Vida y obra de Hegel

«Hegel alcanzó tal audacia al servicio del disparate, y de extravagantes combinaciones de amasijos de palabras sin sentido, como sólo se había conocido antes en los manicomios. Se convirtió en el instrumento de la más descarada y generalizada mistificación nunca vista, con resultados que habían de parecer fantásticos a la posterioridad y que quedarán como un monumento a la estupidez germana». Esto lo escribió Schopenhauer, colega de Hegel en la Universidad de Berlín. Esta cita no tiene la intención de prejuzgar sino de advertir. Con Hegel, la filosofía pasa a ser asunto de suma seriedad, de modo que será mejor que, desde un comienzo, dejemos de lado los chistes. Como dijo un fervoroso predicador inglés del periodo que comentamos, a una audiencia elegante y distraída y en un sermón lleno de amenazas con el fuego del infierno: «no hay esperanza para los que ríen».

La filosofía se volvió en verdad difícil con Hegel, exigiendo la máxima concentración. De modo que parece como si Schopenhauer, a pesar de su sutilísimo intelecto, no se hubiera esforzado bastante. Por otra parte, el propio Hegel admitió que «sólo existe un hombre que me entiende y, en realidad, tampoco él». Algunos críticos piensan que Hegel exageraba, ¿existió realmente ese hombre?

Georg Wilhelm Friedrich Hegel nació el 27 de agosto en Stuttgart, en una familia de generaciones de funcionarios. Su padre trabajaba en la oficina de impuestos de Württemberg. Hegel mantuvo toda su vida el fuerte acento suabio de su infancia, al igual que la creencia en que la discreción es una de las virtudes cardinales de la verdadera cultura.

Fue un niño enfermizo y hubo de pasar varias enfermedades serias antes de alcanzar la edad adulta. A los 6 años enfermó tan gravemente de viruela que estuvo al borde de la muerte. Estuvo ciego durante más de una semana y su complexión quedó muy picada. A los 11 años sobrevivió a la fiebre que atacó a toda su familia y que se llevó a su madre. En sus años de estudiante tuvo que guardar cama durante meses por una infección de malaria.

Al tiempo que iba creciendo, leía vorazmente literatura, periódicos y tratados sobre casi todos los temas. Su método era sistemático ya desde edad temprana, y copiaba meticulosamente en su diario extractos de todo lo que leía. Este ejercicio minucioso de pedantería, «el molino extractor» como lo llamaba, contenía citas de todo, desde fisiognomía hasta filosofía, desde los hiperbóreos a la hipocondría. Los asuntos personales entraban el diario sólo si ilustraban algún principio abstracto y, en los días en que no encontraba nada lo bastante serio que reseñar, Hegel tomaba esto lo suficientemente en serio como para referir porque había ocurrido hecho tan lamentable. Estudiosos que se interesen por esta quincallería mental pueden encontrar juntos un informe sobre un incendio en la localidad y la crítica del concierto al que asistió, seguidos de la descripción del tiempo frío, un breve tratado sobre la homilía «El amor al dinero es la raíz de todo mal», y una lista de los méritos que había encontrado en un diccionario de latín que acababa de recibir de regalo. Un profesor observa: «compone una oración en latín, argumenta en contra de dictar un tema en alemán para ser transcrito al latín, anota su horario escolar al margen, dice que él y sus amigos han visto unas chicas bonitas, hace anotaciones sobre Virgilio y Demóstenes, expresa su curiosidad acerca de un reloj musical y un atlas de las estrellas, y el domingo estudia trigonometría».

Es inestimable la importancia de este «molino extractor», tanto como ejemplo de la excepcionalidad de sus conocimientos, como de una prematura sequedad. Los enormes tomos que producirá Hegel posteriormente contienen referencias a una casi sobrehumana amplitud de saberes. Los errores de menor importancia en que incurre sólo confirman el ámbito enciclopédico de la mente de Hegel. Eran casi siempre citas de memoria, pues a Hegel no le gustaba interrumpir el hilo de sus pensamientos para buscar fuentes o verificar citas.

Según Caird, el primer biógrafo de Hegel, «su padre era hombre de costumbres ordenadas y de instinto conservador natural en su cargo». Este empleado de la Oficina Provincial de Impuestos parece haber sido un padre algo distante. El contacto más humano que tuvo Hegel durante ese período fue con su hermana Christiane, tres años menor que él. Los dos hermanos sin madre se apegaron fuertemente el uno al otro. Esta singular emoción personal hizo deducir a Hegel el principio abstracto de que el amor de una hermana por su hermano es la forma más elevada de amor, principio que ejemplificará en su filosofía posterior citando Antígona de Sófocles. La respetuosa Antígona se muestra dispuesta a enfrentarse con la muerte para enterrar el cadáver de su hermano, para suicidarse después, en un acto que desencadenaría suicidios ulteriores y la desolación. Como veremos, la atmósfera cargada de esta tragedia griega reflejaba la verdad psicológica subyacente a la relación entre Hegel y su hermana. La impresionable Christiane se sentía abrumada por el hermano omnisciente, y su amor hacia él se hizo, contra natura, lazo tan fuerte que habría de traer consecuencias trágicas.

Hegel ingresó en el seminario teológico de la Universidad de Tübingen a los 18 años. A pesar de que demostraba tener todas las características de un funcionario de primera, sus padres deseaban que profesara en la iglesia. Los intereses de Hegel iban mucho más allá de la teología, pero solo empezó a ocuparse seriamente de la filosofía al entrar en la universidad. Este interés le puso en contacto con dos contemporáneos excepcionales. Uno era Hölderlin, un ardiente helenófilo qué habría de ser uno de los extraordinarios poetas líricos de la lengua alemana. El otro era Schelling, cuya filosofía de la naturaleza, intensamente romántica, fue precursora de la reacción del siglo XIX en contra de la gris construcción del racionalismo. En compañía tan impetuosa, Hegel se convirtió en un romántico revolucionario. Cuando estalló la Revolución Francesa, él y Schelling se levantaron al alba para plantar en la Plaza del Mercado un «árbol de la libertad».

