WILL TENÍA UN OJO PUESTO EN la mira telescópica del rifle cuando vio disparar la Tec-9. Primero vio los destellos, dos luces estroboscópicas brillantes. Una milésima después, oyó el sonido. No pudo evitar estremecerse. Cuando volvió a mirar por la lente, vio a Faith. Seguía de pie, en el vestíbulo de la entrada principal, de frente al salón. Su cuerpo se balanceó. Will esperó, contando los segundos, para asegurarse de que no se caía.
No lo hizo.
—¿Qué coño ha pasado?
Roz Levy estaba al otro lado del Corvair. Will miró debajo del coche y se dio de frente con el cañón niquelado de un Colt Python. No comprendía cómo podía mantener el arma nivelada. El cañón de la pistola medía por lo menos quince centímetros. El impacto de una bala del Magnum 357 podía producir un shock hidrostático, lo que significaba que una herida en el pecho era lo bastante fuerte como para causar una hemorragia cerebral.
Trató de hablar sosegadamente.
—¿Le importaría apuntar en otra dirección?
Ella apartó el arma y soltó el martillo.
—Hija de puta —murmuró Roz poniéndose derecha—. Aquí viene Mandy.
Will vio a Amanda corriendo por el jardín trasero. Iba descalza y llevaba un walkie-talkie en una mano y su Glock en la otra.
—Faith se encuentra bien —le dijo Will—. Aún está en la casa. No sé quién…
—Vamos —ordenó Amanda, pasando a toda prisa al lado del Corvair y entrando en la casa de Roz Levy.
Will no hizo caso de sus órdenes. Utilizó la mira telescópica para volver a mirar hacia el pasillo de Evelyn. Faith aún seguía de pie. Tenía las manos delante, con las palmas boca abajo, como si intentase razonar con alguien. ¿Habían sido disparos de advertencia o habían matado a alguien? El tirador de la furgoneta había soltado dos disparos, uno detrás de otro. Si alguno de ellos hubiese matado a Evelyn, ella no estaría allí con las manos extendidas. Will sabía que si hubiese sucedido tal cosa, estaría en el suelo o encima del asesino.
—¡Will! —gruñó Amanda.
Mantuvo el rifle pegado al cuerpo mientras pasaba a toda prisa al lado del coche y entraba en la casa. Las dos mujeres estaban de pie en lo que alguna vez debió de ser un porche cerrado que luego habían transformado en el cuarto de la colada. Antes de que pudiese cerrar la puerta, Roz Levy empezó a gritarle a Amanda.
—¡Devuélveme eso! —exigió la anciana.
Amanda tenía el Python.
—Podrías habernos matado a todos. —Abrió la recámara y vació las balas del treinta y ocho para ponerlas encima de la secadora—. Debería arrestarte ahora mismo.
—Inténtalo.
Roz Levy no era la única que estaba cabreada. Will notaba cómo se le hacía un nudo en la garganta tratando de contenerse.
—Dijiste que sería un intercambio muy fácil, que cogerían el dinero y entregarían a Evelyn…
—Cállate, Will —dijo Amanda colocando el cilindro vacío de nuevo en el revólver y tirándolo encima de la lavadora. Es probable que pensara que Will se había quedado callado porque cumplía sus órdenes, pero la verdad es que estaba tan furioso que no podía ni hablar. Discutir no cambiaría el hecho de que Faith estuviera en la casa sin un plan para escapar. No podían hacer nada, salvo esperar a que viniese una unidad de asalto y simular que era una negociación de rehenes en lugar de una misión suicida.
A no ser que Will entrase solo. Cogió el rifle, decidido a hacerlo. Debía hacer lo mismo que había hecho Faith dos días antes, es decir, tirar la puerta y empezar a disparar.
Amanda le cogió por la muñeca.
—No se te ocurra salir de esta habitación —advirtió—. Te dispararé si es necesario.
