EL MÓVIL DE FAITH VIBRÓ EN su bolsillo, pero ella no se movió. Se limitaba a mirar fijamente a su madre. Las lágrimas corrían por el rostro de Evelyn.
—No pasa nada —dijo Faith—. No importa.
—¿No importa? —repitió el hombre—. Muchas gracias, hermanita.
Faith se estremeció al oír aquella palabra. Qué ciega había estado. Qué egoísta. Ahora todo tenía sentido. La baja tan prolongada que su madre se había tomado del trabajo, los repentinos viajes de negocios de su padre y sus mustios silencios, el aumento de su cintura cuando jamás había engordado, y las vacaciones que se había tomado con Amanda un mes antes de que Jeremy naciese. Faith se había puesto furiosa cuando, después de ocho meses compartiendo confinamiento, Evelyn le dijo que se iba a la playa una semana con Amanda. Faith se había sentido traicionada, abandonada. Y ahora se sentía estúpida.
«Recuerda nuestra época antes de que Jeremy…», le había dicho en el vídeo. Le estaba dando una pista, no recordando. «Recuerda aquella época. Intenta recordar lo que sucedió, no contigo, sino conmigo».
En ese momento, Faith estaba tan inmersa en sí misma que de lo único que se preocupaba era de su propia miseria, de su vida, de las oportunidades perdidas. Mirando atrás, veía signos tan obvios… Evelyn nunca salía durante el día. Se despertaba al amanecer para hacer las compras en el supermercado que estaba al otro lado de la ciudad. El teléfono sonaba muchas veces, pero ella se negaba a responder. Se aisló. Se apartó del mundo exterior. Dormía en el sofá en lugar de en el dormitorio con su padre. Salvo con Amanda, no hablaba con nadie, ni veía a nadie. Y, mientras tanto, le había dado a Faith todo lo que anhela una hija: toda su atención.
Luego todo cambió repentinamente cuando Evelyn regresó de sus vacaciones con Amanda. Ella lo llamaba «mi época de esparcimiento», como si hubiese ido a un balneario para curarse. Era una mujer diferente, más feliz, como si se hubiese quitado un peso de encima. Faith ardía de celos al ver a su madre tan cambiada, tan despreocupada. Antes del viaje, ambas se habían regodeado en su propia miseria, y Faith no podía entender cómo su madre podía olvidarse de todo tan fácilmente.
A Faith le quedaban algunas semanas para tener a Jeremy, pero Evelyn volvió a su vida normal, o al menos tan normal como se podía esperar teniendo a una adolescente gorda, malcriada y preñada en casa. Empezó a ir al supermercado de costumbre. Había perdido algunos kilos durante el tiempo que había estado fuera, y estaba decidida a perder los que le sobraban con una dieta muy estricta y haciendo ejercicio. Obligaba a Faith a dar largos paseos después de comer, y empezó a llamar a las viejas amigas, con un tono de voz que indicaba que había superado lo peor, que como el final estaba cerca, estaba dispuesta a volver a la vida de siempre. Su almohada dejó de estar en el sofá y volvió a compartir la cama con su marido. Hizo que la ciudad se enterase de que había vuelto después de que Jeremy naciera. Se cortó el pelo de diferente forma y empezó a ser la de siempre. O al menos una nueva versión de la misma.
No obstante, detrás de esa feliz fachada, tenía momentos en que se derrumbaba. Y ahora Faith se daba cuenta de eso.
Durante las primeras semanas de vida de Jeremy, Evelyn se echaba a llorar cada vez que lo sostenía en brazos. Faith recordaba verla así en su mecedora, sosteniendo a Jeremy con tal fuerza que pensaba que lo iba a ahogar. Ella, como siempre, sentía celos del vínculo tan estrecho que se creó entre ellos. Había buscado formas de castigar a su madre apartando a Jeremy de su lado, quedándose con él hasta tarde, llevándolo al centro comercial, al cine y a muchos sitios que no eran los más apropiados para un bebé. Y sólo lo hizo por malicia, por rencor.
