Capítulo veintiuno

WILL SE METIÓ LAS MANOS EN los bolsillos mientras recorría el pasillo y se dirigía a la habitación donde estaba Evelyn. El cansancio le había dejado atolondrado. Su visión era tan aguda que parecía verlo todo en alta definición. Notaba un zumbido en el oído, y podía sentir cada poro de su piel. Por esa razón nunca bebía café. Will se sentía tan cargado de energía como para poder suministrarla a una ciudad pequeña. Había pasado las tres últimas noches con Sara, y parecía andar sobre las nubes.

Se detuvo fuera de la habitación de Evelyn, preguntándose si debería haberle comprado algunas flores. Llevaba algo de dinero en la cartera. Se dio la vuelta y fue hacia los ascensores. Al menos podría comprarle un globo en la tienda de regalos. A todo el mundo le gustaban los globos.

—Hola —dijo Faith abriendo la puerta de la habitación de su madre—. ¿Adónde vas?

—¿A tu madre le gustan los globos?

—Cuando tenía siete años seguro que sí.

Will sonrió. La última vez que había visto a Faith estaba llorando en brazos de su madre. Ahora tenía mejor aspecto, aunque no mucho.

—¿Cómo se encuentra?

—Bien. La noche pasada la pasó algo mejor que la anterior, pero aún le duele.

Will podía imaginarlo. Habían llevado a Evelyn hasta el Grady con una escolta de policías completa. Había estado en el quirófano más de dieciséis horas, y le habían puesto en la pierna más placas que a Frankenstein.

—¿Y tú cómo estás? —preguntó Will.

—Tengo que asimilar muchas cosas —respondió Faith moviendo la cabeza, como si aún no le encontrase sentido—. Siempre quise tener otro hermano, pero sólo para que le pegase a Zeke.

—Yo creo que te las apañas muy bien tú sola.

—Cuesta más trabajo de lo que imaginas. —Apoyó el hombro contra la pared—. Ha debido de ser muy duro para ella. Todo lo que tuvo que pasar. Yo no podría imaginar tener que desprenderme de uno de mis hijos. Se me rompería el corazón.

Will miró por encima del hombro de Faith, en dirección al pasillo vacío.

—Lo siento. No me había dado cuenta de que… —dijo Faith.

—No pasa nada. Un gran número de huérfanos terminan en el sistema penal —Will mencionó algunos ejemplos—. Albert DeSalvo, Ted Bundy, Joel Rifkin, el hijo de Sam.

—Creo que a Aileen Wuornos también la abandonaron sus padres.

—Se lo diré a los demás. Es bueno saber que también hay una mujer en la lista.

Faith se rio, aunque no tenía muchas ganas de hacerlo. Will volvió a mirar por encima de su hombro. Vio a una enfermera grande caminando por el pasillo con un enorme ramo de flores.

—Pensaba que no saldríamos vivas de esa casa —dijo Faith. Había algo en su voz que le dijo que aún no había asimilado lo que le había pasado a su familia. Puede que nunca lo hiciese. Hay cosas que no se olvidan, por mucho que se intente.

—Tenemos que encontrar una forma mejor de comunicarnos en caso de que algo así suceda de nuevo.

—Estaba aterrorizada pensando que no me habías entendido. Gracias a Dios, tuvimos todas esas discusiones sobre cambiar la hora de tu móvil.

—De hecho, no te entendí.

Will dibujó una sonrisa burlona al ver su expresión de sorpresa. Había puesto el altavoz mientras hablaba con Faith, y Roz Levy le dio su opinión nada más terminar la llamada. Les dijo que la habitación era un reloj, y que ella estaría más que dispuesta a presentarse allí con su Python y eliminar a ese cabrón que estaba situado a las doce.

—Quiero pensar que lo habría averiguado más tarde —apuntó.

—¿No sabes que si tuviese un nivel de azúcar de mil ochocientos estaría muerta o en coma?

—Sí, lo sabía.

—Sí, ya —susurró Faith.

—Lo del helicóptero fue idea mía. La cámara de infrarrojos nos dijo en qué posición estabais, y nos confirmó que el otro tipo estaba muerto. —Faith no parecía impresionada, así que añadió—: Y lo de las luces también.

Habían colocado dos coches patrulla de frente, y enfocaron con las luces las ventanas de delante. La sombra de Caleb contra las cortinas se convirtió en un blanco perfecto.

—Bueno, sea como sea, gracias por dispararle. —Faith entendió lo que quería decir su expresión—. ¿No fuiste tú?

Soltó un largo suspiro.

—Amanda me prometió que me devolvería uno de mis testículos si la dejaba disparar.

—Espero que no fuera por escrito. No le dio entre ceja y ceja.

—Le echó la culpa a mi rifle, que si yo era zurdo o no sé qué…

Eso daba lo mismo, pero Faith no quería discutir.

