Capítulo dieciséis

SARA SE DESPERTÓ AL OÍR EL agua de la ducha correr. Se dio la vuelta en la cama y recorrió con la mano el hueco que Will había dejado en la almohada. Estaba envuelta en las sábanas y tenía el pelo despeinado. Aún podía notar su olor en la habitación, el sabor de su boca, el tacto de sus brazos sobre el cuerpo.

No sabía cuándo fue la última vez que había deseado quedarse en la cama por una buena razón. Obviamente, eso le había sucedido cuando Jeffrey estaba vivo, pero por primera vez en cuatro años y medio, Jeffrey era la última persona en la que pensaba. No estaba haciendo comparaciones ni sopesando las diferencias. Su mayor temor siempre había sido que el fantasma de su marido se metiese en su dormitorio. Sin embargo, eso no había sucedido. En lo único que había pensado era en Will, y en el placer absoluto que sintió al estar con él.

Sara recordó vagamente que había dejado la ropa en algún lugar entre la cocina y el comedor. Sacó una bata negra de seda del armario y fue al pasillo. Los perros la miraron perezosamente desde el sofá cuando entró en el comedor. Betty estaba durmiendo sobre una almohada. Billy y Bob estaban acurrucados a su alrededor. Si Will no tuviese que trabajar dentro de una hora, se metería en la ducha con él. El día anterior le había dicho a la plantilla del hospital que no necesitaba tomarse unos días libres después de aquella experiencia tan terrible, pero ahora se alegraba de que hubiesen insistido, pues necesitaba asimilar lo sucedido. Además, quería estar en casa cuando Will saliese del trabajo.

Su ropa estaba doblada ordenadamente sobre la mesa. Sara se rio, pensando que por fin le había encontrado un buen uso a la mesa del comedor. Encendió la cafetera. Había una nota en la pared, por encima de los recipientes de los perros. Will había dibujado un rostro sonriente en el centro. Vio otra nota con el mismo dibujo encima de las correas. Un hombre que daba de comer y sacaba a los perros a pasear mientras ella dormía tenía sus ventajas. Miró la tinta azul, el arco de la sonrisa y los dos puntos que había dibujado como ojos.

Sara jamás había dado el primer paso con un hombre, siempre se había quedado a la espera, pero la noche anterior se dio cuenta de que, si no lo hacía, no sucedería nada. Y no quería eso, pues había deseado a Will más que a nadie en mucho tiempo.

Al principio, él se mostró un poco reticente. Estaba claro que se sentía un poco acomplejado con su cuerpo, lo cual era una ridiculez, teniendo en cuenta lo hermoso que era. Tenía unas piernas fuertes y delgadas, unos hombros musculosos y unos abdominales que bien podían aparecer en un anuncio de ropa interior en Times Square. Sin embargo, no era sólo eso. Sus manos sabían dónde tocarla, su boca tenía un sabor maravilloso, su lengua… Todo en él era maravilloso. Estar con él había sido como meter a una llave en su cerradura. Sara jamás había soñado con mostrarse tan abierta con otro hombre.

Si tenía que hacer comparaciones, era la que era ahora y la que había sido antes. Algo había cambiado en su interior, y no sólo su estricta moral. Se sentía diferente con Will. No necesitaba saberlo todo del hombre que había compartido la cama con ella. No necesitaba que le diese una respuesta inmediata a los abusos que habían cometido con él. Por primera vez en su vida, se sentía paciente. La chica que había sido expulsada de las catequesis por discutir con el profesor, la que había vuelto locos a sus padres, a su hermana y a su marido por su insaciable deseo de conocer hasta el más mínimo detalle había aprendido, por fin, a relajarse.

Puede que la fotografía de la boca suturada de Will le hubiese enseñado algo sobre la indiscreción. O puede que fuese obra de la naturaleza, que es la que hace que aprendas de los errores pasados. En cualquier caso, Sara estaba contenta de estar simplemente con él. El resto vendría con el tiempo. O no. Pero, en cualquier caso, se sentía feliz.

Oyó que alguien aporreaba la puerta de forma incesante. Probablemente, Abel Conford, que vivía al otro lado del pasillo, el abogado que se había nombrado a sí mismo como el dueño del aparcamiento. Todas las reuniones de vecinos a las que Sara había asistido empezaban con él quejándose de que los visitantes aparcaban en lugares que no les correspondían.

Sara se ajustó la bata y abrió la puerta. En lugar de ver a su vecino, vio a Faith Mitchell.

—Siento presentarme sin llamar —dijo entrando en el apartamento.

Llevaba una abultada sudadera azul marino, con la capucha puesta sobre la cabeza. Unas gafas oscuras le ocultaban la mitad de la cara. Los pantalones vaqueros y las playeras completaban su disfraz. Parecía una ladrona de poca monta.

—¿Cómo has entrado? —preguntó Sara.

—Le dije a tu vecino que era policía y me dejó pasar.

—Pues vaya —murmuró Sara, preguntándose cuánto tiempo tardaría en que todos sus vecinos pensasen que la estaban arrestando—. ¿Qué pasa?

Faith se quitó las gafas. Tenía cinco pequeños cardenales alrededor de la cara.

—Necesito que llames a Will por mí. —Se dirigió a la ventana y miró en dirección al aparcamiento—. Lo he estado pensando toda la noche. No puedo hacerlo sola. No soy capaz. —Se protegió los ojos con las manos, aunque el sol aún no había salido—. No saben que estoy aquí. El Pelirrojo se durmió, y Taylor se marchó anoche. Yo salí a hurtadillas por el patio trasero. Cogí el coche de Roz Levy. Han intervenido mis teléfonos y me están vigilando. Nadie debe saber que estoy haciendo esto. No pueden saber que he hablado con nadie.

Era como el niño de un póster de hipoglucemia.

—¿Por qué no te sientas? —sugirió Sara.

Faith seguía vigilando el aparcamiento.

—He sacado a mis hijos de mi casa. Se han marchado con mi hermano. Él nunca ha cambiado los pañales de un niño, y es una gran responsabilidad para Jeremy.

—De acuerdo. Cuéntamelo todo. Ven y siéntate conmigo.

—Tengo que conseguir que vuelva, Sara. No me importa lo que tenga que hacer. Tengo que conseguirlo.

Se refería a su madre. Will le había hablado de su viaje a la prisión de Coastal y de su conversación con Roger Ling.

—Faith, siéntate.

—Si me siento, no podré levantarme. Necesito ver a Will. Por favor, llámale.

—Le llamaré, te lo prometo, pero ahora siéntate. —Sara la condujo hasta el taburete que había al lado de la encimera de la cocina—. ¿Has desayunado?

—Tengo el estómago revuelto —dijo negando con la cabeza.

—¿Cómo tienes el nivel de azúcar?