Mientras tanto, Evelyn había estado sintiendo un enorme dolor por su hijo, ese muchacho desalmado y rencoroso que ahora le apuntaba a la cabeza con una pistola.
Faith notó que el teléfono dejaba de sonar, pero inmediatamente empezó de nuevo.
—Lamento mucho no haberte ayudado en esos momentos —le dijo a su madre.
Evelyn movió la cabeza, como diciendo que no tenía importancia, pero sí la tenía.
—Lo siento mucho, mamá.
Evelyn bajó la vista, y luego volvió a mirar a Faith. Estaba sentada en el borde de la silla, con la pierna herida estirada. El hombre que yacía muerto estaba a menos de medio metro de ella. Seguía teniendo la Glock en la parte de atrás de los pantalones. Parecía una distancia infranqueable, pues no podía saltar para cogerla. Sin embargo, podía quitarse la cinta adhesiva que le tapaba la boca. De hecho, el adhesivo se le estaba despegando, y las esquinas de la cinta plateada se estaban plegando. ¿Por qué fingía estar tan callada? ¿Por qué se mostraba tan pasiva?
Faith miró fijamente a su madre. ¿Qué quería que hiciese? ¿Qué podía hacer?
Un golpe sordo atrajo su atención. Ambas miraron al hombre. Uno por uno, empujó los libros que quedaban en la estantería y los tiró al suelo.
—¿Qué tal ha sido vivir en este sitio?
Faith se quedó callada, pues no tenía intención de responderle.
—Mamá y papá sentados alrededor del fuego. —Le dio una patada a la Biblia que había en el suelo. Algunas páginas salieron revoloteando hacia el otro lado de la habitación—. Debió de ser muy agradable regresar a casa para tomarte la leche con galletas. —Llevaba la pistola colgando a un lado mientras se dirigía hacia Evelyn. A mitad de camino, retrocedió, sin querer salirse de la línea. Su acento callejero desapareció de nuevo—. Sandra tenía que trabajar todos los días. Nunca tenía tiempo de saber si yo hacía los deberes.
Tampoco lo había tenido Evelyn. Bill trabajaba en casa. Era su padre quien se aseguraba de que merendasen e hiciesen las tareas.
—Tú guardabas toda esa mierda en el armario. ¿Para qué?
Se refería a Jeremy. Faith seguía sin responder. Evelyn le había dicho que guardase aquellos recuerdos porque sabía que algún día los valoraría mucho, al igual que las cosas de Emma.
Faith miró a su madre.
—Lo siento mucho.
Evelyn volvió a mirar al hombre muerto, a la Glock. Faith no sabía qué quería que hiciese. Él estaba, por lo menos, a cinco metros de distancia.
—Te he hecho una pregunta —dijo él. Se quedó inmóvil en medio de la habitación, frente a Faith. La Tec-9 apuntaba directamente a la cabeza de Evelyn—. Respóndeme.
No pensaba decirle la verdad, por eso le dio la última pista que lo ponía todo en su lugar.
—Tú cambiaste de sitio el mechón de pelo.
Su sonrisa hizo que se le helase la sangre. Faith se había dado cuenta esa mañana de que el mechón de pelo de Jeremy no se había oscurecido con el tiempo. El lazo azul que sujetaba el mechón era distinto del que sostenía el de Jeremy. Los bordes estaban crispados, no deshilachados por haberlos frotado como si fuese un talismán durante los últimos meses de su embarazo de Emma.
La cubertería, los bolígrafos, las bolas de nieve. Sara estaba en lo cierto. Era algo que un niño hacía para reclamar la atención. Cuando Faith vio por primera vez a ese hombre en los aseos del supermercado, estaba tan preocupada por recordar su descripción que no había procesado lo que estaba viendo. Tenía la misma edad que Jeremy, era más o menos de la misma estatura que Faith, se había mordido el labio de la misma forma que hacía Jeremy, tenía el mismo aspecto chulesco de Zeke, y los ojos azules de Evelyn.
