«RANCHO DIAMOND»
Una hora después, el grupo que formaban el hombre, la mujer y su prisionero llegaban a la vista de un edificio.
No habían hablado desde que Peter Halloran pronunció las palabras relativas a Colman.
Ahora se volvió en la silla, miró al prisionero y gruñó.
—Helo aquí. Esto es «Rancho Diamond».
Larry lo contempló.
Podía verlo casi como si fuera de día, porque desde el cielo despejado la luna lo iluminaba con perfecta claridad.
«Rancho Diamond» consistía en un solo edificio destartalado y viejo, que estaba pidiendo a gritos una reparación.
Más allá había una pequeña cuadra y unas cercas. El terreno, que debía ser aceptable en años de lluvia, estaba ahora convertido en una cosa pedregosa y siniestra. No se veían rastros de ganado por ninguna parte, aunque bien podía estar más lejos, en una zona donde hubiese hierba.
Larry murmuró:
—No es muy bonito.
—Menos va a parecértelo dentro de unas horas cuando el sheriff venga a por ti.
Detuvo el caballo ante el porche de entrada, único lugar de la casa donde brillaba un farol.
Descabalgaron, y al hacerlo brilló a la luz de la luna, durante unos segundos, la seda negra de las medias de la muchacha. Larry le dirigió una mirada fugaz, con los labios apretados en una mueca.
Sí, era como un hada, pero se había olvidado la varita.
Fue Peter Halloran el que abrió la puerta y encendió un farol de petróleo en el interior. Por dentro, el rancho era tan triste como por fuera, aún estaba limpio. La falta de dinero se advertía hasta el menor detalle.
Fue desatado el extremo que ligaba a Larry a silla de su propio caballo, aunque continuó con las manos atadas a la espalda. Halloran le empujó brutalmente con el cañón de su rifle hacia el interior la casa.
—Tu tumba —anunció.
Larry se detuvo junto a una silla.
—¿Puedo sentarme?
—Claro que puedes, pero lejos de la mesa. El truquito de mover los pies y echármela de repente encima, ya lo sé de memoria.
Larry se sentó.
—Eres un hombre listo.
—He nacido en el Oeste, y eso basta para que no me pille desprevenido un tipo como tú.
—¿Por qué me has capturado? No recuerdo haberte hecho nada, y en esta zona tampoco he cometido ningún delito.
Halloran se sentó a la mesa, hizo una seña a su hermana y ésta le sirvió un vaso y una botella de cerveza que acababa de sacar de un armario. El hombre se sirvió una generosa ración.
—No hace falta preguntar por qué —dijo luego, mirando a Larry—. Eres como una bolsa de oro.
—¿Pretendes cobrar los cinco mil dólares?
—Los cobraré.
—Si yo estuviese en tu lugar me habría buscado un medio menos arriesgado de ganar dinero.
—Ya lo busqué: el rancho.
—Y ha habido sequía, ¿no?
—Tú qué entiendes de sequías…
—Algo. Mis padres eran agricultores.
—Bonitas cosas deben pensar de ti tus padres.
—Ya no pueden pensar nada, al menos en la forma que lo hacemos nosotros. Los ahorcaron a los dos.
—No está mal. Lo malo es que a tu madre debieron ahorcarla antes de que tú nacieras.
En el silencio que siguió a estas palabras se oyó el rechinar de los dientes de Larry.
Sus ojos brillaron otra vez de aquella forma extraña, obsesionante, que había ya inmovilizado un rifle en la ciudad de Little Sun.
—Te mataré, Halloran —dijo solamente.
—Pues puedes empezar a darte prisa. Voy a avisar al sheriff que dentro de una hora tiene anunciada su visita a Little Sun. Si quiere venir en seguida estaremos aquí esta misma noche.
—¿Y mientras…?
—Lorna te vigilará.
—¿Ella…?
—Si crees que vas a poder intentar algo, más vale que empieces a pensar en otra cosa. Con un rifle una mujer puede matar lo mismo que un hombre. Y Lorna sabe manejarlo, te lo aseguro. El año pasado ella mató a dos pistoleros que la asediaban.
Larry se encogió de hombros.
—Muy bien. Pero ¿y si aun así logro cazarla por sorpresa? Lorna es muy bonita. ¿Te atreves a dejarme solo con ella?
Fueron ahora los dientes de Halloran los que rechinaron. Pero como él estaba libre y podía actuar no se contentó sólo con eso. Saltó sobre el prisionero y empezó a abofetearle con todas sus fuerzas, haciendo bailar la silla por el suelo. Al fin la derribó, después de un terrorífico «jab» de izquierda, y silla y prisionero rodaron por el suelo. Una vez conseguido esto Halloran siguió machacando a Larry a puntapiés, castigándole brutalmente el rostro hasta que éste no fue más que una máscara roja formada por las líneas de sangre.