Dejó de mover la cabeza. La expresión de culpabilidad fue respuesta más que suficiente.

Sara habló con firmeza.

—Faith, no voy a hacer nada hasta que no normalices tu nivel de azúcar. ¿De acuerdo?

No discutió, quizá porque sabía que necesitaba ayuda. Buscó en los bolsillos de la sudadera y extrajo un puñado de caramelos que dejó en la encimera. Luego sacó una enorme pistola, su cartera, un manojo de llaves con una «L» en cursiva ribeteada en oro en la cadena y, finalmente, su kit de prueba de sangre.

Sara miró la memoria del dispositivo para ver las estadísticas. Faith había recurrido a los caramelos durante los dos últimos días. Era un truco muy habitual entre los diabéticos: utilizar los caramelos para equilibrar los niveles de azúcar. Era una buena forma de superar un periodo de dificultades, pero también una manera muy fácil de terminar en coma.

—Debería llevarte al hospital ahora mismo. —Sara sostenía el monitor en la mano—. ¿Tienes la insulina?

Faith se metió de nuevo las manos en los bolsillos y puso cuatro plumas desechables de insulina sobre la encimera. Empezó a balbucear.

—Las compré en la farmacia esta mañana. No sabía cuánto debía tomar. Me lo enseñaron, pero nunca las he utilizado, y son tan caras que no quería estropearlas. Mis cetonas están bien. Utilicé una tira anoche y otra esta mañana. Probablemente debería conseguir una bomba de insulina.

—No sería mala idea —dijo Sara metiendo una tira de prueba en el monitor—. ¿Cenaste anoche?

—Bueno…

—Tomaré eso como un no —dijo Sara—. ¿Ningún aperitivo? ¿Nada?

Faith se llevó la mano a la cabeza.

—No puedo pensar con claridad sin Jeremy ni Emma. Zeke me llamó esta mañana. Me dijo que estaban bien, pero sé que está molesto. A él nunca se le han dado bien los niños.

Sara cogió el dedo de Faith y alineó la lanceta.

—Cuando todo esto termine, tendremos una charla seria sobre lo poco en serio que pareces tomarte tu enfermedad. Puede que sea poco oportuno decirte esto, pero la diabetes no es algo que puedas descuidar así como así. Tu vista, tu circulación, tu capacidad motriz… —Sara no terminó la frase. Había regañado a muchos diabéticos sobre ese tema. Parecía que le estaba leyendo un guion—. Tienes que cuidarte o terminarás ciega, en una silla de ruedas, o peor.

—Pareces distinta.

Sara se acarició el pelo, que se le estaba apelmazando en la nuca.

—Pareces reluciente. ¿Estás embarazada?

Sara se rio, sorprendida por la pregunta. Un embarazo ectópico cuando tenía veintitantos años le había provocado una histerectomía parcial. Will no podía hacer milagros.

—¿Cuántos años tienes? ¿Unos treinta?

—Treinta y cinco.

Sara marcó la dosis exacta en la pluma.

—Te vas a inyectar esto. Mientras tanto, yo voy a prepararte el desayuno. No vas a hacer nada hasta que no te lo hayas comido todo.

—Esa cocina vale más que toda mi casa —dijo Faith apoyándose en la encimera para verla mejor. Sara la hizo sentarse de nuevo—. ¿Cuánto dinero ganas?

Cogió la mano de Faith y envolvió los dedos alrededor de la pluma de insulina.

—Tú ponte eso y yo iré a buscar a Will.

—Puedes llamarlo desde aquí. Imagino lo que le vas a decir.

Sara no se paró a darle explicaciones. Ya había notado que Faith tenía ciertas dificultades para procesar la información. Cogió su ropa de la encimera y fue al dormitorio. Will estaba delante del tocador, poniéndose la camisa. Sara vio su amplio pecho reflejado en el espejo, así como la mancha oscura que le habían dejado las quemaduras eléctricas y que bajaba desde la barriga hasta el interior de sus pantalones. Sara había besado cada centímetro de su cuerpo la noche anterior. Sin embargo, al verlo a plena luz del día, se sintió un poco incómoda.

Will la miró a través del espejo. Sara se ajustó la bata. Él había hecho la cama. Las almohadas estaban colocadas ordenadamente contra el cabecero. No era la forma en que ella había imaginado esa mañana.

—¿Qué sucede? —preguntó Will.

Sara puso su ropa doblada sobre la cama.

—Faith está aquí.

—¿Aquí? —respondió él dándose la vuelta. Parecía aterrorizado—. ¿Cómo ha sabido que yo estaba aquí?

—No lo sabe. Me ha pedido que te llamase. Piensa que su teléfono está intervenido.

—¿Sabe lo de su madre?

—No creo. —Sara se llevó la mano al pecho, ajustándose la bata de nuevo y sintiendo su desnudez debajo de ella—. Dice que la están vigilando. Está un poco paranoica. Tiene el nivel de azúcar muy bajo. Ahora se está poniendo la insulina. Debería descansar en cuanto le demos algo de comer.

—¿Debo ir a buscar algo para desayunar?

—Yo puedo prepararle algo.

—Lo haré yo… —Se detuvo. Estaba claro que se sentía de lo más incómodo—. Yo le prepararé algo a Faith. Luego tú puedes prepararme algo.

Demasiado para una luna de miel. Pero, al menos, había averiguado por qué Bob olía a huevos revueltos la otra noche.

—Me quedaré aquí, así podréis hablar tranquilamente.

—Preferiría… —Dudó un instante—. Creo que sería mejor que estuvieses presente. Voy a decirle lo que le ha sucedido a su madre.

—Creía que Amanda te había dicho que esperases.

—Amanda dice muchas cosas con las que no estoy de acuerdo.

Will le hizo una señal para que pasase delante. Sara recorrió el pasillo, notando su presencia. A pesar de lo de la noche anterior, incluso en ese mismo pasillo, Will le parecía un extraño. Sara se ajustó la bata, deseando haberse cambiado de ropa.

Faith seguía sentada en la barra de la cocina. Parecía algo más tranquila. Vio a Will y dijo:

—Oh.

Él parecía un poco avergonzado, igual que Sara. Eso explicaba su actitud distante. Ambos se sentían incómodos, teniendo en cuenta lo que le había sucedido a Evelyn Mitchell.

—No pasa nada —dijo Faith—. Me alegro por vosotros.

Will prefirió pasar por alto ese comentario.

—La doctora Linton dice que debes comer algo.

—Antes tengo que hablar contigo.

Will miró a Sara, y ella negó con la cabeza.

—Primero debes desayunar.

Él abrió el lavaplatos y sacó la sartén. Encontró los huevos y el pan en su sitio. Faith le observaba preparar el desayuno, sin hablar. Sara no sabía si estaba bloqueada o es que no sabía qué decir. Probablemente ambas cosas. Ella, por su parte, jamás se había sentido tan incómoda en su propia casa. Observó cómo Will rompió los huevos y untó la mantequilla en las tostadas. Tenía la mandíbula rígida y no la miraba. Casi parecía haberse quedado dormido.