La misma forma almendrada, el mismo tono azulado con manchas verdes.
—Tu madre te quería de verdad. Ella guardó un mechón de tu pelo —dijo Faith.
—¿Qué madre? —preguntó el joven.
La pregunta sorprendió a Faith.
¿Había guardado Evelyn un mechón de su pelo todos esos años? Faith imaginó a su madre en el hospital, sosteniendo a su bebé por última vez. ¿Fue Amanda la que había sugerido buscar un par de tijeras? ¿La había ayudado a cortarle un mechón de pelo y atarlo con un lazo azul? ¿Lo había guardado Evelyn durante los últimos veinte años y lo había sacado de vez en cuando para sentir su suave tacto entre los dedos?
Por supuesto que sí.
No es posible entregar a un niño y luego no volver a pensar en él. Eso era imposible.
—¿Quieres saber cómo me llamo? —preguntó el chico.
A Faith le temblaban las rodillas. Quería sentarse, pero sabía que no se podía mover. Estaba de pie, en el vestíbulo delantero. La puerta de la cocina quedaba a su izquierda; la puerta principal, a su espalda; el pasillo, a la derecha; y, al final de éste, el cuarto de baño. Más allá estaba Will con su Colt AR-15A2 y su excelente puntería. Si pudiese hacer que ese cabrón se acercase hasta ella.
Apuntándola, el joven giró el arma, como si fuera un gánster.
—Pregúntame cómo me llamo.
—¿Cómo te llamas?
—¿Cómo te llamas, «hermanito»?
Faith notó el sabor de la bilis en la lengua.
—¿Cómo te llamas, hermanito?
—Caleb —dijo—. Caleb, Ezequiel y Faith. Creo que a mamaíta le gustan los nombres bíblicos.
Era cierto. Por eso el segundo nombre de Jeremy era Abraham, y el primer nombre de Faith, Hannah. ¿Había elegido Faith el nombre de Emma porque le parecía más bonito que seguir haciendo honor a la tradición de su madre? Evelyn había sugerido Elizabeth, Esther o Abigail, pero Faith se había obstinado porque ella era así.
—Aquí es donde se crio, ¿verdad que sí? —Caleb movió la pistola, señalando la casa—. Me refiero a tu querido Jeremy.
Faith odiaba que pronunciase el nombre de su hijo. Deseaba pegarle un puñetazo en la parte baja de la garganta.
—Aquí veía la tele, leía sus libros, jugaba. —El armario de la parte inferior de la estantería estaba abierto. Miró de reojo a Faith mientras sacaba sus juegos de mesa y los tiraba por el suelo—. El Monopoli, la Escalera, el Parchís. —Se rio—. ¡Lo siento!
—¿Qué quieres de nosotras?
—Joder, hablas como ella. —Se dio la vuelta para mirar a Evelyn—. ¿No me dijiste eso mismo, mami? ¿Qué es lo que quieres de mí, Caleb? Como si pudieses pagarme. —Miró nuevamente a Faith y añadió—: Me ofreció dinero. Diez mil pavos por dejarla en paz.
Faith no le creyó.
—Lo único que le interesaba era protegerte a ti y al capullo de tu hijo. —El diente de platino brilló en la penumbra—. Ahora tienes dos hijos, ¿verdad? Mamá no podía quedarse con su hijo mexicano, pero a ti no te importa cuidar de los tuyos.
—Las cosas ahora son distintas —dijo Faith. El estado de su madre había sido un secreto, pero ella había avergonzado a su familia para el resto de su vida. Su padre había perdido muchos clientes de siempre. Su hermano tuvo que exiliarse. ¿Qué habría sido de ellos si Evelyn hubiese decidido quedarse con un hijo que no era de su marido? No habría sido lo más acertado. Faith podía imaginar lo mucho que habría significado para ella—. Tú no sabes cómo eran las cosas antes.
