FAITH ESTABA MÁS CERCA DE UNA crisis nerviosa de lo que había estado nunca antes. Los dientes le seguían rechinando, a pesar del sudor que le corría por todo el cuerpo. Había vomitado el desayuno y se tuvo que obligar a almorzar. La cabeza le martilleaba tanto que el dolor le llegaba hasta los ojos. Su nivel de azúcar estaba muy por debajo y tuvo que llamar a la oficina de su médico para saber qué hacer. La amenazaron con internarla en el hospital si no lograba controlarlo. Faith les había prometido que volvería a llamar, luego fue al cuarto de baño, puso el agua caliente lo más caliente que pudo y estuvo llorando durante media hora.
Una y otra vez, le pasaban los mismos pensamientos por la cabeza, como si fuesen neumáticos abriendo un surco en una carretera de grava. Habían estado en su casa, habían tocado sus cosas y las de Jeremy. Sabían su fecha de nacimiento, las escuelas a las que había asistido, lo que le gustaba y lo que no. Lo habían planeado todo hasta el más mínimo detalle.
La amenaza era como una sentencia de muerte. «Cierra la boca y abre los ojos». Faith no podía abrir más los ojos ni cerrar más sus labios. Había registrado la casa dos veces. Constantemente miraba su teléfono, sus mensajes de correo electrónico, la página de Facebook de Jeremy. Eran las tres de la tarde. Llevaba casi diez horas en la casa, encerrada como un animal enjaulado.
Y seguía sin saber nada.
—Hola, mamá.
Jeremy entró en la cocina. Faith estaba sentada a la mesa, mirando al jardín trasero, donde el detective Taylor y el Pelirrojo hablaban seriamente entre ellos. Por sus gestos de aburrimiento, dedujo que esperaban que su jefe les dijese que podían volver a su trabajo. Por lo que respecta al caso, creían que había llegado a un punto muerto. Habían transcurrido demasiadas horas, y nadie se había puesto en contacto. Por su mirada dedujo lo que pensaban: creían que Evelyn Mitchell estaba muerta.
—¿Mamá?
Faith acarició el brazo de Jeremy.
—¿Qué sucede? ¿Se ha despertado Emma?
La niña había dormido demasiado la noche anterior, y estaba un poco caprichosa e irritable. Había llorado casi una hora entera antes de la siesta.
—Está bien —respondió Jeremy—. Voy a salir a dar un paseo. A tomar un poco el aire.
—No —respondió Faith—. No quiero que salgas de casa.
Por la expresión en el rostro de Jeremy se dio cuenta de lo tajante que había sido.
Le apretó el brazo.
—Quiero que te quedes aquí, ¿de acuerdo?
—Estoy harto de estar encerrado.
—Y yo también, pero prométeme que no saldrás de casa. —Jugó con sus emociones—. Ya tengo bastante con preocuparme de la abuela. No quiero tener que preocuparme de ti también.
—De acuerdo —respondió de mala gana el chico.
—Haz algo con tu tío Zeke. Juega a las cartas.
—Pone mala cara siempre que pierde.
—Igual que tú.
Faith le hizo señas para que se marchase de la cocina, pero siguió sus pasos a través de la casa, escuchando los crujidos de las tablas de madera de las escaleras que subían hasta su habitación. Debería poner a Zeke a trabajar en su lista de chapuzas. Eso, por supuesto, implicaba tener que hablar con él, y Faith estaba haciendo todo lo posible por evitarle. Afortunadamente, él parecía hacer lo mismo, y llevaba tres horas en el garaje, trabajando con su portátil.
Se levantó de la mesa y empezó a ir de un lado para otro con la esperanza de agotar su energía. No tardó mucho. Se inclinó sobre la mesa y le dio al teclado de su portátil para que se encendiese. Volvió a meterse en la página de Facebook de Jeremy.
La rueda de colores empezó a girar. Jeremy estaba probablemente jugando a algún juego en la planta de arriba, cosa que hacía que la conexión fuera más lenta.
Sonó el teléfono y se sobresaltó. Lo hacía siempre que oía algún ruido inesperado. Estaba tan nerviosa como un gato en alerta. La puerta trasera se abrió. El Pelirrojo esperó mientras respondía a la llamada. Por su expresión cansada, dedujo que pensaba que eso no sólo era inútil, sino algo muy por debajo de su talento.
