Capítulo dieciocho

ANTES DE SALIR DE LA CASA, Faith utilizó el iPhone de Jeremy para grabar un vídeo para sus hijos. Les dijo que los quería, que eran lo más importante de su vida, que, pasase lo que pasase, debían saber que los amaba con toda su alma. Le dijo a Jeremy que haberlo tenido había sido la decisión más acertada de su vida. Le dijo a Emma lo mismo, y añadió que Víctor Martínez era un buen hombre, y que se alegraba de que su hija conociese a su padre.

«Dramática», habría dicho Zeke. También grabó un vídeo para él. Las palabras que le dirigió a su hermano la sorprendieron incluso a ella, en parte porque no había dicho ni una sola vez la palabra «gilipollas». Le dijo que le quería y que lamentaba lo que le había hecho pasar.

Luego intentó grabar un vídeo para su madre. Faith había parado y había empezado la grabación al menos una docena de veces. Tenía muchas cosas que decirle: que lo sentía; que esperaba que Evelyn no lamentase las decisiones que ella había tomado; que todo lo bueno que había en su interior se lo debía a sus padres; que su única meta en la vida había sido ser tan buena policía, tan buena mujer y tan buena madre como ella.

Al final lo dejó, ya que las probabilidades de que Evelyn viese el vídeo eran bastante escasas.

Faith no había perdido la esperanza por completo. Sabía que se estaba metiendo en una trampa. Cuando estaban en la cocina de Sara, Amanda no le había prestado atención a Will, pero ella sí lo había hecho. Se dio cuenta de que lo que decía era razonable, que había algo más aparte del dinero. Amanda estaba eufórica por la excitación del caso, por tener la oportunidad de decirles a esos cabrones que habían tenido las pelotas de secuestrar a su amiga pero que no iban a salirse con la suya. Will, como siempre, veía la situación de forma más objetiva. No sólo sabía hacer las preguntas adecuadas, sino también escuchar las respuestas.

Era un hombre sensato que no se dejaba llevar por las emociones, al menos eso creía, pues no había forma de saber qué pasaba por su cabeza. Que Dios se apiadase de Sara Linton y del hercúleo trabajo que le esperaba. El apretón de manos que le había dado esa mañana no era lo peor. Aunque Sara consiguiese quitarle de la cabeza a Angie Trent, cosa que dudaba, tendría que enfrentarse a su inmutable testarudez. La última vez que Faith había visto a un hombre encerrarse tanto en sí mismo fue cuando le dijo al padre de Jeremy que estaba embarazada.

Puede que se equivocase con respecto a Will. Ella tenía tanta facilidad para leer sus pensamientos como él para leer un libro. Lo único bueno que podía destacar de Will era su asombrosa capacidad para comprender la conducta emocional de los demás. Suponía que se debía a que se había criado en un orfanato, ya que probablemente allí tuvo que aprender a distinguir rápidamente si la persona que tenía delante era un amigo o un enemigo. Era un maestro a la hora de descifrar los hechos a partir de las pistas sutiles que las personas normales solían ignorar. Sabía que era cuestión de tiempo que averiguase qué le había sucedido a Evelyn todos esos años. Faith sólo se había dado cuenta esa mañana, cuando, por lo que podía ser la última vez, estuvo mirando las cosas de Jeremy.

No obstante, no podía dejarlo todo a merced de la telepatía investigadora de Will, por lo que redactó una carta explicándole todo lo que había sucedido y por qué. Se la había enviado por correo a su casa desde el último banco al que fue. La policía de Atlanta vería los vídeos en el iPhone de Jeremy, pero Will no les diría nunca lo que ella le había escrito en la carta. De eso estaba segura, pues él era de los que saben guardar un secreto.