—En todo caso, me alegro de que estuvieses allí. Hizo que me sintiera más segura.

Will sonrió, aunque estaba seguro de que lo habrían resuelto sin su ayuda. Amanda era una mujer de recursos, y él prácticamente había estado escondido detrás de un muro mientras Faith arriesgaba su vida.

—Me alegro de que estés con Sara —le dijo.

Reprimió la sonrisa estúpida que estuvo a punto de poner.

—Sólo está conmigo hasta que encuentre algo mejor.

—Me gustaría pensar que no lo dices en serio.

Él también. No comprendía a Sara. No entendía qué había visto en él, ni por qué estaba con él. Sin embargo, lo estaba. Y no sólo eso, también parecía muy feliz. Esa misma mañana había sonreído tanto que apenas pudo juntar los labios para darle un beso de despedida. Will pensaba que se reía porque tenía un trozo de papel higiénico pegado en la cara, ya que se había cortado al afeitarse, pero ella le dijo que sonreía porque se sentía feliz.

No sabía qué pensar. No tenía sentido.

Faith sabía cómo borrarle la sonrisa de la cara.

—¿Y Angie?

Se encogió de hombros, como si no supiese nada de ella, a pesar de haberle dejado tantos mensajes en su casa y en el móvil que había llenado ambos buzones. Cada mensaje era más desagradable; cada amenaza, más seria. Will los había escuchado todos. No podía evitarlo. Aún veía a Angie con la pistola en la boca, y aún sentía un escalofrío al pensar que abriría la puerta del cuarto de baño y la encontraría sangrando en la bañera.

Afortunadamente, Faith cambió de conversación.

—¿Le has dicho a Sara que te dan miedo los chimpancés?

—No hemos hablado de eso.

—Ya lo haréis. Eso pasa con las relaciones. Al final se sabe todo, nos guste o no.

Will asintió, esperando que su rápida conformidad la hiciese callar, pero no tuvo tanta suerte.

—Escucha —dijo adoptando ese tono maternal que usaba cuando él no se sentaba erguido o no llevaba la corbata adecuada—. La única forma de que lo fastidies todo es si continúas preocupándote por fastidiarlo.

Will prefería estar en el maletero de la señora Levy que manteniendo esa conversación.

—La única que me preocupa es Betty.

—¿De verdad?

—Sí. Se está encariñando demasiado. —Era cierto: la perrita se había negado a salir del apartamento de Sara esa mañana.

—Prométeme que esperarás al menos un mes para decirle que estás enamorado de ella.

Will soltó un largo suspiro, anhelando estar en el Corvair.

—¿Sabías que Bayer solía tener la marca registrada de la heroína?

Faith movió la cabeza al oír su evasiva.

—¿Te refieres a la empresa de la aspirina?

—Perdieron la marca después de la Primera Guerra Mundial. Puedes verlo en el Tratado de Versalles.

—Vaya. Todos los días se aprende algo nuevo.

—Sears vendía jeringas llenas de heroína en su catálogo. Un dólar cincuenta por dos.

Faith le puso la mano en el brazo.

—Gracias, Will.

Will le dio una palmadita en la mano, y luego otra, porque una no le pareció suficiente.

—Es a Roz Levy a quien tienes que darle las gracias. Fue ella quien lo dedujo todo.

—No es la dulce ancianita que parece, ¿no?

Eso era quedarse corto. Aquella viejecita había disfrutado viendo la peor pesadilla de Evelyn.

—Es una bruja.

—¿Te dijo eso de las palomas y los azulejos?

Faith se dio la vuelta cuando oyó unas voces. La puerta de la habitación de su madre se abrió. Jeremy salió, seguido de un hombre alto con el pelo cortado al estilo militar y que tenía una mandíbula cuadrada que recordaba a la película El infierno espera. Sostenía a Emma sobre uno de sus anchos hombros. La niña parecía una bolsa de guisantes congelados colgando de un rascacielos. Su cuerpo dio un pequeño respingo al hipar.

—Eso debe de ser porque está contenta. —Faith se apartó de la pared con un gemido y añadió—: Will, te presento a mi hermano Zeke. Zeke, éste es…

—Ya sé quién es este gilipuertas.

Will alargó la mano.

—He oído hablar mucho de ti.

Emma hipó. Zeke le lanzó una mirada fulminante a Will y no le estrechó la mano.

Él, por el contrario, intentó suavizar la situación.

—Me alegro de que tu madre se encuentre bien.

Él seguía mirándole. Emma hipó de nuevo. Sentía lástima por él. Era dueño de un chihuahua, sabía lo difícil que era hacerse el fuerte mientras se sostenía algo diminuto en las manos.

Jeremy puso fin al concurso de miradas.

—Hola, Will. Gracias por venir.

Will le estrechó la mano. Era un chico de aspecto desgarbado, pero le apretó la mano con fuerza.

—Me he enterado de que tu abuela se está poniendo bien.