Will cogió tres platos del armario y sirvió la comida. Sara y Faith se sentaron a la barra. Aunque había una tercera silla, él se quedó de pie, apoyado en la encimera. Sara empezó a comer. Faith se tomó la mitad de sus huevos y una tostada. Él limpió su plato, y luego se comió la tostada de Faith y la de Sara, antes de echar los restos en la basura y apilar los platos en el fregadero. Enjuagó el cuenco que había utilizado para batir los huevos, echó un poco de agua en la sartén y se lavó las manos. Finalmente, dijo:

—Faith, tengo que contarte algo.

Ella movió la cabeza, como si supiera lo que le iba a decir.

Will permaneció con la espalda contra el mostrador. No se inclinó para cogerle las manos, ni se acercó para sentarse a su lado, sino que fue directamente al grano.

—Anoche estuve en la prisión de Coastal, hablando con uno de los traficantes de drogas más importantes, Roger Ling. —Continúo mirándola fijamente—. No puedo decírtelo de otra manera: me aseguró que tu madre estaba muerta. De un disparo en la cabeza.

Al principio, Faith no respondió. Estaba sentada con los codos sobre la encimera, las manos colgando y la boca abierta.

—No, no está muerta —dijo al cabo de un momento.

—Faith…

—¿Has encontrado su cuerpo?

—No, pero…

—¿Cuándo te dijo eso?

—Tarde, sobre las nueve de la noche.

—No es cierto.

—Sí, Faith. Ese hombre sabe de lo que habla. Amanda dice que…

—No me importa lo que diga Amanda. —Rebuscó en sus bolsillos una vez más—. Mandy no sabe lo que dice. Ese tío con el que hablaste miente.

Will miró a Sara.

—Mira —dijo Faith sosteniendo un iPhone en las manos—. ¿Lo ves? Es la página de Facebook de Jeremy. Le han estado enviando mensajes.

Will se apartó de la encimera.

—¿Cómo?

—Yo estuve con uno de ellos anoche. En el supermercado. Él fue quien me hizo esto. —Se señaló los moratones que tenía en la cara—. Me envió un mensaje a través de la cuenta de Facebook de Jeremy esta mañana.

—¿Cómo? —repitió Will. Se había quedado pálido—. ¿Te reuniste con él tú sola? ¿Por qué no me llamaste? Te podía haber…

—Mira —dijo enseñándole el teléfono.

Sara no podía ver la imagen, pero oía el sonido.

Una voz de mujer decía: «Es lunes por la mañana. Son las cinco y treinta y ocho». Se detuvo. Se oía un ruido de fondo. «Escucha, Faith. No hagas nada de lo que te dicen. No confíes en ellos. Mantente al margen de esto. Tú, tu hermano y los niños sois mi familia, mi única familia…». De pronto, la voz se hizo más fuerte. «Faith, es importante. Recuerda la época que pasamos juntas antes de Jeremy…».

—Aquí se para —dijo Faith.

—¿A qué se refiere con eso de la época antes de Jeremy? —preguntó Will.

—Cuando me quedé embarazada. —Se sonrojó, a pesar de que habían pasado casi veinte años—. Mamá estuvo a mi lado. Fue… —Movió la cabeza—. No podría haberlo soportado de no ser por ella. No dejó de decirme que fuese fuerte, que todo saldría bien.

Sara puso la mano sobre el hombro de Faith. Podía imaginar lo que estaba sufriendo.

Will miró el iPhone.

—¿Qué se ve en el televisor que hay detrás de ella?

Good Day Atlanta. Lo he comprobado con la cadena. Es el parte meteorológico que pusieron hace media hora. Puedes ver la hora encima del logo de la cadena. Recibí el archivo dos minutos después.

Faith le dio el teléfono a Sara, pero no la miró a los ojos.

La curiosidad siempre había sido su punto débil. Tenía las gafas de leer en la encimera. Se las puso para poder ver todos los detalles. La pantalla mostraba a Evelyn Mitchell sentada al lado de un televisor de plasma grande. El sonido estaba bajado, pero Sara vio a la mujer del tiempo señalando las predicciones para los cinco días siguientes. Evelyn miraba a la cámara, probablemente al hombre que la estaba filmando. Tenía la cara amoratada. Se movía con rigidez, como si sintiera un terrible dolor. Arrastraba las palabras al decir «es lunes por la mañana».

Sara apagó el teléfono.

Faith la observaba atentamente.

—¿Qué aspecto tiene?

Sara se quitó las gafas. No podía dar una opinión médica basándose en un vídeo algo borroso, pero resultaba evidente que la habían golpeado seriamente. No obstante, dijo:

—Parece capaz de resistir.

—Yo también lo creo. —Faith se giró para mirar a Will—. Les dije que nos reuniríamos a las doce, pero el mensaje dice a las doce y media. En casa de mamá.

—¿En casa de tu madre? —repitió Will—. Aún es la escena de un crimen.

—Puede que ya no. La policía no me dice nada. Deja que busque el mensaje. —Faith movió de nuevo los pulgares por la pantalla y le pasó el teléfono a Will—. Perdona, se me ha olvidado…

—Ya lo tengo. —Will cogió las gafas que había dejado Sara encima de la encimera y se las puso. Miró el teléfono durante unos segundos. Sara no sabía si había leído el mensaje o si sencillamente estaba especulando cuando dijo—: Quieren el dinero.

Faith le cogió el teléfono.

—No hay dinero.

Will la miró fijamente.

—No es cierto —dijo Faith—. Nunca lo fue. Tú no pudiste probar nada. Ella no se dejó corromper. Boyd y los demás estaban implicados, pero mi madre nunca cogió nada.

—Faith —dijo Will—. Tu madre tenía una cuenta bancaria.

—¿Y qué? Todo el mundo tiene una cuenta bancaria.

—Una cuenta pantalla. A nombre de tu padre. Todavía la tiene. Ha estado sacando y metiendo sesenta de los grandes. Puede que tenga otras cuentas. Con otros nombres. No lo sé.

—Estás mintiendo —dijo Faith moviendo la cabeza.

—¿Por qué iba a mentir?

—Porque no quieres admitir que estabas equivocado. Que no se había dejado corromper. —Los ojos se le llenaron de lágrimas. Su aspecto era el de una persona que sabía la verdad, pero no quería aceptarla—. Ella no se dejó corromper.

Alguien llamó a la puerta. Sara pensó que finalmente Abel Conford había notado que había muchos coches de sobra en el aparcamiento, pero se volvió a equivocar.

