Capítulo tres

WILL SE TOCÓ EL CUELLO DE la camisa. El vehículo de mando era un horno, repleto de tantos trajes y uniformes que apenas quedaba espacio para respirar. El ruido también era insoportable, pues no paraban de sonar los teléfonos ni las BlackBerry. Los monitores de ordenador mostraban imágenes en directo de los tres canales de noticias locales. A esa cacofonía había que sumarle a Amanda Wagner, que llevaba los últimos quince minutos gritándoles a los tres comandantes de zona que estaban en la escena. El jefe de policía de Atlanta estaba de camino, así como el director del GBI. El concurso por la disputa jurisdiccional se iba a intensificar.

Entre tanto, realmente, no había nadie trabajando en el caso.

Will empujó la puerta para abrirla. La luz entró en el oscuro interior. Amanda dejó de gritar durante unos segundos, pero luego volvió de nuevo a la carga cuando él cerró la puerta. Will inspiró profundamente un poco de aire fresco, contemplando la escena desde la parte de arriba de la escalera de metal. En lugar de la intensa y habitual actividad que seguía a un crimen espeluznante, todo el mundo iba de un lado para otro esperando órdenes. Había inspectores sentados en sus coches camuflados mirando sus mensajes de correo electrónico. Seis coches de patrulla bloqueaban cada extremo de la calle. Los vecinos miraban boquiabiertos desde el porche de sus casas. La furgoneta de la brigada criminalística de la policía de Atlanta estaba allí, así como la del GBI. El camión de bomberos aún estaba detenido delante de la casa de los Mitchell. Los sanitarios fumaban sentados en el parachoques trasero de sus ambulancias. Había varios oficiales uniformados apoyados sobre los vehículos de emergencia, pasando el rato y fingiendo no preocuparse por lo que pasaba en el centro de mando.

Todos miraron a Will cuando bajaba por la calle. Fruncieron el ceño, se cruzaron de brazos, alguien musitó una maldición y hubo quien escupió en la acera.

Will no tenía muchos amigos en la policía de Atlanta.

El ambiente era tan tenso que se podía cortar con un cuchillo. Will levantó la mirada. Dos helicópteros de los canales de televisión sobrevolaban la escena del crimen. No estarían solos por mucho tiempo. Cada diez minutos pasaba un helicóptero de las fuerzas especiales. Habían montado una cámara de infrarrojos en el morro de la aeronave. La cámara podía ver a través de los bosques más espesos y los tejados; podía detectar cuerpos de sangre caliente y dirigir la búsqueda de los delincuentes. Era un instrumento sorprendente, pero completamente inútil en una zona residencial como aquélla, en la que, en cualquier momento, había miles de personas yendo de un lado para otro sin cometer ningún delito. Con suerte podrían detectar formas de un rojo brillante sentadas en sus sofás viendo la televisión, las cuales, a su vez, verían el helicóptero de las fuerzas especiales revoloteando por encima.

Will miró entre la multitud, buscando a Sara, deseando que apareciese. Si hubiese tenido tiempo de pensar cuando Amanda se detuvo en la calle, le habría dicho que los acompañase. Debería haber anticipado que Faith necesitaría ayuda. Era su compañera, y se suponía que debía cuidar de ella, cuidarle las espaldas. Ahora, sin embargo, era demasiado tarde.

No sabía cómo Amanda se había enterado tan rápidamente del tiroteo, pero llegaron a la escena del crimen quince minutos después de que se hiciera el último disparo. El cerrajero acababa de abrir el cobertizo. Faith había estado yendo de un lado para otro como un animal enjaulado mientras esperaba que liberasen a su hija, y siguió haciendo lo mismo hasta mucho después de tener a Emma en brazos. Nada más ver a Will, Faith empezó a balbucear, hablando sobre la vecina del jardín trasero, la señora Johnson, su hermano Zeke, el cobertizo que había construido su padre cuando eran niños y otras muchas cosas que carecían por completo de sentido.

Al principio, Will pensó que estaba en shock, pero las personas que están en ese estado no van de un lado para otro gritando como lunáticos. Su presión sanguínea desciende tan rápidamente que, por lo general, no pueden estar de pie. Jadean como perros, miran al vacío, hablan con lentitud, y no con tanta rapidez que apenas se les entiende. Algo más estaba afectando a su comportamiento, pero no sabía si era una crisis nerviosa, la diabetes que padecía o qué.

Para colmo, en ese momento había unos veinte policías alrededor que sabían exactamente qué le sucedía a una persona cuando había vivido una experiencia tan traumática, pero Faith no se ajustaba a ninguno de sus perfiles. No estaba llorando, ni temblando, ni enfadada, tan sólo fuera de control. Nada de lo que decía parecía razonable. No podía explicar lo sucedido. No podía conducirlos por la escena del crimen y explicarles el derramamiento de sangre. Era completamente inútil hablar con ella, porque las respuestas que daba carecían por completo de sentido.

Fue entonces cuando uno de los agentes comentó que podía estar ebria, y cuando otro se ofreció voluntario para traer el alcoholímetro del coche.

Amanda intervino de inmediato. Se llevó a Faith al jardín de enfrente, llamó a la puerta de la vecina —no a la de la señora Johnson, la cual tenía un cadáver en el jardín trasero, sino a la de una anciana, la señora Levy— y prácticamente le ordenó que dejase entrar a Faith para que pudiera serenarse.

Para entonces ya había llegado la unidad móvil de mando. Amanda se había dirigido directamente a la parte trasera del vehículo y empezó a exigir que le diesen el caso al GBI. Sabía que no podía ganar la contienda territorial con los comandantes de zona. Por ley, el GBI no podía hacerse fácilmente con un caso y decir que era suyo. El forense, el fiscal del distrito o el jefe de policía solían pedirle ayuda al estado, pero sólo cuando no habían logrado resolver un caso, no querían gastar dinero o carecían de personal para seguir las pistas. La única persona que podía quitarle el caso a la policía de Atlanta era el gobernador, pero cualquier político del estado le habría dicho que no era una idea muy aconsejable. Amanda había empezado a chillar para impresionar, pues no era una persona que gritase cuando se enfadaba, sino todo lo contrario. Su voz adquiría un tono muy comedido, parecido a un murmullo, tanto que a veces había que aguzar el oído para oír los insultos que soltaba por la boca. Ahora lo que pretendía era ganar tiempo. Ganar tiempo en favor de Faith.

A los ojos de los agentes de la policía de Atlanta, Faith ya no era una policía, sino una testigo, una sospechosa. Era la persona en cuestión, y querían hablar con ella sobre los hombres que había matado y las razones por las que su madre había sido secuestrada. La policía de Atlanta no estaba formada por un puñado de palurdos. Se les consideraba uno de los mejores cuerpos de seguridad del país. Si no fuese porque Amanda les estaba gritando, ya tendrían a Faith en la comisaría y la estarían interrogando como si fuese una terrorista y estuvieran en Guantánamo.

Will no podía culparlos. Sherwood Forest no era el tipo de vecindario donde se esperaba que hubiese una masacre una bonita tarde de sábado. Ansley Park estaba a escasa distancia. En esa zona se encontraba el ochenta por ciento de los ingresos por el impuesto de propiedad; casas de millones de dólares con pistas de tenis y habitaciones lujosas para las canguros. Los ricos no eran ese tipo de personas que se quedaban con los brazos cruzados sin buscar un culpable cuando algo malo sucedía. Alguien tenía que responsabilizarse. Si Amanda no encontraba una forma de evitarlo, esa persona sería Faith. Y Will no sabía qué podía hacer.

El inspector Leo Donnelly se acercó, arrastrando los pies por el asfalto. Un cigarrillo le colgaba de la comisura del labio. El humo se le metió en el ojo, pero parpadeó para echarlo fuera.

—No me gustaría oírla chillar en la cama —dijo.

Se refería a Amanda. Seguía gritando, aunque apenas se podían distinguir sus palabras a través de las puertas cerradas.

Leo continuó.

—Aunque puede que valiese la pena. Las viejas se convierten en tigresas en la cama.

Will evitó estremecerse, no porque Amanda ya tuviera más de sesenta años, sino porque Leo estaba considerando seriamente esa posibilidad.

—Sabe que no va a salirse con la suya, ¿verdad?