Se puso el auricular en el oído.
—¿Dígame?
—Faith.
Era Víctor Martínez. Le hizo una señal al Pelirrojo para que se marchase.
—Hola.
—Hola.
Una vez acabados los saludos, ninguno de los dos se sentía capaz de hablar. No había hablado con Víctor desde hacía trece meses, desde que le escribió un mensaje diciéndole que sacase sus cosas de la casa o se las dejaría en la calle.
Víctor rompió el silencio.
—¿Se sabe algo de tu madre?
—No, nada.
—Han pasado veinticuatro horas, ¿no?
No le salían las palabras. Víctor tenía la costumbre de recalcar lo obvio, y su afición por las películas de crímenes implicaba que sabía tan bien como Faith que el tiempo estaba en su contra.
—¿Se encuentra bien Jeremy?
—Sí. Gracias por traerle a casa ayer. Y por quedarte con él. Por cierto, ¿no viste nada raro cuando estuviste aquí? ¿Nadie merodeando por la casa?
—Por supuesto que no. Se lo habría dicho a la policía.
—¿Cuánto tiempo llevabas aquí antes de que llegasen?
—No mucho. Tu hermano llegó una hora después y me marché.
Estaba tan cansada que tuvo que hacer grandes esfuerzos para calcular el tiempo. Los secuestradores de Evelyn no habían dudado. Habían ido a su casa justo después de estar en la de Evelyn. Conocían el sitio lo bastante bien como para subir las escaleras y poner el dedo debajo de la almohada de Faith. Posiblemente, estaban vigilando la casa incluso antes de eso. Puede que hubiesen escuchado las llamadas de Faith, o que mirasen su agenda en el ordenador y supiesen que estaría fuera. No había nada en la casa que estuviese protegido con contraseñas, pues siempre se había sentido segura.
Faith no entendió algo que había dicho Víctor.
—¿Qué dices?
—Que tu hermano es un capullo.
—No es un momento fácil para él, Víctor —respondió Faith—. Nuestra madre ha desaparecido. Nadie sabe si está viva o muerta. Zeke lo dejó todo para estar con Jeremy. Lamento que fuese un poco grosero, pero es difícil ser simpático en estos momentos.
—Perdona. No debería haber dicho eso.
Su respiración volvió a agitarse. Trató de recuperar el control. Quería gritarle a alguien, pero no tenía por qué ser a Víctor.
—¿Me oyes?
Faith no pudo contenerse más.
—Sé que Jeremy te enseñó una foto de Emma.
Él se aclaró la garganta.
—Lo que estás pensando… —dijo ella poniendo los dedos sobre sus párpados cerrados— es cierto.
Víctor se quedó callado durante lo que pareció una eternidad.
—Es muy guapa —dijo finalmente.
Faith dejó caer la mano y miró al techo. Sus hormonas estaban tan fuera de control que cualquier nimiedad la hacía saltar. Se apoyó el teléfono en el hombro e intentó cargar de nuevo la página de Facebook de Jeremy.
—Me gustaría conocerla en cuanto todo esto acabe.
Faith observó la rueda dar vueltas en la pantalla mientras funcionaba el procesador. No podía imaginar a Víctor con Emma, sosteniéndola en sus brazos, acariciándole el pelo, diciendo que tenía sus mismos ojos color marrón claro. Ella sólo podía pensar en el presente, en cómo con cada segundo que pasaba había menos probabilidades de que Evelyn Mitchell viese a su nieta cumplir su primer año.
—Tu madre es una luchadora —dijo Víctor. Luego, casi compungido, añadió—: Como tú.
La página de Facebook terminó por cargarse. GoodKnight92 había enviado un comentario ocho minutos antes.
—Tengo que dejarte.
Faith colgó el teléfono. Puso la mano sobre el portátil. Miró las palabras que había en la pantalla. Le resultaban familiares.
Debes estar un poco agobiado. ¿Por qué no sales y tomas un poco el aire?
Habían contactado con Jeremy una vez más, y su hijo, su pequeño, había estado dispuesto a salir por la puerta y poner su vida en riesgo con tal de que regresase su abuela.
Faith levantó la voz:
—¿Jeremy?
Esperó. No oyó sus pasos en la planta de arriba ni el crujido de las tablas de madera.
