron a Alemania y Rusia desde Occidente, al igual que lo hicieron las ideas que muchos alemanes y rusos estigmatizan hoy como occidentales. Lo mismo puede decirse del corporativismo. Proviene del socialismo gremial inglés, y es necesario estudiar las obras de este movimiento hoy casi olvidado para obtener información acerca de las ideas básicas del corporativismo. Las publicaciones italianas, portuguesas y austriacas, los programas de los partidos, y otros comentarios acerca del Estado corporativo carecen de un significado preciso y evitan las afirmaciones y las formulaciones exactas; encubren las dificultades reales apelando ampliamente a populares eslóganes. Los socialistas gremiales ingleses, sin embargo, demuestran mayor claridad en la presentación de su programa, y Sidney y Beatrice Webb han ofrecido una formulación completa del objetivo y funcionamiento de este sistema[231].
En la utopía corporativista el mercado es reemplazado por el juego de lo que los italianos llaman corporaciones, esto es, organizaciones de adhesión obligatoria integradas por la totalidad de personas ocupadas en una determinada industria. Todo lo que concierna exclusivamente a esa industria, es decir, los asuntos internos de cada corporación[232], es gestionado por la propia corporación, sin injerencias por parte del Estado o de personas que no pertenezcan a esa corporación. Las relaciones entre las diferentes corporaciones se regulan a través de la negociación entre ellas o mediante una asamblea conjunta de los representantes de todas las corporaciones. El Estado, esto es, el parlamento elegido por sufragio universal, y el gobierno responsable ante él no intervienen en absoluto, o sólo cuando las corporaciones no consiguen llegar a un acuerdo.
Al diseñar sus planes, los socialistas gremiales ingleses tenían en mente el patrón del gobierno local inglés y su relación con el gobierno central. Propusieron crear el autogobierno en las industrias. Del mismo modo que los condados y las ciudades se ocupaban de sus propios asuntos locales, las distintas ramas de la producción administrarían sus propios asuntos internos dentro de la estructura del cuerpo social en su conjunto.
Sin embargo, en una sociedad basada en la división del trabajo no existen problemas internos en los negocios, empresas o industrias que incumban sólo a los directamente interesados, y que no afecten a otros ciudadanos. Todo el mundo está interesado en ver que cada negocio, empresa e industria se gestione tan eficazmente como sea posible. Todo despilfarro de fuerza laboral o de materiales en cualquier industria afecta individualmente a cada ciudadano. Es imposible dejar las decisiones sobre la elección de los métodos de producción y sobre la clase y cantidad de los productos exclusivamente a los directamente ocupados en esa industria, porque tales decisiones le conciernen a todo el mundo, no sólo a los miembros de la profesión, el gremio o la corporación. Aunque el empresario en la economía capitalista sea el jefe en su propio negocio, está sujeto sin embargo a las leyes del mercado; si quiere evitar las pérdidas y obtener beneficios, ha de esforzarse por satisfacer lo mejor posible los deseos de los consumidores. La industria organizada corporativamente, que no habría de temer la competencia, no sería el siervo de los consumidores, sino su señor en el caso de que fuera libre para regular a voluntad los problemas internos que, supuestamente, sólo a ella le conciernen.
La mayoría de los que proponen el Estado corporativo no desean eliminar a los empresarios ni a los propietarios de los medios de producción. Quieren que la corporación sea una organización que encuadre a todas las personas implicadas en una línea concreta de la producción. Las disputas entre el empresario, los propietarios del capital invertido en la empresa y los trabajadores, en lo que se refiere a la disposición que se hace del beneficio bruto y a la distribución de ingresos entre estos distintos grupos son, en su opinión, meros problemas internos que han de resolverse de forma autónoma en el seno de la empresa, sin injerencias exteriores. Pero nunca se explica cómo se lleva esto a la práctica. Si los empresarios, capitalistas y trabajadores de una corporación han de organizarse en bloques separados, y si son estos bloques los que han de negociar, nunca podrá haber acuerdos, a no ser que empresarios y capitalistas renuncien voluntariamente a sus derechos. Y si las decisiones se toman directamente, o indirectamente (eligiendo comités), por votación de todos los miembros, cada uno con el mismo poder de voto, serían entonces los trabajadores, más numerosos, quienes obtendrían mayoría sobre los empresarios y capitalistas, pudiendo así rechazar sus reivindicaciones. El corporativismo tomaría entonces la forma del sindicalismo[233].