Will se apoyó en uno de los coches patrulla. Leo había sido el compañero de Faith durante seis años, pero ella había hecho casi todo el trabajo sucio. Leo, que tenía cuarenta y ocho años, no era ningún viejo, pero llevaba muchos años en la policía. Tenía la piel amarilla porque el hígado no le funcionaba bien, y había padecido cáncer de próstata, aunque el tratamiento había surtido efecto. No es que fuese mal tío, pero era muy vago, lo que no habría revestido importancia si fuese un vendedor de coches usados, pero era algo sumamente peligroso si eras policía. Faith se consideraba afortunada por haber podido librarse de él.

—No he visto un lío como éste desde la última vez que trabajé contigo —dijo Leo.

Will observó la escena: el murmullo del generador del puesto de mando se mezclaba con el zumbido metálico que procedía de las furgonetas de televisión. Los policías yendo de un lado para otro con las manos en el cinturón. Los bomberos pasando el tiempo como podían. La completa y total inactividad. Decidió que debía hablar con Leo.

—¿De verdad? No me diga.

—¿Cómo se llama vuestro hombre del CSU? ¿Charlie? —dijo Leo asintiendo para sí mismo—. Ha conseguido entrar en la casa.

El agente especial Charlie Reed era el jefe de la Unidad Criminalística del GBI, y haría lo que fuese por ver la escena del crimen.

—Sabe lo que se hace —dijo Will.

—Como muchos —respondió Leo apoyándose contra el coche patrulla a medio metro de distancia de Will. Soltó un resoplido por la boca y añadió—: No sabía que Faith fuese una borracha.

—No lo es.

—¿Toma pastillas?

Will le echó la peor mirada que pudo.

—Ya sabes que tengo que hablar con ella.

Will no pudo evitar un tono de desdén.

—¿Usted lleva el caso?

—No te pases de listo.

Will no desperdició las palabras. A Leo le quedaba muy poco tiempo de andar metiendo las narices. En cuanto el jefe de policía de Atlanta llegase a la escena del crimen, le quitaría de en medio y formaría su propio equipo. Leo tendría suerte si le dejaban traer el café.

—Hablando en serio —dijo Leo—, ¿se encuentra bien Faith?

—Perfectamente.

Le dio la última calada al cigarrillo y lo tiró al suelo.

—La vecina está desquiciada. Casi matan a sus nietas.

Will trató de parecer imperturbable. Sabía algo de lo que había sucedido, pero no gran cosa. Los chicos del equipo táctico se habían aburrido después de pasar cinco minutos sin romper nada. Los detalles de la escena del crimen se habían filtrado gota a gota. Se habían encontrado dos cuerpos en la casa, y uno en el jardín trasero de la vecina. Faith llevaba dos armas encima, su Glock y una Smith & Wesson. Habían encontrado su escopeta en el suelo del dormitorio. Will dejó de prestar atención cuando oyó que un policía que acababa de llegar a la escena dijo que había visto a Faith con sus propios ojos y estaba tan borracha como una cuba.

Will, por su parte, sólo sabía dos cosas: que no sabía qué había ocurrido en la casa, y que Faith había hecho lo debido.

Leo se aclaró la garganta y soltó un escupitajo de flema en el asfalto.

—La abuelita Johnson dijo que había oído gritos en el jardín trasero. Miró por la ventana de la cocina y vio al tirador, un mexicano, apuntando directamente a sus nietas. Soltó un disparo que hizo saltar algunos ladrillos de la casa. Faith corrió hasta la valla y le disparó, salvando a las pequeñas.

Will sintió que se quitaba un peso de encima.

—Tuvieron suerte de que Faith estuviese allí.

—Tanta como ella de que su vecina sea una buena testigo.

Will intentó meterse las manos en los bolsillos, pero recordó tardíamente que llevaba puestos sus pantalones de deporte.

Leo se rio.

—Me gusta tu nuevo uniforme. Pareces el policía de Village People.

Will cruzó los brazos sobre el pecho.

—Los Texicanos —dijo Leo—. El tipo del jardín trasero es uno de ellos. Hemos visto que tiene tatuajes en el pecho y en los brazos.

—¿Y los otros dos?

—Asiáticos. No sé si pertenecen a alguna banda. Parece que no. Al menos no visten como si lo fueran, ni llevan tatuajes. —Leo se tomó su tiempo para encender otro cigarrillo. Soltó una bocanada uniforme de humo antes de continuar—: Scott Shepherd —dijo señalando a un joven de aspecto robusto vestido con el uniforme táctico— dice que tenía a su equipo preparado fuera de la casa esperando los refuerzos. Oyeron un disparo. Pensaron que era una situación con rehenes. Había una agente dentro, dos si se cuenta a Evelyn. El peligro era inminente, por eso derribaron la puerta. —Leo le dio otra calada al cigarrillo—. Scott vio a Faith de pie, en el vestíbulo, con las piernas separadas y apuntando con su Glock. Ella vio a Scott, pero no dijo nada y se limitó a entrar en el dormitorio. Fueron detrás de ella y encontraron a un tipo muerto tirado sobre la alfombra. —Leo se llevó un dedo a la frente y añadió—: Le había disparado entre los ojos.

—Tendría una buena razón para ello.

—Ojalá la supiese. No tenía ninguna pistola en la mano.

—Puede que la tuviese el otro hombre. El que salió corriendo al jardín trasero y disparó a las niñas.

—Tienes razón. Él llevaba una.

—¿Han encontrado alguna huella?

—Están en ello.

Will habría apostado su casa a que encontraban dos tipos de huellas, una del asiático y otra del mexicano.

—¿Dónde han encontrado al tercer hombre?

—En el cuarto de la colada. Tenía un tiro en la cabeza. Le han levantado la tapa de los sesos. Hemos sacado una bala del treinta y ocho de la pared.

—La Glock de Faith es del calibre cuarenta. ¿Acaso el S&W no es del calibre treinta y ocho?

—Sí —respondió Leo apartándose del coche—. No sabemos nada de la madre. Tenemos a varios equipos buscándola. Ella era jefe de la Brigada de Estupefacientes, pero imagino que eso ya lo sabrás, Ratatouille.

Will trató de no apretar la mandíbula. Lo único que se le daba bien a Leo era poner el dedo en la llaga. Por esa razón, los policías uniformados le ponían tan mala cara a Will. Todos sabían que él había sido la causa de que Evelyn Mitchell forzase su jubilación. Uno de los trabajos más odiosos que había desempeñado en el GBI era investigar a los policías corruptos. Cuatro años antes, encontró pruebas sólidas que culpaban a la brigada de estupefacientes de Evelyn. Seis inspectores habían acabado en prisión por apropiarse del dinero que incautaban en las redadas de drogas, así como por aceptar sobornos por mirar para otro lado, pero la capitán Mitchell salió impune y conservó su pensión y su reputación casi intactas.

—Dile a la chica que le doy diez minutos como mucho, pero luego tiene que dejarse de tonterías y hablar conmigo —dijo Leo acercándose—. He oído la llamada que hizo al centro. Le dijeron que permaneciese fuera de la casa. Tendrá que darme razones muy convincentes para explicar por qué entró.

Leo empezó a marcharse, pero Will le preguntó:

—¿Cómo parecía encontrarse?

Leo se dio la vuelta.

—¿Cómo se encontraba?

Como era de esperar, Leo no se lo había planteado. Lo hizo en ese momento, y rápidamente empezó a asentir con la cabeza.

—Quizás un poco asustada, pero lúcida, calmada y serena.

Will también asintió.

—Así suele comportarse Faith.

Leo dibujó una sonrisa, pero Will no supo si era de alivio o porque estaba desempeñando su papel de costumbre y haciéndose el listillo.

—Me gustan tus pantalones —dijo Leo dándole una palmada en el brazo—. Deberías dejar que los de la televisión enseñasen tus bonitas piernas.

Leo hizo una señal a los periodistas que estaban detrás de la cinta amarilla. Se apretujaron entre sí, pensando que iba a hacer alguna declaración. Luego se oyó un murmullo de protesta cuando le vieron alejarse. Los agentes que los mantenían a raya les hicieron retroceder a base de empujones. Will vio que no les importaba gran cosa controlar a la muchedumbre. Tenían los ojos fijos en el puesto de mando, como si esperasen alguna declaración de un superior. Los agentes estaban tan interesados como los periodistas en saber qué había sucedido, puede que incluso más.

La capitán Evelyn Mitchell había servido en la policía de Atlanta durante treinta y nueve años. Había empezado desde lo más bajo, como administrativa, y había ido ascendiendo a lectora de parquímetros y policía de tráfico, hasta que finalmente le dieron una pistola del veintidós y una placa que no estaba hecha de plástico precisamente. Formaba parte de un grupo que destacaba en todo: las primeras mujeres en patrullar solas, las primeras inspectoras. Evelyn fue la primera mujer que había ocupado el rango de teniente de la policía de Atlanta, y también la primera en desempeñar el cargo de capitán. Las razones por las que se había jubilado carecían de importancia, pues tenía más medallas y galardones que todos los policías que estaban presentes en la escena.