—Buenos días, doctora Linton —dijo Amanda Wagner. No parecía muy satisfecha de estar en el pasillo. Tenía los ojos enrojecidos, y el maquillaje se le había borrado de la nariz. Tenía la piel más oscura en los lugares donde la base y los coloretes le cubrían las mejillas.

Sara terminó de abrir la puerta. Volvió a ajustarse la bata, preguntándose a qué se debía ese tic nervioso. Quizá fuera porque estaba completamente desnuda y su bata negra de seda era tan fina como el papel de fumar. Además, no había imaginado recibir tantas visitas esa mañana.

A Faith no pareció gustarle nada ver a Amanda allí.

—¿Qué haces aquí?

—Roz Levy me ha llamado. Me ha dicho que le has robado el coche.

—Le dejé una nota.

—No es una forma muy adecuada de pedirle permiso. Por suerte, la convencí para que no llamase a la policía. —Sonrió a Will y añadió—: Buenos días, doctor Trent.

Will parecía fascinado mirando el suelo de la cocina de Sara.

—¿Cómo has sabido que estaba aquí? —preguntó Faith.

—El coche tiene un dispositivo de localización. He hecho algunas llamadas y he tenido que pedir algunos favores.

—¿Un sistema de localización? Es un Corvair más viejo que Matusalén. Si no vale ni un pimiento.

Amanda se quitó el abrigo y se lo dio a Sara.

—Lamento la intrusión, doctora Linton. Me encanta lo que se ha hecho en el pelo.

Sara dibujó una sonrisa mientras colgaba el abrigo en el armario.

—¿Quiere un café?

—Sí, por favor. —Se dio la vuelta para mirar a Will y a Faith—. ¿Debería sentirme molesta de que no me hayáis invitado a la fiesta?

Nadie parecía dispuesto a responderle. Sara cogió tres tazas del armario y sirvió un poco de café en cada una de ellas. Oyó la voz de Evelyn Mitchell en el iPhone cuando Faith puso el vídeo para la nueva invitada.

Amanda le pidió que lo pusiera dos veces más antes de preguntarle:

—¿Cuándo lo has recibido?

—Hace algo más de media hora.

—Léeme el mensaje que llegó con él.

Faith se lo leyó:

—«A las doce y treinta en el 399 de Little John. Trae el dinero en una bolsa de lona negra. No hables con nadie, te estamos vigilando. Si no sigues las instrucciones, la mataremos, al igual que a ti y a tu familia. Recuerda lo que te dije».

—Roger Ling —dijo Amanda con una voz que denotaba una rabia contenida—. Sabía que ese cabrón estaba mintiendo. No se puede creer nada de lo que dicen. —Pareció darse cuenta de lo que implicaban sus palabras. Sorprendida, añadió—: Está viva. —Se rio—. Sabía que no se rendiría sin luchar. —Se llevó la mano al pecho—. ¿Cómo he podido pensar ni por un instante que…? —Movió la cabeza. Tenía una sonrisa tan amplia que terminó por taparse la boca.

—¿Por qué quieren reunirse en casa de tu madre? —preguntó Will—. No es seguro. Allí no cuentan con ninguna ventaja. No tiene sentido.

—La conocen. Les resultará más fácil vigilarla —respondió Faith.

—Pero aún sigue siendo la escena de un crimen. Se tarda dos días en procesarlo todo —dijo Will.

—Los secuestradores deben saber algo que nosotros ignoramos —apuntó Amanda.

—Puede ser una prueba —sugirió Will—. Si decimos al equipo forense que se marche, entonces pensarán que Faith ha llamado a la policía. O a nosotros. —Dirigiéndose a Faith, añadió—: Cuando llegues a la casa, estarás sin protección. Si entras, caerás en sus manos. ¿Quién va a impedir que te disparen y se lleven el dinero? Especialmente si no podemos disponer de un equipo táctico para asegurar la zona.

—Podemos hacerlo —insistió Amanda—. Sólo hay tres formas de entrar y salir del vecindario. Tendrán que salir en alguna dirección y tendremos tiradores preparados.

Will ignoró su bravuconería. Abrió el cajón que había al lado de la nevera y sacó un bolígrafo y un cuaderno. Sostuvo el bolígrafo con torpeza con la mano izquierda, entre su dedo medio e índice. Sara le observó mientras dibujaba en la hoja una «T» grande y luego dos cuadrados de forma irregular, uno en el palo de la «T» y el otro en la base. Su recuerdo espacial era mejor de lo que ella había imaginado, pero probablemente se debía a que había estado varias veces allí.

—La casa de Faith se encuentra en esta esquina —explicó—. La de Evelyn se encuentra en Little John. —Dibujó una línea en forma de ele entre las dos casas—. Disponemos de todo este espacio abierto. Pueden bloquear la intersección en este lugar y cogerla. Pueden aparcar una furgoneta en el mismo sitio y disparar desde esa distancia. Si sube la entrada, aparece la furgoneta negra y le pegan dos tiros en la cabeza, como hicieron con Castillo en el almacén. O pueden apresarla y llegar a la interestatal o a Peachtree Road en cuestión de cinco minutos. O, incluso más fácil todavía, colocándose aquí… —Dibujó un cuadrado alargado al lado de la casa de Evelyn—. En el garaje de Roz Levy. Tiene un muro bajo en este lugar, donde se podría apostar alguien con un rifle. La ventana del cuarto de baño de la casa de Evelyn da a la de Levy. Está algo inclinada, y puedes ver hasta la puerta de la cocina desde la casa de la señora Levy sin que nadie perciba tu presencia. Si Faith entra por esa puerta con la bolsa del dinero, pueden dispararle.

Amanda cogió el bolígrafo y transformó la base de la T en un círculo.

—Little John hace una curva aquí. Todo el vecindario está concentrado en esta zona. —Dibujó más arcos—. Ésta es Nottingham, Friar Tuck, Robin Hood, Beverly, Lionel. —Dibujó varias equis en los extremos—. Beverly desemboca en Peachtree, por donde pasan todos los coches; el otro extremo te lleva a la curva de Ansley Park. Y lo mismo la calle Lionel. Ambas son un cuello de botella. La mayoría de las casas a lo largo de esa ruta tienen aparcamientos en la calle. Podríamos tener diez coches allí y nadie lo notaría.

—No me preocupan las vías de escape. Me preocupa que Faith vaya sola a esa casa. Si realmente están vigilando el lugar, sabrán al instante si hay alguien de más por allí. Han tenido tres días para estudiar el vecindario, posiblemente más. Incluso si se marchan los hombres del CSU, estarán contando las personas que entran y salen.

Amanda le dio la vuelta al papel y dibujó un diagrama de la casa, señalando las habitaciones.

