CAPÍTULO XXII

LLEVO DOCE BALAS

Gladys se tambaleó, a punto de caer, mientras la tapa del ataúd se corría un poco más hacia un lado y la mano de dedos engarfiados era seguida por un brazo enfundado en una manga negra.

La muchacha trató desesperadamente de huir, volviendo la espalda a aquella visión horrible, pero las fuerzas la abandonaron y sus piernas quedaron clavadas en el suelo. Como hipnotizada, con los ojos desencajados por el temor, quedó quieta a cinco pasos del ataúd, viendo cómo la tapa se levantaba ahora para dar salida al cuerpo humano que había en el interior.

¿Cuerpo humano o visión de ultratumba?

Gladys no pudo darse cuenta naturalmente de que alguien había aparecido a su espalda. Sus ojos estaban obsesionados por la visión horripilante del ataúd, sin poder apartarse de allí.

El hombre que había aparecido a espaldas de Gladys era Larry Percival.

Larry, oculto en una zona de sombras del pasillo, se dispuso a intervenir. Todo aquello le pareció sobrenatural en el primer momento, y no pudo evitar que unas gotitas de sudor helado perlaran sus sienes, pero se dispuso a intervenir inmediatamente, aunque no llevaba armas.

Por muy Drácula que fuese el que estaba a punto de salir del ataúd, él le enseñaría con sus puños cómo se puede convertir en pulpa a un hombre y arrancarle la sangre por entre los jirones de su piel.

Tensó los músculos, y en el instante en que se disponía a saltar hacia el interior de la habitación, la tapa del ataúd terminó de levantarse por completo y un hombre vestido de negro, espantosamente pálido, salió del interior.

Larry quedó inmovilizado durante unos instantes.

Si aquél era el poderoso Conde Drácula, la verdad era que no parecía tan temible. Daba la sensación de que al primer «upper-cut» iba a quedar desmontado y de que sus colmillos de vampiro iban a saltar por los aires convertidos en harina de arroz.

Pero no fue eso sólo lo que le detuvo, sino la actitud inesperada de Gladys.

Gladys no lanzó un grito de horror, sino que se arrojó inverosímilmente en brazos del fantasmal aparecido, exclamando:

—¡Amor mío…!

Larry tragó saliva. ¿Qué diablos era aquello? ¿A tal extremo hipnotizaba Drácula a sus víctimas? ¿Es que éstas estaban tan contentas o eran tan idiotas que hasta le echaban los brazos al cuello?

—Gladys… —suspiró el aparecido.

—Para ser un vampiro está bastante enterado —gruñó para sí Larry, mientras entrecerraba los ojos.

Y entonces, bruscamente, toda la verdad se desveló ante sus ojos.

El hombre que acababa de salir del ataúd no era el Conde Drácula ni tenía que ver nada con éste. Era un pobre joven a quien las circunstancias habían obligado a vestirse con aquellas ropas y ocultarse en aquel siniestro lugar. Estaba tan destrozado que, de no haberle sujetado los brazos de Gladys, hubiese seguramente caído al suelo antes que ella.

—Tom… —musitó la muchacha, con lágrimas en los ojos—. Tom… ¿qué hacías aquí?

—Estaba oculto y esperando una oportunidad, hasta ver cómo se resolvían las cosas. Me perseguían, ¿sabes?

—¿Quién te perseguía?

—Doyle.

Se dio entonces cuenta de que Doyle estaba a sus pies, desangrado, y lanzó un gemido. Sus ojos se nublaron un instante, pero, al parecer, la presencia de Gladys allí le dio nuevas fuerzas.

—¿Está… muerto?

—Sí, está muerto, pero no es él quien nos importa ahora, Tom. Somos nosotros dos los que importamos, y es urgente arreglar nuestra situación ante papá porque veo que tú estás destrozado. ¿Por qué llevas esas vestiduras?