A Will le dolían los dientes de tanto rechinarlos. Se apartó de ella, tropezando contra una silla de jardín metálica que había en el centro de la habitación. No pudo hacer otra cosa, salvo limitarse a observar. Había una cámara de alta velocidad montada sobre un trípode, enfocando hacia la ventana de la puerta. Roz Levy había tapado el cristal con papel negro, dejando un pequeño orificio para la lente. Había una escopeta al lado de la puerta. No le extrañó que no le hubiese dejado entrar en la casa. No quería que le obstruyese la visión.
Will miró por el objetivo de la cámara. Tenía más alcance que su mira telescópica y vio hasta el sudor que le corría a Faith por la cara. Seguía hablando. Trataba de razonar con el secuestrador.
Sólo vio a uno. El que estaba de pie.
Habían entrado dos, ambos vestidos con sudaderas y gorras negras, pero a uno se lo habían cargado. Will estaba seguro de eso. Había visto a los dos críos llevando a Evelyn por el jardín y entrar en la casa. El que iba detrás era el que había cargado con ella. Era sustituible, al igual que Ricardo, al igual que Hironobu Kwon, y al igual que cualquiera que quisiera poner las manos sobre el dinero de Evelyn Mitchell.
Sin embargo, ese asunto no era una cuestión de dinero, ni Chuck Finn había sido el que movía los hilos. No había nadie oculto tras las cortinas. Allí estaba la cabeza de la serpiente de Roger Ling: un chico resentido con los ojos azules, con una Tec-9 y un enorme deseo de ajustar cuentas.
Will habló con los dientes apretados.
—Ya sólo queda él. Eso es lo que quería desde el primer momento.
—No se gastará ni un centavo de ese dinero.
Will trató de hablar en voz baja.
—No creo que le interese el dinero.
—¿Qué quiere entonces? —Amanda le cogió de los hombros y lo apartó de la cámara—. Vamos, sabiondo, dime qué quiere.
—Lo sabes perfectamente —murmuró la señora Levy. Estaba metiendo de nuevo las balas en el revólver.
—Cierra la boca, Roz. Ya he tenido bastante contigo por hoy. —Amanda miró a Will—. Venga, doctor Trent. Dime qué es lo que quiere. Soy toda oídos.
—Quiere matarla. Quiere matarlas a las dos. Y si me hubieses escuchado por una vez en tu vida, esto no habría sucedido.
Amanda irradiaba rabia por los ojos, pero respondió:
—Vamos, suéltalo.
Al final, fue su conformidad lo que le hizo estallar.
—Te dije que debíamos hacerlo con precaución. Te dije que deberíamos averiguar qué querían antes de ponerle una diana en la espalda a Faith. —Se acercó hasta ella, obligándola a apoyarse contra la lavadora—. Estabas tan empecinada en demostrar que tienes los cojones mejor puestos que yo que no te paraste a pensar si estaba en lo cierto. —Will se inclinó tanto que podía sentir el aliento de Amanda en la cara—. Tú tienes la culpa de lo que pueda ocurrir. Tú le has hecho esto a Faith. Tú nos has hecho esto a todos.
Amanda apartó la cabeza. No le respondió, pero él vio la verdad en sus ojos. Sabía que tenía razón.
Su silencio no le servía de consuelo, pero Will retrocedió. Se le había echado encima como un acosador, aferrando el rifle con tanta fuerza que le temblaban las manos. La vergüenza dejó paso a la rabia. Aflojó las manos y relajó la mandíbula.
—Ja —soltó la señora Levy riéndose—. ¿Vas a consentir que te hable así, Chupaculos? —Había vuelto a cargar el Python. Puso el cilindro en su sitio y, dirigiéndose a Will, añadió—: Así es como la llamábamos: Chupaculos, porque siempre se callaba y movía el rabo cada vez que había un hombre cerca.
Aquellas palabras pillaron por sorpresa a Will, especialmente porque no podía imaginar nada más lejos de la verdad.