—¿Jeremy? —volvió a llamar mientras entraba en el salón. Pasó una eternidad. Se agarró a la parte de atrás del sofá para no caerse. Su voz tembló, aterrorizada—. ¡Jeremy!
Su corazón se detuvo al sentir retumbar unos pasos en la planta de arriba, pero era Zeke, que, desde el descansillo, respondió:
—Dios santo, Faith, ¿qué pasa?
Ella apenas podía hablar.
—¿Dónde está Jeremy?
—Le dije que podía salir a dar un paseo.
El Pelirrojo entró desde la cocina, con una expresión de desconcierto en el rostro. Antes de que pudiera decir nada, Faith cogió la pistola de su funda y salió de la habitación. No recordó abrir la puerta o recorrer la entrada. Hasta que estuvo en medio de la calle no se detuvo. Vio una figura delante, a punto de torcer la esquina de la siguiente calle. Era una figura alta, desgarbada, con los pantalones vaqueros holgados y una camiseta amarilla de la Universidad de Georgia.
—¡Jeremy! —gritó. Un coche se detuvo en la intersección, a escasos metros de su hijo—. ¡Jeremy! —Él no la oyó. Se dirigió hacia el coche.
Faith corrió todo el trayecto, con los brazos balanceándose y los pies descalzos resonando sobre la acera. Llevaba el arma tan bien sujeta en la mano que parecía una prolongación de su cuerpo.
—¡Jeremy! —gritó. Él se dio la vuelta. El coche estaba delante del chico. Era de color oscuro, de cuatro puertas, un nuevo modelo de Ford Focus con un borde cromado. Alguien bajó la ventanilla. Jeremy se acercó al coche y se inclinó para mirar en el interior—. ¡Aléjate del coche! —gritó Faith—. ¡Aléjate del coche!
El conductor estaba inclinado hacia Jeremy. Faith vio a una adolescente detrás del volante, boquiabierta y obviamente aterrorizada por la mujer enloquecida y armada que corría por la calle. El coche emprendió la marcha cuando Faith llegó a la altura de su hijo. Chocó con él y estuvo a punto de derribarle.
—¿Qué haces? —preguntó Faith apretándole tanto el brazo que sus dedos le hicieron daño.
Jeremy se apartó, frotándose el brazo.
—¿Qué pasa, mamá? La chica estaba perdida y me estaba preguntando por una dirección.
Faith estaba mareada por el miedo y la adrenalina. Se inclinó y puso las manos sobre las rodillas. Tenía la pistola a un lado, al igual que el Pelirrojo, que le quitó el arma.
—Agente Mitchell, eso no ha estado bien.
Sus palabras la hicieron estallar de rabia.
—¿No ha estado bien? —Le propinó un golpe en el pecho con la palma de la mano abierta—. ¿Qué no ha estado bien?
—Agente. —Su tono de voz indicaba que se estaba comportando como una histérica, lo cual sólo sirvió para incrementar aún más su cólera.
—¿Por qué ha dejado que mi hijo salga solo a la calle cuando se supone que deben cuidar de él? ¿Ha estado eso bien? —Lo empujó de nuevo—. ¿Qué hacéis tú y tu compañero tocándoos las pelotas mientras mi hijo se marcha? ¿Está eso bien?
El Pelirrojo levantó las manos, dándose por vencido.
—Faith —dijo Zeke. No se había dado cuenta de que su hermano se había acercado, quizá porque, por una vez en su vida, no estaba metiendo cizaña—. Vamos a casa.
Ella alargó la mano en dirección a Jeremy, con la palma abierta.
—Dame el iPhone.
Jeremy la miró consternado.
—¿Por qué?
—Dámelo.
—Tengo todos mis juegos ahí.
—Me da igual.
—¿Qué voy a hacer?
—Leer un libro —gritó—. Quiero que estés desconectado. ¿Me entiendes? No hay Internet que valga.
—Dios santo. —Jeremy miró a su alrededor, buscando apoyo, pero a Faith no le importaba si el mismísimo Dios bajaba y le decía que dejase a su hijo en paz.
—Te ataré con una cuerda a mi cintura si hace falta —le amenazó.
Jeremy se dio cuenta de que no bromeaba, pues ya lo había hecho anteriormente.
—No es justo —respondió poniendo el móvil en la mano de Faith.
Ella lo habría estrellado contra el suelo y lo habría aplastado de no ser por lo mucho que costaba.
