CAPÍTULO XXIII

DUELO EN EL DESIERTO

Larry dio con su caballo un largo rodeo para llegar a la colina rocosa, donde sabía que Colman habría vuelto a ocultarse, junto con su compinche y los prisioneros.

No fue hacia ellos en línea recta, porque al menor rumor le hubieran descubierto. Y desde su parapeto, contando con buenos rifles, Colman hubiera hecho imposible que un solo hombre se acercara a él.

Larry pensaba cazarlos por la espalda.

Al llegar a la pequeña zona rocosa que era como un mirador sobre el desierto, Larry contempló el cielo. Sólo un tímido cuarto creciente alumbraba los relieves de las cosas.

—Amanecerá dentro de una hora —pensó—. Tengo que darme prisa.

Dejó su caballo atado a una gruesa piedra vertical, y él inició la subida a pie, tanteando cada palmo de terreno antes de dedicarse a dar un nuevo paso.

Colman y su único pistolero estarían ahora con todos los nervios alerta, atentos al menor rumor.

Y así era, en efecto.

Tan atentos estaban, que Larry fue el sorprendido en lugar de dar él la sorpresa.

Le avisó el leve rumor del cañón de un rifle al rozar un peñasco. El tiempo que cualquier otro hombre hubiera necesitado para identificar aquel ruido y localizarlo le bastó a Larry para darse cuenta del peligro, dar un salto de costado y ponerse fuera del alcance de la bala.

Aun así ésta casi rozó su mejilla antes de aplastarse contra una roca.

Larry levantó la cabeza y vio a su enemigo casi encima de él, de rodillas sobre un peñasco, apuntándole de nuevo.

Hizo una pirueta, dejándose caer entre dos rocas y la bala le arrancó ahora un pedazo de tela de su camisa.

Oyó arriba el grito de Colman.

—¿Qué ocurre, Pat?

—¡Es Larry!

—¡Maldito condenado! ¡Vamos a achicharrarle!

—Tú preocúpate de los prisioneros, Colman. Yo lo tengo a tiro…

—Los prisioneros no tienen caballos ni armas a su alcance, no te preocupes por ellos. ¿Dónde está ese perro?

Larry, desde una hendedura entre las rocas, gritó:

—¡Aquí estoy!

Y dejó caer inmediatamente un peñasco que tenía a sus pies. El hombre del rifle, situado a unas yardas por encima suyo, hizo fuego instantáneamente. Después de esto necesitó unos cinco segundos para cargar la recámara y volver a apuntar de nuevo.

Esos cinco segundos los aprovechó Larry moviéndose a una velocidad diabólica. Cuando Pat le tuvo apuntado, Larry ya estaba frente a él, con el revólver amartillado. Y la vida, sencillamente, fue del que disparó primero.

Apretando el gatillo, no había nadie tan veloz como Larry en todo el desierto de Nevada.

Pat recibió dos balazos —uno en el cuello y otro en la frente— antes de poder hacer un solo disparo. Lanzó un aullido, soltando el rifle, y cayó desde los peñascos abajo.

Colman, que iba a asomarse ya con el rifle preparado, tuvo un brutal estremecimiento al ver caer al último compinche que le quedaba con vida. Lanzó un sordo gruñido de fiera acorralada y corrió con toda la velocidad de sus pies hacia el lugar donde tenía a los dos prisioneros.

Estos estaban atados de espaldas a una roca vertical de las que abundaban en aquella zona del desierto. Cerca de ellos no había más que una espantosa soledad; ni armas, ni caballos, ni nada que les sirviera para huir. Por eso los nudos que les sujetaban no estaban demasiado prietos. Cuando Colman llegó, la muchacha ya había logrado desatarse.

Eso no preocupó demasiado al pistolero. Por el contrario, le ahorraba un trabajo. Cayó sobre ella, cuando ya una bala disparada por Larry aullaba encima de su cabeza.

Parapetándose tras la muchacha, empuñó el rifle con una mano, Colman vio acercarse a Larry. Éste se hallaba a unas treinta yardas, y llevaba empuñados los dos revólveres. Avanzando entre la penumbra, era para Colman como la propia silueta de la muerte.

—¡Si disparas, acribillaré a la muchacha! —aulló Colman—. ¡Tira los revólveres y te juro que yo no haré fuego tampoco! ¡Sólo pretendo huir!

Pero antes de que Larry pudiera contestar, Colman, creyendo ver un momento favorable, hizo fuego ya.