—Es fuerte. —Pasó el brazo por encima del hombro de Faith—. Como mi madre.

Emma hipó.

—Vamos, tío Zeke. —Jeremy le cogió por el codo—. Le he dicho a la abuela que trasladaremos mi cama a la planta de abajo para que mi madre pueda cuidarla cuando salga del hospital.

Zeke tardó en apartar la mirada. El hipo continuado de Emma probablemente tenía algo que ver con la decisión de Zeke de seguir a su sobrino hasta el vestíbulo.

—Lo lamento —dijo Faith—. Es un poco gilipollas. Pero, no sé por qué, Emma parece haberle cogido mucho cariño.

Probablemente porque no entendía ni una palabra de lo que decía.

—¿Quieres pasar y hablar con mi madre?

—Sólo he venido a verte.

—Ha preguntado por ti un par de veces. Creo que quiere hablar contigo.

—¿No puede hablar contigo?

—Yo ya sé lo esencial. No necesito entrar en detalles. —Dibujó una sonrisa forzada—. Amanda le dijo que te había prometido una hora con ella.

—No pensaba que lo cumpliría.

—Han sido amigas íntimas durante cuarenta años. Cumplen con lo que se prometen. —Le dio una palmadita en el brazo e hizo ademán de marcharse—. Gracias por venir.

—Espera. —Will se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó un sobre que le había llegado en el correo de la mañana—. Jamás he recibido una carta —dijo—, salvo las facturas, claro.

Faith observó el sobre cerrado.

—No la has abierto. —Will no lo necesitaba. Ella no podía imaginar lo mucho que significaba para él que supiese que podía leer una carta.

—¿Quieres que la abra?

—Por supuesto que no. —Le quitó la carta de la mano—. Ya he tenido bastante con que Zeke y Jeremy viesen esos vídeos. No sabía que me pusiese tan fea al llorar.

Will estaba de acuerdo.

—Bueno —dijo Faith mirando el reloj—. Tengo que ponerme la insulina y comer algo. Si me necesitas, estaré en la cafetería.

Will la observó mientras recorría el pasillo. Ella se detuvo delante del ascensor y le miró. Mientras lo hacía, rompió la carta por la mitad, y luego otra vez más. Will le hizo un gesto de despedida, y después entró en la habitación de Evelyn. Estaba repleta de flores de todas las clases. Enseguida le empezó a picar la nariz del perfume tan intenso.

Evelyn Mitchell giró la cabeza en su dirección. Estaba echada en la cama. Tenía la pierna rota levantada, con muchos tornillos saliendo de la escayola. La mano descansaba sobre una cuña de espuma. Tenía una gasa donde debía estar su dedo anular. Había tubos entrando y saliendo de su cuerpo. Tenía cubierta con una tirita de mariposa color blanco la herida de la mejilla. Parecía más pequeña de como la recordaba, pero luego pensó que había pasado por ese tipo de experiencia que puede reducir a una persona.

Tenía los labios agrietados y en carne viva. Mantuvo la mandíbula firme, tratando de hablar haciendo el mínimo movimiento posible. Su voz sonó más fuerte de lo esperado.

—Agente Trent.

—Capitán Mitchell.

Ella le enseñó la válvula de la bomba de morfina.

—La he desconectado porque quería hablar con usted.

—No es necesario. No quiero causarle más dolor.

—Por favor, siéntese. Me duele la nuca de tener que mirarle.

Había una silla al lado de la cama y Will se sentó en ella.

—Me alegro de que se encuentre bien.

Sus labios apenas se movieron.

—Bien es mucho decir. Digamos que voy tirando.

—Bueno, eso es mejor que nada.

—Mandy me ha hablado de su papel en todo esto. —Will imaginó que habría sido una conversación muy breve—. Gracias por cuidar de mi hija.

—Creo que usted le da más importancia que yo.

Sus ojos se humedecieron. Will no estaba seguro de si era de dolor o si se debía a pensar que podía haber perdido a su hija. Luego recordó que también había perdido otro hijo.

—Lamento lo sucedido.

Ella tragó con suma dificultad. La piel de su cuello estaba casi negra de los moratones. La habían obligado en dos ocasiones a elegir entre su familia con Bill Mitchell y el hijo que había tenido con Héctor Ortiz. Y ambas veces había tomado la misma decisión, aunque esa última vez Caleb se lo había puesto muy fácil.

—Era un chico muy problemático. No sabía cómo controlarlo. Estaba muy resentido.

—No hace falta que hable de eso.

Una risita áspera salió de su garganta.

—Nadie quiere que hable de él. Prefieren que desaparezca. —Hizo un gesto señalando el vaso de agua que había encima de la mesa—. ¿Podría darme…?

Will cogió el vaso y le acercó la pajita para que pudiese beber. Ella no podía levantar la cabeza. Will, amablemente, dio la vuelta a la cama y la sujetó.