Jadeando, Peter terminó el castigo.
No le convenía matar él a Larry, cosa que hubiera sucedido caso de seguir machacándole la cabeza con las botas.
Y sin embargo, Larry no había lanzado ni un solo gemido, ni un solo grito de dolor.
Lorna, desde su rincón, dijo:
—Ayúdale a levantarse, Peter. Le traeré un poco de agua.
—No se ha desmayado.
—Es para que no tenga que beberse su propia sangre.
Hizo funcionar la bomba y, con gran trabajo, logró extraer medio cubo de agua, que tendió a su hermano. Este la derramó de golpe sobre el rostro de Larry Percival.
Larry sacudió la cabeza y miró a la chica desde el suelo.
—Gracias, chata.
—¿Es que quieres que volvamos a empezar? —rugió Peter, fuera de sí—. ¿Quieres que te mate?
—Mejor será que me mate ella.
—¡Lo hará, si continúas mirándola de ése modo! ¡Lo hará, perro!
Larry inició un gesto de resignación con la cabeza y se encogió levemente de hombros.
—Está bien, no la miraré más. Pero ella se lo pierde.
Seguía aún en el suelo, sin posibilidad de defenderse. Peter Halloran le propinó dos salvajes puntapiés en la cintura, buscando destrozarle el hígado, Larry se estremeció nuevamente de dolor, pero tampoco gimió esta vez.
El brutal castigo hizo que Larry tuviera que lanzar una bocanada de sangre.
—Más agua, Lorna.
—Está bien, pero no hace falta que lo destroces.
—¿Por qué no? Es sólo un perro sarnoso. Y quiero que no pueda moverse, mientras yo voy en busca del sheriff.
La nueva ración de agua volvió a despabilar a Larry, aunque era evidente que éste se sentía deshecho y que no podría dar un paso, al menos en veinticuatro horas.
—Debe tener una hemorragia interna —dijo Lorna sin preocuparse demasiado—. A lo mejor se muere.
—Espero que viva, por lo menos hasta la llegada del sheriff. Quiero que él mismo pueda interrogarle, para que vea que no le hemos engañado y nos pague los cinco mil dólares sin chistar.
—Pues entonces convendrá que vayas a buscarle en seguida.
Larry hizo entonces un titánico esfuerzo y pudo sentarse en el suelo, apretando los dientes a causa del dolor.
—He estado prisionero otras dos veces —susurró.
—¿Ah, sí? ¿Y conseguiste escapar? —pregunto burlonamente Halloran.
—No, no he querido decir eso.
—¿Qué has querido decir, entonces?
—Que ninguna de las dos veces he encontrado un tipo tan salvaje como tú.
—Seguro, pero tienes un consuelo.
—No lo veo por ninguna parte.
—Muy sencillo. ¡Esta es la última vez que te atrapan!
Y Halloran rió su propia gracia, llevándose ambas manos a la cintura e inclinándose para que Larry le viera reír mejor.
Por fin se calmó, con una especie de irritación, al ver que Larry ni siquiera le miraba.
—Está bien —dijo—; no hay por qué alargar más este asunto. Iré a buscar al sheriff.
Descolgó una chaqueta de piel de una percha y se la puso, pues el vientecillo que venía del desierto era frío durante la noche. Luego dio instrucciones a Lorna.
—No permitas que se ponga en pie. Que se quede ahí sentado toda la noche si le parece bien, o si no que se tumbe en el suelo. Pero en cuanto intente levantarse, lo tumbas de un culatazo.
—Bien.
—Yo vendré apenas localice al sheriff
—No te preocupes por mí ni por éste. No se moverá. Demasiado sé que significa cinco mil dólares.
Halloran, sin decir una palabra más, comprobó su rifle, se lo puso bajo el brazo y salió de la casa.
Sobre ésta se hizo el silencio, interrumpido sólo a trechos por el ulular del viento que venía del desierto, el cual se iba haciendo más intenso cada vez.
Larry movió la cabeza y suspiró.
—Va a hacer mala noche.
—Sí.
—Es muy incómodo estar así sentado, con las manos atadas a la espalda. El cuerpo tiende a caer hacia atrás.
—¿Es una sensación molesta?
—Mucho.
—Pues yo, en tu lugar, intentaría hacer durar todas las sensaciones, por molestas que fuesen. Pronto no sentirás nada.
—¡Qué amable!
—Lo soy mucho. No te lo puedes ni imaginar.