—Sois igualitas. Mamá dijo lo mismo. —Le señaló el bolsillo—. ¿Piensas cogerlo?
Su teléfono había empezado a vibrar de nuevo.
—¿Quieres que lo haga?
—POE —dijo—. Procedimiento de Operaciones Estándar. Querrán conocer qué es lo que quiero, mis peticiones.
—¿Y cuáles son?
—Responde al teléfono y lo averiguaremos.
Faith se frotó la mano en la pierna para secarse el sudor, y luego sacó el teléfono.
—¿Dígame?
—Faith, ese tío es… —dijo Will.
—Sé quién es. —Miró a Caleb, esperando que se percatase del odio que sentía por él—. Tiene algunas peticiones. —Alargó el teléfono a Caleb, esperando que se acercase para cogerlo.
Se quedó inmóvil.
—Quiero leche y galletas. —Se quedó callado, como si estuviera pensando—. Quiero que mi mamá esté aquí cuando yo venga de la escuela. Quiero pasar un día sin tener que arrastrar mi culo hasta la iglesia al amanecer y que mis rodillas no me duelan de rezar por las noches. —Movió la mano dibujando un arco en dirección a la estantería—. Y quiero que mi mamá me lea cuentos de patitos. Tú hiciste eso con ese tal Jaybird, ¿verdad?
Faith apenas podía hablar.
—No pronuncies su nombre.
—Llevaste al pequeñajo al parque, a la Montaña Rusa, a Disney World y a la playa.
Debía haber memorizado cada fotografía que había visto en la caja de recuerdos de Jeremy. ¿Cuánto tiempo había estado en su casa? ¿Cuántas horas había pasado toqueteando las cosas de Jeremy?
—Deja de pronunciar el nombre de mi hijo.
—¿O qué? —Se rio—. Diles lo que quiero. Quiero que todos vosotros me llevéis a Disney World.
A Faith le temblaba el brazo de sostener el teléfono.
—¿Qué quieres que le diga?
El joven hizo una mueca de disgusto y dijo:
—Que se vaya a la mierda. Ya no necesito nada. Ahora tengo a mi familia. Mi madre y mi hermana mayor. ¿Qué más puedo querer? —Regresó hasta la estantería y se apoyó sobre los estantes—. La vida es maravillosa.
Faith se aclaró la garganta. Se puso de nuevo el teléfono en el oído.
—No quiere nada.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Will.
—Yo…
—Pon el altavoz —ordenó Caleb.
Faith miró al teléfono para encontrar el botón adecuado.
—Puede oírte —le dijo a Will.
Éste dudó.
—¿Está bien tu madre? ¿Puede sentarse?
Estaba pidiendo que le diese alguna pista.
—Está en la silla de papá, pero estoy preocupada por ella. —Faith respiró profundamente, mirando a los ojos de su madre—. Puede que yo necesite algo de insulina si esto dura mucho. —Caleb había estado en su nevera y debía saber que era diabética—. Mi nivel de azúcar estaba a mil ochocientos esta mañana. Mi madre sólo tiene para mil quinientos. Me puse la última dosis al mediodía. Necesitaré la próxima dosis a eso de las diez, o mi nivel de azúcar empezará a subir y bajar.
—De acuerdo —respondió Will.
Faith esperaba que hubiese entendido el mensaje y no sólo que le estuviese respondiendo.
—Tu teléfono… —No pensaba con la suficiente rapidez—. ¿Te llamamos a tu teléfono si necesitamos algo, Will? —preguntó Faith—. ¿A tu teléfono móvil?
—Sí. —Will se calló por un instante—. Podemos traerte la insulina dentro de unos minutos. Dínoslo. Dímelo.
Caleb empezó a sospechar. Estaban hablando demasiado, y eso no era muy conveniente cuando se trataba de Will y Faith.
—Cuídate —dijo ella sin ocultar que estaba asustada. Su voz tembló sin que necesitase hacer un esfuerzo—. Ya ha matado a su compañero. Ha…
—Corta —dijo Caleb.