Estuvo bebiendo casi un minuto antes de dejar la pajita.

—Gracias.

Will se sentó. Miró los ramos de rosas que había encima de la mesa que estaba enfrente. Había una tarjeta de visita sujeta al lazo blanco. Reconoció el logotipo del Departamento de Policía de Atlanta.

—Héctor era un confidente —dijo Evelyn—. Acusó a su primo. Pertenecían a la misma banda, y empezaron con cosas pequeñas, robando coches y bolsos para poder jugar a los videojuegos, pero la cosa empeoró muy rápidamente.

—Los Texicanos.

Evelyn asintió poco a poco.

—Héctor quería salirse, pero continuó hablando y escuchando porque era bueno para mi carrera. —Hizo un gesto en el aire con la mano que tenía buena—. Luego una cosa llevó a la otra. —Cerró los ojos—. Yo estaba casada con un agente de seguros. Era un hombre cariñoso y un buen padre, pero… —El aire pasó a trompicones a través de sus labios cuando suspiró—. Bueno, ya sabe lo que es eso de estar en la calle todo el día, arrestando a los chorizos, con el corazón encogido y sintiendo que el mundo no para de dar saltos. Luego regresas a casa y ¿qué haces? ¿Preparar la cena, planchar camisas y bañar a los niños?

—¿Estaba enamorada de Héctor?

—No. —Su respuesta fue contundente—. Nunca. Y lo más extraño es que no me di cuenta de lo enamorada que estaba de Bill hasta que le hice tanto daño que estuve a punto de perderle.

—Pero se quedó a su lado.

—Sí, pero con sus condiciones. Yo no estaba en disposición de negociar. Él se reunió con Héctor, y llegaron a un acuerdo entre caballeros.

—La cuenta bancaria.

Evelyn miró hacia el techo y, luego, lentamente, cerró los ojos. Will pensó que se había quedado dormida, pero ella empezó a hablar de nuevo.

—Sandra y Paul tenían muchas deudas, pues habían ayudado a que su familia regresase a su país. No podían criar a un hijo, aunque lo hubiesen podido tener ellos. Parte del dinero de la cuenta era de Héctor. El resto, mío. El diez por ciento de mi sueldo era para Caleb. Era como una donación, no para la iglesia, sino más bien como castigo. —Levantó la comisura de la boca, dibujando una especie de sonrisa—. Supongo que Sandra daba gran parte de ese dinero a la iglesia todas las semanas. Eran muy religiosos. Católicos. Pero eso no me molestaba tanto como a Bill. Pensé que serviría para darle unos principios morales muy sólidos. —Se rio—. Esperaba demasiado.

—¿Caleb se enteró de que usted era su madre cuando Sandra se puso enferma?

Evelyn miró a Will.

—Sandra me llamó. Parecía que me estaba advirtiendo, algo que no comprendí en ese momento, por eso la ignoré. La primera vez que vi a Caleb de adulto fue en su funeral. —Movió la cabeza al recordarlo—. Se parecía mucho a Zeke cuando tenía esa edad. Más guapo, a decir verdad. Pero también más resentido, lo cual era un problema. —Su cabeza seguía moviéndose de un lado a otro—. No me di cuenta de lo perturbado que estaba hasta que fue demasiado tarde. No tenía ni idea.

—¿Habló con Caleb en el funeral?

—Intenté hacerlo, pero no quiso. Semanas después, cuando estaba limpiando la casa, empecé a notar que las cosas no estaban en el lugar de costumbre. Registraron mi despacho. Lo hizo muy bien. No lo habría notado de no ser porque estaba buscando una cosa en particular. Yo guardaba un mechón de su pelo escondido en un sitio donde mis hijos no pudiesen verlo. Cuando fui a buscarlo, había desaparecido. Debería haberme dado cuenta entonces. Debí comprender lo obsesionado que estaba conmigo…, lo mucho que me odiaba.

Evelyn se detuvo para coger aliento. Will vio que estaba cansada, pero ella prosiguió.

—Llamé a Héctor para que nos viésemos. Habíamos estado en contacto desde que Sandra enfermó. No teníamos mucho tiempo para hacer algo. Íbamos a un Starbucks que está en el aeropuerto para que nadie nos viese. Fue igual que antes. Siempre escondiéndonos para que mi familia no lo supiese. —Cerró los ojos de nuevo—. Caleb estaba siempre metiéndose en problemas. Intenté hacer todo lo posible, incluso darle dinero para que fuese a la universidad. Faith las estaba pasando canutas para poder pagar la educación de Jeremy…, y allí estaba yo, ofreciéndole a ese muchacho pagarle lo que fuese necesario. Pero se rio en mi cara. —Adoptó un tono enfadado y tajante—. Al día siguiente, recibí una llamada de un amigo de la Brigada de Estupefacientes. Habían cogido a Caleb con una buena cantidad. Acudí a Mandy para que moviese algunos hilos, pero ella no quiso. Dijo que ya le habían dado muchas oportunidades. Aun así, se lo rogué.