Lo mismo puede decirse del problema de las escalas salariales. Si esta espinosa cuestión también la decide el voto general de toda persona comprometida con la industria, siendo el valor del voto igual para todos, el resultado más probable será la igualdad de salarios, independientemente del tipo de trabajo realizado.
Con el objeto de tener algo que distribuir y con lo que pagar, la corporación debe primero obtener ingresos mediante la venta de sus productos. Luego esta ocupa en el mercado la posición de único productor y vendedor de los bienes que produzca su sector. No tiene que preocuparse de la competencia que puedan ejercer los fabricantes de esos bienes, porque tiene la exclusiva de fabricación para esos bienes. Tendríamos pues una sociedad de monopolistas. Esto no quiere decir necesariamente que todas las corporaciones estarían en posición de fijar precios de monopolio; pero muchas industrias podrían hacerlo y obtener beneficios de monopolio de diversas cuantías. La organización corporativista de la sociedad ofrecería, pues, algunas ventajas concretas a ciertos sectores de la producción, así como a los que están implicados en ellos. Habrá industrias que podrán incrementar tanto sus ingresos totales restringiendo la producción, que aquellos que las integren recibirán una parte relativamente mayor de los bienes de consumo del país. Algunas industrias pueden incluso lograr un incremento absoluto del consumo de sus miembros aun a pesar de que la producción nacional disminuya.
Esto es suficiente para señalar los defectos del corporativismo. Las corporaciones no tienen ningún incentivo para producir de la forma más eficiente posible. Están interesados en reducir la producción para poder fijar precios de monopolio; dependerá de las condiciones de la demanda a las que se enfrente cada industria el que a los miembros de una corporación les vaya mejor que a los de otra. La posición de una corporación será más fuerte cuanto más urgente sea la demanda de sus productos; la urgencia de la demanda posibilitará que algunas de ellas reduzcan la producción, y aun así, incrementen sus beneficios totales. Todo el sistema degeneraría en un despotismo irrestricto, ejercido por las industrias productoras de bienes vitales en el sentido estricto de la palabra.
Difícilmente puede creerse que alguna vez se intente seriamente poner en práctica un sistema como este. Todas las propuestas de corporativismo prevén la intervención del Estado, al menos en el caso de que las corporaciones no alcancen un acuerdo en asuntos que afecten a varias de ellas[234]. Dentro de estos asuntos, ciertamente habrá que incluir los precios. No puede asumirse que las corporaciones llegarán a un acuerdo sobre precios. Si el Estado tiene que intervenir fijando los precios, entonces todo el sistema pierde su carácter corporativo y pasa a ser socialista o intervencionista.
Pero la política de precios no es el único punto que muestra la inviabilidad del sistema corporativista. Este sistema hace imposibles todos los cambios en el proceso productivo. Si la demanda ha cambiado o si hay que sustituir los antiguos métodos de producción por otros nuevos, habrá que transferir capital y fuerza laboral de una industria a otra. Estas son cuestiones que exceden los límites de cualquier corporación. Una autoridad superior debe intervenir, y esa autoridad sólo puede ser el Estado. Pero si es el Estado el que decide cuánto capital y cuántos trabajadores debe emplear cada corporación, es entonces el Estado, y no las corporaciones, quien tiene la última palabra.