Faith intentó encontrar el botón.
—¡Corta! —gritó.
El teléfono se le escurrió. Faith trató de cogerlo del suelo. Recordó el revólver que tenía en el tobillo. Notó el frío del S&W en los dedos.
—¡No! —gritó su madre. Abrió tanto la boca que la cinta adhesiva se despegó finalmente.
Caleb tenía la pistola contra sus costillas, y con la otra mano le presionaba la pierna rota.
—¡No! —volvió a gritar Evelyn.
Faith jamás había oído a un ser humano emitir un ruido como aquél. Que viniese de su madre fue como si una mano se hundiese en su pecho y le arrancase el corazón.
—¡Basta! —rogó Faith levantándose y alzando las manos—. Por favor, déjala. Por favor…
Caleb aflojó la presión que estaba ejerciendo con la mano, pero la dejó encima de la pierna.
—Dale una patada a la pistola. Hazlo lentamente o mataré a esta perra.
—De acuerdo —dijo Faith arrodillándose. Un temblor le recorrió todo el cuerpo—. Haré lo que dices. Haré lo que me digas. —Levantó la pernera del pantalón y cogió la pistola entre el pulgar y el anular—. No le hagas daño.
—Poco a poco —advirtió el chico.
Empujó la pistola hacia un ángulo de la habitación, deseando que Caleb volviese al lugar donde había estado antes. El joven dejó la pistola donde estaba y permaneció al lado de Evelyn.
—Inténtalo de nuevo, cabrona.
—No. Te lo prometo.
Apoyó la Tec-9 en el respaldo de la silla, apuntando a la cabeza de Evelyn. La cinta adhesiva le colgaba de un lado de la boca y él se la arrancó.
Evelyn respiró profundamente. Inhalaba y exhalaba a través de la nariz rota.
—No te acostumbres al aire fresco —le advirtió el joven.
—Deja que se vaya —dijo Evelyn con voz cortante—. No la necesitas. Ella no tiene nada que ver. Era sólo una niña.
—Yo también era un niño.
Evelyn escupió un hilo de sangre.
—Déjala que se vaya. Es a mí a quien quieres castigar.
—¿Alguna vez pensaste en mí? —Continuó apuntándole a la cabeza mientras se arrodillaba a su lado—. Cuando estabas con su pequeño cabrón, ¿te acordaste alguna vez de mí?
—Siempre me acordaba de ti. No pasaba ni un día sin que…
—No me cuentes rollos —dijo el chico retrocediendo.
—Sandra y Paul te querían como si fueses su hijo. Te adoraban.
El joven apartó la mirada de ella.
—Me engañaron.
—Lo único que querían es que fueses feliz.
—¿Acaso te lo parezco? —Señaló al hombre muerto que estaba en el suelo—. Todos mis amigos están muertos. Ricky, Hiro, Dave. Todos. Soy el único que queda vivo. —Parecía olvidarse del papel que había desempeñado en la masacre—. Mi falso padre está muerto. Mi falsa madre también.
—Sé que lloraste en su funeral. Sé que querías a Paul y…
La golpeó en la nuca con la palma abierta. Faith se movió sin pensarlo, pero él le apuntó con la pistola y se quedó inmóvil.
Faith miró a su madre. Tenía la cabeza inclinada y sangraba por la boca.
—Nunca me olvidé de ti, Caleb. Tú lo sabes.
Volvió a golpearla, pero con más fuerza.
—Basta —dijo Faith. No sabía si le estaba hablando a Caleb o a su madre—. Por favor, basta.
—Siempre te quise, Caleb —susurró Evelyn.
Él levantó el arma y la golpeó con la culata en un lado de la cabeza. El impacto hizo que cayese de la silla, al suelo. Gritó de dolor cuando se le torció la pierna. El entablillado hecho con palos de fregona se partió por la mitad y el hueso se le salió por el muslo.
—¡Mamá! —gritó Faith acercándose para ayudarla.
Se oyó un sonido metálico. Un trozo de madera saltó del suelo.