Hegel se interesó vivamente por la cultura griega antigua y por la nueva filosofía de Kant. La publicación en 1781, sólo siete años antes, de la Crítica de la razón pura de Kant fue saludada por Hegel como «el acontecimiento más importante en toda la historia de la filosofía alemana».

Para apreciar la importancia de la filosofía de Kant es preciso un esbozo de la historia de la filosofía anterior. A mediados del siglo XVIII, el filósofo escocés Hume había reducido la certeza filosófica a su más mínima expresión. «La experiencia», declaró, «es la única fuente del conocimiento verdadero». El empirismo de Hume había demostrado la imposibilidad de crear nuevos sistemas filosóficos. Para construir un sistema eran necesarios elementos tales como la causalidad (esto es, causa y efecto), pero Hume había mostrado que esta era una mera suposición. Nunca había experimentado nadie una causa y el efecto subsiguiente; todo lo que experimentamos realmente es que una cosa sigue a otra. Parecía que se había llegado al final de la filosofía.

No obstante, Kant se las había ingeniado para evitar esta catástrofe, afirmando que la causalidad es simplemente una de las maneras de aprehender el mundo; al igual que el espacio y el tiempo, el color, etc. Hume había tenido razón: el mundo no tenía dentro de sí la causalidad, sino que ésta estaba en nosotros, en nuestra manera de percibir el mundo.

Sobre estas bases, Kant pudo construir, por medio de la razón, un sistema filosófico que abarcaba y explicaba todo. En una serie de obras casi impenetrables, Kant procedió a explicar su sistema al mundo. Comenzaba la gran época de la metafísica alemana, con toda su grandeza y prolijidad. Hegel quedó cautivado; había encontrado una mente tan enciclopédica y prosaica como la suya.

Hegel se sumergió asiduamente en Kant, completándolo con incursiones por la cultura griega antigua y cosechando a la vez, por todas partes, para su «molino extractor». Ya en esos tempranos años era conocido entre sus compañeros de estudios como «el viejo», al parecer tanto por su personalidad gris como por su propensión al estudio. Para cuando Hegel llegó a terminar sus estudios en la universidad, en 1793, no tenía ninguna intención de profesar en la Iglesia. Lo que de verdad anhelaba era una posición académica, enseñar en la universidad pero, sorprendentemente, sólo alcanzó calificaciones mediocres. El certificado final de la Universidad hacía notar, de forma perspicaz, que no era muy bueno en filosofía.

En realidad, las lecturas de Hegel, en filosofía y en otros temas, habían sido casi exclusivamente de fuera de los cursos. Algo típico de muchas inteligencias brillantes y de innumerables mediocridades. Hegel tenía la intención de proseguir con sus caprichosos estudios y se puso a trabajar como preceptor privado para ganarse la vida, lo que le condujo hasta Berna, donde residió durante tres años. Leyó ávidamente en la biblioteca y vivió solitariamente, encontrando consuelo en la comunión con la naturaleza.

Su reacción ante el espectacular escenario alpino proporciona un cuadro psicológico curioso: «Trato de reconciliarme conmigo mismo y con los demás en los brazos de la naturaleza», escribió. «Corro, por ello, al seno de esta verdadera madre, y en su compañía me aíslo de los otros hombres, me protege de ellos y evita que pacte con ellos». Sin embargo, los sublimes picos alpinos estaban «eternamente muertos». Por contra, veía en una cascada la imagen auténtica de la libertad y el juego, moviéndose eternamente hacia adelante. El psicólogo Scharfstein ha indicado que los ásperos picos evocaban en Hegel la «dolorosa inmovilidad de la depresión», mientras que la cascada representaba «el placer de la liberación». Sea o no esto un exceso de perspicacia psicológica interpretativa, lo cierto es que Hegel sufrió episodios depresivos severos durante ese periodo.

Bajo la influencia de su héroe Kant, Hegel escribió entonces una serie de tratados religiosos criticando el autoritarismo cristiano, y una Vida de Cristo, en la que trata a Jesús como una personalidad casi enteramente secular. La exposición de la doctrina cristiana qué hace Jesús en esta obra presenta, a menudo, una extraña semejanza con las palabras del héroe de Hegel. Las profundas, a la par que sencillas, palabras del galileo se transforman penosamente en la pesadez serpenteante del filosofar prusiano. Kant había basado su filosofía moral en el llamado «imperativo categórico»: «Obra sólo de acuerdo con la máxima por la cual puedas al mismo tiempo querer que se convierta en ley universal». Que se deriva claramente del «No hagas a otros lo que no quieras para ti» de Jesús. El intento de Hegel de emular a Kant terminó haciendo decir a Cristo: «Debes obrar de acuerdo con la máxima según la cual puedas desear que sea una ley universal para los hombres, y también para ti mismo». La versión de Jesús que hizo Hegel era pedestre tanto de estilo como de contenido; una transformación radical y sin brío que más tarde habría que lamentar (este libro no fue nunca publicado mientras el vivió y en sus últimos años trató de destruir todas las copias).

En 1796, su amigo Hölderlin le consiguió un trabajo de preceptor en Frankfurt donde el poeta vivía. Cuando Hegel llegó se encontró que Hölderlin estaba enamorado hasta el delirio de la esposa de un banquero, a la que imaginaba como la encarnación de la Grecia antigua. De modo que Hegel se vio de nuevo solo. Con el fin de distraerse de su creciente melancolía, se puso a estudiar aún con más ahínco. Durante los breves lapsos de descanso que se permitía a sí mismo, componía poemas depresivos y de métrica mal construida:

«Una ley sabia prohibía a los espíritus mezquinos conocer

lo que él ha visto, escuchado y sentido en la noche sagrada

para que su más elevado ser no sea molestado por sus ruidosas necedades,

para que su parloteo no provoque su ira contra lo Sagrado

para que lo Sagrado no sea mancillado…».