Will sabía desde hacía mucho tiempo que los agentes de policía mostraban una lealtad incondicional, y también que existía una jerarquía establecida en esa lealtad. Era como una pirámide en la que todos los policías del mundo estaban en la parte inferior y tu compañero en el vértice. Faith había pertenecido al Departamento de Policía de Atlanta desde que ingresó, pero se trasladó al GBI dos años antes, donde empezó a ser la compañera de Will, que no era precisamente el más popular del equipo. Leo aún podía estar de parte de Faith, pero en lo que respecta a los demás miembros del departamento había perdido su lugar en la pirámide. Especialmente desde que supieron que el primer agente que llegó a la escena, un novato joven y con mucho entusiasmo, estaba siendo operado porque Faith le había dado tal codazo en los testículos que se los había puesto de corbata.

Will vio que levantaban la cinta amarilla. Sara se había recogido el pelo y lo llevaba sujeto con una pinza en la parte de atrás de la cabeza. El traje de lino que tenía puesto parecía un poco desgastado. Llevaba un par de pantalones vaqueros doblados debajo del brazo. Al principio, Will pensó que parecía confusa, pero cuando se acercó vio que estaba molesta, incluso enfadada. Tenía los ojos enrojecidos y las mejillas encendidas.

Le dio los pantalones vaqueros a Will y le preguntó:

—¿Para qué me necesitas aquí?

Will la cogió del codo y la alejó de los periodistas.

—Es Faith.

Sara cruzó los brazos, manteniendo cierta distancia entre ellos.

—Si necesita atención médica, debes llevarla al hospital.

—No podemos —respondió Will tratando de no centrarse en la frialdad de su voz—. Está en la casa de la vecina. No tenemos mucho tiempo.

—En la radio he oído lo que ha pasado.

—Creemos que es un asunto de drogas, pero no se lo digas a nadie. —Will se detuvo y esperó hasta que ella le mirase—. Faith no está en sus cabales. Se encuentra confusa. Quieren hablar con ella, pero… —No sabía qué decir. Amanda le había pedido que llamase a Sara. Sabía que había estado casada con un policía, y asumía que su alianza no habría muerto con él—. Las cosas pueden ponerse muy feas para Faith. Ha matado a dos hombres, y han secuestrado a su madre. La van a presionar todo lo que puedan, por muchas razones.

—¿Se ha excedido?

—Ha sido una situación con rehenes. Las niñas de la vecina estaban en la línea de fuego —respondió Will sin darle más detalles—. Ha disparado a un hombre en la cabeza, y a otro en la espalda.

—¿Están bien las niñas?

—Sí, pero…

Las puertas traseras del puesto de mando se abrieron de golpe. El jefe Mike Geary, comandante de zona de Ansley y Sherwood Forest, bajó los escalones. Iba vestido con su áspero uniforme de poliéster azul marino que le quedaba muy apretado sobre su considerable barriga. Parpadeó al salir al sol, dejando entrever una profunda arruga en su bronceada frente. Al igual que la mayoría de los antiguos oficiales, llevaba el pelo gris cortado al estilo militar. Geary se puso el sombrero y se dio la vuelta para tenderle la mano a Amanda, pero algo le detuvo justo cuando iba a hacerlo, por lo que terminó dejándola caer antes de que ella pudiese apoyarse.

—Trent —ordenó—. Quiero hablar con su compañera inmediatamente. Vaya a buscarla. Tiene que venir con nosotros a comisaría.

Will miró a Amanda mientras ella se inclinaba sobre sus zapatos de tacón alto. Movía la cabeza, indicándole que no podía oponerse.

Para su sorpresa, fue Sara quien los salvó.

—Primero tengo que examinarla.

A Geary no le gustó que nadie se interpusiera.

—¿Y usted quién es?

—Soy traumatóloga del servicio de urgencias del Grady —respondió Sara, omitiendo hábilmente decir su nombre—. He venido para evaluar a la agente Mitchell y a asegurarme de que cualquier testimonio que dé sea admisible. —Inclinó la cabeza hacia un lado y añadió—: Estoy segura de que su política no es tomar declaración bajo coacción.

—No está bajo coacción —replicó toscamente Geary.

Sara enarcó una ceja.

—¿Ésa es su postura oficial? Odiaría tener que testificar que ha llevado a cabo un interrogatorio coactivo en contra del consejo médico.

La confusión superó el enfado de Geary. Normalmente, los médicos estaban dispuestos a ayudar a la policía, pero también podían interrumpir cualquier interrogatorio si creían que eso podía perjudicar a sus pacientes. Aun así, Geary lo intentó:

—¿Qué tipo de tratamiento necesita?

Sara no se amedrentó.

—No puedo saberlo hasta que no la evalúe. Puede estar en estado de shock. O herida. Puede que necesite ser hospitalizada. La podría trasladar al hospital ahora mismo y empezar a hacerle pruebas.

Sara se dio la vuelta para llamar a los sanitarios.

—Espere.

Geary soltó una maldición y se dirigió a Amanda:

—Se te dan muy bien las tácticas dilatorias, ¿verdad, directora adjunta?

Amanda respondió con una sonrisa que simulaba dulzura y encanto.

—Adoro que se reconozcan mis méritos.

—Quiero que se mande una muestra de su sangre a un laboratorio independiente para hacerle un examen toxicológico —ordenó Geary—. ¿Cree que podrá hacerlo, doctora?

—Por supuesto —respondió Sara.

Will la cogió del brazo y la condujo hasta la casa de la vecina. En cuanto vio que nadie los escuchaba, dijo:

—Gracias.

Una vez más, ella se apartó de él mientras subían por la entrada de la casa. Cuando llegaron al porche delantero, estaba a unos cuantos metros de distancia, aunque parecía un abismo. No era la misma Sara que había visto una hora antes. Puede que fuese la escena del crimen, aunque Will ya la había visto anteriormente en otra situación similar. Sara había sido médica forense en otro tiempo, y no se podía decir que no estuviese en su elemento. Will no sabía a qué se debía ese cambio. Había pasado toda la vida evaluando el estado de ánimo de otras personas, pero comprender los de esa mujer en particular le resultaba imposible.

La puerta se abrió y la señora Levy los miró a través de sus gruesas gafas. Llevaba un traje amarillo con el cuello deshilachado. Tenía un delantal blanco con una manada de gansos recorriendo el dobladillo atado a su delgada cintura. Se le salían los talones por las zapatillas amarillas que hacían juego con el traje. A pesar de tener más de ochenta años, su mente era lúcida y se veía que apreciaba a Faith.

—¿Es usted la doctora? Me dijeron que sólo dejase entrar a un médico.

—Sí, señora. Yo soy médica —respondió Sara.

—Una mujer muy guapa. Pase. Vaya día que hemos tenido.

La señora Levy se echó a un lado y abrió la puerta de par en par para que pudiesen entrar en el vestíbulo. Se la oía respirar a través de su dentadura postiza.

—He tenido más visitas hoy que en todo el año.

El salón estaba varios escalones por debajo y los muebles parecían tener tantos años como la casa. Había una moqueta amarillenta de esquina a esquina, y un sofá color mostaza con muchos cojines. El único mueble moderno era un sillón reclinable de esos que tienen una palanca para que sea más fácil sentarse y levantarse. La única luz que había en la habitación procedía del televisor. Faith estaba desplomada sobre el sofá, con Emma apoyada en el hombro. Toda aquella palabrería la había dejado exhausta, y parecía completamente ida. Will vio que se comportaba como era de esperar cuando supo que había estado involucrada en un tiroteo. Cuando estaba triste, solía ser una persona callada, pero su estado tampoco era muy normal. Estaba demasiado callada.

—Faith —dijo—. Ha venido la doctora Linton.

Faith miraba la enmudecida televisión y no respondió. En algunos aspectos, parecía sentirse peor que antes. Tenía los labios tan blancos como la piel. El sudor le daba a su rostro cierta luminiscencia. Tenía el pelo apelmazado, y respiraba débilmente. Emma ronroneó, pero Faith no parecía darse cuenta de nada.

Sara encendió la luz antes de arrodillarse delante de ella.

—¿Faith? ¿Puedes mirarme?