La bala alcanzó a Larry, hiriéndole en un costado. Inmediatamente notó el joven que no era una herida grave, pero su respiración quedó cortada. Cayó de rodillas a tierra mientras balbucía:

—¡Trai… dor!

Colman hizo fuego otra vez, pero en el ultimo segundo, Lorna logró desviar el rifle con un movimiento de su cintura. La bala se hundió en la arena, a unas tres yardas de Larry. Este apretó alternativamente los gatillos de sus dos revólveres, y una de las balas paso rozando la cabeza de Colman.

Fue todo lo que éste necesitaba para que el terror le dominase. Soltó a Lorna y, haciendo fuego de cobertura al azar, corrió en zigzag hacia los peñascos; donde estaba su caballo.

Larry pudo haberle matado fácilmente durante esos segundos, pero la bala le había cortado la respiración y sentía un dolor agudísimo en el costado. Materialmente no podía levantar el cuerpo. Hundiendo la cabeza, intentó serenarse y recuperar el ritmo de la respiración, mientras con un pañuelo se apretaba la herida para, que no brotase demasiada sangre.

Lorna corrió junto a él.

—Larry… Tienes que vivir… ¡Dios mío! ¡Tienes que vivir!

—La herida no es grave. Preocúpate de tu hermano…

Lorna alzó la cabeza. Lanzó entonces un grito al ver que su hermano Peter había conseguido desatarse también y corría hacia Colman, quien a lomos de su caballo iba ya a tomar, galopando, el sendero que le conduciría a la parte lisa del desierto.

Peter intentó derribar a Colman de su caballo para luchar con él cuerpo a cuerpo, pero el forajido le golpeó con su culata dos veces. Luego, con una flexión de sus poderosos músculos, cargó el inanimado cuerpo sobre la silla y aceleró su galope.

Todo ocurrió en breves segundos, mientras duraba el grito de Lorna.

—¡Aún me servirá como parapeto! —aulló Colman mientras se perdía de vista, llevando consigo al inanimado Peter.

Una de las lágrimas de Lorna cayó sobre la mejilla de Larry. Este se puso trabajosamente en pie.

—Debe quedar un caballo —dijo—. Y quiero que al amanecer, Colman esté ya enterrado en el desierto. Vamos allá.

* * *

Calculó que aún faltaba una hora para el amanecer. Y los nervios de Tom Donald no podían resistir más aquella tensión insoportable.

Le daba miedo incluso el contacto frío del revólver en sus manos. Temblaba al pensar que pudiera disparársele, atrayendo la atención de Drácula.

Resolvió entonces no permanecer más tiempo allí, al fondo del pasillo, y para deshacerse del revólver lo depositó en el ataúd. Luego fue hacia el comedor pensando que así podría encontrar a Harper y hablar directamente con él.

Pero en ningún sitio se veía a nadie. Parecía como si el rancho estuviese desierto. Tom, dominado por la sed, fue a la cocina, buscó una jarra de agua y se puso a beber ansiosamente.

* * *

Gladys había entrado en su habitación un rato antes, se había despojado del salto de cama y había empezado a vestirse para ir en busca de su padre.

Después de ajustarse las medias, se puso los zapatos, sentada en su cama. Una sola lámpara de petróleo alumbraba la habitación, que estaba sumida en una deliciosa penumbra. Pero aquel silencio era inquietante. No se oía el menor rumor. Era como si Harper y los demás hombres hubiesen desaparecido.

Gladys pensó:

—Quizá es demasiado pronto… Papá vendrá dentro de unos instantes a ver si me encuentro bien… Le diré que estoy desconsolada, y ese será el mejor momento para pedirle que acepte mis relaciones con Tom. Si voy a buscarle ahora y está ocupado quizá no me comprenderá y…

Reclinó la cabeza en la almohada. Se sentía rendida, deshecha por las últimas emociones. Cerró los ojos y la invadió un extraño sopor, una lejana sensación de abandono, como si nada tuviera importancia.

* * *

Despertó bruscamente, incorporándose, con la sensación de que acababa de cerrar los ojos. Al sentarse en la cama tuvo como un vahído y estuvo a punto de desvanecerse. Se llevó la mano a la frente, tragó saliva y se puso difícilmente en pie.

Pero de pronto una sonrisa distendió sus labios, e inmediatamente se sintió mejor. Debía haber pasado ya media hora, o quizá más, puesto que Tom Donald ya estaba allí. Podía ver su figura vestida de negro, junto a la puerta.