—No hay Internet —repitió Faith—. Ni llamadas. No hay comunicación de ninguna clase. Te quedas en casa, ¿lo entiendes?
El chico empezó a caminar de regreso a casa, dándole la espalda, pero Faith no estaba dispuesta a darse por vencida tan fácilmente.
—¿Me has entendido?
—¡Sí, te he entendido! ¡Dios santo!
El Pelirrojo guardó la pistola en su funda, ajustando los cierres como si fuese un líder altanero. Empezó a caminar detrás de Jeremy. Faith cojeaba detrás de ellos, ya que tenía los pies maltrechos por el asfalto. Zeke estaba a su lado. Su hombro le rozaba. Faith se preparó para que le metiese una bronca, pero afortunadamente guardó silencio mientras subían por la calle y entraban en casa.
Faith tiró el iPhone de Jeremy encima de la mesa de la cocina. No le extrañaba que quisiese salir; esa casa empezaba a parecerse a una prisión. Se dejó caer pesadamente en la silla. ¿En qué estaba pensando? ¿Cómo podían estar seguros en ese lugar? Los secuestradores de Evelyn conocían la distribución de la casa. Obviamente, se habían fijado en Jeremy. Cualquiera podría haber estado en ese coche, haber bajado la ventanilla, haberle apuntado a la cabeza y haberle disparado. Podría haber muerto en medio de la calle y ella no se habría enterado de nada hasta que esa maldita página de Facebook no le hubiese dicho que algo había sucedido.
—Faith. —Su tono le indicaba que no era la primera vez que Zeke la llamaba—. ¿Qué te sucede?
Ella cruzó los brazos a la altura del estómago.
—¿Dónde te alojas? No estabas durmiendo en casa de mamá. Habría visto tus cosas.
—En Dobbins.
Debería haberlo imaginado. A Zeke siempre le había gustado el anonimato del alojamiento que le proporcionaba la base, aunque la Reserva Aérea de Dobbins estuviese a una hora en coche del hospital donde estaba prestando servicio.
—Necesito que me hagas un favor.
Zeke se mostró escéptico.
—¿Cuál?
—Quiero que te lleves a Jeremy y a Emma a la base. Hoy. Ahora mismo. —La policía de Atlanta no podía proteger a su familia, pero las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos sí podían hacerlo—. No sé por cuánto tiempo, pero necesito que se queden en la base y que no les dejes salir hasta que yo te lo diga.
—¿Por qué?
—Porque necesito saber que están a salvo.
—¿A salvo de qué? ¿Qué estás planeando?
Faith miró al jardín trasero para asegurarse de que no la escuchaban. El Pelirrojo la miró, con la mandíbula tensa. Ella le dio la espalda.
—Necesito que confíes en mí.
Zeke soltó una carcajada.
—¿Por qué iba a hacer tal cosa?
—Porque sé lo que hago. Soy agente de policía y me entrenaron para hacer este tipo de cosas.
—¿Qué cosas? ¿Salir corriendo a la calle, descalza, como si te hubieses escapado de un manicomio?
—Voy a conseguir que mamá vuelva. No me importa si me matan. Voy a hacer que vuelva.
—¿Tú y quién más? —respondió Zeke mofándose—. ¿Vas a llamar a la tía Mandy para que les manche con su lápiz de labios?
Faith le propinó un puñetazo en la cara. Zeke parecía más sorprendido que dolorido. Ella pensó que se había roto los nudillos, pero, aun así, sintió cierta satisfacción cuando vio que un hilillo de sangre le corría por el labio superior.
—¿A qué viene eso?
—Necesitarás mi coche. No puedes poner la sillita de Emma en el Corvette. Te daré dinero para la gasolina y la comida, y…
—Espera.
Su voz sonó amortiguada por su mano, ya que se estaba tocando el puente de la nariz para ver si se lo había roto. Miró a Faith, la miró por primera vez desde que ella había entrado en casa. Le había pegado antes, le había quemado con una cerilla, le había golpeado incluso con una percha, pero era la primera vez que la violencia parecía funcionar entre ellos.
—De acuerdo —dijo Zeke. Utilizó el tostador para mirarse. No tenía la nariz rota, pero le estaba saliendo un profundo moratón debajo del ojo—. Pero no me llevaré tu Mini. Ya voy a hacer bastante el ridículo con esto.