Una mujer lo miró con aversión, y Even recordó que se había manchado el jersey con la yema del huevo. Él le devolvió la mirada y ella se apresuró a mirar por la ventanilla, estudiando los árboles y las casas al pasar. Even reconoció un acceso de vehículos con unas enormes vasijas blancas en la entrada y tiró de la cuerda. Poco después, el autobús accionó el intermitente y se detuvo en una parada, y él se bajó a trompicones por la puerta trasera, hacia la nieve.
Primera calle a la derecha, dos calles más abajo y después, a la siguiente, a la izquierda. Número 5. Número primo. Desenroscó el tapón y se echó un trago. El whisky había dejado de quemarle el gaznate. Incluso su estómago estaba entumecido. Se metió la botella en el bolsillo trasero y subió por el sendero enlosado.
Cinco años, quinta casa, cinco escalones arriba, cinco lágrimas de Mai, pensó mientras pulsaba el timbre. Sonó una melodía en el interior de la casa, algo de Mozart y un niño gritó algo. Unos pies corrieron por el suelo y pronto la llave crujió en la cerradura. Una cabeza asomó por la rendija de la puerta a la altura de su cadera.
—¿Puedo hablar… con tu papá? —Even se esforzaba por no farfullar.
—¿Quién es, Stig? —preguntó Finn-Erik desde el interior. La sombra creció en el cristal de la ventana y la puerta se abrió. Tenía un aspecto miserable, como si se hubiera afeitado con el cortacésped. Tenía los ojos rojos y húmedos—. Even —dijo Finn-Erik y agarró el pomo de la puerta como para asegurarse de que no fuera a abrirse más de la cuenta—. Stig, entra con Line. —Miró a Even—. ¿Qué quieres?
—Ya lo sabes —dijo Even, agarrándose a la barandilla—. Sabes que Mai no me abandonó porque no me quisiera, lo sabes.
Finn-Erik quiso cerrar la puerta.
—Vete a casa, Even. No te quiero aquí.
—Todavía me amaba, tú lo sabes. Pero quería tener un hijo. Era yo o el niño. —Even se precipitó hacia la puerta, la abrió de un empujón y metió la cabeza—. Me quería a mí y al niño, y eligió al niño. A ti nunca te quiso…
Finn-Erik le dio un puñetazo en la boca. No muy fuerte, Finn-Erik no era suficiente hombre para pegar fuerte, pero le alcanzó por sorpresa y Even se tambaleó, perdió el equilibrio y cayó por las escaleras resbaladizas. Todavía estaba tumbado en el suelo cuando oyó cómo la puerta se cerraba de golpe y, al instante, la llave giraba en la cerradura. La luz sobre la puerta principal de la casa se apagó, después la del pasillo. Even respiró hondo y notó algo cortante contra una de sus nalgas. ¡Joder! La botella se había roto. Sintió cómo se le cerraba la garganta, logró ponerse en pie fatigosamente y salió a la calle dando tumbos.
A la derecha, dos calles más allá y luego girar a la izquierda. Primera parada de autobús. Un anciano lo miraba. Intentó devolverle una mirada dura, pero no lo consiguió. Entonces llegó el autobús.