Faith seguía con la mirada fija en el televisor. Will aprovechó ese momento para ponerse los pantalones encima del pantalón de deporte. Notó un bulto en el bolsillo trasero y sacó la cartera y el reloj.

—¿Faith? —dijo Sara empleando un tono más elevado y firme—. Mírame.

Lentamente, miró a Sara.

—¿Me dejas que coja a Emma?

—Está durmiendo —respondió arrastrando las palabras.

Sara pasó las manos alrededor de la cintura de Emma y le quitó a la niña de encima del hombro.

—Qué grande se ha puesto. —Sara examinó a la niña, mirándole los ojos, los dedos de las manos y de los pies, y luego las encías—. Creo que está un poco deshidratada.

—Tengo un biberón preparado —dijo la señora Levy—, pero no me ha dejado dárselo.

—¿Le importaría dárselo ahora?

Sara le hizo una señal a Will para que se acercase y cogiese a Emma. Él se sorprendió de lo mucho que pesaba. La reclinó sobre su hombro. Su cabeza cayó contra su cuello como un saco de harina húmeda.

—¿Faith? —Sara le hablaba de forma sucinta, como si tratase de acaparar la atención de una anciana—. ¿Cómo te encuentras?

—La llevé al médico.

—¿Has llevado a Emma? —preguntó Sara mientras le sostenía el rostro con la mano—. ¿Qué te ha dicho?

—No sé.

—¿Puedes mirarme?

La boca de Faith se movió como si masticase chicle.

—¿Qué día es hoy, cariño? ¿Me puedes decir qué día de la semana es?

Faith echó para atrás la cabeza.

—No.

—Bueno, no te preocupes.

Sara le abrió uno de los párpados y le preguntó:

—¿Cuándo fue la última vez que comiste?

Faith no respondió. La señora Levy regresó con el biberón y se lo dio a Will, que acunó a Emma en su brazo para que pudiese beber.

—¿Faith? ¿Cuándo comiste por última vez?

Ella trató de apartar a Sara. Al ver que no lo conseguía, empujó más fuerte.

Sara siguió hablándole mientras le bajaba las manos.

—¿Esta mañana? ¿Has desayunado algo esta mañana?

—Aparta.

Sara se giró para hablarle a la señora Levy.

—Usted no es diabética, ¿verdad?

—No, doctora, pero mi marido sí. Falleció hace casi veinte años. Que Dios le bendiga.

Sara se dirigió a Will.

—Tiene una reacción a la insulina. ¿Dónde está su bolso?

La señora Levy interrumpió:

—No tenía ninguno cuando la trajeron. Quizás esté en el coche.

Sara se volvió a dirigir a Will.

—Debe tener un kit de emergencia en su bolso. Es de plástico. En uno de los lados pone «glucagón». —Hizo un esfuerzo por recordar—. Es ovalado, del tamaño de un estuche de pluma. Rojo brillante o naranja. Ve a buscarlo, por favor.

Will se llevó a la niña con él. Andando apresuradamente se dirigió a la puerta principal y salió al jardín. Los solares en Sherwood Forest eran más grandes de lo habitual, pero algunos eran más alargados y estrechos que anchos. Will pudo ver el cuarto de baño de Evelyn Mitchell desde el garaje de la señora Levy. Vio a un hombre de pie, en el largo pasillo. Una vez más se preguntó cómo es que la anciana no había oído el tiroteo en la casa de al lado. No era la primera persona que no quería verse involucrada, pero le sorprendía su reticencia.

Hasta que no estuvo a pocos metros del Mini no pensó que el coche de Faith formaba parte de la escena del crimen. Había dos policías de pie, al otro lado del automóvil, y cuatro más en el garaje. Will miró en el interior. Vio el estuche de plástico que Sara le había indicado, junto con otros objetos en el asiento del pasajero.

—Necesito coger una cosa del coche —les dijo a los agentes.

—Vete a la mierda —le respondió uno de ellos.

Will señaló a Emma, que estaba tomándose el biberón como si llevase una semana sin comer.

—Necesita el calmante. Le están saliendo los dientes.

Los agentes le miraron, y Will se preguntó si no habría metido la pata. Había cambiado pañales en el orfanato, pero no tenía ni idea de cuándo les salían los dientes a los bebés. Emma tenía cuatro meses, y lo único que comía venía de su madre o de un biberón. Por lo que sabía, aún no necesitaba masticar nada.

—Por favor —dijo Will levantando a Emma para que ellos pudiesen ver su sonrosada carita—. Es tan sólo un bebé.

—De acuerdo —cedió uno de ellos. Le dio la vuelta al coche, abrió la puerta y preguntó—: ¿Dónde está?

—Es ese objeto rojo de plástico que parece un estuche de pluma.

El policía no pareció notar nada raro. Cogió el kit y se lo dio a Will.

—¿Se encuentra bien?

—Sólo tenía sed.

—Me refiero a Faith, gilipollas.

Will intentó coger el kit, pero el policía no lo soltaba.

Repitió la pregunta.

—¿Se pondrá bien Faith?

Will vio que estaba realmente interesado.

—Sí. Se pondrá bien.

—Dígale de parte de Brad que encontraremos a su madre —aseguró el policía. Soltó el kit y cerró la puerta de un portazo.

Will no le dio tiempo a cambiar de opinión. Regresó apresuradamente a la casa, intentando no zarandear a Emma. La señora Levy aún estaba en la puerta y la abrió antes de que Will llamase.

La escena en el interior había cambiado. Faith estaba tendida en el sofá. Sara le sostenía la cabeza y le estaba dando una lata de Coca-Cola.

Sara arremetió inmediatamente contra Will.

—Deberías haber llamado a los sanitarios de inmediato —le dijo—. Su nivel de azúcar es muy bajo. Está estuporosa y diaforética. Tiene el corazón acelerado. No es para tomárselo a broma. —Cogió el kit y lo abrió. Dentro había una jeringa con un líquido claro y una ampolla con un polvo blanco muy parecido a la cocaína. Sara limpió la aguja con un poco de algodón y alcohol que obviamente le había dado la señora Levy. Hablaba mientras metía la jeringa en el frasco e introducía el líquido—. Creo que no ha comido nada desde el desayuno. La adrenalina que ha segregado con el enfrentamiento le habrá producido un elevado nivel de azúcar, pero el bajón habrá sido también mayor. Teniendo en cuenta lo sucedido, me extraña que no haya entrado en coma.

Will se tomó tan en serio sus palabras como ella pretendía. No importaba lo que había dicho Amanda, debería haber exigido la ayuda de un sanitario media hora antes. Se había preocupado por la carrera de Faith cuando debería haberlo hecho por su vida.

—¿Se pondrá bien?

Sara agitó la ampolla para que los contenidos se mezclasen antes de succionarlos con la jeringa.

—Lo sabremos de inmediato.

Levantó la camisa de Faith y limpió una parte de la piel del abdomen. Will observó cómo penetraba la aguja, y cómo el tapón de goma hacía descender el cilindro de plástico mientras se introducía el líquido.

—¿Te preocupa que piensen que estaba trastornada cuando disparó a los dos hombres? —preguntó Sara.

Will no respondió.

—Su bajón debió de ser muy brusco y rápido. Apenas podría articular palabra, y probablemente parecería como si estuviese ebria. —Sara limpió el kit y puso todas las piezas en su sitio—. Diles que presten atención a los hechos. Disparó a un hombre en la cabeza y a otro en la espalda, probablemente desde cierta distancia, teniendo a dos personas inocentes en su trayectoria. Si hubiese estado trastornada, no podría haber efectuado unos disparos tan certeros.

Will miró a la señora Levy, quien probablemente no debería estar escuchando esa conversación. Ella hizo un gesto restándole importancia.

—No te preocupes por mí, muchacho. Se me olvidan muy fácilmente las cosas. —Extendió los brazos para coger a Emma—. ¿Me dejas que me ocupe de esta preciosidad?

Will, con sumo cuidado, le dio a la niña. La anciana se dirigió a la parte trasera de la casa. Sus zapatillas palmeaban contra sus talones.

—¿Qué me dices de la diabetes? ¿Podrán decir que se debió a eso? —preguntó Will.

Sara respondió con un tono profesional.

—¿Cómo se comportaba cuando llegaste?

—Parecía… —Sacudió la cabeza, pensando que no le gustaría volver a verla en semejante estado—. Parecía como si hubiese perdido la cabeza.

—¿Crees que alguien mental o químicamente alterado podría haber matado a dos personas, a cada una de un simple disparo? —Sara apoyó la mano en el hombro de Faith y, con un tono más delicado, dijo—: Faith, ¿puedes levantarte?