El fuerte de Hegel fue siempre lo prosaico. A pesar de su equívoca actitud respecto de las «ruidosas necedades» y el «parloteo».

Hegel tuvo una especie de profunda experiencia mística durante esos años solitarios, que parece haber consistido en una visión de la unidad divina del cosmos, según la cual toda visión finita es vista como ilusoria. Todo es interdependiente y la realidad última es el Todo. Hegel había estado leyendo en ese tiempo a Spinoza, el panteísta judío del siglo XVII, y parece ser que su filosofía le influyó en gran manera.

El sistema de Spinoza es, en muchos aspectos, tan abrumador como el de Kant. Está construido a la manera de la geometría euclídea. Parte de unos pocos axiomas y definiciones básicos y procede, a través de una serie de teoremas, hasta edificar un sistema infinito de pureza y racionalidad extremas. Este universo-como-sistema-geométrico es Dios, y Él es lo único real. Él (y, por lo tanto, el universo infinito que Él es) no contiene negación y se rige por necesidad lógica absoluta, igual que las pruebas que aduce Spinoza. El mundo negativo, malo, finito y contingente que ve la humanidad se debe a nuestra naturaleza de seres finitos, incapaces de captar la necesidad absoluta y la verdadera realidad del Todo infinito.

De resultas de su visión spinozista, Hegel decidió abandonar las distracciones que le proporcionaban la poesía, la blasfemia y el diario en forma de enciclopedia, para dedicarse por entero a la filosofía. A partir de entonces, Hegel emplearía toda su vida en articular su visión mística del cosmos y en darle una base intelectual racional. El resultado sería su propio sistema omnicomprensivo.

El sistema tuvo, desde el comienzo, muchas semejanzas con el de Spinoza con exclusión, naturalmente, de la claridad geométrica. A la hora de la exposición, Hegel era partidario del método kantiano, esto es, de una ofuscación monumental. Sin embargo, Spinoza había mostrado a Hegel el camino para liberarse de la influencia avasalladora de Kant. El de Kant no era el único sistema filosófico posible.

Al fallecer su padre, en 1799, Hegel recibió una pequeña herencia de 1500 táleros. Tenía lo justo para vivir y escribió a su amigo Schelling para que le recomendara una ciudad pequeña de Alemania donde vivir con pocos gastos. Schelling era el precoz profesor estelar de la Universidad de Jena y animó inmediatamente a Hegel a unirse a él.

Hegel llegó a Jena en 1801 y fue nombrado privatdozent en la universidad. Un puesto en el que la paga dependía del número de estudiantes que asistían a las clases. Hegel contaba, por fortuna, con medios propios, pues al principio solo acudieron cuatro estudiantes (a diferencia de Kant cuyo estilo literario era execrable y sus charlas brillantes, Hegel fue consistente, sus conferencias eran tan miserables como su estilo literario).

La Universidad de Jena era la más estimulante de Alemania a finales de siglo XVIII. Schiller daba lecciones ocasionales sobre historia, los hermanos Schlegel y el poeta Novalis contribuían a establecer la primera escuela romántica alemana, y la última filosofía postkantiana era expuesta por el gran filósofo idealista Fichte. Todas estas personalidades poéticas se habían ido cuando Hegel llegó. En su lugar, un Schelling de 26 años inspiraba a sus estudiantes con el entusiasmo romántico de su filosofía de la naturaleza; esto le pareció a Hegel excesivamente estimulante, y se fue distanciando de su amigo.

El dinero se le iba acabando mientras tanto, a pesar de un incremento espectacular en su audiencia (hasta 11 alumnos), pero Hegel se negó a tomar la salida fácil. Tenía integridad del mismo modo que los erizos tienen púas. Ni por un instante se sintió tentado de hacer sus clases interesantes, ni siquiera comprensibles. Hegel estaba comenzando a dar forma a su sistema y lo iba infligiendo a sus estudiantes a medida que lo desarrollaba. En palabras de uno de ellos, que le admiraba: «tartamudeando ya desde un principio, se esforzaba en avanzar, recomenzaba, se detenía otra vez, hablaba y meditaba, parecía estar siempre en busca de la palabra justa, y cuando esta llegaba con certeza infalible… Uno creía haber captado una proposición y esperaba que siguiera un nuevo avance. En vano. El pensamiento, en lugar de avanzar, giraba alrededor de un mismo punto, una y otra vez, con palabras similares. Pero si uno se distraía por un instante, se encontraba al regresar con que había perdido el hilo del discurso» (recuérdese que esta es la descripción de un discípulo fervoroso).

¿Qué se podía hacer con Hegel? Alguien recurrió finalmente a Goethe, que era entonces consejero privado en la corte vecina de Weimar y una personalidad influyente. Se nombró a Hegel profesor extraordinario y se le concedió una subvención de 100 dólares. Esto le permitió a Hegel proseguir con ahínco su gran obra filosófica La fenomenología del espíritu. Pero sus fenomenales actividades no se limitaban al espíritu, pues por entonces su patrona quedó en estado. Este hecho aflora en las biografías de Hegel como las raras gemas de claridad que aparecen ocasionalmente en su prosa. Aparecen y desaparecen en un instante, apagadas por un mar de ofuscación. Pero esto no era un sistema filosófico en el que la verdad pueda permanecer en la oscuridad hasta mucho después de la muerte de su autor. La patrona culpó a Hegel.