Faith dejó de pensar en la carta cuando salió por la puerta principal. Apartó de su mente a su madre, a Jeremy, a Emma y a Zeke; a todo lo que pudiera distraerla de su propósito. Iba armada hasta los dientes. Llevaba un cuchillo de cocina en la bolsa de lona, oculto debajo del dinero. Y también la Walther de Zeke metida en la parte delantera de los pantalones, así como una funda tobillera con uno de los S&W de Amanda, presionado firmemente contra la piel. El metal le rozaba. Era una pistola voluminosa que la obligaba a concentrarse para no cojear.

Faith pasó al lado del Mini. Se negó a ir en coche hasta la casa de su madre, pues, de haberlo hecho, se habría parecido mucho a un día normal, cuando subía a Emma con todas sus cosas y conducía esa manzana y media que distaba hasta la casa de su madre. Ella había sido terca durante toda su vida, y no pensaba dejar de serlo ahora, por eso decidió hacer algo a su manera.

Giró a la izquierda al llegar al final de la entrada, y luego a la derecha para dirigirse a la casa de su madre. Observó el largo tramo de calle. Los coches estaban aparcados dentro de sus garajes. No había nadie en los porches delanteros, aunque eso no resultaba extraño, ya que las casas contaban con un jardín trasero, y la mayoría de los vecinos no se metían en la vida de los demás. Al menos eso es lo que hacían en ese momento.

Vio un camión de reparto de correo aparcado a su derecha. La mensajera salió cuando Faith pasaba a su lado. Ella no reconoció a la mujer: una anciana con aspecto de hippie y una coleta con mechas al estilo de Crystal Gayle. El pelo le balanceaba mientras se dirigía al buzón del señor Cable y metía un puñado de catálogos de lencería.

Faith se cambió la bolsa de mano cuando giró a la izquierda y entró en la calle donde vivía su madre. La bolsa de lona y el dinero pesaban al menos unos siete kilos. Estaba en seis fajos, cada uno de unos diez centímetros de grueso. Entre todos sumaban la cantidad de 580 000 dólares, todos en billetes de cien, principalmente porque ésa era la cantidad de dinero que Amanda podía registrar. Parecía una suma creíble si Evelyn había estado involucrada en el caso de corrupción que acabó con su equipo.

Sin embargo, ella nunca había participado en eso. Faith jamás había dudado de la inocencia de su madre, por eso la confirmación de Amanda no le había proporcionado mucha tranquilidad. Una parte de ella sabía que había algo más en toda esa historia. Había otras cosas en las que su madre había estado mezclada que eran igualmente censurables, aunque Faith, una niña malcriada, había optado por no verlas durante tanto tiempo que ya prefería no hacerlo.

Evelyn llamaba a esa negativa «ceguera voluntaria». Solía utilizar esa expresión para describir a un tipo particular de idiota, como, por ejemplo, una madre que afirmaba que su hijo merecía otra oportunidad a pesar de haber sido arrestado dos veces por violación; o un hombre que consideraba que la prostitución era un delito sin víctimas; o los policías que creían que tenían derecho a quedarse con parte del dinero sucio; o las hijas que estaban tan inmersas en sus problemas que no se molestaban en mirar a su alrededor y ver que los demás también sufrían.

Faith notó una brisa en el pelo al llegar al camino de entrada de la casa de su madre. Había una furgoneta negra aparcada en la calle, justo delante del buzón. La cabina estaba vacía, al menos por lo que se veía. No tenía ventanas traseras, y uno de los laterales estaba agujereado por las balas. La etiqueta no tenía nada de especial, pero había una pegatina descolorida de Obama/Biden en el parachoques de cromo.

Levantó la cinta amarilla que bloqueaba la entrada y señalaba que aquello era la escena de un crimen. El Impala de Evelyn aún estaba aparcado debajo del garaje. Faith había jugado a la rayuela en esa entrada. Le había enseñado a Jeremy cómo encestar en la canasta que Bill Mitchell había atornillado en los canalones. Allí había dejado a Emma casi todos los días durante los últimos meses, y allí le había dado un beso de despedida a su madre y a su hija antes de irse a trabajar.