La mujer sopesaba el Python en sus manos.
—Hablando de presumir… —dijo entonces—, podrías haber parado esto hace veinte años si hubieses tenido los suficientes cojones para obligar a Evelyn a…
Amanda siseó.
—Ahórrate tus sermones de mierda, Roz. Si no fuese porque intervine entre tú y tu receta culinaria, ahora estarías en el corredor de la muerte.
—Te lo advertí cuando sucedió. Las palomas no se cruzan con los azulejos.
—No sabes de qué coño estás hablando. Nunca lo has sabido. —Amanda empezó a dar órdenes por el walkie-talkie. La voz le temblaba, cosa que preocupó a Will tanto como todo lo que había ocurrido en los diez últimos minutos—. Eliminad esa furgoneta negra. Quiero que le pinchéis todas las ruedas. Despejad la manzana lo antes posible. Llamad a la policía para que acordone la zona y procurad que los SWAT estén aquí en cuestión de cinco minutos…, o mañana tendréis que buscaros otro trabajo.
Will miró por la cámara. Faith continuaba hablando, o al menos seguía moviendo la boca. Tenía los brazos cruzados a la altura del pecho. Pensaba en las palabras ligeramente racistas que había escogido Roz Levy: palomas y azulejos. Aquella mujer utilizaba dichos muy antiguos, como el que había empleado dos días antes de que una mujer pudiera correr más rápido con la falda levantada que un hombre con los pantalones bajados. Era un comentario muy extraño acerca de una embarazada de catorce años que había tenido un hijo a los quince.
—¿Por qué no usó ese Python el otro día cuando oyó los disparos en casa de Evelyn? —le preguntó.
La mujer miró el revólver. Había cierta petulancia en su tono.
—Porque Evelyn me dijo que no interviniese pasase lo que pasase.
Will no pensó que fuese una mujer muy dispuesta a cumplir órdenes, pero quizás era de esas que ladran más que muerden. El envenenamiento era un método propio de los cobardes, pues era matar a sangre fría pero sin el inconveniente de ensuciarte las manos. Intentó sacarle la verdad.
—Pero oyó los disparos.
—Pensé que Evelyn estaba solucionando viejas rencillas. —Señaló con el pulgar a Amanda—. Ya ves que tampoco la llamó a ella para pedirle ayuda.
Amanda apoyó el mentón en el walkie-talkie. Observaba a Will como si esperase que la olla explotase de una vez. Siempre iba por delante de él. Sabía lo que pensaba antes incluso que el propio Will. Dirigiéndose a la señora Levy, dijo:
—Yo sabía que Evelyn se estaba viendo de nuevo con Héctor. Me lo dijo hace meses.
—Por supuesto que sí. Te quedaste tan sorprendida de ver la foto como yo cuando la tomé.
—¿Acaso importa, Roz? Después de tanto tiempo, ¿acaso importa?
La anciana parecía pensar que sí importaba.
—No es culpa mía que estuviese dispuesta a jugarse la vida por diez segundos de placer.
Amanda se rio, incrédula.
—¿Diez segundos? No me extraña que matases a tu marido. ¿Eso es lo único que te daba ese cabrón? ¿Diez segundos? —hablaba con tono incisivo, compungido, como el que había utilizado en el teléfono media hora antes.
«Hay otras cosas con las que un hombre puede jugar aparte del dinero».
Estaba hablando de Will y Sara. Hablaba de los peligros inherentes que conlleva el amor.
Will volvió a mirar por la cámara. Faith seguía hablando. ¿Había instalado Roz Levy la cámara hoy o llevaba allí más tiempo? El campo de visión de la casa era muy claro. ¿Qué había visto dos días antes? A Evelyn preparando los sándwiches y a Héctor Ortiz llevando la compra. Se sentían a gusto juntos. Tenían una historia. Una historia que Evelyn trataba de ocultar a su familia.
Palomas y azulejos.