—Doyle y otros dos me gastaron una broma. Me dijeron que dabas un baile de disfraces en tu casa de Carson City, y que querías que yo fuese disfrazado precisamente así. Cuando me di cuenta de lo que pretendían, no quise seguir la broma. Entonces Doyle, dominado por el orgullo, dijo que me mataría, y yo tuve que huir. No supe lo que quería, en realidad, excepto que necesitaba verte. Llegué a este rancho, uno de los centinelas me sorprendió y para evitar males mayores, me oculté aquí. Este me pareció de momento el sitio más seguro.

—Pero ¿por qué no has salido antes? Debes estar medio asfixiado.

—La tapa parece ajustada, pero no lo está del todo. Eso me ha salvado, aunque el aire estaba tan enrarecido ahí dentro que varias veces he estado a punto de salir. Pero cada vez que lo intentaba, había disparos, y hace poco he oído una horrible explosión No sabía qué hacer, Gladys, te lo juro. Además, Doyle me había dicho que no saliera.

—¿Doyle?…

Larry, que estaba detrás de los dos, pero invisible a sus ojos porque le cubría una zona de sombra, prestó absoluta atención a estas palabras.

Por fin había preguntado Gladys lo que tenía que preguntar. Tom había tenido que ser testigo forzosamente de la muerte de Doyle. ¡Él tenía que conocer punto por punto los detalles de aquel horrible misterio!

—Sí, Doyle —dijo Tom trabajosamente—. Él abrió el ataúd hace unas horas, sabiendo ya que yo estaba encerrado aquí. No comprendo cómo lo adivinó, pero lo que digo es cierto. Parecía muy amable y daba la sensación de haber olvidado todo su rencor. Me dijo que había venido a ayudarme, que oyera lo que oyera me estuviese quieto, y que unas horas después él ya vería el modo de sacarme de aquí. Yo le prometí obedecer. ¿Qué otra cosa podía hacer en mis circunstancias?

—Pero entonces tú sabes lo que ha ocurrido, Tom. Tú has sido testigo de la extraña muerte de Doyle. ¿Qué es lo que has visto?

—Nada.

—Claro, ya comprendo. La pesada tapa del ataúd no te permitía ver, desde luego. Pero ¿qué oíste?

—Nada.

—¿Nada?

—Te lo prometo. Yo no estaba dormido ni mucho menos. El que estaba dormido era él. Oía sus ronquidos perfectamente. Eso fue lo único.

—Entonces… ¡han bebido su sangre mientras dormía!

—¿Cómo… cómo dices?

—Digo… ¡Dios mío! ¡Digo que esto no ha podido hacerlo más que el Conde Drácula!

—Oye, Gladys… No hagas bromas… ¿Quieres decir que yo estaba ahí… quieto… en su propio ataúd… mientras Drácula asesinaba a una de sus víctimas?

—No puedo creer otra cosa, Tom. ¡No puedo creer otra cosa! A Doyle lo mató un vampiro, de eso no hay duda alguna. Y si lo hizo mientras dormía, sin que él se diera cuenta… ¡sólo pudo tratarse del propio Drácula!

Tom Donald estaba tan pálido y tan asustado que apenas lograba sostenerse en pie. Y en cuanto a Larry, a pesar de su fría serenidad, no pudo evitar que las gotitas de sudor volvieran a aparecer en su frente. Porque, desde luego, los razonamientos de la muchacha parecían irrefutables. ¡Drácula tenía que ser el causante de aquel crimen!

—Pero ¿tú no oíste nada? —insistió angustiosamente Gladys, sujetando por las solapas a Tom.

—Nada… Bueno, es decir… Oí la respiración de Doyle, que desde luego estaba dormido. Y también alguien que abría la puerta y la cerraba instantáneamente.

—¿Alguien que abría la puerta?

—Sí.

—Tuvo que ser el vampiro…

—Gladys, si sigues hablando de eso, me voy a tener que quedar en el ataúd, pero ahora para siempre.

—¿No oíste nada más? ¿La puerta no volvió a abrirse?

—Sí, al cabo de bastante rato. Por cierto, ya extrañaba tanto silencio… De pronto la puerta se abrió, sé oyó un suavísimo silbido y en seguida volvió a cerrarse.