Faith se quedó inmóvil. No sabía si le había disparado. Lo único que veía era a su madre tirada en el suelo y a Caleb de pie, a su lado, con el puño apretado. Pateó a Evelyn con todas sus fuerzas.
—Por favor, basta —rogó Faith—. Te prometo…
—Cállate.
El joven miró al techo. Al principio, Faith no reconoció el sonido. Era un helicóptero. Las hélices cortaban el aire y sacudían sus tímpanos.
Caleb le apuntaba con la Tec-9. Tuvo que alzar la voz para que le oyese.
—Eso ha sido una advertencia. La próxima vez te pego un tiro entre ceja y ceja.
Faith miró al suelo. Había un agujero en la madera. Dio un paso hacia atrás, conteniendo el grito que le salía de la garganta. El sonido entrecortado fue disminuyendo cuando el helicóptero se detuvo. Faith apenas podía hablar.
—Por favor, no la pegues más. Puedes hacer conmigo lo que quieras, pero…
—No te preocupes, hermanita, a ti también te voy a dar lo tuyo. —Levantó las manos como si estuviese en un escenario—. Le voy a enseñar a tu muchachito lo que es vivir sin una madre. —Continuaba apuntándole—. Ayer tuviste suerte, cuando saliste corriendo detrás de él en la calle. Si se hubiese acercado un poco más, lo dejo frito allí mismo.
Ella sintió una arcada.
El joven empujó a Evelyn con el pie.
—Pregúntale por qué me abandonó.
Faith no podía abrir la boca.
—Pregúntale por qué me abandonó —repitió Caleb. Levantó el pie, dispuesto sobre la pierna rota de su madre.
—¡Vale! —gritó Faith—. ¿Por qué le abandonaste?
—¿Por qué le abandonaste, «mamá»? —la corrigió Caleb.
—¿Por qué le abandonaste, mamá?
Evelyn no se movió. Tenía los ojos cerrados. Cuando el pánico empezaba a apoderarse de Faith, ella abrió la boca.
—No tuve otra elección.
—¿Eso no es lo que me has dicho durante todo este año? ¿Acaso no me dijiste que todo el mundo puede elegir?
—Eran otros tiempos. —Abrió su ojo bueno. Tenía las pestañas pegadas. Miró a Faith—. Lo siento mucho, hija.
—No tienes que disculparte por nada.
—Vaya, qué bonito. La mamá y la hija consolándose mutuamente. —Empujó la silla con tanta fuerza contra la pared que una de las patas traseras se rompió—. Sentía vergüenza de mí, por eso me abandonó. —Iba a la estantería y regresaba—. No podía explicar de dónde había salido un mestizo. No era como tú. —Empezó de nuevo a deambular de un lado para otro—. ¿Y crees que tu papaíto era tan bueno? Dile lo que te dijo, mamá. Dile lo que te obligó a hacer.
Evelyn yacía de lado, con los ojos cerrados y los brazos delante. La agitación de su pecho era la única señal de que estaba viva.
—Tu papaíto le dijo que tenía que elegir entre él o yo. ¿Qué te parece? El mejor agente de seguros del año le dijo a tu mamá que no podía quedarse con su hijo porque, si lo hacía, no volvería a ver a sus otros hijos.
Faith intentó no mostrarle que había dado en el blanco. Ella había adorado a su padre, le había venerado como suelen hacerlo las niñas mimadas, pero ahora que era una adulta podía imaginarlo fácilmente dándole ese ultimátum a su madre.
Caleb se había colocado de nuevo cerca de la estantería. Tenía el arma bajada, pero Faith sabía que podía levantarla en cualquier momento. Estaba de espaldas a las puertas correderas de cristal. Evelyn quedaba a su izquierda; Faith, en diagonal, a unos cuatro metros de distancia, esperando que aquello acabase de una vez.