Faith sujetó la bolsa de lona con más fuerza al entrar en el garaje. Estaba sudando, y la brisa fría que notó al entrar debajo del tejadillo le produjo un escalofrío. Miró a su alrededor. La puerta del cobertizo estaba abierta. Parecía mentira que sólo hubiesen transcurrido dos días desde que vio a Emma encerrada allí dentro.

Se giró en dirección a la casa. Habían abierto la puerta de la cocina de una patada y colgaba de las bisagras. Vio la huella de sangre que había dejado su madre, el lugar donde deberían de haber presionado su dedo anular contra la madera. Contuvo la respiración al entrar, temiendo recibir un disparo en la cara. Cerró incluso los ojos, pero no pasó nada, sólo vio la cocina vacía y sangre por todos lados.

Cuando entró en la casa dos días antes, estaba tan absorta en encontrar a su madre que no se percató realmente de lo que veía. Ahora, sin embargo, se daba cuenta de la lucha tan violenta que había tenido lugar. Había visto escenas criminales similares, y sabía el aspecto que tenía el lugar donde había tenido lugar un forcejeo. Aunque se habían llevado el cuerpo del hombre que yacía en la habitación de la colada, aún podía recordar su ubicación, lo que llevaba puesto, la forma en que su mano estaba abierta sobre el suelo.

Will le había dicho el nombre del chico, pero no podía recordarlo. No podía acordarse de ninguno, ni tan siquiera del nombre del tipo al que había disparado en el dormitorio o de cómo se llamaba el tipo al que había matado en el jardín trasero de la señora Johnson.

No importaba; después de lo que habían hecho, no merecían que se acordase de sus nombres.

Faith centró su atención en la cocina. El pasillo estaba vacío y se podía ver hasta el final de éste. Era media tarde, pero la casa estaba en penumbra. Las puertas de los dormitorios estaban cerradas, y las cortinas que cubrían los ventanales de cada lado de la puerta principal, corridas. La única luz que entraba procedía de la ventana del cuarto de baño, ya que la persiana estaba levantada. Faith cruzó el comedor y entró en el vestíbulo delantero. Se quedó de pie, con el pasillo a la derecha y la cocina a la izquierda. El salón estaba delante de ella. Pensó que debería sacar el arma, pero no creía que le disparasen, al menos de momento.

La habitación estaba a oscuras. Habían corrido las cortinas, pero eran finas y no opacas. Una suave brisa movía la tela, ya que uno de los cristales estaba roto. La habitación aún seguía patas arriba. Faith no recordaba el aspecto que tenía antes, a pesar de haber vivido allí durante dieciocho años. La estantería que había en la pared de la izquierda, las fotos familiares, la consola con los chirriantes altavoces, el sofá demasiado acolchado, la mecedora donde se sentaba su padre a leer. Evelyn estaba sentada en ella en ese momento. Tenía la mano izquierda envuelta en una toalla empapada de sangre, y la derecha tan inflamada que parecía la de un maniquí. Tenía la pierna entablillada con dos palos de fregona sujetos con cinta aislante que la obligaban a mantenerla derecha. La blusa blanca estaba manchada de sangre, el pelo apelmazado en un lado de la cabeza. Tenía la boca amordazada con cinta. Abrió mucho los ojos al ver a Faith.

—Mamá —susurró ella. Las palabras resonaron en su cerebro, trayéndole todos los recuerdos de sus últimos treinta y cuatro años. Había querido a su madre, se había peleado con ella, le había gritado, le había mentido, había llorado en sus brazos, había huido de su lado, había vuelto con ella… Y ahora estaba allí.

Vio al joven que la había atacado en el supermercado al otro lado de la habitación, apoyado en la estantería. Su posición estratégica era ideal, justo en el vértice de un triángulo. Evelyn estaba en la parte inferior, a su izquierda. Faith estaba a unos cinco metros de su madre, formando el segundo vértice de la base. Estaba oculto entre las sombras, pero se veía claramente la pistola que sostenía en la mano. El cañón de la Tec-9 estaba apuntando en dirección a Evelyn. El cargador de cincuenta balas sobresalía al menos unos veinticinco centímetros de la parte inferior. Tenía más cargadores en el bolsillo de la sudadera.