—¿Dejas que me ponga en pie?
—Tú prueba.
La expresión de los ojos de Lorna era desdeñosa. El dibujo de sus labios también.
—¿Sabes que estás más bonita así?
—Qué emocionantes son tus palabras, cariño.
—Me parece que nunca he conocido una mujer tan extraña cómo tú.
—Otros dijeron lo mismo y quisieron conocerme mejor. Y ahora me están llamando guapa desde el fondo de sus tumbas.
Larry guardó silencio un instante, mirándola mejor.
¡Aquellos ojos azules, y sin embargo, tan crueles! ¡Aquella escultura palpitante que era el cuerpo de la mujer!
—¿Cuántos años tienes? —susurró.
—Veinte.
—Parece mentira que una mujer, sólo en veinte años, haya vivido tantas cosas.
—Nací aquí. Aquí fueron asesinados mis padres. He luchado junto a Peter y entre los dos hemos rechazado los asaltos de varias bandas de forajidos. He enterrado a muchos hombres yo sola.
—Sin embargo, para haber vivido aquí siempre no pareces una chica del todo mal educada.
—También estuve en la ciudad.
—¿En qué ciudad?
—En Salt Lake City.
—Bonito sitio.
—Peter quiso que me educase allí una temporada, hay una buena institución para señoritas.
—¿Y resultó bien aquello?
—Psch.
—¿Qué quieres decir?
—En dos años aprendí muchas cosas que hacen falta para ser una señorita. Pero los hombres también aprendieron algunas cosas sobre mí; por ejemplo, que tenía una cintura estrecha y unas caderas anchas. Y que les gustaba. Pronto aquella ciudad fue demasiado peligrosa para una mujer sola.
—¿Y qué hiciste?
—Hubo un tipo que se puso pesado y tuve que matarle. Resultó que sabía manejar el revólver mejor que él.
—Buen final para tu educación.
—Pudo haber sido peor.
—¿Te hizo detener el sheriff?
—No se atrevió. También estaba enamorado de mí. Y éste era un buen chico.
—Has causado muchos destrozos para tener sólo veinte años.
—Ya no causaré ninguno más.
Larry, que estaba distrayendo a la muchacha con aquella conversación, afianzó un poco mejor su postura.
—¿Y por qué no causarás ninguno más?
—Porque Peter y yo estamos ya cansados de esta tierra. No queremos vivir más aquí. Pensamos irnos al este.
—¿Adónde, concretamente?
—¿Por qué lo preguntas? Tú, cariño, ya no nos acompañarás.
—Es simple curiosidad. Lo pregunto porque da mucha envidia.
—Puede que nos vayamos a Nueva York, cielo.
—¿Para eso necesitáis los cinco mil dólares que el sheriff va a daros por mi piel?
—Sí.
—¡Vaya! Es consolador saberlo. Celebro que mi piel sirva para una cosa tan estupenda!
Contrajo sus poderosos músculos, dominando el dolor, y se puso en pie de un salto, vacilando durante unos segundos en un difícil equilibrio, a punto de caer otra vez.
La idea que Larry tenía era muy concreta y consistía en: primero, llegar hasta Lorna. Segundo, darle un cabezazo con todas sus fuerzas y dejarla sin sentido. Tercero, aprovechando la oportunidad, aproximar sus ligaduras a una sierra que estaba colgada detrás de una puerta y empezar a cortarlas con toda rapidez posible.
Pero sabía que allí se jugaba la última carta, y que si fracasaba habría perdido la piel.
Pero Lorna no era una débil mujer. Ni siquiera se inmutó al ver la brusca y rápida, maniobra del joven; más bien dio la sensación de que en cierto modo ya la había estado esperando. Levantó la pierna derecha y aprovecho el difícil equilibrio de Larry par a derribarlo de un puntapié. Una vez lo tuvo en el suelo, le descargó un culatazo con su rifle.
Larry lo vio todo rojo, pero no acabó de perder el conocimiento.
Sonrió.
Supo que lo tenía todo perdido, supo que no le quedaba ninguna esperanza y, sin embargo, sonrió.
Siempre, ante la muerte, hacía lo mismo.
—Más valdrá que no intentes ninguna otra jugada —dijo desdeñosamente Lorna—. Si te mueves más de la cuenta acabarás con la cabeza partida a culatazos. Ya has visto que no soy tan tonta como creías. Ya has visto, también, que sé defenderme sola.
—Te sabes defender estupendamente, preciosa.
Lorna se volvió de pronto, con fantástica velocidad, como si acabara de oír tras ella el silbido de una serpiente.
Porque aquella voz no había partido de Larry, sino que acababa de sonar junto a la puerta.