—¡Eso fue cuando Drácula salió! ¡Entonces es que él está aquí!

—Gladys, si yo llego a sospechar que… Bueno si yo llego a imaginar siquiera que Drácula, estaba a dos pasos de mi cuerpo, no encontráis aquí sólo el cadáver de Doyle. Encontráis el mío también.

—Lo cierto es que a ti no te ha hecho nada, Tom. No se ha dado cuenta de que estabas en el ataúd, por alguna razón que ignoramos, ha decidido respetar tu vida. Ahora, probablemente, hasta que amanezca, él no volverá a esta habitación. Para entonces tienes que haber hablado con papá y aclararlo todo.

—Pero ¿cómo voy a hablar? Él me odia o me desprecia, que es peor.

—Yo prepararé el terreno. ¿Olvidas que siempre nos hemos querido, Tom? ¿No voy a hacer ese pequeño sacrificio?

—¿Y mientras tanto cuál debe ser mi actitud, Gladys? Lo que tú me digas, haré.

Ella sacó de su escote, separando los pliegues de su salto de cama, un pequeño revólver de cañón chato, adornado con marfil y plata.

—Toma; mi padre me regaló esta arma hace dos años, por si alguna vez necesitaba defenderme. Es pequeña, pero dispara con gran precisión y emplea balas de grueso calibre. Está cargada. Tú tienes que quedarte de momento al fondo del pasillo, en la oscuridad, y venir a mi habitación dentro de media hora. Yo ya habré tenido tiempo de hablar con papá, y entonces te diré de qué forma debes plantear la cuestión.

—Muy bien, yo me quedo al fondo del pasillo, entre las sombras. Pero ¿qué sucederá si entretanto se me acerca Drácula?

—Disparas en seguida.

—¿Y crees que las balas van a hacerle alguna cosa?

—Qué poco imaginativo eres a veces, mi querido Tom… Las balas puede que no le hagan nada, pero pondrán en conmoción a todo el rancho. Hay aquí varios hombres a quienes los vampiros importan menos que un buey fuera de su manada. Te ayudarán.

Tom, conmovido, estrechó con fuerza las manos de la muchacha.

—Eres un ángel, Gladys. Así lo haré.

—Entonces no lo olvides. Dentro de media hora o cuarenta y cinco minutos vienes a mi habitación. Entra sin llamar; yo estaré vestida. Y entonces te diré cómo conviene que te presentes a papá. Mientras tanto ojo avizor y el dedo sobre el gatillo.

Larry comprendió que había llegado el momento de levantar el campo. La muchacha podía verle en cualquier momento, al retirarse, y además se oía ya los pasos de Harper, que sin duda extrañando su tardanza iba a buscarle al cuarto de baño.

Antes de que Gladys saliera al pasillo para señalar dónde estaba su habitación se evaporó entre las sombras, logró llegar al cuarto de baño y mojarse y se estaba secando ya, cuando Harper llamó a la puerta.

—¿Necesita algo, Percival?

Larry abrió.

—Sólo dos revólveres.

—Los traigo ya. Y son de lo mejorcito.

Mostraba dos magníficos Colt enfundados en cartucheras nuevas, y los correspondientes cintos canana.

Larry se los ciñó con dos secos movimientos.

—Ahora necesito un buen caballo.

—¿Es que va a ir esta noche al encuentro de Colman?

—Sí.

—Pero ¿no comprende que está en desventaja?

Larry tocó suavemente los revólveres, comprobando que salían bien de las fundas, y luego miró a Harper.

—Tengo dos cinturones canana llenos de plomo y dos revólveres con doce balas en sus cilindros. ¿Qué más puedo necesitar? ¿No bastan seis balas para cada hombre?

Harper quedó callado, sin atreverse a hablar, observando la extraña expresión que había en los ojos de Larry.

—Sí —dijo—. Creo que seis balas disparadas por usted serán suficientes para hacerlos bajar hasta el sexto infierno. Vamos a por su caballo.