CAPÍTULO XII

UN HOMBRE EN LA NOCHE

Colman gritó de repente:

—¡Muy bien, Jack! ¡A por él! —y en seguida añadió—: ¡Lo quiero vivo!

Sabía que su pistolero sería más rápido. Sabía que Larry no iba a tener tiempo de volverse.

Y, en efecto, Jack se lanzó hacia el cuello de Larry dando un salto para caer sobre él.

Pero aquel salto, de pronto, quedó cortado de la manera más extraña. Pareció como si una mano invisible le hubiese detenido en el aire. Dio una voltereta y cayó estrepitosamente al suelo.

Claro que antes de que cayera Larry le «ayudó» con un soberbio gancho a la mandíbula que hizo que la vuelta de campana fuera más completa.

Con esto se distrajo unos segundos, los suficientes para que Colman se decidiera a echar mano al revólver.

No comprendía nada de lo que le había sucedido a su compañero —en el primer momento incluso le pareció algo de magia—, pero eso no le impidió aprovechar la oportunidad. Movió la derecha con una rapidez fulminante y extrajo el «Colt». Lorna gritó en ese momento:

—¡Cuidado!

Una llamarada brotó del costado de Larry, que apenas había logrado volverse aún, y el revólver que Colman empuñaba saltó hecho virutas de acero antes de que lograra apretar el gatillo.

El pistolero abrió la boca, asombrado. Tan asombrado que ni siquiera se dio cuenta de que en su mano derecha se marcaba una roja línea de sangre.

No sólo había sido portentosamente rápido el movimiento de Larry, sino que su puntería era mucho más portentosa aún, a causa de la oscuridad.

Con el «Colt» en su derecha, Larry trazó ahora suave movimiento que cubría todo el campo.

—Si me obligáis a disparar otra vez lo haré —dijo con voz seca—. Y puede que entonces no me contente con tirar a las manos.

Varios pistoleros de Colman estaban en la zona de tiro. Ninguno de ellos se atrevió ni a pestañear.

Colman era, sobre todo, un hombre astuto. Nunca arriesgaba nada cuando sabía que podía perder, por eso esbozó una forzada sonrisa.

—¡Vaya! —dijo—. Veo que eres un tipo de mucho genio. Más valdrá tomar las cosas como están.

—Sí. Más valdrá.

—Guarda ese revólver ¿No te pesa demasiado?

Larry también sonrió:

—Voy a guardarlo, Colman. Pero puede que alguno de tus hombres le pese demasiado su propia piel. Y si quiere desprenderse de ella le aconsejo que se mueva cuando yo deje el «Colt» en la funda.

Lo dejó.

No se movió nadie.

—Me gustaría saber qué es lo que ha pasado con el hombre que te atacó por la espalda —dijo Colman—. Aún no lo entiendo.

—No soy tan imbécil como para andar descuidado —dijo Larry—. Tendí una cuerda a media altura entre las dos rocas que quedaban a mi espalda, con la oscuridad ese bobo no la distinguió.

El «bobo», sentado en el suelo, se rascaba ahora la mandíbula cuidadosamente, con la sensación de que se la habían roto.

—Tuvo que habérseme ocurrido —gruñó Colman—; estabas demasiado tranquilo. Pero con tu maldito disparo nos has echado por tierra un plan que yo había venido elaborando cuidadosamente durante toda la semana.

—El disparo no lo he hecho por mi gusto. ¿Qué plan era el vuestro?

Colman no contestó. Trataba desesperadamente de encontrar un punto flaco a su enemigo, pero por el momento no encontró ninguno.

—Ya lo imagino —dijo Larry—. Pensabais atacar ese rancho aislado en la llanura.

—¿Y qué, si hubiéramos pensado atacarlo? —gruñó Colman.

—Confiabais en la sorpresa y os ha fallado a causa de ese estampido.

—Así es.

—Pero tú eres muy listo, Colman. Encontrarás otros procedimientos.

—Es muy fácil decirlo. ¿Sabes cuántos hombres hay guardando ese maldito rancho?

—Ni idea.

—El otro día conté ocho. ¡Ocho fulanos bien armados para custodiar una casa insignificante perdida en el desierto! ¿Eres lo bastante listo para imaginar lo que eso significa?

—No hace falta ser un genio.

—En ese rancho alguien guarda oro —gritó Colman, exaltándose—. ¡Una fortuna en oro!

—¿Y por qué me lo cuentas a mí?

—No tengo inconveniente, puesto que ya has llegado hasta aquí. Terminarías sabiéndolo un día u otro.

—¿Un día u otro? ¿Es que pensáis estar mucho tiempo aquí?

—Ahora es imposible determinarlo. Todo depende de la importancia que hayan dado a ese disparo ahí abajo. Depende también de si envían a una patrulla a investigar lo ocurrido y hemos de recibirlos a tiros.

Larry dejó descansar sus brazos, que quedaron en actitud menos tensa, pero sin descuidar por eso la vigilancia.

El que antes había dado la vuelta de campana se levantó al fin.

—Tenemos provisiones, jefe —masculló—, podemos esperar un par de noches para el ataque si es necesario.

—¡Tú te callas!

—Está bien; sólo he dicho eso para que la presa no se nos escape.

—No hay miedo. No se puede mover de ahí.

