UN GRITO DE HORROR
Harper fue a su despacho, extrajo una botella de whisky del cajón central de la mesa y con ella en la mano fue a sentarse en la sala destinada a comedor le los vaqueros.
Todos los que estaban allí, organizando los turnos de guardia para aquella noche, se volvieron sorprendidos a mirarle.
Nunca habían visto así a Harper, sentado a la mesa como un borracho, con una botella de whisky delante de los ojos.
Todos cuchichearon, sorprendidos, no comprendiendo qué era lo que podía ocurrirle.
Por fin fue Burton el que preguntó:
—¿Hay algo nuevo, patrón? ¿Alguna preocupación más?
—No, nada.
—Si teme que alguien pueda entrar en el rancho y hacer daño a su hija, deseche esa idea. Nosotros montaremos una vigilancia tan perfecta que será imposible burlarla.
—No, no es eso. Al menos por esta noche no creo que le vaya a ocurrir nada a mi hija.
—Pues entonces…
—Estoy intranquilo y al mismo tiempo tengo curiosidad por saber lo que ocurrirá a Doyle. Se ha ofrecido a pasar la noche entera junto al ataúd de Drácula.
Burton palideció un instante.
—Ese tipo es un gallito, y si alguien ha de palmarla por culpa del Conde Drácula, no me disgustaría que fuese él. Pero, desgraciadamente, nada le va a ocurrir. El Conde Drácula ya no existe.
—Eso mismo pienso yo —dijo Harper—. Y a ti ¿qué te parece, Orson?
Se había vuelto hacia su socio, que escuchaba distraídamente la conversación desde la puerta.
—Me parece que tiene razón Burton. Todo lo del Conde Drácula son historias del pasado, cosas que ya no existen. Lo que ha querido Doyle es hacer méritos ante ti sin costarle ningún esfuerzo. Además, ¿qué tiene que ver Drácula con este rancho?
—Creo que lo debes saber todo ya —dijo Harper.
Y volvió a explicar bien la historia del ataúd y la que le había ocurrido a Sam la pasada noche.
Orson esbozó una sonrisita irónica.
—¿Qué te ocurre? —preguntó Harper—. ¿Por que diablos sonríes de esa manera?
—Porque me parece adivinar cuál es el pensamiento de Doyle. Presencié cierto suceso en Carson City, y creo que sería capaz de enumerar detalle por detalle la idea que ha tenido ese hombre.
—¿Y qué idea es esa, si puede saberse?
Orson se sentó también a la mesa, ante la botella de whisky.
—¡Bah, no te preocupes! Mañana mismo, según lo que diga Doyle, te explicaré lo que sé.
—¿Y por qué no me lo explicas ahora?
—Porque será mucho más divertido si te lo explico mañana. Quiero saber lo que cuenta antes de hablar yo.
—Eso si Doyle está mañana vivo.
—Lo estará, no te preocupes.
—Muy seguro pareces.
—Yo opino que el Conde Drácula que se va a tropezar con él no es demasiado peligroso.
—¿Cómo lo sabes?
—Inspiraciones que tiene uno.
—Podrías ser un poco más explícito, Orson. Con tantos secretos y misterios, no voy a poder dormir.
—No duermas. Una noche en blanco no ha matado a nadie todavía. Y yo también siento curiosidad por saber si Doyle grita o no antes de que el sol aparezca. Por qué no matamos las horas continuando nuestras partidas de póker?
—Me parece una excelente idea.
—Pero hay que vaciar la botella, ¿eh? No debe quedar ni una gota cuando amanezca.
—Nos beberemos ésta y otra más.
Para empezar se bebieron dos vasos cada uno, y, ya más animados, iniciaron la partida de naipes.
Burton, en pie junto a ellos, gruñó:
—Y nosotros, ¿qué hacemos? ¿No se vigila el rancho esta noche?
—No creo que sea necesario —dijo Harper—. Doyle es el único que está en peligro, y él mismo ha pedido que no haya nadie cerca de la puerta.
—Entonces, ¿podemos ir a dormir?
—Como unos benditos…
Todos los pistoleros se retiraron. Sólo quedó en la gran sala Harper y su socio Orson, los dos centrados en la botella de whisky y en el juego que desarrollaban sobre el tapete verde.
A ninguno de ellos se le ocurrió pensar que Colman, uno de los pistoleros más temibles de Nevada estaba a un par de millas de allí, preparando el ataque…
* * *
Colman contempló desde su observatorio rocoso cómo las sombras cubrían completamente el rancho.
El pistolero que estaba a su lado murmuró:
—Esta noche parece que no han salido los centinelas.
—Puede que se hayan situado en otros lugares y con la oscuridad no los veamos.
—Todo el día ha estado eso desguarnecido, durante las horas de más fuerte sol pudimos haber iniciado el ataque. Es seguro que les habríamos pillado desprevenidos.
Colman se pasó una mano por su espesa barba, tenían agua para beber un par de días más, pero no podían permitirse el lujo de afeitarse. Y aquella situación ya le estaba resultando intolerable.
—He estado pensando —dijo en voz baja— y creo que, no sé por qué razón, esa gente teme que alguien les ataque de noche, y en cambio se confían extraordinariamente durante el día. Eso me ha hecho darme cuenta de que debemos variar nuestro plan. Atacaremos justamente después del amanecer, cuando todos se retiren a dormir.