—He debido dormirme… —susurró casi sin voz, Gladys—. Perdona, Tom, aún no he hablado con papá… Me sentía tan destrozada, tan…

Tom seguía inmóvil. No se veía su rostro, sino solo su figura negra junto a la puerta. Gladys musitó:

—¿Por qué no me contestas?…

Se oía ahora, fuera del rancho, como el lejano rumor de un caballo al acercarse. Pero ese rumor apenas llegaba hasta la habitación de Gladys. Esta tenía los ojos inmóviles, obsesionados, clavados en la figura negra de la puerta.

—Tom… —susurró—. ¿Por qué no contestas? Tom…

Gladys se acercó a la figura negra. Esta se movió un poco. Se acercó también a ella, silenciosamente, caminando como un espectro.

La muchacha, al aproximarse más, pasó por delante del espejo de su tocador. Lo miró sólo de soslayo, inconscientemente, y de pronto lanzó un gemido…

Acababa de ver en su cuello las huellas de unos dientes. Y acababa de ver las pequeñas manchas de sangre en su piel. ¡El vampiro la había estado atacando hasta unos minutos antes, mientras dormía!

Gladys lanzó un alarido desgarrador, mientras la figura negra avanzaba hacía ella.

El alarido se repitió, mientras los ojos desorbitados de Gladys giraban dentro de sus órbitas.

Porque aquel no era Tom Donald. No era ningún ser humano. Era… ¡DRÁCULA!

Gladys cayó al suelo, sintiéndose perdida. Vio la sombra avanzar hacia ella. En aquel momento una puerta se abrió.

—¿Desde cuándo los vampiros matan con un cuchillo «Bowie», Drácula? —pregunto una voz.

La figura negra se volvió instantáneamente hacia la puerta, mientras lanzaba su cuchillo contra el intruso con una rapidez fantástica. Pero aquel intruso no era un novato ni un incauto. Se ladeó en el momento preciso, y la hoja de acero pasó a un palmo de distancia de él. Mientras tanto, Larry, que era el que acababa de aparecer en la puerta, apretó dos veces el gatillo.

La figura negra se contorsionó, giró sobre sí misma tratando de no caer, y al fin se desplomó de bruces. Harper, que había aparecido tras Larry, corrió hacia el caído mientras lanzaba un grito.

Pero ese grito se transformó en un auténtico alarido cuando descubrió el rostro de aquel hombre, que era ya un cadáver.

—¡ORSON!

Vestido completamente de negro, con una siniestra capa encima de sus hombros, Orson tenía aún en sus labios una mueca diabólica, a pesar de estar muerto. Larry disparó otra vez, ahora hacia el techo, y un extraño pajarraco que revoloteaba por la habitación cayó muerto a los pies de Harper.

Este lo miró incrédulo, sin dar crédito a sus ojos.

El pájaro tenía una cabeza parecida a la de los lobos, pero más cuadrada. Su cuerpo, repugnante y grande, era de rata, y sus alas de murciélago. Dos afiladísimos colmillos sobresalían de su boca.

—He aquí el auténtico vampiro —dijo Larry—. Orson debe tener más en su carruaje, por supuesto. Estos repugnantes animales se crían a miles en las selvas de Nueva Guinea, y tres o cuatro de ellos son capaces de dejar sin sangre a un hombre mientras éste duerme sin que note la menor molestia. Eso debió pasar con Doyle, y probablemente lo mismo hubiera pasado con su hija si no llega a despertar.

Dos siniestros pájaros más se movían con batir de alas en la penumbra de la habitación. Un suave movimiento de la muñeca derecha de Larry, dos disparos más y los pájaros cayeron abatidos.

—Orson había estado en Nueva Guinea… —dijo Harper con un soplo de voz—. No es extraño que trajera por curiosidad algunos de estos animales y lograra alimentarlos. Ahora recuerdo, además, que antes de que descubriéramos a Doyle, él salió un momento. Debió hacerlo para retirar a los vampiros la habitación, una vez realizado su trabajo.

—¿Era su socio, no? —preguntó Larry.

—Sí, y le había perdonado ya muchas irregularidades. Sin duda debió pensar que si moría mi hija y yo me consideraba perseguido por Drácula, huiría al otro extremo del mundo y las minas caerían inevitablemente en sus manos. Pero nunca hubiese creído una cosa tan espantosa… ¡nunca!

—Sin duda se le debió ocurrir la idea en Carson City, cuando Doyle hizo que Tom se disfrazara de Drácula —sugirió temblorosamente.

—Seguro, aunque yo no conozco bien toda la historia. Y en cuanto a ese muchacho, Gladys… En cuanto a ese muchacho… Ya no quiero ser más un padre intransigente. Si esa es tu voluntad, cásate con él.