Hubo un instante de silencio, que Colman empleó para hacerse cargo de la nueva situación. Habían variado dos cosas: la primera que el ataque ya no sería posible esta noche. La segunda que tenía enfrente a un rival demasiado peligroso. Pero lo del rancho podía esperar, y en cuanto a Larry siempre habría ocasión de clavarle una bala por la espalda si antes se le daba confianza. Todo tenía arreglo.

—¿Por qué has venido aquí? —preguntó a Larry.

—Casualidad.

—No creo en las casualidades.

—Llámalo como quieras. No tengo demasiadas ganas de hablar esta noche. Casualidad o no, ¿qué importa?

—Voy a hacer suposiciones —dijo Colman—. Dejaré trabajar mi imaginación. Y mi imaginación me dice que temes que haya salido de Little Sun una patrulla para perseguirte. Que temes verte acorralado en el desierto, y entonces has pensado que la patrulla no se atreverá a atacar a un grupo de cinco o seis hombres.

—Puede que haya pensado eso. Y puede que haya pensado también que vosotros tendríais un trago de whisky.

Colman hizo una seña a uno de sus hombres.

—Smith, trae la cantimplora.

Cuando Larry la tuvo en su mano bebió whisky hasta hartarse, hasta dejar la cantimplora medio vacía. Y mientras bebía no vigiló. Aparentemente cualquiera pudo pegarle un tiro. Pero nadie hizo un solo movimiento porque, a pesar de todo, Larry era como una pantera que en cualquier momento puede saltar.

Cuando hubo terminado de beber, arrojó la cantimplora a Smith.

—Este whisky era una porquería. Sabía a baba de caballo.

—Podemos conseguir whisky mucho mejor cuando consigamos el oro —dijo Colman.

—¿Qué quieres insinuar?

—Que tú estás perseguido por la Ley, tan perseguido como nosotros. Y que por el momento estás sin trabajo y sin compañía.

—¿Y qué?

—No puedes volver a Little Sun, no puedes quedarte en el desierto ni puedes llagar a Carson City.

—Nadie te ha preguntado lo que puedo hacer o lo que tengo que aguantarme.

—Yo necesito dos revólveres más —dijo Colman—, sobre todo si son de la calidad de los tuyos. Imagino que asaltar ese rancho no nos será fácil, y tu ayuda nos resolverá un problema. ¿Por qué no te unes a nosotros? ¿Por qué hemos de ser enemigos?

Su actitud parecía sincera. Incluso inició un suave movimiento para ofrecer la mano a Larry. Este se limitó a chasquear la lengua.

—Sólo hay una condición —dijo.

—¿Cuál?

—Que no toques a la chica.

Llamearon los ojos de Colman.

—Qué te importa a ti eso.

—Cosas de uno.

—La chica es asunto mío, Larry. Yo te he ofrecido ayuda, pero si has venido aquí a buscar pelea, la encontrarás.

—Lo único que yo he venido a buscar aquí es whisky. Pero si hemos de trabajar juntos me gustaría que tuvieras la cabeza clara, Colman. Nada de mirar a la chica mientras no esté resuelto lo del rancho.

Colman apretó los puños en un gesto de ira, pero se contuvo a tiempo. Por el momento no interesaba llegar a las manos con aquella especie de máquina de disparar. Convenía darle confianza, ganar tiempo y buscar la ocasión para descerrajarle una bala por la espalda.

Intentó sonreír de nuevo.

—Hablas casi igual que su hermano —dijo.

—¿Te refieres a ese tipo? ¿A Peter Halloran?

—Veo que lo conoces bien.

—¿Cómo no? En Little Sun me iba a entregar al sheriff del condado a cambio de cinco mil dólares.

—¿Y aún has intentado defenderlo?

—Yo no he defendido a nadie, Colman. Me he limitado a decir que no quiero escenas con mujeres mientras haya trabajo por hacer. En cuanto a ese tipo, Peter Halloran, es asunto mío.

—Y mío —rió Colman.

—Cuando estábamos en el «Rancho Diamond» dije que le mataría —susurro Larry—. Él lo oyó, y sabe que llegaré a hacerlo.

—Para que todo sea más sencillo, te lo cederé cuando no tenga apariencia humana —dijo Colman.

Se oyó en aquel momento, viniendo de la oscuridad, un sollozo apenas contenido de la garganta de Lorna.

—Ah, es la chica —dijo aburridamente Larry—. Habrá que dejarla dormir en paz.

Lorna se acercó unos pasos, le miró fijamente a luz de las estrellas y luego le escupió en plena cara.

Larry no hizo el menor gesto.

Solamente, cuando ella se apartó un poco, se seco con la bocamanga.

—Cuando te he visto aparecer, confiaba que quedaría en ti un resto de conciencia —musitó Lorna—. Confiaba que habías llegado hasta aquí para defenderme. Pero nunca has defendido a una mujer. Tú eres tan canalla como Colman, y todo lo que has hecho ha sido para ganarte su respeto a fin de te admitiera en su grupo. ¡No eres más que un miserable! ¡Un miserable como él!

Larry, dando la sensación de que no la había escuchado siquiera, se limitó a bostezar aburridamente.

—Mujeres… —dijo—. Todas son igual. Se hacen ilusiones y luego le acusan a uno de no ser como ellas habían soñado. Para mí sólo valdrían la pena si les pegasen una etiqueta y las rellenasen de whisky…