—¿Heroína?

—Cocaína —corrigió Evelyn—. De haber sido heroína, no podría haber hecho nada, pero, al ser coca, pudimos llegar a un acuerdo. Cerraron el caso porque acordamos meterlo en rehabilitación.

—Lo envió a Healing Winds.

—Héctor vive a pocos kilómetros de allí. El hijo de su primo había estado allí, Ricardo. Y Chuck estaba allí. Pobre Chuck. —Se detuvo y tragó para aclararse la garganta—. Me llamó a principios de este año para tratar de reparar algún daño. Lleva ocho meses sin tomar nada. Yo sabía que estaba haciendo algunos trabajos de asesoramiento en Healing Winds, y pensé que Caleb estaría más seguro allí.

—Chuck le contó su historia.

—Al parecer, pero eso es sólo uno de los pasos. Les habló del dinero. Y aunque les aseguró que yo no tenía nada que ver, no le creyeron.

—Fue Chuck el que estuvo en el hospital aquel día. Él fue el policía que le preguntó a Sara si el joven saldría adelante.

Evelyn asintió.

—Se enteró por las noticias de lo que me había sucedido y se acercó para ver si podía ayudar. No se paró a pensar que, con su expediente, nadie querría su ayuda. Le he pedido a Mandy que trate de arreglar las cosas con su agente de la condicional. Fui yo quien le metí en problemas. Mi equipo siempre me protegió, a veces en contra de sus propios intereses.

—¿Cree que Caleb pensaba que usted estaba implicada, como los demás?

—No, agente Trent —contestó, sorprendida por la pregunta—. No lo creo. Él ya tenía un concepto preconcebido de mí. Pensaba que era una mujer fría y poco cariñosa, la madre que nunca le quiso. Me dijo que lo único que había heredado de mí era ese corazón tan negro.

Will recordó la canción que sonaba cuando Faith entró en casa de su madre.

Back in black.

—Era su canción favorita. Me hizo escuchar la letra, aunque no sé quién puede entenderla con todos esos chillidos.

—Habla de vengarse de la gente que te abandona.

—Ya veo. —Parecía aliviada por haberlo entendido finalmente—. La puso una y otra vez en la radio de la cocina. Entonces llegó Faith y la música se paró. Yo estaba aterrorizada. Creo que jamás he estado tan asustada. Pero ellos no querían a Faith. No era la pandilla de Caleb. Fue Benny Choo quien les dijo que lo arreglaría todo. Se quedó con Ricardo porque la heroína que tenía dentro valía mucho, pero les dijo a los demás que me secuestrasen y se marchasen, y ellos obedecieron.

Will quería estar seguro de averiguar cómo había sucedido todo, por lo que insistió.

—¿Caleb estuvo allí al mismo tiempo que Faith?

—La vio por la ventana. —A Evelyn le tembló la voz—. Jamás he estado más asustada. Al menos antes de eso.

Él la entendía perfectamente.

—¿Qué sucedió antes de que llegase Faith? Usted estaba preparando algunos sándwiches, ¿no?

—Sabía que Faith llegaría tarde. Esas sesiones suelen alargarse demasiado. Siempre hay algún gilipollas que quiere presumir. —Se quedó callada durante unos instantes, recordando—. Héctor vino a recogerme al supermercado. Conocía mis costumbres. Así era ese hombre. Sabía escuchar. —Volvió a guardar silencio, quizá para presentarle sus respetos a su amante—. Había ido a visitar a Caleb a rehabilitación, y le dijeron que se había marchado. No los retienen. Caleb se marchó sin ningún problema. No nos sorprendió. Yo ya había hecho algunas llamadas y supe que Ricardo lo estaba involucrando en algunos asuntos nada buenos para ninguno de los dos.

—¿Heroína?

Evelyn soltó un lento suspiro.

—Héctor y yo lo descubrimos mientras conducía de vuelta a casa. Sabíamos que Ricardo trabajaba en la tienda de Julia. Y no había duda de que no saldría nada bueno juntando a esos chicos. Folie à plusieurs.

Will había oído antes esa frase. Se refería a un síndrome psicológico mediante el cual un grupo de personas aparentemente normales desarrollaban una psicosis compartida cuando se juntaban. La familia Manson, la Rama Davidiana. Siempre había un líder inestable que lo dirigía todo. Roger Ling le había llamado la cabeza de la serpiente, y un hombre como él debía saber de ese tema.

—Una parte de mí quería que Faith llegase a casa temprano. Quería que conociese a Héctor, así me vería obligada a contárselo.

—¿Caleb mató a Héctor?