El color afloró inmediatamente a las mejillas Gladys. E iba a iniciar una sonrisa, cuando alguien gritó:

—¡Cuidado!

Era la voz de Burton. Larry se volvió instantáneamente y pudo ver al hombre que estaba tras él, con revólver ya preparado. Hizo fuego en fracciones de segundo, mientras Burton disparaba también a su vez. Alcanzado mortalmente en dos sitios, el hombre se desplomó para no levantarse más.

Burton se acerco a el.

—Era Harvey, el pistolero de confianza de Orson —dijo desdeñosamente—. Siempre le tuve manía. Una vez me ganó diez dólares a los naipes.

—Mirad su carruaje y liquidad a balazos a todos los pájaros vampiro que encontraréis en él, dentro de cajas especiales —ordenó Larry—. Y creo que con eso podréis dar el asunto por terminado.

—Terminado gracias a usted —musitó Harper, acercándose—. Llegó oportunamente en un caballo, con esa mujer, y se precipitó hacia el dormitorio al oír el grito de Gladys. Sólo un hombre tan rápido como usted podía salvarla. Sin duda, Orson pensaba cortarle hábilmente la yugular para que quedase sin sangre y nosotros pensáramos que habían sido los dientes del vampiro. No sé cómo agradecerle. O mejor, sí que lo sé. A esa muchacha a la que ha traído, la están atendiendo ahora, pero usted también necesita cuidados. Está herido.

—El balazo no tiene importancia. Ha sido un rasguño solamente, pero al principio el choque me ha dejado sin respiración. ¿Qué piensa hacer después de lo sucedido, Harper?

—Lo primero hacer que le limpien a usted la herida para que no baya infección. Lo segundo, preparar los equipajes y los coches en un santiamén. Y lo tercero, dejar esto abandonado, con todas las antigüedades dentro, incluso ese maldito ataúd, para que la arena del desierto lo vaya enterrando todo. Sin hombres que lo cuiden, el rancho no tardará seis meses en haber sido tragado por la arena. Ahora viene precisamente el tiempo de las tempestades.

—Creo que hace usted bien —dijo Larry—. La manía de coleccionar, a veces puede ser peligrosa. Y usted tiene ahora una hija por cuya felicidad debe preocuparse, Harper.

Harper susurró:

—Lo haré. Pero me parece que habrá alguien ayudándome en esa tarea.

En efecto, a poca distancia de allí, Gladys y Tom se estaban abrazando. Alguien había prestado a Tom ropas de vaquero, después de encontrarlo en la cocina poco antes, y ahora el muchacho volvía a tener su aspecto inocente y bondadoso de siempre. Harper sonrió.

—Bueno, no hay tiempo que perder. Cuanto antes olvide este rancho mejor. Manos a la obra.

Poco después los carruajes estaban listos, y la herida de Larry había sido desinfectada gracias a los cuidados de Lorna. Esta, cuando hubo terminado, se puso a llorar en brazos de Larry.

—Estás llorando por tu hermano, ¿verdad, Lorna?

—Por él… y por ti.

—¿Has adivinado que yo no voy a marchar con vosotros? ¿Que voy a rastrear el desierto entero hasta dar con Colman?

Ella le miró a los ojos.

—Sí, Larry, lo he adivinado. Y sé también que estás en desventaja. Vas herido, has perdido sangre y fuerzas… Deja que Burton y sus hombres te ayuden.

—El desierto es una ratonera, y muchos hombres estorban en él. Un solo perro basta para seguir las huellas de una fiera. Déjame a mí.

—Yo iré contigo.

—No. Tú marcharás con todos. Serías un estorbo en el desierto, Lorna, y además necesitas descansar.

Harper apareció en aquel momento.

—¿Quiere venir, señorita? Está todo dispuesto. Y usted, Larry, ¿de veras no quiere la ayuda de Burton y alguno más? Están pidiendo a gritos que les deje acompañarle.

—No, Harper, gracias. Ustedes necesitan estar protegidos por si tienen alguna sorpresa en el desierto. Y a mí me gusta más trabajar solo. Toda la vida he sido un lobo solitario.

Fue en ese momento, cuando Lorna, con los labios entreabiertos, se acercó a él.

—Yo —jadeó— quiero ser tu loba.

El beso rabioso de aquellos dos seres hizo estremecer a Harper. Volvió la cabeza lentamente, mientras tragaba saliva poco a poco. Luego, Lorna volvió junto a él. Lloraba. Los dos echaron a andar silenciosamente.

Larry, con dos revólveres cargados, quedó sólo en «Rancho Drácula».