Napoleón iba por entonces extendiendo gradualmente su dominio sobre Europa. El conflicto con Prusia se hizo inevitable y las tropas francesas cayeron sobre Jena. Hegel despreciaba la burocracia prusiana y dio la bienvenida a Napoleón, pero esto no era ya un residuo de su fervor revolucionario de juventud, sino que más bien creía estar en presencia del Proceso de la Historia. «Vi a Napoleón, el alma del mundo, a caballo por las calles de la ciudad». Al día siguiente, los soldados franceses se dedicaron al pillaje y a incendiar las casas de su calle. Hegel tuvo que buscar refugio en la casa de un profesor vecino, con el manuscrito de La fenomenología del espíritu en el bolsillo de la chaqueta. Allí dio fin Hegel a las frases finales de su obra maestra, mientras los ejércitos franceses y prusiano batallaban a las afueras de la ciudad. Según cuenta una historia, al oír el regreso de los soldados, Hegel interrumpió su trabajo para preguntar: «¿Quién ganó?».

Los franceses habían ganado la batalla de Jena y Hegel estaba exultante. El alma del mundo continuaba por un mundo sin alma. Pero, después de la batalla, la universidad fue obligada a cerrar, y Hegel se encontró de nuevo prácticamente en la ruina, reducido a sobrevivir sólo con la subvención. La fenomenología del espíritu se publicó al año siguiente.

Se considera generalmente esta obra como la más magistral y compleja de Hegel. Kant ya había establecido las ochocientas páginas como la longitud necesaria en todo texto filosófico alemán, y Hegel cumplió con la norma fijada por su predecesor. Pero donde Hegel superó ampliamente a Kant fue en la prolijidad del estilo de su prosa. Como ejemplo, he escogido a propósito una de sus frases más claras y sencillas: «Mientras tanto, puesto que el espíritu no es una entidad simple y abstracta, sino un sistema de procesos en el que se distingue a sí mismo en momentos, aunque en el propio distinguirse permanece libre y separado; y así como el espíritu articula su cuerpo como un todo en una diversidad de funciones y destina una parte determinada del cuerpo para una sola función: así también puede uno representarse a sí mismo el estado fluyente de su existencia interna (su existencia en sí) como algo articulado en partes». Y así sucesivamente…

Este montecillo convertido en Matterhorn puede padecer gracioso con una frase suelta, pero la gracia se esfuma después de varios cientos de páginas.

Que no se crea que toda la obra es de este tenor. Hegel progresa lentamente (muy lentamente) hasta la apoteosis final en la que se describe el Saber Absoluto. Es difícil siquiera concebir una frase de más de seis líneas que esté desprovista de sentido en toda su longitud. Pero, a estas alturas, Hegel ya había hecho presa y era capaz de continuar así página tras página. «Conocer las nociones puras del pensamiento en cuanto que son modos o formas de la conciencia constituye el aspecto de su realidad según el cual la noción, que aparece ahí en su función mediadora simple como pensar, rompe y separa los momentos de esta mediación y se nos presenta a sí misma con su oposición inmanente».

Hegel afirmaba que esto era «un intento de enseñar a la filosofía a hablar alemán». Hay quienes creen que tuvo éxito, pero esta perversa opinión es un insulto al alemán, la lengua de Hölderlin y Rilke. Antes de enseñarle nada a la filosofía, Hegel debería haberse enseñado a sí mismo a hablar alemán.

Pero, ¿qué significa en realidad todo esto? No se puede producir, en ningún idioma, una obra de ochocientas paginas sin que signifique algo. Armados con esta fe, muchos estudiosos se han aventurado por el tremedal de la prosa de Hegel; algunos han emergido como marxistas, otros como existencialistas y otros, los hegelianos, no han emergido. Hegel necesitó finalmente diez volúmenes para resumir su filosofía. Así pues, todo intento de encapsular el pensamiento de Hegel es como tratar de inferir, a partir del hueso diminuto de la cola de un dinosaurio, la enorme y pesada bestia extinta de la que formaba parte.

En La fenomenología del espíritu, Hegel describe el proceso lógico mediante el cual el espíritu (mente) humano se eleva desde la simple conciencia, a través de las etapas de autoconciencia, razón, espíritu y religión, hasta el Saber Absoluto. Este es el plano de proyecto en el que se basaría su omnicomprensivo sistema.

El sistema de Hegel comprende absolutamente todo. Si está en lo cierto respecto de absolutamente todo (o en verdad de algo) depende de cómo se consideren su estructura básica y su dinamismo. Todo el sistema descansa en el modo original de razonar propio de Hegel, su célebre método dialéctico. Este comienza con la «tesis», por ejemplo, la existencia. Según Hegel ésta aparece inevitablemente como inadecuada e incompleta, pues al contemplar la noción de existencia se genera su opuesto, la «antítesis», o sea, la nada. Esta aparece también como inadecuada y los dos opuestos se unen para formar una «síntesis», el devenir. La síntesis retiene lo que es racional tanto en la tesis como en la antítesis y se convierte a su vez en una nueva síntesis. Así puede repetirse el proceso en una serie de tríadas, ascendiendo a dominios cada vez más racionales. En la medida en que se hace más racional, se hace más espiritual, y en la medida que se hace más espiritual, se hace más consciente de sí mismo y de su propio significado. El proceso culmina en el Saber Absoluto, que es el «espíritu conociéndose a sí mismo como espíritu».

El elemento que da vida al sistema es siempre la dialéctica, que opera en todos los niveles, desde los más elevados reinos espirituales hasta los procesos, más sombríos, de la historia, del arte, la ciencia, etcétera. Un ejemplo de la dialéctica de Hegel en estos niveles es: tesis (arquitectura), antítesis (el arte romántico) y síntesis (la escultura clásica). No nos ocupamos por el momento de si este razonamiento tiene relación alguna con la verdad. Se presenta solamente para ilustrar el método de Hegel y la clase de material que hace pasar por su molino universal. Un ejemplo más vago y abstracto es: tesis (universalidad), antítesis (singularidad) y síntesis (individualidad). El método dialéctico, que él llamó lógico, surgió de una ambición loable. Deseaba superar la deficiencia mayor de la lógica tradicional, esto es, el hecho de que era totalmente vacía. La lógica no dice nada acerca de ninguna cosa, excepto ella misma. Tomemos, por ejemplo, el argumento tradicional siguiente: «Todos los filósofos son megalómanos intelectuales», «Hegel es filósofo», luego «Hegel es un megalómano intelectual». Este argumento sería lógicamente el mismo si se trata de adivinos, magos y Merlín. De modo que puede escribirse: «Todo A es B», «X es A», luego «X es B». La forma lógica es la misma, independientemente del contenido. Según Hegel, el objeto de la lógica es la verdad, pero si la verdad está vacía de contenido, ¿qué es? Nada. La verdad vacía de la lógica tradicional no proporciona información, no puede descubrir la verdad real. Hegel trató de superar esta separación entre forma y contenido.