Esperaba que Will hubiese entendido el mensaje. La habitación era como un reloj. Faith estaba a las 1800, es decir, a las seis en punto. Evelyn estaba a las 1500, es decir, a las tres. Caleb iba de un lado a otro, entre las diez y las doce.
Faith se había ofrecido al menos veinte veces durante el mes pasado para cambiarle el horario de su móvil. Él se había negado porque, además de ser muy terco, sentía una especie de orgullo y vergüenza sobre su discapacidad. Él también la estaba observando a través de la ventana del cuarto de baño, y le había dicho que le hiciera una señal. Faith se pasó los dedos por el pelo, moviendo el índice y el pulgar, para indicarle que había llegado el momento.
Faith miró a su madre, que estaba tendida en el suelo. Evelyn la miraba con el único ojo que podía abrir. ¿Había visto cómo le hacía la señal a Will? ¿Se daba cuenta de lo que estaba sucediendo? Respiraba con dificultad. Tenía los labios en carne viva. Le habían apretado el cuello, y lo tenía lleno de moratones. También presentaba un corte en la cabeza. La sangre le brotaba de un profundo corte en la mejilla. Faith sintió que una oleada de amor le recorría el cuerpo y le llegaba hasta donde ella estaba tendida. Era como un resplandor saliendo de su cuerpo. ¿Cuántas veces había recurrido a ella pidiéndole ayuda? ¿Cuántas veces había llorado sobre su hombro? Tantas que no podía ni contarlas.
Evelyn levantó la mano, con los dedos temblándole. Se tapó el rostro. Faith se dio la vuelta. Un destello cegador atravesó las ventanas delanteras, desgarrando las delgadas cortinas y dejando que entrase la luz en la casa.
Faith se agachó. Puede que porque eso es lo que le habían enseñado en unos ejercicios de entrenamiento que hizo el año pasado, o puede que fuese por ese instinto natural de empequeñecerse todo lo posible cuando se presiente que algo malo va a suceder.
No ocurrió nada de inmediato. Transcurrieron unos segundos. Faith contó:
—Uno…, dos…, tres…, cuatro…
Miró a Caleb.
El cristal saltó. El joven se retorció como si alguien le hubiese golpeado en la espalda. Dibujo una expresión de asombro y de dolor. Faith se levantó del suelo y se abalanzó sobre él. Él le apuntó a la cara. Ella miró directamente al amenazante cañón, y éste le devolvió la mirada. La rabia se apoderó de ella, ardiendo en su interior, instándola a que avanzase. Quería matar a ese hombre, deseaba arrancarle la garganta con los dientes, sacarle el corazón. Quería ver el dolor en sus ojos y hacerle lo mismo que él le había hecho a su madre, a su familia y a su vida.
Pero no tendría esa oportunidad.
Un lado de la cabeza del chico explotó. Caleb levantó los brazos. La ráfaga de tiros que soltó la Tec-9 hizo que cayese una lluvia de escayola del techo. Faith recordó lo que le habían enseñado: dos tiros, juntos, uno detrás de otro.
Caleb cayó lentamente al suelo. Lo único que Faith oyó fue el sonido de su cuerpo al golpear contra el suelo. Primero su cintura, luego los hombros, y después la cabeza golpeando contra la dura madera. Tenía los ojos abiertos. Eran de un azul intenso, muy familiar, pero sin vida.
Adiós.
Faith miró a su madre. Había conseguido erguirse y apoyarse contra la pared. Aún sostenía la Glock en la mano derecha. Bajó el cañón. Le pesaba demasiado y terminó por soltar el arma, que cayó rodando al suelo.
—Mamá…
Faith apenas pudo levantarse. Medio a gatas y medio andando, se acercó hasta su madre. No sabía qué parte del cuerpo tocarle, qué parte no tenía dolorida o rota.
—Ven —susurró Evelyn estrechándola entre sus brazos. Le acarició la espalda. Faith no pudo contenerse y empezó a llorar como una niña.
—No pasa nada, cariño. —Evelyn besó la parte de arriba de su cabeza—. Todo saldrá bien.