—Faith entra por la cocina. El vestíbulo está aquí, dando al comedor. Aquí está la estantería que cubre toda la pared, a la izquierda. El sofá está pegado a esta pared, y a la derecha el sillón. Hay otro par de sillas aquí, la consola del estéreo y las puertas correderas enfrente del vestíbulo. —Dio un golpecito con el bolígrafo en lo que debía ser el dormitorio principal—. Tendrán a Evelyn aquí hasta que llegue Faith con el dinero, y luego la conducirán hasta el salón. Es la zona más obvia para el intercambio.

—No creo que haya nada obvio en este asunto. —Will cogió el bolígrafo—. No podemos cubrir las ventanas delanteras porque no sabemos quién está vigilando la casa. No podemos cubrir la parte trasera porque el jardín está abierto al de los vecinos y verían movimiento desde cualquier ventana. No sabemos cuántos miembros de la banda quedan. Puede ser uno o cien. —Soltó el bolígrafo y, con voz firme, añadió—: No me gusta, Faith. No puedes entrar de esa manera. Tendremos que buscar otra forma de hacerlo. Buscaremos otra ubicación que garantice tu seguridad.

El tono de Amanda denotó que estaba irritada.

—No seas tan fatalista, Will. Tenemos seis horas. Todos conocemos la distribución de la casa, y ésa es nuestra ventaja, tanto como la suya. Conozco a todas las vecinas de la zona. Es una zona residencial. Hay personas que salen a correr, repartidores, camiones, lectores de parquímetros, carteros y paseantes vespertinos a los que podemos recurrir. Puedo formar cuatro equipos en las próximas horas y nadie se dará cuenta. No somos una banda de ineptos. Podremos encontrar la forma de hacerlo.

—Yo lo haré —se ofreció Will.

Sara notó que su corazón le daba un brinco y se le subía a la garganta.

—Tú no te puedes hacer pasar por Faith.

—Le enviaremos un mensaje para decírselo. Yo haré el intercambio. Roger Ling me conoce. Aunque no esté involucrado en esto, sé que está disfrutando. Él sabe quiénes son esos tipos. Puede decirles que confíen en mí.

Sara sintió una oleada de alivio al ver a Amanda negando con la cabeza antes de que él acabase de hablar.

Will insistió.

—Es la forma más segura. Para Faith.

Como de costumbre, Amanda no se echó atrás.

—Es la cosa más estúpida que te he oído decir. Piensa en lo que hemos pasado en los dos últimos días. Esto es obra de unos aficionados. Julia Ling ya nos lo advirtió. Estamos tratando con un puñado de jovencitos estúpidos que creen que saben jugar a policías y ladrones. Acabaremos con ellos antes de que se enteren de quién ha sido.

Will no parecía muy convencido.

—Puede que sean jóvenes, pero no le temen a nada. Han matado a muchas personas, y han asumido muchos riesgos estúpidos.

—Ninguno tan grande como enviarte a ti en lugar de a Faith. Así es como muere la gente. Lo haremos como yo digo —decidió Amanda—. Buscaremos la forma más estratégica de situar a nuestra gente. Estaremos pendientes de Faith en todo momento. Esperaremos hasta que los secuestradores aparezcan con Evelyn. Faith hará el intercambio, y luego los apresaremos cuando intenten escapar.

Will seguía sin ceder y se mostró categórico.

—Ella no puede hacerlo. No puede ir allí sola. O me dejas que lo haga yo, o buscamos otra forma.

—Si no voy sola, matarán a mi madre —dijo Faith.

Will miró al suelo. Resultaba obvio que seguía pensando que cabía la posibilidad de que Evelyn Mitchell estuviese ya muerta. Sara, para sus adentros, estaba de acuerdo con él. No le parecía un buen plan para recuperar a Evelyn. Amanda estaba tan empecinada en salvar a su amiga que no podía darse cuenta de los posibles daños colaterales.

Sara se había olvidado del café. Cogió una taza para ella y pasó las otras dos a Amanda y Will.

—Gracias —dijo Will tímidamente. Parecía evitar que sus manos se tocasen.

—Él no toma café. Me lo tomaré yo —dijo Faith.

Sara notó que se sonrojaba.

—No deberías tomar cafeína en este momento.

Will se aclaró la garganta.

—No importa. A veces lo tomo.

Le dio un sorbo a la taza y dibujó una mueca al tragárselo.

Sara no podía seguir soportando esa situación. La única forma de sentirse más fuera de lugar sería sacando un acordeón y poniéndose a cantar polcas.

—Os dejaré solos.

Amanda la detuvo.

—Si no le importa, doctora Linton, me gustaría que me diese su opinión sobre esto.

Todos se quedaron mirándola, y ella se sintió más desnuda que nunca. Miró a Will pidiéndole ayuda, pero la expresión que le devolvió era probablemente la misma que le habría puesto a la empleada del banco o al chico que recogía sus productos reciclables.

No pudo hacer otra cosa, salvo sentarse al lado de Faith.

Amanda ocupó el otro asiento.

—De acuerdo, empecemos de nuevo, ahora que todos estamos de acuerdo. Will, repasa los hechos que tenemos hasta ahora.

Él dejó la taza de café en la encimera y empezó a hablar. Le contó a Faith todo lo sucedido desde que secuestraron a Evelyn, describiendo la escena del crimen, su visita a Boyd Spivey en la prisión y el silencio que habían mantenido sus colegas en la prisión de Valdosta. Faith se sorprendió cuando le dijo lo de las fotografías que le había dado Roz Levy, en las que aparecía el amigo de Evelyn. No obstante, guardó silencio mientras le contaba la terrible experiencia de Sara en el hospital y el tiroteo en el almacén de Julia Ling. Sara volvió a sentir esa angustia en el pecho. El corte en su oreja lo había causado una bala que le había pasado a pocos centímetros de la cabeza.

—Ricardo Ortiz y Hironobu Kwon se conocían de la universidad —dijo—. Ambos estuvieron en Westminster. Es muy probable que trabajasen en la tienda de muebles de Ling-Ling. Empezaron a pensar que podían hacer negocios por su cuenta y formaron su propia banda con los demás muchachos que trabajaban allí. Ricardo fue a Suecia y cogió un poco de heroína para que ellos la vendiesen. Según Roger Ling, todos los muchachos alardeaban de eso. Benny Choo, el matón de los Yellow Rebels, cogió a Ricardo y casi lo mata a golpes. Estaba a punto de acabar con él, pero Ricardo, o puede que Hironobu, le dijo de dónde podían sacar un buen dinero.

Faith había estado callada, procesando toda esa información, pero al llegar a eso dijo:

—Mi madre.

—Sí —confirmó Will—. Chuck Finn e Hironobu Kwon estuvieron en el mismo centro de rehabilitación durante al menos un mes. Chuck debió de hablarle del dinero. Ricardo estaba a punto de morir, por eso Hironobu le dijo que sabía dónde podía conseguir casi un millón al contado. Benny Choo aceptó la oferta.