Su razonamiento, que él pretendía que se asumiera en su integridad, es como sigue: Hegel comienza diciendo que la lógica es el estudio del pensamiento. Como ya hemos visto, el proceso dialéctico asciende hacia la mente o Espíritu Absoluto. La mente es la realidad última, abstraída de las formas particulares que adopta en el mundo natural. La mente forma el mundo. Por lo tanto, el estudio de cómo trabaja la mente (pensamiento) revela cómo funciona el mundo.

Del razonamiento anterior se sigue que no hay realidad objetiva independiente del pensamiento. A decir verdad, La fenomenología del espíritu afirma que el pensamiento es la realidad objetiva, y viceversa. Los dos son uno y lo mismo, de modo que si la lógica opera en el pensamiento, también lo hace en la realidad. El objetivo de la lógica es, por tanto, «la verdad en sí».

De esta manera, la dialéctica —con su método triádico de tesis, antítesis y síntesis— tiene forma y contenido. «Funciona tal y cómo funciona el espíritu», y se ocupa de «la verdad en sí». Una tesis genera su antítesis debido a su incapacidad formal de incorporar su contenido en su totalidad. Así, en la tesis «existencia» que genera necesariamente su antítesis «la nada», uniéndose las dos en la síntesis, «el devenir».

No se puede negar que este sistema da origen a un cúmulo de ideas sorprendentes, profundas y estimulantes. Pero son estas esencialmente poéticas. En verdad, todo el sistema es una hermosa idea poética, pero la mariposa ha sido clavada a mazazos. En muchos de los niveles inferiores de la pirámide, las ideas no son sólo erróneas (Tesis: la religión judía. Antítesis: la religión romana. Síntesis: la religión griega); sino vacías (Tesis: aire. Antítesis: tierra. Síntesis: fuego y agua). Se puede ver así que, a pesar de la pretensión de Hegel de que su sistema es necesario (en el sentido lógico), es en gran medida arbitrario. Su lógica no tiene el rigor del sistema geométrico de Spinoza. Y, como veremos, cuando se aventura por terrenos más prácticos, como la historia, puede dar origen a ideas muy desagradables. (La noción del líder nacional como encarnación del «alma del mundo» tuvo quizás justificación poética en tiempos de Napoleón, pero no es en absoluto admisible a la luz de la experiencia de siglo XX).

Hegel seguía sin un céntimo a pesar de la publicación de su gran obra, la universidad seguía cerrada y se dispuso a buscar trabajo. Pero un proceso dialéctico doméstico había producido su inevitable síntesis: la patrona de Hegel daba a luz un niño, al que llamaron Ludwig.

Poco tiempo después, Hegel abandonó Jena para hacerse cargo de la edición del Bamberger Zeitung, lo que le había de ocupar los dos años siguientes. Por desgracia, sólo podemos imaginar cómo serían sus editoriales entre 1807 y 1808.

Hegel fue nombrado director de un gymnasium en Nuremberg con 38 años, cargo que mantendría durante los ocho años siguientes y que le proporcionará el tiempo libre necesario para proseguir con su obra filosófica. Para entonces hacía tiempo que había abandonado la tesis de la liberación revolucionaria y abrazado con entusiasmo su antítesis. Era perfecto para el puesto de director de escuela, pues afirmó: «el ideal de toda educación es extirpar las imágenes, pensamientos y reflexiones individuales que pueda tener el joven, y formar… El pensamiento, tanto como la voluntad, debe comenzar por la obediencia».

Al igual que muchos directores de escuela no interesados en su trabajo, o simplemente perezosos, era un ordenancista. Quien molestara a Herr Rektor Hegel en su despacho sabía que la hacía a su riesgo. Uno de sus alumnos relata: «Unos compañeros y yo fuimos enviados ante él para presentarle las quejas de los alumnos. ¡Qué acogida tuvimos! No sé ni cómo pudimos bajar las escaleras».

Entonces sucedió otra sorprendente antítesis, Hegel se enamoró. Este concepto les puede resultar a algunos tan difícil de entender como adopción dialéctica de Absoluto. Hegel era ya un solterón de 40 años. Los años de estudio incesante habían cobrado su tributo. Su hosco y pálido rostro había envejecido prematuramente, tenía los cabellos lacios en declive y los retratos delatan una clara esquivez en sus ojos. Era bajo y robusto, pero cargado de espaldas, y sus maneras sociales eran torpes. Parece ser que Hegel no tenía carisma, incluso a los ojos de sus discípulos más fervientes. La muchacha de la que se enamoró, Marie von Tuchen, venía de una vieja y respetable familia de Nuremberg y sólo contaba 18 años de edad.

Marie era amiga de Jean Paul, el popular novelista de comienzos del romanticismo, y creía en las ideas románticas del sentimiento y el gesto impulsivo. Hegel le dedicó pesados poemas en los que analizaba laboriosamente la naturaleza dialéctica del amor. Hasta en sus citas, Hegel seguía siendo el director de escuela; adoptando a menudo un tono crítico respecto de las ideas románticas de Marie. Después trataba de disculparse por carta: «Confieso que, cuando debo condenar ciertos principios, pierdo con excesiva rapidez la noción de la medida en que éstos están presentes en un individuo, en particular tú, y que tiendo a tomarlos demasiado en serio porque veo en ellos su valor y consecuencias universales, algo que tú no ves y que, en realidad, para ti no son como yo digo». Uno se pregunta que habría dicho si ella hubiera plantado un «árbol de la libertad» como él había hecho a su edad. Pero, queda el hecho de que Marie parece haber correspondido al amor de su anticuado cascarrabias.