Faith, lentamente, se irguió. Parecía aturdida, como si acabase de despertar de un profundo sueño, aunque estaba empezando a recuperar el color. Se llevó las manos a la cabeza, haciendo un gesto de dolor.

—Te dolerá la cabeza durante un rato —la advirtió Sara—. Bebe toda el agua que puedas. Necesitamos el medidor para poder evaluar tu nivel de azúcar.

—Lo tengo en el bolso.

—Trataré de conseguir otro de alguna ambulancia. —Sara cogió una botella de agua de la mesa y desenroscó el tapón—. Bebe agua. No tomes más Coca-Cola.

Sara se marchó sin mirar a Will. Su espalda era como una muralla de hielo. Él no sabía qué hacer al respecto, así que optó por ignorarla y se sentó sobre la mesa de café, frente a Faith.

Ella bebió un largo sorbo de agua antes de decir:

—La cabeza me está matando. —Repentinamente, recordó todo lo sucedido—. ¿Dónde está mi madre?

Intentó levantarse, pero Will se lo impidió.

—¿Dónde está?

—La están buscando.

—¿Y las pequeñas?

—Están bien. Por favor, quédate sentada unos minutos, ¿de acuerdo?

Miró alrededor, recuperando algo de su vitalidad.

—¿Dónde está Emma?

—Con la señora Levy. Está dormida. Llamé a Jeremy a la escuela…

Faith abrió la boca. Will vio que se recuperaba por momentos.

—¿Qué le has dicho?

—Hablé con Víctor. Sigue siendo el jefe de estudios. Imaginé que no querrías que enviase a un policía a la clase de Jeremy.

—Víctor. —Faith apretó los labios. Había estado saliendo con Víctor Martínez durante un tiempo, pero rompieron hacía aproximadamente un año—. Espero que no le hayas mencionado a Emma.

Will no recordaba exactamente qué le había dicho, pero dedujo que Faith no le había comentado que tenía una hija.

—Lo siento.

—No importa —respondió ella dejando la botella encima de la mesa. Las manos le temblaban tanto que derramó un poco de agua sobre la moqueta—. ¿Qué más?

—Estamos tratando de localizar a tu hermano.

El doctor Zeke Mitchell era cirujano en las Fuerzas Aéreas, y estaba destinado en algún lugar de Alemania.

—Amanda recurrió a un amigo suyo de la Reserva Aérea de Dobbins. Están intentando suprimir la burocracia.

—Mi teléfono… —dijo Faith recordando dónde lo había dejado—. Mi madre tiene su número al lado del teléfono que hay en la cocina.

—Lo cogeré en cuanto hayamos acabado —prometió Will—. Ahora cuéntame lo ocurrido.

Faith respiraba entrecortadamente. Will vio que trataba de recordar lo sucedido.

—He matado a dos personas.

Will le cogió ambas manos. Aún tenía la piel fría y húmeda. Temblaba ligeramente, pero no creía que se debiese a su problema de diabetes.

—Has salvado a dos niñas, Faith.

—El hombre de la habitación —dijo—. No sé qué le pasó.

—¿Estás confundida? ¿Quieres que vaya a buscar a la doctora Linton?

—No. —Faith sacudió la cabeza durante tanto rato que Will pensó que debería llamar a Sara de todas formas—. Mi madre no es mala, Will. No es una poli corrupta.

—No hablemos de eso ahora…

—Sí —insistió Faith—. Y, aunque lo fuese, que no lo es, hace cinco años que está jubilada. Ya está fuera de todo eso. Nunca va a las recaudaciones de fondos ni a ningún acontecimiento. No habla con nadie que pertenezca a su vida anterior. Los viernes, juega a las cartas con algunas mujeres del vecindario, y va a la iglesia los miércoles y los domingos. Cuida de Emma mientras trabajo. Su coche tiene cinco años, y acaba de pagar la última letra de la hipoteca de la casa. No está metida en ningún asunto. No hay motivos para pensar…

Empezaron a temblarle los labios, y parecía estar a punto de echarse a llorar.

Will la puso al tanto.

—Fuera hay un centro de mando. Todas las carreteras están controladas. La foto de Evelyn está en todos los canales de televisión. Todos los coches patrulla también tienen una foto suya. Estamos poniendo a todo el mundo al tanto para ver si se han enterado de algo. Han intervenido tus teléfonos por si piden un rescate. Amanda se ha puesto hecha una furia, pero ellos pusieron a uno de sus agentes en tu casa para supervisar los mensajes y las llamadas. Jeremy está en tu casa. Hay un policía de paisano con él. Y a ti también te pondrán otro.

Faith había trabajado anteriormente en algunos casos de secuestros.

—¿Crees que pedirán un rescate? —preguntó.

—Es posible.

—Eran texicanos. Buscaban algo. Por eso se la llevaron.

—¿Qué buscaban? —preguntó Will.

—No lo sé. La casa estaba patas arriba. El asiático dijo que cambiaría a mi madre por lo que estaban buscando.

—¿El asiático dijo que negociaría?

—Sí. Tenía una pistola apuntándole al texicano; el que ha muerto en el jardín trasero.

—Espera —dijo Will dándose cuenta de que no lo estaban haciendo bien—. Vamos a empezar. Piensa como si estuvieses en la escena del crimen. Empecemos por el principio. Has estado de servicio esta mañana, ¿no? Haciendo un curso de informática.

Asintió.

—Me retrasé casi dos horas.

Describió todos los detalles, cómo había intentado llamar a su madre, la música que oyó al bajarse del coche. No se percató de que algo iba mal hasta que dejó de oír la música. Will le dejó narrar la historia; que había encontrado la casa revuelta, el cadáver con el que se había topado y los dos hombres que había matado.

Cuando terminó, lo rebobinó todo mentalmente y vio a Faith en el garaje, al lado del cobertizo, y luego regresar a su coche. A pesar de sus recientes problemas médicos, lo recordaba todo claramente. Había llamado al centro de emergencia, y luego cogió su arma. Will notó que ese detalle le causaba cierto dolor. Faith sabía que él estaba en su casa ese día. Habían hablado de ello el día anterior por la tarde. Ella se quejaba de tener que ir al curso, y él le dijo que lavaría el coche y cuidaría del jardín. Will vivía a cuatro kilómetros de su casa, y podría haber llegado en sólo cinco minutos.

Ella, sin embargo, no le había llamado.

—¿Qué sucede? ¿Me he perdido algo?

Will se aclaró la voz.

—¿Qué canción se oía cuando entraste?

Back in black, de AC/DC.

Resultaba extraño.

—¿Es la clase de música que suele escuchar tu madre?

Faith negó con la cabeza. Obviamente, aún seguía en estado de shock.

Will puso las manos sobre sus brazos, para que se concentrase.

—Piensa detenidamente, ¿de acuerdo? —dijo esperando hasta que lo miró—. Hay dos hombres muertos en la casa. Los dos son asiáticos. El hombre del jardín trasero es mexicano, de la banda de los Texicanos.

Faith se centró.

—El asiático del dormitorio llevaba una camisa hawaiana. Parecía del sur —dijo refiriéndose a su acento—. Apuntaba al texicano y amenazaba con matarle.

—¿Dijo algo más?

—Le disparé —respondió Faith. Sus labios empezaron a temblar de nuevo.

Will nunca la había visto llorar, y no quería hacerlo en ese momento.

—El hombre de la camisa apuntaba a la cabeza del otro con la pistola —le recordó—. El texicano estaba ya maltrecho, probablemente le habían torturado. Temiste por su vida. Por eso apretaste el gatillo.

Faith asintió, aunque Will vio cierta duda en su mirada.

—Después de que el hawaiano de la camisa muriese, el texicano salió huyendo al jardín, ¿no es verdad?

—Sí.

—Y tú saliste detrás de él. Cuando él disparó a las dos niñas, le disparaste, ¿no es así?

—Sí.

—Estabas protegiendo al rehén que había en el dormitorio, y a las dos niñas que había en el jardín trasero de tu vecina, ¿no es cierto?

—Sí —respondió Faith con una voz más contundente—. Así fue.

Estaba recuperando la serenidad. Will se sintió un poco más aliviado. Le soltó las manos.

—Tú recuerda las instrucciones. Estamos autorizados a utilizar la fuerza letal cuando nuestra vida o la de otras personas están en juego. Hiciste lo que debías. Sólo tienes que decir lo que pensabas. Había personas en peligro, y disparaste para detener la amenaza. No disparaste para herir.

—Lo sé.

—¿Por qué no esperaste a que llegaran los refuerzos?