Amanda prosiguió:

—Por eso fueron a casa de Evelyn. Pensaban que tenía el dinero allí. Como no se lo dio, la secuestraron.

Sara pensó que, por alguna razón, Amanda omitía el hecho de que Héctor Ortiz, el primo de uno de los narcotraficantes más poderosos de Atlanta, apareció muerto en el maletero de Evelyn. Debería haberse callado, pero ésa era su casa, ellos se habían presentado sin avisar y estaba harta de ser educada.

—Eso no explica por qué Héctor Ortiz estaba allí —dijo.

Amanda enarcó una ceja.

—No, no lo explica.

Sara no trabajaba para esa mujer, y no pensaba andarse con pies de plomo.

—¿No piensa responder a esa pregunta?

Amanda le puso una sonrisa falsa.

—Lo más importante es que hicieron todo eso porque querían el dinero. Se puede negociar con personas que quieren eso.

—No se trata de dinero —dijo Will.

—No tenemos tiempo para tus intuiciones femeninas —respondió tajante Amanda.

Will respondió con voz cansada, pero no se amedrentó.

—Están tratando de atrapar a Faith por alguna razón. Si entramos sin saber esa razón, esto no acabará bien. Para ninguno de nosotros. —Lo que dijo parecía sensato, pero Sara vio que Amanda no estaba dispuesta a ceder. Will prosiguió—: Si se tratase de dinero, habrían pedido un rescate el primer día. No estarían con este tira y afloja en Facebook, ni se habrían arriesgado a encontrarse con Faith cara a cara en el supermercado. Sería una simple transacción. Hubieran hecho una llamada, habrían recogido el dinero, dejarían al rehén en cualquier sitio y estarían en su casa tan tranquilos.

De nuevo le había dado unos argumentos razonables, pero una vez más Amanda los ignoró.

—No hay ningún secreto oculto en todo esto —dijo—. Quieren el dinero, y se lo daremos. Se lo meteremos por la boca y lo cagarán de camino a la prisión.

—Will tiene razón —apuntó Faith. Había permanecido callada durante todo ese intercambio de opiniones, pero ahora que su hipoglucemia se había nivelado empezaba a razonar como una detective—. ¿Qué me dices de esa cuenta bancaria?

Amanda se levantó para servirse más café.

—Esa cuenta no tiene importancia.

Will pareció dispuesto a mostrar su desacuerdo, pero, por alguna razón, optó por callarse.

—Tu padre era jugador —dijo Amanda.

—Eso no es cierto —respondió Faith moviendo la cabeza.

—Jugaba al póker todos los fines de semana.

—Con monedas de veinticinco centavos. —Seguía negando con la cabeza—. Mi padre era vendedor de seguros. No le gustaban los riesgos.

—No arriesgaba nada. Era muy cuidadoso. —Amanda le dio la vuelta a la isla de la cocina y se sentó al lado de Faith—. ¿Cuántas veces fueron Kenny y él a las Vegas cuando eras pequeña?

Faith seguía sin estar convencida.

—Eran convenciones de trabajo.

—Bill era muy metódico con eso. Era metódico con todo, lo sabes. Sabía cuándo podía arriesgar y cuándo debía levantarse de la mesa y marcharse. Kenny no era tan listo. Pero eso es otra historia. —Miró a Will y añadió—: Bill no pagaba impuestos por ese dinero. Por eso tenía una cuenta bancaria en secreto.

Sara percibió su propia confusión reflejada en el rostro de Will. A partir de cierta cantidad de dinero, uno no podía marcharse de ningún casino de las Vegas, ni del país, sin pagar impuestos.

Faith se resistía a creer en eso.

—No me imagino a mi padre asumiendo ese riesgo. Odiaba el juego. Era todo lo contrario a Kenny.

—Porque Kenny era un idiota con el dinero —dijo Amanda. El tono amargo de su voz le hizo recordar a Sara que habían salido juntos durante muchos años—. Para Bill era una diversión, un pasatiempo. Algunas veces ganó mucho dinero, y otras perdió un poco, pero siempre supo cuándo debía dejarlo. No era una adicción, era un juego.

—¿Por qué no me lo dijo Evelyn cuando la estaba investigando? —preguntó Will.

Amanda sonrió.

—No es que te dijera muchas cosas cuando la estabas investigando.

—No —coincidió él—. Pero habría dejado de estar bajo sospecha si…

—No era sospechosa de nada —interrumpió Amanda. Luego, dirigiéndose a Faith, añadió—: Tu madre fue la que delató al equipo. Por eso la llamaban Almeja. Ella nos dio el soplo.

—¿Cómo dices? —Faith se sentía más que confusa. Miró a Will, como si él tuviese la respuesta—. ¿Por qué no me lo dijo?

—Porque quería protegerte —respondió Amanda—. Cuanto menos supieses, más segura estarías.

—¿Y por qué se lo dices ahora? —interrumpió Will.

Amanda estaba realmente molesta.

—Porque tú no dejas de hablar de esa cuenta, aunque yo te diga una y mil veces que no tiene importancia.

Will había puesto la taza de café sobre la encimera. Giró lentamente el asa para que estuviese paralela al protector de salpicaduras.

Faith preguntó lo que Sara estaba pensando.

—¿Cómo descubrió que estaban cogiendo dinero?

Amanda se encogió de hombros.

—¿Acaso importa?

—Sí —respondió Will. Obviamente, quería escuchar la historia para encontrar los fallos.

Amanda respiró profundamente antes de comenzar.

—Hubo una redada en el lado sur, uno de los proyectos en East Point. Evelyn lideró el equipo de asalto para entrar en el apartamento de madrugada. Los delincuentes aún estaban dormidos y resacosos, con un montón de dinero encima de la mesita del salón y con suficiente coca como para despertar a un elefante. —Amanda empezó a sonreír, disfrutando claramente de la historia—. Los rodearon y los sacaron a la calle. Estaban ahí con las manos en la espalda, arrodillados, mirando a los coches patrulla, que les recordaban quiénes estaban al mando. En ese momento, llegaron los medios de comunicación, algo a lo que Boyd nunca se pudo resistir. Alineó al equipo para hacerse unas fotos, con los delincuentes en la parte de atrás, al estilo de Los Ángeles de Charlie. A tu madre siempre le disgustaba esa parte, y normalmente se marchaba a la oficina para encargarse del papeleo. En aquella ocasión, la calle estaba bloqueada, así que volvió al apartamento y estuvo investigando por su cuenta. —Amanda apretó los labios—. Lo primero que observó es que el montón de dinero tenía un aspecto distinto. Dijo que, al echar la puerta abajo, estaba apilado en forma de pirámide. Ya sabes que siempre era la primera en entrar. —Faith asintió—. Dijo que se fijó en la pirámide porque Zeke solía…

—Hacer pirámides con todo —completó Faith—. Cuando tenía diez u once años, empezó a apilar todas las cosas, los libros, los juguetes, los cochecitos en forma de pirámide.