Se casaron en 1811 en un alegre acontecimiento social, ligeramente estropeado por la aparición inesperada de la patrona de Hegel, que montó una escena blandiendo indignada un papel que, según ella, contenía la promesa escrita de matrimonio que le había hecho Hegel. Según reza un relato «fue apaciguada e indemnizada».

Otra vieja llama no fue apagada tan fácilmente. La hermana de Hegel, Christiane, al saber del matrimonio de su hermano, sufrió un ataque de nervios (descrito en la jerga insensible y machista de la época como de «melancolía hipocondríaca con excesos de histeria»). Christiane había estado trabajando como gobernanta y no había llegado a la idea de casarse. Su rechazo a un pretendiente había acabado en «nerviosismo», acompañado de una «conducta extraña». Hegel le ofreció vivir con ellos, pero los celos de Christiane hacia la esposa de Hegel se lo impedían. Se fue a vivir con un pariente, pasando todo el día en el sofá, chillando y vociferando. Según el pariente, expresaba «un profundo desagrado» hacia su hermano y «un odio profundo» hacia su esposa. Su estado se deterioró hasta el punto que tuvo que ser internada en un asilo donde permaneció un año.

Hegel mantuvo su imperturbabilidad acostumbrada, pero seguramente le alarmó la inestabilidad mental de su hermana. Continuaron los episodios depresivos, que cierta vez describió como «un descenso a regiones oscuras donde nada es firme, determinado y seguro, donde por todas partes estallan resplandores, pero próximos a abismos». Contó cómo tuvo conciencia primera de su filosofía y dijo que «todo ser humano que pasa por ese trance» experimenta «el momento nocturnal de una contracción de su naturaleza, y a través de esos desfiladeros se siente empujado, fortificado y con la certeza de estar seguro consigo mismo y seguro en su vida diaria; y si ya no es capaz de satisfacerse con esto, seguro en una existencia interior noble». Los psiquiatras se han referido frecuentemente al «anhelo de protección o seguridad que anima a gran parte del pensamiento, incluso del abstracto». La filosofía de Hegel, que nacía de un impulso profundo, puede muy bien reflejar la honda división interna de su psique. Este tipo de especulación pudiera ser risible si no fuera por la naturaleza misteriosamente esquizoide de su proceso dialéctico, que era para él «el modo cómo trabaja el espíritu». A pesar de todas las dificultades, el matrimonio de Hegel fue feliz. Marie dio a luz dos hijos: Karl e Immanuel. Se les unió más tarde su tercer hermano Ludwig, que fue a vivir con la familia tras la muerte de su madre en Jena. El arreglo no funcionó bien a pesar de las buenas intenciones de Hegel, pues a Ludwig le consumía el resentimiento. Heredó, al parecer, una buena parte de la inteligencia de su padre. Siguiendo sus pasos fue un estudiante radical, quería estudiar medicina, pero Hegel insistió en que se dedicara al comercio. Ludwig se fue de casa y se alistó de la Legión Extranjera alemana; le enviaron a las Indias Orientales dónde enfermó de fiebres y murió.

Fue durante este periodo cuando Hegel escribió su segunda gran obra, La ciencia de la lógica. Esta obra se caracteriza por estar casi totalmente desprovista de los dos temas mencionados en el título. Por ciencia entiende Hegel la metafísica, la auténtica antítesis de la física y, por lógica, su método dialéctico. Si uno admite que el método dialéctico es lógico, su sistema es en verdad el más rígidamente estructurado, comprensivo y brillantemente razonado que se haya concebido nunca. Si no se admite, uno se siente muy tentado de ver todo el asunto como una aberración metafísica (según esta opinión, Hegel debería haber titulado su obra como La metafísica de la metafísica, lo que habría indicado mejor cuál es su contenido).

En La ciencia de la lógica, Hegel no trata de esta, sino que se ocupa de los conceptos que utilizamos al razonar lógicamente, esto es, las categorías de Kant (ser, cantidad, relación, etc.). La más importante para Hegel es la de la relación, y la relación más universal es la de contradicción. Así comienza el proceso dialéctico de tesis, antítesis y síntesis. Como ya hemos visto, Hegel cree que el pensamiento es la realidad última, y que el método dialéctico, al regir el proceso del pensar, dirige también la realidad. Esta era para Hegel la ciencia de su lógica: todo está sujeto al método dialéctico.

La ciencia de la lógica revela la diferencia fundamental entre Kant y Hegel. Kant estaba totalmente capacitado para escribir un libro sobre ciencia y lógica, siendo como fue un científico original y un lógico brillante. Hegel por su parte adoptó el método histórico a la filosofía. No es sólo que Hegel considerara los acontecimientos en su desarrollo a largo plazo, sino que veía el mundo comprehensivamente como un proceso en eterna evolución. Tal visión borra la particularidad del aquí y ahora. Todo está bajo la sombra de la perspectiva histórica. En comparación, Kant veía el mundo con la claridad del científico, que es la visión en moda actualmente. Pero, con la historia de la humanidad acercándose al final de una larga era expansionista, es posible que el punto de vista de Hegel pueda reaparecer.

La ciencia de la lógica hizo famoso a Hegel. Tan sólo recién publicada la primera parte, las universidades de Heidelberg y de Berlín le ofrecieron una cátedra. Eligió Heidelberg, donde llegó en 1816. Hegel es el filósofo más prestigioso que haya tenido cátedra en esta universidad en su larga historia. En la colina al otro lado del río hay una senda conocida como «el paseo del filósofo». Se llega a esta senda cruzando los viñedos, abajo queda el viejo puente sobre el Neckar y en la ribera opuesta está la ciudad, vieja de siglos, yacente bajo el castillo. Hace años alguien me dijo que «el paseo del filósofo» debe su nombre a Hegel, pero me han dicho después que no es verdad; pues parece ser que Hegel detestaba pasear por el campo.

