De acuerdo, dijo Joad. Tal vez tengas razón. Tal vez no la tengas. ¿Quién puede saberlo? Después de todo, ver mundo es propio de tu edad. Yo también a la edad de trece o catorce años me fui a recorrer mundo. Hay otros ríos, otras ciudades, y por todas partes gente como tú, ténlo presente. Cuando hayas fatigado las suelas de tus zapatos en el polvo de los caminos te sentirás muy contento de regresar, tenlo por seguro. Tu padre es un hombre justo y bueno, pero no se considera un ser como los demás. Si verdaderamente es de sangre real, como se dice, ¿cuánta le queda después de cuarenta y siete generaciones en la diáspora? No más de una gota o dos. ¿Y cómo se reconoce que una gota es de sangre real? De todos modos la sangre es podredumbre. Yo, Joad, lo sé por experiencia. Sabio, de acuerdo; real, tal vez; autoritario y cortante, ciertamente. Un hombre que no sabe qué hacer con sus diez dedos no me impresiona más que una mosca. Los hombres se desenvuelven mejor con las manos que con la cabeza. Atención, no hablo mal de tu padre. Hablo en general. Estoy seguro de que su orgullo recibirá un duro golpe cuando en la ciudad se sepa que el primogénito de los Maimónides ha huido cual ladrón, marchándose a la aventura. Le hará bien morderse un poco los puños de vergüenza. Estará aún más contento que tú cuando regreses sano y salvo, triunfante. Como sé que no harás nada deshonesto, tengo confianza en ti. Me río cuando pienso la mala sangre que se hará con su sangre real. No lo demostrará, pero merece una lección. Hace tiempo que esperaba una cosa de este tipo. Hela aquí, me parece justa. Además, no eres sólo hijo de sangre real, sino que has recibido cinco litros de mi hermana, y nosotros somos gente como Dios manda. Esta tarde a más tardar mandaré que te confeccionen una letra de cambio que podrás negociar en cualquier ciudad de Andalucía, e incluso con los españoles o los sarfats, si es que se te ocurre ir por allí. ¡Bueno! No digas nada. ¿No estás de acuerdo? De todos modos la tomarás ¿eh? En primer lugar, no te doy ninguna limosna. Te la mereces. En segundo lugar, no te incito a que tires al río el dinero. Cuesta mucho ganarlo. Y sí puedes salir del paso sin necesidad de gastar nada de él, mejor que mejor. Un muchacho instruido como tú puede encontrar un empleo en cualquier sitio. Si es esto lo que quieres demostrarte a ti mismo, ten por seguro que vas a demostrártelo. No olvides que formamos una gran familia, y que tú eres Ben-Maimónides de Córdoba. Con un pasaporte de esa clase se puede dar la vuelta al mundo sin embarazos. Pero más vale tener la rueda de recambio para la calesa. No sabemos qué puede ocurrir. Y puede ocurrir algo, dentro de poco. Según las últimas noticias, los almohades han avanzado hacia la taifa de Ronda. Me dirás: ¿y bien? Pues bien, pasarán allí el invierno, y en primavera avanzarán hacia Osuna y Écija. Lo que les interesa es Córdoba y quizás también Toledo. ¿Crees que no se atreverán? Me dirás que el emir de Córdoba dispone de cien mil hombres armados. En primer lugar, se atreverán porque han desembarcado más de cinco mil jinetes del Magreb, excitados todos ellos como macacos en celo y socarrones como hienas. En segundo lugar, porque el ejército del emir es podredumbre: una mitad la constituyen mercenarios demasiado gordos; la otra mitad está formada por esclavos demasiado flacos. Cuando los almohades lleguen aquí, tanto los gordos como los flacos se desbandarán como un rebaño de corderos ante el león. Y en cuanto al mando, aún es peor. Hay más de uno que deplora abiertamente la decrepitud de las costumbres, el dinero demasiado fácil para quienes lo tienen, el relajamiento de la fe y, sobre todo, la corrupción debida a la filosofía. Los jefes de las tropas suspiran por una mano dura y firme. Los almohades la traen bajo los cascos de sus caballos. Un Dios. Una fe. Un califa. ¿No has observado que estas consignas se multiplican en la ciudad árabe? Me imagino muy bien qué va a suceder. La cabeza del ejército abrirá sus brazos, el cuerpo del ejército abrirá sus piernas, el emir se hará conducir a Granada, luego a Almería, desde donde se embarcará para el Levante, y los fanáticos se nos echarán encima. ¿Crees que exagero? Te estoy diciendo la verdad. Sé de qué te hablo. Tendremos que adaptarnos a lo que se nos presente. Ya sabes que la gente aquejada de reumatismo siente la tormenta cuando ésta se avecina. Yo estoy aquejado de judaísmo y siento que la persecución se avecina. Hace ya demasiado tiempo que estamos aquí tranquilos. Tú llevas quizás sangre de reyes. Yo la llevo de profetas. No hay nada más fácil que predecir el porvenir: basta con anunciar calamidades y catástrofes, pues se incuban como el fuego bajo la tierra y nunca están demasiado lejanas. ¿Dices que los tiempos cambian? ¿Que el mundo ha entrado en una era de inteligencia? ¿Que Córdoba es una ciudad demasiado evolucionada para volver a la barbarie? ¿Que los hombres de todas las comunidades han aprendido a conocerse, aceptarse y apreciarse? Tal vez. Si la estupidez y la brutalidad no son estados naturales, Córdoba tiene una oportunidad. Lo que Dios, desde arriba, ha decidido para nosotros, sólo Él lo sabe. Si nos prepara una de esas pruebas cuyo secreto solo Él conoce, yo, Joad, intentaré pasar por ella con dignidad. ¡Y ahora ya basta! Ve a cepillarte el pelo, lo llevas lleno de paja. Mi mujer te dará algo de comer. Yo he de irme inmediatamente a la ciudad. Tengo mucho que hacer.