—Tu madre pensaba que era autista. Puede que tuviese razón —continuó Amanda—. Bueno, el caso es que se fijó en la pirámide. Cuando regresó al apartamento, la pirámide se había transformado en un cuadrado. Y, bueno, a partir de ese momento empezó a vigilar al equipo. Hizo un seguimiento de los casos que abrían y de los que se quedaban sin descubrir porque se perdían las pruebas o los testigos. Cuando estuvo segura de lo que ocurría, acudió a mí.

—Me dijiste que el soplo lo había dado una persona anónima.

—Evelyn tenía que ser investigada, como los demás. No estábamos tratando con niñatos. Boyd y los demás se estaban quedando con montones de dinero al contado. También aceptaban sobornos por mirar hacia otro lado. Uno no fastidia ese tipo de negocios sin arriesgar la vida. Teníamos que proteger a Evelyn. Por eso optamos por decir que había sido un soplo anónimo e interrogarla como a los demás.

—Supongo que sospecharon que el soplo venía de mamá —dijo Faith—. Era la única que no estaba metida en el asunto.

—Hay una gran diferencia entre sospechar y saber —respondió Amanda, tensa—. Y Boyd Spivey la protegió. Dijo que no estaba involucrada. La defendió en todo momento. Imagino que por eso le eliminaron. Podían pisarle los talones al GBI y a la policía de Atlanta, pero alguien con el poder de Boyd los podía pillar a ellos de muchas formas que para nosotros resultaban imposibles.

Faith estaba callada, recordando probablemente a aquel hombre que había protegido a su madre. Sara, por su parte, pensaba en el tiempo y el dinero que hacía falta para quitar de en medio a un tipo que estaba en el corredor de la muerte. Todo el asunto lo habían planeado meticulosamente personas que conocían los puntos débiles de Evelyn Mitchell: Boyd Spivey, su protector; Faith, su hija; Amanda, su mejor amiga. Aquel asunto parecía cada vez más un acto de venganza, y no tanto una cuestión de dinero. Sara se dio cuenta de que Will había llegado a la misma conclusión. Sin embargo, cuando habló, no mencionó lo más obvio. En su lugar, le preguntó a Amanda:

—¿Tú eliminaste la cuenta bancaria de mi informe?

—No somos Hacienda —respondió encogiéndose de hombros—. No hay razón para castigar a nadie por hacer lo correcto.

Sara se dio cuenta de que Will estaba enfadado, pero seguía sin decir nada. Ni siquiera parecía indignado. Se limitó a meterse las manos en los bolsillos y a apoyarse sobre la encimera. Ella nunca había tenido una discusión con él. En ese momento no estaba segura de si alguna vez la tendría, pero de ser así sería una completa inutilidad.

Faith, por su parte, no parecía darse cuenta de los detalles que faltaban en la historia que les había contado Amanda, pero, teniendo en cuenta que sus niveles de azúcar habían estado subiendo y bajando como un ascensor durante los últimos días, resultaba hasta extraño que pudiese estar levantada. Por eso pensó que no la había entendido bien cuando dijo:

—Me dejaron un dedo suyo debajo de la almohada.

Amanda ni se inmutó.

—¿Dónde lo tienes?

—En el armario del botiquín. —Faith se llevó la mano a la boca, como si fuese a vomitar. Sara dio un salto para coger el cubo de basura, pero Faith le hizo un gesto indicándole que no hacía falta—. Estoy bien. —Respiró profundamente varias veces mientras Sara cogía un vaso del armario y lo llenaba de agua.

Faith se tomó el agua con ansiedad, emitiendo los ruidos típicos de la garganta al tragar.

Sara volvió a llenar el vaso y se lo puso delante. Se apoyó en la encimera y observó a Faith. Will estaba a un par de metros de ella, con las manos metidas en los bolsillos. Notó la distancia que había entre ellos.

Faith tomó un sorbo de agua antes de proseguir.

—Intentaron coger a Jeremy. Lo envíe con mi hermano, y a Emma también. Luego fui al supermercado y un tipo me arrinconó en el aseo.

—¿Qué aspecto tenía? —preguntó Amanda.

Faith dio una descripción detallada de su altura, su peso, su ropa y su forma de hablar.

—Creo que era hispano, pero tenía los ojos azules. —Miró a Sara y preguntó—: ¿Eso es normal?

—No mucho, pero tampoco es raro —contestó ella—. Los españoles ocuparon México. Algunos se casaron con nativos americanos. No todos los mexicanos tienen la piel oscura y el pelo moreno. Algunos son rubios y con la piel blanca. Y algunos tienen los ojos azules o verdes. Es un gen recesivo, pero aparece de vez en cuando.

—¿Tenía los ojos azules? —preguntó Amanda.

Faith asintió.

—¿Tatuajes?

—Una serpiente en la nuca.

Ahora fue Amanda la que asintió.

—Podemos intentar localizarlo. Podemos hacernos con una lista de muchachos hispanos de entre dieciocho y veinte años que tengan los ojos azules. —Pareció recordar algo—. No hemos tenido suerte en los salones de tatuaje. Quien le tatuó el arcángel San Gabriel a Marcellus Estévez, o bien trabaja fuera del estado, por su cuenta, o bien no quiere hablar.

—Me resultaba familiar —dijo Faith—. Pensé que quizá le había arrestado, pero él me dijo que no.

—Estoy segura de que te dijo la verdad. —Amanda sacó su BlackBerry y empezó a escribir mientras hablaba—. Revisaremos tus casos. Conozco a alguien en la policía que puede echarles un vistazo, a los que te ocuparon antes de que empezaras a trabajar con nosotros.

—No creo que encuentres nada. —Faith se frotó las sienes—. Tendrá la edad de Jeremy. Puede que él le conozca. Quizás hayan ido a la escuela juntos. No sé.

Amanda terminó de enviar el mensaje.

—¿Le has preguntado a Jeremy?

Faith asintió.

—Le di su descripción anoche, pero me dijo que no conocía a nadie con ese aspecto, al menos que recordara.

—¿Te acuerdas de algo más? —preguntó Will.

Había algo más, pero Faith se mostró reticente.

—Es algo estúpido —dijo mirando a Sara—. Mi nivel de azúcar puede que me haya hecho alucinar.

—¿A qué te refieres? —preguntó Sara.

—Me pareció… —Movió la cabeza—. Es una estupidez, pero el cajón de la cubertería estaba mal colocado. No creo que importe.

—Continúa —dijo Sara—. ¿Qué le pasaba al cajón?