Hegel publica La enciclopedia de las ciencias filosóficas en compendio al año de llegar a Heidelberg, con el fin de que los estudiantes la leyeran antes de asistir a sus clases. Contiene un compendio de toda su filosofía e introduce al lector en el código de su jerga y en el uso peculiar que hace de ciertas palabras. La lógica no era el único concepto que había que sufrir. Sus clases eran totalmente incompresibles a menos que se conociera la jerigonza. Aún las explicaciones más sencillas necesitaban ser descifradas: «Si revisamos brevemente los momentos del paso de cantidad a calidad, lo cualitativo tiene como determinación fundamental el ser y la inmediatez, donde límite y determinación son idénticos con el ser de la cosa, de manera que al ser estos modificados, la cosa se desvanece» (no es casual que algunos de los que rompieron el difícil código alemán «enigma» durante la Segunda Guerra Mundial hubieran sido antes estudiosos de Hegel).

Hegel elabora también su sistema en La enciclopedia de las ciencias filosóficas en compendio. El sistema puede ser visto como una serie de estructuras piramidales que culminan en una supertríada cuya tesis es la Idea Absoluta, que genera su antítesis, la Naturaleza, y cuya síntesis es el Espíritu o Realidad Absoluta. Puede entenderse todo sistema como el Espíritu, que es también la Realidad Absoluta, contemplándose a sí mismo y su propia significación. En cuanto individuos, ascendemos por el sistema a medida que devenimos más racionales, más espíritu, más conscientes de nosotros mismos y de nuestra significación.

El sistema es un vasto monismo espiritual, una síntesis omnicomprensiva de la Idea Absoluta y de la Naturaleza: el Espíritu o Realidad Absoluta. Además de triádica, puede también verse como cíclica, pues la diferenciación es una parte necesaria de la totalidad. El método dialéctico opera en todo: tesis que genera antítesis, etcétera. La verdad puede ser conocida sólo después de que se ha diferenciado a sí misma, esto es, después de que ha generado su antítesis, el error, y la ha superado. De igual manera, Dios es infinito sólo porque ha puesto la limitación de lo finito, y la ha superado (un proceso dialéctico similar se repite en la caída del hombre, que fue necesaria para que pudiera alcanzar la virtud). Además de la integración de la síntesis, hay siempre la diferenciación de la tesis generando antítesis.

En 1818, Hegel decidió abrazar la antítesis de su decisión de encargarse de la cátedra en Heidelberg, y aceptó la oferta de Berlín, donde fue nombrado profesor de filosofía, posición que estaba vacante después de la muerte de Fichte. Por entonces, Napoleón había sido derrotado, Prusia era de nuevo el estado alemán dominante y se marcaba su etapa más conservadora con Berlín como capital. Hegel habría de permanecer en Berlín los trece años siguientes. Sus clases fueron una institución, atrayendo a cientos de estudiantes, y las miasmas de su influencia filosófica se extendieron por todas las universidades alemanas en forma de hegelianismo.

En la Prusia de la época, estaban prohibidas virtualmente todas las libertades de pensamiento y de expresión política, con la consecuencia de que las energías de los estudiantes y de los ciudadanos educados de Berlín tenían que buscar desahogo en otra parte. El resultado fue un gran desarrollo de las artes, la filosofía y la música entre las clases ociosas y locuaces.

Hegel se convirtió prácticamente en el filósofo oficial del Estado prusiano. Publicó en 1821, La filosofía del derecho, que trata de política y derecho. Hegel estaba entonces a favor del statu quo y aborrecía toda idea de cambio social radical. La dialéctica básica de su nueva obra era tesis (leyes abstractas universales), antítesis (conciencia personal) y síntesis (ética de la sociedad).

Hegel pensaba que la sociedad debe basarse en los valores de la familia y de las profesiones establecidas. Sin embargo, y de forma sorprendente, el Estado que tenía en mente estaba más próximo del modelo británico de la época que comprendía un gobierno parlamentario, una monarquía de poderes limitados, el juicio con jurado, la tolerancia de la opinión disidente, en especial la religiosa y a los judíos (Hegel estaba libre de antisemitismo, un sentimiento que estaba socialmente aceptado en la sociedad prusiana del momento y que alcanzó proporciones epidémicas).

Mientras tanto, Hegel continuaba haciendo lo que mejor sabía, esto es, dejar perplejos a los serios estudiantes que colmaban sus aulas. Con su cajita de rape cerca del atril y su gran cabeza de cabellos lacios inclinada, revolvía torpemente sus notas buscando páginas hacia atrás y hacia delante, a la vez que, dubitativo, soltaba larga ristras de cláusulas matizadoras abstrusas, sus palabras interrumpidas frecuentemente por accesos de tos, hasta que, por fin, subido a las alturas de la pura abstracción, alcanzaba una apoteosis de inesperada elocuencia que elevaba momentáneamente su discurso por encima de la jerga de tesis y antítesis siempre en conflicto, y llegaba al sublime pináculo que trascendía todo significado, donde se expandía, como por propio impulso, antes de estallar en otro ataque de tos.

A veces, podía suceder que un estudiante particularmente alucinado le siguiera después hasta su despacho para encontrarse con una extraña figura de rostro pálido sentada al escritorio y vestida con una bata gris amarillenta que llegaba hasta el suelo, rebuscando en montones dispersos de papeles y libros tirados. En mitad de la torpe conversación con su visitante, el filósofo se distraería mascullando palabras y revolviendo papeles, totalmente olvidado de la presencia del otro.