—Supongo que debió de ser él. Fue un acto traicionero y cobarde. Oí el disparo. Ya sabe que nunca se olvida el ruido que hace un silenciador una vez que lo has escuchado. Miré en el garaje. El maletero estaba cerrado y no vi a nadie. No lo pensé dos veces. Quizá presentí que sucedería más tarde o más temprano. Cogí a Emma y la dejé en el cobertizo. Regresé con mi arma y vi a un hombre en la habitación de la colada. Le disparé antes de que pudiese abrir la boca. Luego me di la vuelta y vi a Caleb.

—¿Forcejeó con él?

—No pude dispararle. Estaba desarmado. Era mi hijo. No podía hacer otra cosa. —Se miró la mano que tenía herida—. No creo que esperase que fuera a oponer tanta resistencia cuando me cortó el dedo.

—¿Se lo cortó en ese momento? —Will había pensado que fue en otro momento de la negociación.

—Uno de sus muchachos se sentó sobre mi espalda mientras Caleb me lo cortaba. Utilizó el cuchillo del pan y lo fue serrando como si fuese un árbol. Creo que disfrutaba viéndome chillar.

—¿Cómo le arrebató el cuchillo?

—No lo sé. Es una de esas cosas que suceden sin que lo sepas. De hecho, no recuerdo gran cosa de lo que pasó después, pero recuerdo cómo el otro muchacho cayó sobre mí y cómo se le clavó el cuchillo en el estómago. —Exhaló profundamente—. Corrí hacia el garaje para coger a Emma y salir huyendo de allí, pero, en ese momento, oí a Caleb gritando: «mamá, mamá…». Parecía estar herido. No sé por qué volví. Fue algo instintivo, como lo del cuchillo, sólo que lo primero fue por una cuestión de supervivencia y lo segundo de autodestrucción. —Al mismo tiempo que hablaba, trataba de recordar—. Fui consciente del error que cometía. Recuerdo que pensé que era una de las mayores estupideces que había cometido en mi vida cuando pasé al lado del coche a toda prisa y entré en la casa de nuevo. Y estaba en lo cierto, pero no pude evitarlo. Le oí llorar por mí, y regresé corriendo al interior de la casa.

Se detuvo de nuevo para tomar aliento. Will vio que el sol había cambiado de posición y le daba en los ojos. Se levantó y bajó las persianas.

Evelyn, con voz cansada, dijo:

—Gracias.

—¿Quiere descansar?

—Quiero terminar y no volver a hablar de este asunto nunca más.

Eso se parecía mucho a lo que diría Faith. Él no quiso discutir. Se sentó en una silla y esperó a que continuase.

Evelyn no empezó a hablar de inmediato. Durante un minuto estuvo en silencio, con el pecho levantándose y encogiéndose al respirar.

—Durante sus primeros tres años —dijo finalmente—, una vez al mes les decía a Bill y a los niños que tenía que ocuparme de asuntos de papeleo en la oficina. Normalmente, era los domingos, mientras estaban en la iglesia, porque eso resultaba más fácil. —Tosió. Su voz se hizo más áspera—. Iba al parque que estaba subiendo la calle, me sentaba sola en un banco; si llovía, me quedaba en el coche, para poder llorar. Ni siquiera Mandy sabía eso. He compartido todos mis secretos con ella, pero no ése. —Le dirigió una mirada significativa—. No se puede imaginar lo duro que fue para ella lo de Kenny. No le pudo dar hijos, y él quería una familia, niños de su propia sangre. No dejaba de hablar de eso. Decirle lo mucho que yo añoraba a Caleb habría sido una crueldad.

Will se sintió un poco intimidado al oír algo tan personal sobre su jefe. Intentó que Evelyn volviese a hablar del día en que la secuestraron.

—Caleb la engañó para que usted regresase a la casa. ¿Por eso no cogió a Emma y se marchó?

Se quedó callada el suficiente rato como para hacerle saber que había notado que prefería cambiar de tema.

—No se puede engañar a nadie que no se deja engañar.

Will no estaba tan seguro de eso, pero asintió.

—Entré en la cocina. Allí estaba Benny Choo. Por supuesto que era Benny Choo. Había cometido una masacre. Se encontraba en su salsa. Tuvimos un forcejeo y él me ganó, en parte porque le ayudaron. Quería el dinero. Todo el mundo quería el dinero. La casa estaba llena de tíos que gruñían y pedían dinero.

—Salvo Caleb.

—Sí, salvo Caleb —confirmó Evelyn—. Se sentó en el sofá y se comió un sándwich de carne que sacó directamente de la bolsa mientras observaba cómo los demás iban de un lado para otro destrozando la casa. Creo que eso le divertía. Creo que se lo pasó mejor que nunca observándome allí, aterrorizada, mientras sus amigos corrían como pollos sin cabeza buscando algo que él sabía que no iban a encontrar.

—¿Qué significaba la «A» que había debajo de la silla?

Soltó una risa entrecortada.