Faith no respondió.

—El operador de la central de emergencias te dijo que esperases, pero no lo hiciste.

Ella seguía sin responder.

Will volvió a sentarse sobre la mesa, con las manos entre las rodillas. Puede que no confiase en él. Jamás habían hablado sinceramente sobre el caso que había llevado contra su madre, pero sabía que Faith pensaba que eran los inspectores de la brigada y no la capitán que estaba al mando quienes lo habían organizado todo. Por muy inteligente que fuese, aún era muy ingenua sobre la política de su trabajo. Will había notado en todos los casos de corrupción en los que había trabajado que los cabecillas que solían dedicarse a esos negocios eran los que no llevaban medallas de oro. Faith estaba muy por debajo en la cadena para disfrutar de esa clase de protección.

—Probablemente oíste algo. ¿Un grito? ¿Un disparo?

—No.

—¿Viste algo?

—Vi que se movían las cortinas, pero fue después de…

—Vale, eso está bien —dijo Will echándose hacia delante de nuevo—. Viste a alguien. Pensaste que tu madre estaba dentro. Presentiste que estaba en peligro y entraste para asegurar la escena.

—Will…

—Escúchame, Faith. He preguntado a muchos policías las mismas cosas y sé cuáles deben ser las respuestas. ¿Me escuchas?

Faith asintió.

—Viste a alguien dentro de la casa, y pensaste que tu madre estaba en un serio peligro…

—Vi sangre en el garaje. Y en la puerta. Había huellas de una mano ensangrentada en la puerta.

—Exacto. Eso te daba un motivo para entrar. Alguien estaba gravemente herido. Su vida estaba en juego. Lo demás sucedió porque te viste inmersa en una situación que justificaba el uso de la fuerza letal.

Faith movió la cabeza.

—¿Por qué me dices todo eso? Tú odias cuando los policías mienten para defenderse entre sí.

—No estoy mintiendo por ti. Me estoy asegurando de que conserves tu trabajo.

—Me importa un carajo el trabajo. Lo único que quiero es que mi madre regrese.

—Entonces cíñete a lo que hemos hablado. No podrás hacer nada encerrada en una celda.

Aquello la dejó consternada. No se le había ocurrido pensar que las cosas se podían poner aún más feas de lo que ya estaban.

Se oyó un golpe fuerte en la puerta. Will hizo ademán de levantarse, pero la señora Levy se adelantó. Recorrió el pasillo con los brazos balanceándose. Will dedujo que había dejado a Emma en la cama, y esperaba que hubiese colocado algunas almohadas a su alrededor.

Geary fue el primero en entrar, seguido de Amanda y de dos hombres de aspecto mayor, uno negro y otro blanco. Ambos tenían las cejas espesas, iban bien afeitados y llevaban todas esas condecoraciones en el pecho que demostraban que habían ascendido desde un despacho. Venían de adorno, para hacer que Geary pareciese aún más importante. Si hubiese sido una estrella del rap, les habrían llamado sus colegas, pero, al ser comandante de zona, era su «plantilla de apoyo».

—Señora —le dijo Geary a la señora Levy mientras se quitaba el sombrero.

Sus acompañantes hicieron lo mismo, y pusieron sus sombreros debajo del brazo, como su jefe. Geary se dirigió hacia Faith, pero la anciana se puso en medio.

—¿Les apetece una taza de té y algunas pastas?

—Estamos dirigiendo una investigación, no hemos venido a tomar el té —espetó Geary.

La señora Levy permaneció tranquila.

—De acuerdo. Entonces, pónganse cómodos.

Le guiñó un ojo a Will mientras se daba la vuelta y recorría el pasillo.

—Levántese, agente Mitchell —dijo Geary.

Will notó que se le tensaba el estómago cuando Faith se levantó. Había dejado de temblar, aunque tenía la camisa arrugada y el pelo revuelto.

—Estoy preparada para declarar si…

—Tu abogado y un representante sindicalista te esperan en comisaría —la interrumpió Amanda.

Geary frunció el ceño. Obviamente no le importaba la representación legal de Faith.

—Agente Mitchell, le dijeron que esperase a los refuerzos. No sé cómo funciona el GBI, pero los hombres que están a mi cargo cumplen las órdenes.

Faith miró a Amanda, pero le respondió a Geary sin alterarse.

—Había sangre en la puerta de la cocina. Vi a una persona dentro de la casa. El revólver de mi madre había desaparecido. Pensé que su vida corría peligro, así que entré para garantizar su seguridad.

No podía haber respondido mejor ni aunque Will se lo hubiese dado por escrito.

—¿Qué me dice del hombre que hay en la cocina? —preguntó Geary.

—Estaba muerto cuando entré en la casa.

—¿Y el del dormitorio?

—Apuntaba al otro tipo a la cabeza con el revólver de mi madre. Yo protegí la vida de un rehén.

—¿Y el del jardín?

—Era el rehén. Cogió el revólver después de que yo disparase al primer hombre. Tiraron la puerta principal y me despisté. Salió huyendo al jardín trasero con la pistola, y disparó a las dos niñas. Yo tenía mi arma, y la usé para salvar sus vidas.

Geary miraba a sus compañeros mientras decidía qué hacer. Los dos hombres también parecían inseguros, pero estaban dispuestos a respaldar a su jefe incondicionalmente. Will estaba tenso, porque era uno de esos momentos en que las cosas se ponían fáciles o difíciles. Quizá la lealtad que le debía a Evelyn Mitchell hizo que adoptase una actitud más delicada.

—Uno de mis oficiales la llevará a comisaría. Si lo necesita, tómese unos minutos para serenarse.

Hizo ademán de ponerse el sombrero, pero Amanda le detuvo.

—Mike, necesito recordarte algo —dijo esbozando la misma sonrisa de dulzura que antes—. El GBI tiene jurisdicción completa sobre todos los casos de drogas del estado.

—¿Me estás diciendo que has encontrado pruebas de que el tiroteo se debe a un asunto de estupefacientes?

—Yo no he dicho tal cosa, ¿verdad que no?

Geary la miró fijamente mientras se ponía el sombrero.

—No creas que no voy a averiguar por qué me has hecho perder el tiempo.

—Me parece fantástico que utilices así tus recursos.

Geary se dirigió hacia la puerta caminando a grandes zancadas, con sus esbirros siguiéndole. Sara subía las escaleras del porche delantero. Con rapidez puso las manos en la espalda para ocultar el medidor de azúcar que había pedido prestado.

—Doctora Linton —dijo Geary quitándose el sombrero de nuevo, al igual que sus hombres—. Lamento no haberla reconocido antes. —Will dedujo que se debía a que no se lo había dicho, pero obviamente alguien le había puesto al tanto—. Yo conocí a su marido. Era un buen policía. Y un buen hombre.

Sara continuaba con las manos en la espalda, retorciendo el medidor de plástico. Will reconoció la mirada que les puso a los hombres. No quería hablar. Aun así respondió:

—Gracias.

—Si puedo ayudarla en algo, dígamelo.

Sara asintió. Geary se puso el sombrero, pero el gesto fue automático, como un saludo en un partido de fútbol.

Faith habló en cuanto se cerró la puerta.

—El texicano me dijo algo antes de morir. —Movió la boca, como si intentase recordar lo que le había dicho—. Alma o al-may.

—¿Almeja? —preguntó Amanda pronunciando la palabra con un tono exótico.

Faith asintió.

—Eso es. ¿Sabes lo que significa?

Sara abrió la boca, pero antes de que pudiese decir nada, Amanda intervino:

—Es una palabra española. En su jerga significa «dinero». ¿Crees que estaban buscando dinero?

Faith sacudió la cabeza y se encogió de hombros al mismo tiempo.

—No lo sé. No dijeron nada, pero tiene sentido. Los texicanos son una banda de drogas, y drogas significa dinero. Mi madre trabajaba en narcóticos. Puede que creyesen que ella… —Faith miró a Will.

Él le leyó los pensamientos. Después de su investigación, mucha gente pensaba que Evelyn Mitchell era el tipo de policía que tenía un montón de dinero escondido en su casa.

Sara aprovechó el silencio.

—He de marcharme. —Le dio el medidor de azúcar a Faith—. Tienes que seguir tu horario religiosamente. El estrés no es nada bueno. Llama a tu médico y pregúntale sobre la dosis, sobre los ajustes que tienes que hacer y los síntomas a los que debes prestar atención. ¿Sigues viendo a la doctora Wallace? —Faith asintió, y Sara prosiguió—: La llamaré de camino a casa y le contaré lo sucedido, pero tienes que ponerte en contacto con ella lo antes posible. Aunque sea un momento muy estresante, debes seguir con tu rutina. ¿Lo comprendes?