El corporativismo o socialismo gremial resulta ser sindicalismo. Los trabajadores de cada industria reciben el control de los medios de producción y continúan produciendo por cuenta propia. No tiene importancia si los antiguos empresarios y capitalistas tienen o no una posición especial en el nuevo orden. Ya no son empresarios y capitalistas en el mismo sentido en que lo eran en la economía de mercado. Sólo pueden ser ciudadanos que disfrutan de privilegios en cuanto a las decisiones que conciernen a la gestión y a la distribución de los ingresos. La función social que cumplían en la economía de mercado ha sido asumida por la corporación. Aunque en la corporación sólo los antiguos empresarios y capitalistas tuvieran derecho a tomar decisiones y recibieran la parte más importante de los ingresos, el sistema seguiría siendo sindicalismo. No es una característica económica del sindicalismo que cada sindicalista tenga los mismos ingresos, o que se le consulte en cuestiones de política comercial; lo esencial es el hecho de que los individuos y los medios de producción están rígidamente adscritos a determinadas líneas de producción, de tal forma que ningún trabajador y ningún factor productivo es libre para trasladarse de una línea a otra. Que el eslogan «los molinos para los molineros, las imprentas para los impresores» se interprete de tal forma que las palabras «molineros» e «impresores» incluyan o no a los antiguos propietarios de los molinos y de las imprentas, y que a estos se les conceda una posición más o menos privilegiada, carece de importancia.
Lo decisivo es que la economía de mercado, en la que los propietarios de los medios de producción y los empresarios, así como también los trabajadores, dependen de las demandas de los consumidores, se sustituye por un sistema en el que las demandas de los consumidores ya no determinan la producción, sino que se encarga de hacerlo un sistema en el que sólo prevalecen los deseos de los productores. El cocinero decide qué va a comer cada uno y en qué cantidad. Como el cocinero tiene el derecho exclusivo a preparar la comida, quien la rechace pasará hambre. Tal sistema podría tener aún cierto sentido si las condiciones permanecen inalteradas y mientras que la distribución del capital y del trabajo entre las diferentes líneas de producción correspondan en cierta medida a las condiciones de la demanda. Pero siempre sobrevienen cambios. Y cualquier cambio en las condiciones hace inviable el sistema.
El postulado sindicalista de que los trabajadores debieran apropiarse de los medios de producción es un síntoma de la opinión que los trabajadores se forman del proceso productivo desde la estrecha perspectiva que su posición les proporciona. Toman por una institución permanente el centro donde desarrollan a diario las mismas tareas; no se dan cuenta de que la actividad económica está sometida a constantes cambios. No saben si las empresas para las que trabajan obtienen o no beneficios. ¿Cómo, si no, podría explicarse que los empleados de un ferrocarril que obtiene pérdidas exijan «los ferrocarriles para los ferroviarios»? Los trabajadores creen ingenuamente que es únicamente su trabajo lo que produce rendimientos y que los empresarios y capitalistas no son sino parásitos. Psicológicamente, esto puede explicar cómo se concibieron las ideas del sindicalismo. Pero comprender cómo surgieron las ideas del sindicalismo no hace de él un sistema viable.
Los sistemas sindicalista y corporativista se basan en el supuesto de que la estructura productiva existente en un determinado momento permanecerá invariada. Sólo en el caso de que este supuesto sea correcto sería posible prescindir de las transferencias de trabajo y capital desde un sector a otro. Y las decisiones en cuanto a tales cambios han de tomarlas una autoridad superior a la corporación o el sindicato. Ningún economista respetable ha calificado nunca el ideal sindicalista como una solución satisfactoria al problema de la cooperación social. El sindicalismo revolucionario de Sorel y los partidarios de la action directe no tienen nada que ver con el programa social del sindicalismo. El sistema de Sorel era un conjunto de tácticas políticas cuyo objetivo era la implantación del socialismo.
El socialismo gremial inglés floreció por un breve periodo y después desapareció casi por completo. Sus primeros defensores lo abandonaron porque se dieron cuenta, obviamente, de sus inherentes contradicciones. En cuanto al corporativismo, todavía hoy juega un papel de cierta importancia en los escritos y en los discursos de los políticos, pero ninguna nación ha intentado ponerlo en práctica. La Italia fascista, que es la que con más énfasis ensalza el corporativismo, impone las órdenes del gobierno en toda actividad económica. Luego no hay lugar para las corporaciones autónomas en la Italia «corporativa».
Existe una tendencia general a asignar el término «corporación» a ciertas instituciones. Los organismos consultivos del gobierno o los cárteles que el gobierno crea y hace funcionar bajo su supervisión son calificados como instituciones corporativas. Pero tampoco ellos tienen nada que ver con el corporativismo.
De cualquier forma que lo abordemos, el hecho es que el corporativismo o el sindicalismo no pueden eludir la elección: economía de mercado o socialismo. ¿Cuál de los dos?