—Era una flecha. Imaginé que los técnicos de la escena criminal la encontrarían. Quería hacerles saber que el principal culpable era el que estaba sentado en el sofá. Caleb debió de dejar algún pelo, alguna fibra… o huellas dactilares.

Will se preguntó si el equipo de Ahbidi Mittal podría haber averiguado algo así. Él lo había intuido, aunque torpemente.

—¿De verdad escarbaron en mi jardín? —preguntó Evelyn.

Will se dio cuenta de que le preguntaba por la banda de Caleb, no por el equipo de Ahbidi Mittal.

—¿Usted les dijo que el dinero estaba allí?

Se rio, probablemente porque imaginó a los jóvenes corriendo por el jardín, de noche, con palas en la mano.

—Pensé que considerarían que podía ser, aunque eso sólo ocurre en las películas.

Will no confesó que él había visto muchas de esas películas.

De repente, la conducta de Evelyn cambió. Volvió a mirar el techo. Los azulejos eran de color marrón. No había mucho que mirar. Will era muy bueno reconociendo las técnicas de evasión.

—Aún tengo que aceptar el hecho de que he matado a mi hijo —susurró.

—Él quería matarla a usted. Y a Faith. Mató a muchas otras personas.

Evelyn continuó mirando los azulejos.

—Mandy me dijo que no hablase con usted del tiroteo.

Will sabía que la policía estaba investigando la muerte de Caleb Espisito, pero asumía que Evelyn quedaría libre de toda sospecha al cabo de pocos días, igual que le había sucedido a Faith.

—Fue en defensa propia.

Evelyn soltó un suspiro lento.

—Creo que quería hacerme escoger entre los dos. Entre él y Faith.

Will no le dijo que compartía su opinión.

—Él pudo perdonar a su padre. Héctor llevaba una vida agradable, pero nunca se casó y no volvió a tener más hijos. Sin embargo, cuando Caleb vio lo que yo tenía, y lo mucho que había luchado por recuperar a Bill y a mis hijos, sintió un enorme resentimiento. Me odiaba. —Unas lágrimas humedecieron sus ojos—. Recuerdo que una de las últimas cosas que le dije antes de que todo esto sucediese era que sentir ese rencor era como tomarse un veneno y esperar que la otra persona se muriese.

Will dedujo que era el tipo de consejo que dan las madres a los hijos. Por desgracia, Caleb tuvo que aprender esa lección de la peor forma.

—¿Recuerda algo del lugar donde la retuvieron?

—Era un almacén. Estaba abandonado, de eso estoy segura, porque grité tanto que hubiese despertado a un muerto.

—¿Cuántos hombres había?

—¿En la casa? Creo que ocho. En el almacén sólo tres, contando a Caleb. Los otros dos se llamaban Juan y David. Trataban de no usar sus nombres, pero no eran muy inteligentes.

A Juan Castillo lo habían matado fuera del almacén de Julia Ling. David Herrera había muerto a sangre fría delante de Evelyn y Faith. Benny Choo, Hironobu Kwon, Héctor Ortiz y Ricardo Ortiz. En total habían muerto ocho personas porque un chico de veinte años estaba resentido.

Evelyn debía de estar pensando lo mismo. Su voz adquirió un tono desesperado.

—¿Cree que podría haberlo evitado?

Salvo matando a Caleb, Will no sabía cómo.

—Ese tipo de odio no se apaga.

Aquello no pareció reconfortarla.

—Bill pensaba que lo que le sucedió a Faith fue culpa mía. Dijo eso porque yo estaba con Héctor y había descuidado a mis hijos. Puede que tuviese razón.

—Faith es una mujer que decide por sí misma.

—Usted cree que se parece a mí. —Luego, desechando la protesta de Will, añadió—: No es que se parezca, es que es idéntica a mí. Que Dios se apiade de ella.

—Hay cosas peores.

—Hmm. —Evelyn cerró los ojos de nuevo.

Will observó su rostro. Estaba tan amoratada que apenas se le veían los rasgos. Tenía la edad de Amanda, el mismo tipo de policía, pero no el mismo tipo de mujer. Will no había sentido en muchas ocasiones envidia de los padres de otras personas, pues creía que era una pérdida de tiempo pensar cómo habrían sido los suyos. Sin embargo, al hablar con Evelyn Mitchell y ver los sacrificios que había hecho por sus hijos, no pudo evitar sentirse un poco celoso.

Se levantó, pensando que debía dejarla dormir, pero ella abrió los ojos. Señaló el vaso de agua. Will la ayudó a beber de la pajita. Esta vez no estaba tan sedienta. Tenía la mano alrededor de la válvula de morfina.

—Gracias. —Puso la cabeza sobre la almohada y presionó la válvula de nuevo.

Will no se sentó.

—¿Quiere que le traiga algo antes de marcharme?

O no oyó la pregunta, o prefirió ignorarla.

—Sé que Mandy es muy dura con usted, pero es porque le aprecia.