—Gracias.

A Faith nunca se le había dado bien dar las gracias, pero Will jamás la había visto expresarlas con tanta sinceridad.

—¿Vas a hacerle una prueba toxicológica para Geary? —le preguntó Will a Sara.

Ella se dirigió a Amanda.

—Faith trabaja para usted, no para la policía de Atlanta. Necesitan una orden para sacarle sangre, pero imagino que no querrá pasar por todo eso.

—Hipotéticamente —preguntó Amanda—, ¿qué se detecta en una prueba de toxicología?

—Que no estaba ebria ni influenciada por ninguna de las sustancias que ellos buscan. ¿Quiere que le saque una muestra de sangre?

—No, doctora Linton, pero le agradezco su ayuda.

Sara se marchó sin decir nada más, y sin tan siquiera mirar a Will.

—¿Por qué no vas a ver a la viuda alegre? —sugirió Amanda.

Will pensó que se refería a Sara, pero luego recapacitó. Entró de nuevo en la casa para buscar a la señora Levy, pero no antes de ver cómo Amanda abrazaba a Faith. Era un gesto desconcertante en una mujer que tenía los instintos maternales de un dingo.

Will sabía que Faith y Amanda compartían un pasado del cual ninguna de ellas hablaba. Mientras Evelyn Mitchell abría el camino para las mujeres en la policía de Atlanta, Amanda Wagner hacía otro tanto en el GBI. Eran contemporáneas, de la misma edad, y compartían ese deseo de romper con los moldes. También llevaban muchos años siendo amigas —Amanda incluso había salido con el cuñado de Evelyn, el tío de Faith—, un detalle que ella no le mencionó cuando le encomendó el trabajo de investigar la brigada de estupefacientes que lideraba su antigua amiga.

Will encontró a la señora Levy en la habitación trasera, la cual parecía haberse transformado en un compendio de todas las cosas que le gustaban a la anciana. Había un tablero de recortes, algo que Will reconoció porque había trabajado en un caso en el que una mujer joven había fallecido en un tiroteo que se produjo en un barrio de la periferia mientras pegaba en una cartulina de colores fotografías de unas vacaciones que había pasado en la playa. Había también un par de patines de cuatro ruedas, una raqueta de tenis apoyada en una esquina, diversos tipos de cámaras sobre un sofá cama, algunas digitales, pero la mayoría antiguas, de las que utilizaban un carrete. Por la luz roja que había encima del armario, dedujo que ella misma revelaba las fotografías.

La señora Levy estaba sentada en una mecedora de madera, al lado de la ventana. Tenía a Emma en su regazo. El delantal cubría a la niña como si fuese una manta. La camada de gansos estaba en posición inversa. Emma tenía los ojos cerrados mientras se tomaba ansiosamente el biberón. El ruido que emitía le recordó a la niña pequeña de Los Simpson.

—¿Por qué no se sienta? —dijo la anciana—. Emma ya se encuentra mejor.

Will se sentó en la cama, con cuidado, para no tirar las cámaras.

—Ha sido una suerte que tuviese un biberón para ella.

—¿Verdad que sí? —respondió mientras sonreía a la niña—. La pobre no ha podido dormir su siesta por culpa del ajetreo.

—¿Tiene usted también una cuna?

La anciana soltó una risita.

—Por lo que veo, ha mirado en mi dormitorio.

Will no había sido tan atrevido, pero lo tomó como un sí.

—¿Con qué frecuencia se queda cuidando de la niña?

—Normalmente, algunas veces por semana.

—¿Y recientemente?

La anciana le guiñó un ojo.

—Usted es muy inteligente.

No fue una cuestión de inteligencia, sino de suerte. Le había sorprendido que la señora Levy tuviese un biberón preparado justo en el momento en que Emma lo necesitaba.

—¿En qué estaba metida Evelyn?

—¿Le parezco el tipo de persona que se mete en los asuntos de los demás?

—¿Cómo puedo responder a esa pregunta sin ofenderla?

La anciana se rio, pero su risa se fue apagando.

—Evelyn nunca me lo dijo, pero creo que estaba saliendo con alguien.

—¿Desde hace cuánto?

—¿Tres o cuatro meses? —Parecía estar respondiéndose a sí misma y asintió—. Fue justo después de que Emma naciese. Empezaron poco a poco, al principio una vez por semana, pero en los últimos diez días se vieron con más frecuencia. Dejé de contar los días cuando me jubilé, pero la semana pasada Evelyn me pidió que cuidase de Emma tres mañanas seguidas.

—¿Siempre por la mañana?

—Sí, normalmente desde las once hasta las dos de la tarde.

Tres horas era tiempo de sobra para una cita.

—¿Estaba Faith al tanto de eso?

La señora Levy negó con la cabeza.

—No creo que quisiera que sus hijos lo supiesen. Querían mucho a su padre. Igual que ella. Pero murió hace más de diez años, y eso es mucho tiempo sin ninguna compañía.

Will pensó que hablaba por propia experiencia.

—Usted me dijo que su marido murió hace veinte años.

—Sí, pero a mí no me gustaba el señor Levy, y él no se preocupaba lo más mínimo de mí. —Utilizó el pulgar para acariciar la mejilla de Emma—. Evelyn quería mucho a Bill. Tuvieron algunos problemas en su vida, pero es distinto cuando se ama a la otra persona. Ahora ambos han muerto…, tu vida se parte por la mitad. Se tarda mucho tiempo en poder recomponerla de nuevo.

Will pensó en Sara durante unos segundos. La verdad es que nunca había dejado de pensar en ella. Era como ese tipo de noticias que aparecen en la parte inferior de la televisión mientras tu vida, la historia protagonista, ocupa la parte principal de la pantalla.

—¿Sabe usted cómo se llama ese señor?

—No, por supuesto que no. Yo jamás hago esas preguntas. Pero conducía un bonito Cadillac CTS-V. Me refiero al sedán, no al cupé. De color negro, con la parrilla delantera de acero inoxidable. Y un motor V8 que hacía un ruido impresionante. Se le podía oír a varias manzanas de distancia.

Will se quedó durante unos instantes demasiado sorprendido como para responder.

—¿Le gustan los coches?

—No, para nada, pero lo miré en Internet para saber cuánto le habría costado.

Will esperó a que continuase.

—Unos setenta y cinco mil dólares —dijo la anciana—. El señor Levy y yo compramos esta casa por menos de la mitad.

—¿Le dijo Evelyn su nombre?

—No, nunca. Aunque los hombres no lo creáis, las mujeres no nos pasamos el rato hablando de vosotros.

Will sonrió.

—¿Qué aspecto tenía?

—Calvo —dijo, como si fuese algo normal—. Un poco panzudo. Casi siempre llevaba pantalones vaqueros, la camisa arrugada y las mangas remangadas, lo que me parecía un tanto extraño, porque a Evelyn siempre le gustaron los hombres elegantes.

—¿Qué edad cree que tiene?

—Al no tener pelo resulta difícil decirlo. Pero diría que la misma edad que Evelyn.

—Unos sesenta años.

—Vaya —respondió sorprendida—. Yo creía que Evelyn tendría unos cuarenta, pero eso no tiene sentido si Faith tiene treinta y tantos, y su hijo ya no es ningún niño. —Bajó la voz como si alguien la escuchase y prosiguió—: Creo que está a punto de cumplir los veinte; ese tipo de embarazo no es de los que se olvidan fácilmente. Fue todo un escándalo cuando se le empezó a notar. Fue una lástima que la gente se comportase de esa manera; todos nos hemos divertido de vez en cuando. Pero, como le dije a Evelyn en su momento, una mujer puede correr más rápido con la falda levantada que un hombre con los pantalones bajados.

Will nunca había pensado en la situación tan difícil que debería haber vivido Faith, aunque le pareció raro que se hubiese quedado con el niño. El vecindario se debió de alarmar mucho al tener a una joven de catorce años embarazada, en aquel ambiente tan refinado.

En la actualidad era algo muy normal, pero, en aquellos tiempos, una chica en su misma situación se hubiese visto obligada a atender a una tía desconocida y enfermiza, o sufrir lo que eufemísticamente se denominaba una apendicectomía. Los menos afortunados terminaban en un orfanato, como él.

—¿Entonces el hombre del coche lujoso tendrá algo más de sesenta años? —preguntó Will. La señora Levy asintió—. ¿Les vio usted alguna vez comportarse de forma cariñosa?

