Bernard van Leer, el director del Congreso Mundial de Cocina, se sienta frente a los micrófonos que esperaban al Chef.
Pero sólo está él. Solo.
Los cámaras, por si acaso, comienzan a grabar.
El director respira hondo, abre la boca y baja los ojos.
Ni una sola palabra.
El sonido se ahoga en su garganta.
Sube el cuello y estira hasta el flequillo.
Más de seiscientos ojos le observan. Periodistas de todo el mundo que han venido a la inauguración especialmente para ver al Chef.
Van Leer aprieta los puños bajo la mesa y acerca la cara al micrófono:
—Señores, el Chef ha muerto.
Una lágrima de sal resbala por su mejilla.