Hegel publicó poco durante este tiempo, pero varios devotos criptográficos tomaron nota de sus conferencias, que han sido publicadas entre sus obras completas. Estas notas contienen la exposición más detallada de sus ideas sobre estética, filosofía de la religión y su célebre filosofía de la historia. Su intento de reducir la historia a un proceso dialéctico —una pseudoidea que había de regresar con creces en las obras de su seguidor Marx— asigna un propósito a la historia (la voluntad de Dios para Hegel y la consecución de la utopía comunista para Marx). Hegel describe el avance dialéctico de la historia como la marcha de un cangrejo por los castillos de arena del tiempo. Los imperios de China, la Grecia antigua y Roma dan finalmente paso a las glorias del Estado prusiano, la forma más elevada de vida en sociedad sobre la tierra (trascendiendo con mucho los derechos del simple individuo). «La historia nos enseña que, cuando no quedaba nada de la filosofía salvo el nombre, se mantuvo esta como posesión peculiar de la nación alemana. Nosotros hemos recibido de la Naturaleza la elevada vocación de guardianes de este fuego sagrado, de la misma manera que en otros tiempos mantuvo su más elevada conciencia en el pueblo judío». No fue idea de Hegel el que los anteriores guardianes del fuego sagrado de la conciencia más alta hubieran de sufrir el destino que les cayó de manos de los nazis en el siglo XX. Hegel se habría sentido horrorizado de Hitler y las abominaciones del Tercer Reich; pero las tonterías que escribió no servirían de ayuda, por decirlo de forma suave.

Hegel veía la historia desde la más amplia perspectiva posible: «Una visión histórica mundial». La historia es un proceso de autorrealización. La humanidad se halla embarcada en un viaje de reflexión intelectual y de autocomprensión, una conciencia creciente de su propia unidad y propósito. Tomamos posesión de nuestro pasado cuando vemos la historia de nuestra autorrealización como un todo significativo, declaró Hegel. De modo que el objetivo de la historia es el descubrimiento del significado de la vida nada menos.

El progreso, la «comprensión del pasado» (como si sólo tuviera una interpretación), el significado de la vida, todas estas ideas, lejos de ser una «visión histórica mundial», están muy enraizadas en su tiempo y lugar: la Alemania de comienzos de siglo XIX. Los estados alemanes se estaban unificando para formar una nación europea poderosa; la Revolución Industrial se extendía por Europa; el mundo entraba en una época dorada de descubrimientos científicos, y los imperios europeos se expandían hasta los rincones más apartados del globo. Todo parece muy diferente desde la perspectiva de finales del siglo XX. El progreso no se considera ya inevitable y la humanidad se ha conformado con la posibilidad de su propia extinción. La ciencia ha adoptado los lineamientos del Absoluto, no el Espíritu. La teoría hegeliana de la historia no pudo asimilar semejantes acontecimientos (lo mismo que el sistema al que dio lugar, la teoría marxista de la historia, tampoco pudo superar el «colapso inevitable del sistema capitalista», que se negaba obstinadamente a suceder). Ya no vemos la historia como un patrón significativo y predeterminado, sino más bien como un experimento científico cuyo resultado está en gran medida en nuestras manos.

Sin embargo y a pesar de todos sus errores, la visión de la historia de Hegel no nubló del todo su juicio. Fue casi el único de los pensadores del siglo XIX que reconoció la venidera importancia de América. «En la era que se avecina es allí donde se revelará a sí mismo el peso de la historia». Ni Marx, ni Nietzsche, ni Julio Verne (todos los grandes profetas de siglo XIX) previeron el acontecimiento más importante del siglo XX.

Hegel fue nombrado rector de la Universidad de Berlín en 1830, un año después será condecorado por el rey Federico Guillermo III. Pero las travesuras del espíritu del mundo empezaban a preocuparle. En 1830 ocurrió otra revuelta en París, y Hegel no corrió esta vez a plantar un «árbol de la libertad» en la plaza del mercado. Cuando una ola de esta revuelta se extendió a Berlín, Hegel enfermaba de sólo pensar en un gobierno elegido por el populacho. Un año después escribió un artículo en el Preussiche Staatszeitung (Diario del Estado prusiano) criticando la Ley de Reformas que se estaba discutiendo en el Parlamento británico y aireando sus opiniones acerca de la democracia británica. En opinión de Hegel, la constitución británica era simplemente un caos comparada con las «instituciones racionales» del Estado prusiano. Y el gobierno popular, incluso con las limitaciones severas con que era practicado en la Gran Bretaña de la época, era un claro impedimento al baile de vals del espíritu del mundo (la dialéctica azul). El gobierno ni siquiera debería tratar de expresar la voluntad del pueblo. «Las gentes no saben nunca lo que quieren». Pero hasta esto era demasiado revolucionario para las autoridades prusianas y la segunda parte del artículo de Hegel fue censurada.

En 1831 se extendió a Berlín una epidemia de cólera que se había desatado por toda Alemania, y Hegel se trasladó fuera de la ciudad por el verano a una casa en la campiña vecina. Pero nada, ni siquiera el cólera, podía mantenerle alejado de su amada aula. Regresó en noviembre a la ciudad y dictó las primeras dos clases «con un fuego y una energía en la expresión que sorprendieron a sus oyentes». El tercer día cayó enfermo, y el día siguiente, el 14 de noviembre de 1831, murió en paz mientras dormía, sin darse cuenta siquiera de que su vida peligraba. Fue enterrado, como deseaba, al lado de Fichte. Su tumba, que puede visitar en el cementerio de Dorotheenstadt, justo al norte del centro de la ciudad, es considerada hoy como un monumento nacional.

Tan pronto como su hermana Christiane supo de la muerte de Hegel, comenzó a escribir un relato de su infancia juntos, lo envió a la viuda y poco después se ahogó adentrándose en un río.

Cinco años más tarde llegaba Karl Marx a estudiar a Berlín y era iniciado en la obra de Hegel. Después de absorber las tesis principales de las ideas de Hegel y de reaccionar en su contra, sintetizó su filosofía del materialismo histórico. En absoluto lo que Hegel había tenido reservado en su mente para el espíritu del mundo.