—Los tenedores estaban del revés. Y las cucharas. Y los bolígrafos los habían puesto en otro cajón. Yo siempre los pongo en el mismo sitio. Luego fui al salón y las bolas de nieve estaban todas mirando a la pared. Siempre las pongo al revés, y soy muy cuidadosa con ellas, porque eran de mi padre. Les quito el polvo todas las semanas, y no dejo que Jeremy las toque. Y Zeke ni siquiera se acerca a ellas. No sé. Puede que yo las cambiase la noche anterior y no lo recuerde. Puede que sólo pensase que estaban al revés, pero recuerdo haberlas puesto bien, por tanto… —Se llevó las manos a la cabeza—. No he podido pensar con claridad desde que empezó todo esto, y ya no sé qué es real y qué no. ¿Podría estar alucinando?

—Tu nivel de azúcar ha sido muy variable —dijo Sara—, pero no señala ningún trastorno metabólico. Aunque has estado sometida a un fuerte estrés, no estás deshidratada. ¿Te sientes como si estuvieses resfriada o tuvieses una infección? —Faith negó con la cabeza—. Puedes estar confusa, incluso paranoica, lo cual es comprensible, pero no creo que hayas alucinado. —Sara sintió la necesidad de decirlo—: Darle la vuelta a las bolas de nieve parece más un gesto de un niño tratando de llamar la atención. ¿Estás segura de que no fue tu hijo quien lo hizo?

—No le he preguntado. Me da vergüenza incluso hablar de eso. Estoy segura de que no tiene importancia.

Amanda movía la cabeza.

—Jeremy no haría tal cosa, especialmente con lo que está pasando. No creo que quisiera causarle más estrés a su madre. Tiene casi veinte años, y es demasiado maduro para ese tipo de cosas.

—Puede que lo haya imaginado —dijo Faith—. ¿Por qué esa gente le iba a dar la vuelta a las bolas de nieve? —Luego, recordando, añadió—: Y aflojaron las bombillas.

Amanda suspiró.

—No importa, Faith. Ahora lo importante es que tenemos que elaborar un plan. —Miró su reloj—. Son casi las siete. Tenemos que ponernos a pensar.

—Will tiene razón —dijo Faith—. Están vigilando la casa de mi madre, y también la mía. Si llamamos a la policía…

—No tengo la más mínima intención de cometer tal estupidez —interrumpió Amanda—. Aún no sabemos si Chuck Finn está implicado o no. —Faith abrió la boca para protestar, pero Amanda le cogió la mano para que se callase—. Sé que crees que a Chuck le incitaron para meterse en todo ese embrollo, mientras que los demás lo hicieron por su cuenta, pero la culpa es de todos. Él cogió dinero, se lo gastó, confesó sus delitos y ahora está libre con una adicción muy grave que cuesta mucho dinero. Recuerda también que tiene amigos en la policía de Atlanta; por otro lado, si no los tiene, podría disponer de dinero para comprarlos. Sé que no te gusta que diga esto, pero estoy segura de que, o bien le habló del dinero a Hironobu Kwon, o bien es él quien tira de los hilos de esa nueva banda de jóvenes.

—A mí no me parece cosa de Chuck —dijo Faith.

—Quedarse con el dinero incautado tampoco parecía muy propio de él, pero así fue. —Dirigiéndose a Will le dijo—: Has mencionado el lugar estratégico en casa de Roz Levy. No creo que se pongan allí. Les pegaría un tiro nada más poner un pie en su propiedad.

—Es cierto —dijo Faith—. La señora Levy vigila la calle como un halcón.

—Salvo cuando a la vecina de al lado le disparan o la secuestran —añadió Will.

Amanda ignoró la observación.

—Lo importante, Will, es que podemos utilizar ese sitio con tanta facilidad como los secuestradores. A menos que te metamos en una enorme caja, debemos buscar la forma de que tú y tu rifle estéis en el garaje de Roz Levy, y sin que te vean. —Miró a Faith—. ¿Estás segura de que no te han seguido hasta aquí?

Ella negó con la cabeza.

—He tenido mucho cuidado. Nadie me ha seguido.

—Buena chica —dijo Amanda. Se encontraba de nuevo en su elemento, disfrutando casi con lo que tenía entre manos—. Debo hacer algunas llamadas para averiguar qué está ocurriendo en casa de Evelyn. Esos tipos no habrían sugerido que se realizase allí el intercambio si creyesen que la Unidad Criminalista de Atlanta estuviese trabajando. Veremos si Charlie puede hacer algunas averiguaciones. Si de esa forma no consigo nada, conozco a algunas personas en la Zona Seis que me deben algunos favores y a las que les encantaría enseñarles a esos niñatos cómo se hacen las cosas. ¿Doctora Linton?

—¿Sí? —dijo Sara, sorprendida.

—Gracias por su tiempo. Confío en que no hablará con nadie de esta reunión.

—Por supuesto que no.

Faith se levantó detrás de Amanda.

—Gracias —dijo—. Una vez más.

Sara le dio un abrazo.

—Ten cuidado.

Will fue el siguiente. Le tendió la mano.

—Doctora Linton.

Sara miró hacia abajo, preguntándose si no estaba teniendo una de las alucinaciones de las que le había hablado Faith. Le estaba estrechando la mano para despedirse.

—Gracias por su ayuda. Lamento la interrupción de esta mañana —dijo.

Faith murmuró algo que Sara no consiguió oír.

Amanda abrió el armario. Sara dedujo que la sonrisa que tenía en el rostro no se debía a que se alegraba de ver su abrigo.

—Conozco a muchos vecinos de Evelyn. La mayoría de ellos están jubilados, y creo que, salvo la vieja mandona que vive al otro lado de la calle, nos permitirán utilizar sus casas. Necesitaré algún dinero al contado. Creo que podemos conseguirlo, pero vamos muy apurados de tiempo. —Se puso el abrigo—. Faith, tendrás que irte a casa y esperar hasta que te avisemos. Imagino que, en algún momento, necesitaremos que vayas a un banco o dos. Will, vete a casa y cámbiate de camisa. El cuello está descosido y te falta un botón. Y, mientras tanto, te recomiendo que pienses en algún caballo de Troya o inventes un plan para camelarte a Roz Levy. Hace una hora estaba dispuesta a denunciar a Faith. Sólo Dios sabe qué mosca le ha picado esta mañana.

—Sí, señora.

Sara les abrió la puerta. Amanda fue hacia al ascensor. Will, siempre caballeroso, dejó que Faith pasase delante.

Sara cerró la puerta detrás de Faith.

—Un mo… —empezó Will, pero ella le puso el dedo en los labios.

—Cariño, sé que tienes trabajo, y que es peligroso, pero, pase lo que pase, no se puede comparar con lo que te sucederá si me vuelves a estrechar la mano después de lo que me hiciste anoche. ¿De acuerdo?

Will tragó saliva.

—Llámame después.

Sara le dio un beso de despedida y le abrió la puerta para que saliese.