Faith soltó la bolsa de lona en el suelo. Su mano deseaba buscar la Walther. Quería vaciarle el cargador entero en el pecho. No le apuntaría a la cabeza. Quería ver sus ojos y oír sus gritos mientras le atravesaban las balas.

—Sé lo que estás pensando —dijo el joven con una sonrisa, mostrando su diente de platino—: «¿Me dará tiempo a sacar la pistola antes de que apriete el gatillo?».

—No —respondió Faith. Aunque era muy rápida sacando su arma, la Tec-9 estaba apuntando a la cabeza de su madre. El tiempo estaba en su contra.

—Quítale la pistola.

Notó el frío metal de un cañón presionándole la cabeza. Había otro hombre a su espalda. Cogió la Walther de la cintura de sus pantalones y luego la bolsa de lona. Abrió la cremallera. Se rio como un niño el día de Reyes.

—¡Joder, tío, mira toda esta pasta! —dijo acercándose a su compañero dando saltos.

—¡Vaya tela, tío! ¡Somos ricos! —Metió la Walther en la bolsa. Llevaba una Glock pillada en la parte trasera de los pantalones—. ¡Joder, tía! —dijo enseñándole la bolsa a Evelyn—. ¿Lo ves, perra? Lo hemos conseguido.

Faith seguía mirando al chico del supermercado. No estaba tan contento como su compañero, pero era de esperar. Como había dicho Will horas antes, no sólo era cuestión de dinero.

—¿Cuánto dinero hay? —le preguntó a Faith.

—Algo más de medio millón.

Silbó débilmente.

—¿Lo has oído, Evelyn? Robaste un montón de dinero.

—Y tanto —añadió su compañero sacando un fajo de billetes—. Podías haberte evitado estos dos días, zorra. Ahora veo por qué te llamaban Almeja.

Faith no miró a su madre.

—Cógelo —le dijo al chico—. Ése era el trato. Coge el dinero y vete.

Su amigo estaba dispuesto a hacerlo. Soltó la bolsa al lado de la silla donde estaba Evelyn y cogió un rollo de cinta que había en el suelo.

—Vámonos directamente a Buckhead. Me voy a comprar un Jaguar y…

Se oyeron dos disparos seguidos. La cinta adhesiva cayó al suelo y rodó debajo de la silla de Evelyn. El cuerpo del muchacho se desplomó a su lado. La parte trasera de la cabeza quedó como si alguien le hubiese golpeado con un martillo. La sangre empezó a correr por el suelo, formando un charco alrededor de las patas de la silla y alrededor de los pies de su madre.

—Hablaba demasiado, ¿no te parece? —dijo el joven.

El corazón de Faith latía con tal fuerza que apenas podía oír su voz. El revólver escondido que llevaba en la tobillera le ardía, parecía quemarle la piel.

—¿Crees que vas a salir vivo de aquí?

El joven seguía apuntando la Tec-9 a la cabeza de su madre.

—¿Qué te hace pensar que quiera salir de aquí?

Faith miró a su madre. El sudor le corría por la frente. El borde de la cinta adhesiva se le estaba despegando de la mejilla. No la habían atado. Tenía la pierna rota, así que no podía ir a ningún lado. Aun así estaba sentada muy derecha en la silla, con los hombros erguidos y las manos en el regazo. Su madre nunca se encogía. Jamás se daba por vencida, salvo ahora. Sus ojos destilaban miedo. Pero no miedo por el hombre que llevaba la pistola, sino por lo que éste pudiera decirle a su hija.

—Lo sé —le dijo a su madre—. No pasa nada. Lo sé.

El hombre giró la pistola, bizqueando mientras apuntaba a su madre.

—¿Qué es lo que sabes, perra?

—Sé quién eres —respondió Faith—. Lo sé.