Will enarcó las cejas. La morfina había hecho efecto muy rápido.

—Se siente muy orgullosa de usted, Will. Le elogia constantemente. Habla de lo inteligente y fuerte que es. Para ella es como un hijo. En muchos más aspectos de los que imagina.

Sintió la necesidad de mirar por encima de su hombro por si acaso Amanda se estaba riendo en la puerta.

—Y tiene razones para estarlo. Es un buen hombre. Y no me gustaría que mi hija cambiase de compañero. Me alegré cuando os pusieron juntos. Esperaba que surgiese algo más entre vosotros.

Will volvió a mirar hacia la puerta. No vio a Amanda. Cuando se giró, Evelyn le estaba mirando.

—¿Puedo ser sincera con usted?

Él asintió, aunque se preguntó si eso significaba que no lo había sido antes.

—Sé que ha tenido una vida muy difícil y que se ha esforzado mucho por convertirse en la persona que es. Merece ser feliz, pero no lo conseguirá si sigue con su esposa.

Como de costumbre, su primer impulso fue defender a Angie.

—Ella también ha pasado lo suyo.

—Usted se merece algo mejor.

—Yo también tengo mis demonios.

—Sí, pero son demonios buenos, de los que te hacen más fuerte. —Intentó sonreír—. Si me librase de mis demonios, perdería a mis ángeles.

—¿Eso es de Hemingway?

—No, de Tennessee Williams.

La puerta se abrió. Amanda señaló su reloj.

—El tiempo se ha acabado —dijo haciéndole una señal para que se marchase.

Will miró su teléfono móvil. Le había dado justo una hora.

—¿Cómo sabías que estaba aquí?

—Vamos, márchate —dijo dando una palmada—. Evelyn necesita descansar.

Will la tocó en el hombro porque era el único lugar que no tenía vendado ni conectado a algo.

—Gracias, capitán Mitchell.

—Cuídese, agente Trent.

Amanda le dio un empujón cuando salía de la habitación, y casi tira a una enfermera que pasaba por el pasillo.

—Has abusado —dijo Amanda.

—Ella quería hablar.

—Ha pasado por una experiencia terrible.

—¿Tendrá problemas por haber disparado a Caleb Espisito?

Amanda negó con la cabeza.

—La única persona que debe de estar preocupada es Roz Levy. Si dependiese de mí, la acusaría por obstrucción.

Will no la contradijo, pero la señora Levy había representado su papel de ancianita a la perfección, y ningún jurado la acusaría de nada.

—Ya me encargaré de esa vieja bruja en su momento —prometió Amanda—. Le gusta mucho remover la mierda.

—De acuerdo. —Will intentó poner fin a la conversación. Sara había salido de trabajar hacía cinco minutos. Él había sugerido que comiesen juntos, pero no sabía si se acordaría—. Hasta mañana. —Empezó a caminar hacia los ascensores, pero, para su desgracia, Amanda le siguió.

—¿Qué te ha dicho Evelyn?

Él alargó la zancada, tratando de dejarla atrás, o al menos de ponérselo difícil.

—La verdad, al menos eso espero.

—Estoy segura de que estaba oculta en algún sitio.

Will odiaba que le sembrase dudas con tanta facilidad. Evelyn Mitchell era la mejor amiga de Amanda, pero no tenían nada en común. A Evelyn no le gustaban los juegos, no disfrutaba humillando a las personas.

—Me dijo lo que necesitaba saber. —Presionó el botón del ascensor. No pudo contenerse—. Me dijo que estabas orgullosa de mí.

Amanda se rio.

—¿Y tú te lo has creído?

—No.

Por un instante, pensó que quizás Evelyn no le había dicho toda la verdad. ¿Le había querido decir algo en secreto? Will sintió una oleada de náuseas.

«Es como un hijo para ella. En muchos más aspectos de los que cree».

Se giró en dirección a Amanda y se preparó para el peor día de su vida.

—¿No irás a decirme que eres mi madre?

La carcajada que soltó Amanda resonó por todo el pasillo. Se apoyó en la pared para no caerse.

—De acuerdo —dijo Will presionando varias veces el botón del ascensor—. Ya veo que te hace mucha gracia.

Amanda se secó las lágrimas.

—Will, ¿de verdad crees que un hijo mío se convertiría en un hombre como tú?

—¿Sabes una cosa? —Se inclinó para mirarla fijamente a los ojos—. Me tomaré eso como un cumplido. Y ahora, por favor, déjame.

—No seas ridículo.

Will se dirigió hacia la escalera de emergencia.

—Gracias, Amanda, por ser tan amable.

—Vuelve.

Will empujó la puerta.

—No te preocupes. Lo guardaré como un tesoro.

—Ni se te ocurra darme la espalda.

Will hizo justamente eso. Bajó las escaleras de dos en dos, sabiendo que ella, con sus diminutos pies, no podría alcanzarle.