Will levantó la vista.
—Ese tío es el hijo de Evelyn.
Ambas mujeres dejaron de hablar.
—Héctor es el padre, ¿verdad? Ése fue el error que cometió Evelyn hace veinte años. Tuvo un hijo con Héctor Ortiz. ¿Utilizaba la cuenta bancaria para ayudarle con su manutención?
Amanda suspiró.
—Ya te he dicho que la cuenta bancaria no tiene importancia.
Roz emitió un sonido de disgusto.
—No voy a seguir manteniendo el secreto por más tiempo —le dijo a Will, regodeándose—. Ella no podía criar a un chico de piel oscura, ¿no te parece? Yo siempre le dije que lo cambiase por el de Faith. Esa chica era una cualquiera, y a nadie le habría sorprendido saber que estaba liada con un espalda mojada. —Se rio socarronamente al ver la expresión de sorpresa de Will—. Si la hubieras conocido hace veinte años…
—Diecinueve —corrigió Amanda—. Jeremy tiene diecinueve años. —Miró a su alrededor, dándose cuenta finalmente de lo que Roz Levy era capaz de hacer—. Dios santo, deberíamos haberte acusado por haber tenido un asiento en primera fila.
—¿Qué sucedió? —preguntó Will.
Amanda miró por la cámara.
—Evelyn le dio el niño a una chica con la que trabajábamos. Sandra Espisito. Estaba casada con otro policía, pero no podían tener hijos.
—¿Podemos llamarlos? Quizá puedan hablar con él.
Amanda negó con la cabeza.
—Paul murió hace diez años, estando de servicio. Sandra falleció el año pasado, de leucemia. Necesitaba un trasplante de médula espinal y tuvo que explicarle a su hijo por qué él no se la podía donar. —Se dio la vuelta para mirar a Will—. Investigó primero a los familiares de su padre. Supongo que Sandra pensó que sería más sencillo. Héctor le invitó a reunirse. Así conoció a Ricardo, y de esa forma se mezcló con los Texicanos. Empezó a consumir drogas. Primero hierba y luego heroína. Héctor y Evelyn lo sacaban y lo metían en rehabilitación.
Will notó que le ardían las entrañas.
—¿En Healing Winds?
Amanda asintió.
—Al menos la última vez.
—Allí conoció a Chuck Finn.
—No lo sé seguro, pero imagino que sí.
Si Will lo hubiera sabido antes, bajo ningún pretexto habría dejado entrar a Faith en esa casa. La habría atado, habría metido a Amanda en el maletero de la señora Levy y habría llamado a todas las unidades SWAT del país.
—Vamos, dilo —dijo Amanda—. Lo merezco.
Will había perdido mucho tiempo gritándole.
—¿Cómo es la parte trasera de la casa?
Amanda no entendió la pregunta.
—¿Qué dices?
—La parte de atrás de la casa. Faith está de pie en el vestíbulo, mirando al salón. La pared trasera está acristalada y hay una puerta corredera. Dijiste que habían corrido las cortinas. Son de algodón fino. ¿Se puede ver una sombra o algún movimiento?
—No creo. Hay mucha luz fuera y las luces de dentro están apagadas.
—¿Cuándo llegarán los SWAT?
—¿Qué estás pensando?
—Necesitamos un helicóptero.
Por una vez, Amanda no hizo preguntas. Cogió el walkie-talkie e hizo los arreglos necesarios con el jefe de los SWAT.
Will miró por la cámara mientras Amanda hacía la petición. Faith seguía en el vestíbulo. Ya no hablaba.
—¿Por qué no me dijiste que Evelyn había tenido un hijo con Héctor Ortiz?
—Porque eso mataría a Faith —respondió Amanda sin darse cuenta de la ironía. Lo que dijo después iba más dirigido a Roz—. Y porque Evelyn no quería que nadie lo supiese.
Will sacó el teléfono.
—¿Qué haces?
—Llamar a Faith.