—Ya estoy impaciente. Además, en ese rancho deben tener agua en abundancia.
—La suficiente para afeitarnos y poder organizar luego un pequeño festín. Pero eso será cosa que podremos ver dentro de pocas horas. Mientras tanto, di a los hombres que descansen y que estén listos para la salida del sol.
—¿Y ese tipo llamado Larry? ¿Atacará con nosotros?
—Naturalmente que sí. Lo que le interesa es el botín. Ha visto que tenemos en perspectiva un buen golpe y se nos ha unido pensando aprovecharse de la situación. También es posible que la chica le importe algo, aunque no lo demuestra. Sin duda lo que pretende es quedarse con ella y con el oro del ataúd. Pero todavía no ha nacido el tipo capaz de engañar a Colman.
—¿Qué piensas hacer?
—Será fácil acabar con él cuando iniciemos el ataque al rancho. Y ahora no hablemos más, porque tengo la sensación de que los ojos de ese tipo están en todas partes. Di a los hombres que descansen y que estén preparados para cuando salga el sol.
—¿Vas a descansar tú también?
—Yo tengo algo mejor que hacer.
—¿La chica…?
Colman sonrió siniestramente, entornando sus ojitos brillantes.
—Me he cansado de esperar. Llevo demasiado tiempo junto a ella para no terminar enloqueciendo.
Descendieron los dos del observatorio, y mientras el pistolero transmitía a los demás las órdenes de Colman, éste se dirigía con lentitud hacia la manta donde descansaba la muchacha.
Ella, que había empezado a dormirse, levantó la cabeza bruscamente al oír el ruido de sus espuelas.
Una tímida luna en cuarto creciente iluminaba la expresión de Colman, cuyos ojos estaban fijos como los de una serpiente en los labios de Lorna. Ella tuvo un estremecimiento y se echó instintivamente hacia atrás aunque no gritó, porque comprendió que sería inútil.
Colman se acercó un poco más. Sus espuelas tintinearon.
—Estás tan hermosa… —jadeó.
—¡Déjame! ¡Si te atreves a…!
—¿Qué es lo que va a ocurrir si me atrevo? ¿Quién crees que va a defenderte?
—Yo.
La voz partió rotunda a espaldas de Colman. Este se volvió, lanzando una salvaje imprecación, al reconocer que aquella voz era la de Peter Halloran.
—¿Tú, muñeco…?
—Me falta la mano derecha, pero todavía puedo manejar el puño izquierdo.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué no lo intentas?
Los ojos de Colman brillaban de placer. Se tensaron los músculos poderosos de su cuerpo.
—¿Por qué no lo intentas? —repitió.
Antes de que Peter pudiera iniciar un movimiento saltó él. Con las dos manos engarfió el cuello de su adversario y lo obligó a ponerse de rodillas gritando de dolor.
Lorna gemía desesperadamente también, como si el dolor que estaba sufriendo su hermano torturara su propia carne.
—¡Déjalo, Colman! ¡Haré lo que quieras…! ¡Déjalo!
Pero Colman ya no la oía. Estaba dominado por la fiebre que le había convertido en un monstruo inhumano, la fiebre obsesionante de golpear y matar. Hizo un hábil movimiento, y obligó a su adversario a caer al suelo como un guiñapo. Entonces le apresó una pierna y giró sobre sí mismo retorciendo y haciendo un salvaje torniquete con ella.
Peter comprendió que iba a rompérsela en varios pedazos. Gritó desesperadamente:
—¡Nooo…!
Colman lanzó una carcajada.
Siguió apretando.
Los ojos de Lorna fueron desesperadamente del rostro del pistolero al rostro de los otros, busco vanamente en alguno una huella de piedad. Pero dos contemplaban el brutal espectáculo con una expresión lejana e indiferente, como si aquello fuese lo más vulgar del mundo. Larry Percival ni siquiera prestaba atención. Con expresión distraída, mientras los lamentos de Halloran se hacían desgarradores, estaba encendiendo un cigarrillo.
Lorna tuvo la sensación de que nunca olvidaría, aunque viviera cien años, aquella expresión tan despiadadamente tranquila de Larry Percival.
Su odio creció como una llamarada salvaje dentro de su pecho.
—¡Miserables! —aulló—. ¡Perros rabiosos del desierto! ¡Mi hermano es un inválido, un pobre inválido…! ¿Vais a consentir que…?
El gemido de Peter Halloran le heló la sangre en las venas.
Peter acababa de perder el conocimiento. Colman soltó entonces su pierna, que cayó como una cosa muerta.
—Le dije que nunca más sería un hombre —sonrió el pistolero—, y no hago más que cumplir mi palabra. No he acabado de romperle los huesos porque tengo cosas mejores que hacer. Pero no podrá andar en mucho tiempo.
Y al decir «cosas mejores que hacer», Colman dirigió su mirada maligna hacia la caída figura de Lorna.
Esta se estremeció, dándose cuenta de que estaba perdida.
Nada podía esperar ya, como nada puede esperar la víctima herida entre el grupo de chacales.
Pero de repente vio que Colman se estremecía, ahogando un gemido, mientras su mano derecha volaba hacia sus ojos.
Larry acababa de arrojarle a la cara el cigarrillo que con tanta calma encendiera unos segundos antes.