—No, Evelyn no era de ese tipo de mujeres. Se subía al coche y se marchaban.

—¿Ni un beso en la mejilla?

—Yo no le vi ningún gesto de ese tipo. Ni tan siquiera le conocí. Evelyn me dejaba a la niña, regresaba a su casa y esperaba.

Will dejó de insistir en ese tema.

—¿Le vio entrar en la casa?

—No. Las personas se comportan de forma muy diferente ahora. En mis tiempos, un hombre llamaba a tu puerta y te acompañaba hasta el coche. No venían a tu casa y tocaban la bocina.

—¿Eso es lo que hacía? ¿Tocar la bocina?

—No, estaba hablando metafóricamente. Imagino que Evelyn estaba mirando por la ventana, porque siempre salía en cuanto le veía aparecer.

—¿Sabe adónde iban?

—No, pero, como le he dicho, solían salir durante dos o tres horas, así que imagino que irían al cine o a comer.

Eso suponía ir al cine con mucha frecuencia.

—¿Vio a ese hombre hoy?

—No, y tampoco vi a nadie en la calle. Ni coches ni nada. Supe que había problemas al oír las sirenas. Luego oí los disparos, primero uno y, un minuto después, otro. Conozco el sonido de un disparo. El señor Levy era cazador. En aquellos tiempos, todos los policías lo eran. Me obligaba a ir para que cocinase para ellos. —Puso los ojos en blanco—. Qué hombre más aburrido. Que descanse en paz.

—Un hombre con suerte por tenerla.

—Más tengo yo de que ya no esté.

Se levantó con dificultad de la mecedora, sosteniendo al bebé con firmeza en sus brazos. El biberón estaba vacío. Lo dejó en la mesa y le tendió la niña a Will.

—Cójala un momento, por favor.

Will apoyó la cría sobre su hombro y le dio unos golpecitos en la espalda. La niña soltó un gratificante eructo.

La señora Levy entrecerró los ojos.

—Vaya, veo que sabe cuidar de los niños.

Will no quería contarle su vida.

—Es fácil tratar con ellos.

La señora Levy le puso la mano en el brazo antes de ir al armario. Will había estado en lo cierto: una habitación oscura en un espacio reducido. Se quedó en el umbral, intentando no quitarle la luz mientras miraba un puñado de fotografías. Las manos le temblaban ligeramente, pero sus piernas se mantenían firmes.

—El señor Levy nunca me dejaba mucho espacio para mis pasatiempos, pero, en cierta ocasión, le llamaron para que acudiese a la escena de un crimen y le preguntaron si conocía a algún fotógrafo. Pagaban veinticinco dólares por hacer las fotos, y el muy cabrón no iba a decir que no a semejante oportunidad. Me llamó y me dijo que me llevase la cámara. Cuando vieron que no me desmayaba al ver la escena —fue un incidente con una escopeta—, me dijeron que me llamarían de nuevo. —Miró hacia la cama y añadió—: Esa máquina Brownie Seis-16 nos ayudó a pagar la casa.

Will sabía que se refería a la cámara con caja. Parecía vieja, pero cuidada.

—Luego empecé a hacer trabajos de vigilancia. El señor Levy había dejado de trabajar y, como soy una mujer, tardé un tiempo en demostrarles que no estaba allí para flirtear ni follar.

Will notó que empezaba a sonrojarse.

—¿Trabajó con la policía de Atlanta?

—¡Cincuenta y ocho años! —Parecía tan sorprendida como Will de que hubiese durado tanto tiempo—. Puede que ahora parezca un saco de huesos, pero hubo un tiempo en que Geary y ese montón de chupaculos se partían el culo por mí y no me trataban como una pelusa en sus lustrosos pantalones. —Cogió otro montón de fotografías. Will vio las de algunos pájaros y otras mascotas, todas tomadas desde un lugar estratégico que demostraba que las habían estado vigilando más que admirando—. Este pequeño sinvergüenza ha estado haciendo agujeros en mis arriates. —Le enseñó a Will la fotografía de un gato blanco y gris con la nariz manchada de tierra. La iluminación era un tanto chillona, pero al gato lo único que le faltaba era un letrero en el pecho con su nombre y su número de recluso—. Aquí está —dijo finalmente cuando encontró lo que estaba buscando—. Ése es el novio de Evelyn.

Él miró por encima de los encorvados hombros de la señora Levy. La foto tenía mucho grano, pues la había tomado desde detrás de las cortinas de la ventana delantera. La lente presionaba los listones finos de plástico. Un hombre mayor y alto aparecía apoyado sobre un Cadillac negro. Tenía las manos sobre el capó, y los antebrazos descubiertos. El coche estaba aparcado en la calle, con las ruedas delanteras giradas contra el bordillo. Will aparcaba de la misma manera. Atlanta era una ciudad con muchas colinas, situada sobre el Piamonte de los Apalaches. Si conducías un coche con cambio manual, aparcabas con las ruedas contra el bordillo para evitar que se deslizase.

—¿Qué miras? —preguntó Faith desde la entrada. Will le pasó a su hija, pero ella parecía más interesada en la fotografía—. ¿Qué estabas mirando?

—Le estaba enseñando a Snippers.

La señora Levy había hecho algún truco de magia para hacer desaparecer la foto del hombre y colocar la del gato que había estado hurgando en sus arriates.

Emma se agitó en los brazos de Faith, contagiada por el nerviosismo de su madre. Ella le dio varios besos en la mejilla y le hizo algunas muecas hasta que la niña sonrió. Will se dio cuenta de que estaba interpretando, pues tenía los ojos empañados de lágrimas. Luego abrazó a Emma calurosamente.

—Evelyn es una mujer muy dura —dijo la señora Levy—. No acabarán con ella.

Faith mecía a la niña como suelen hacerlo las madres.

—¿No oíste nada?

—Cariño, ya sabes que, si hubiera oído algo, habría ido allí con mi pipa. Ev saldrá de ésta. Siempre sale ilesa de todas las situaciones. Puedes estar segura.

—Si… —La voz de Faith se entrecortó—. Si hubiese llegado antes… —Sacudió la cabeza y añadió—: ¿Por qué le habrá ocurrido esto? Tú sabes que mamá no está mezclada en ningún asunto turbio. ¿Por qué la querrían secuestrar?

—A veces las personas no tienen un motivo para cometer estupideces —dijo la señora Levy encogiendo ligeramente los hombros—. Lo que sí sé es que no ganas nada diciéndote que si hubieras hecho esto o aquello… —Cogió a Faith por las mejillas y terminó diciendo—: «Confía en el Señor y no en tu propia inteligencia».

Faith asintió con solemnidad, aunque Will no la imaginaba como una persona religiosa.

—Gracias.

Los tacones de Amanda se oyeron por el pasillo enmoquetado.

—No puedo entretenerlos más —le dijo a Faith—. Hay un coche patrulla esperándote para llevarte a comisaría. Procura no decir nada y haz lo que te diga el abogado.

—Yo me puedo quedar cuidando a la niña —dijo la señora Levy—. No tienes por qué llevarla a esa mugrienta comisaría, y Jeremy no creo que sepa cambiarle los pañales.

Faith obviamente quería aceptar su oferta, pero dudó.

—No sé cuánto tardaré.

—Ya sabes que soy un ave nocturna, así que no te preocupes.

—Gracias —respondió Faith, dándole de mala gana la niña. Le alisó a Emma la mata de pelo fino y castaño, y la besó en la cabeza. Sus labios se quedaron allí durante unos segundos, y luego se marchó sin decir nada.

En cuanto Faith cerró la puerta principal, Amanda fue al grano.

—¿Qué pasa?

La señora Levy sacó la fotografía de debajo del delantal.

—Evelyn se veía con una persona con cierta frecuencia —explicó Will.

La señora Levy tenía buena memoria: era un hombre calvo, llevaba pantalones vaqueros holgados, la camisa arrugada y las mangas remangadas. No había mencionado un detalle muy importante: era hispano. Los tatuajes de sus brazos se veían un poco borrosos, pero Will reconoció de inmediato el símbolo que llevaba en el antebrazo y que lo identificaba como un miembro de los Texicanos.

Amanda dobló la fotografía por la mitad y se la guardó en el bolsillo de su traje de chaqueta. Luego le preguntó a la señora Levy:

—¿Has hablado con la policía?

—Estoy segura de que vendrán por aquí después.

—Imagino que serás tan cooperadora como de costumbre.

La mujer sonrió.

—No sé qué puedo decirles, pero iré por delante y les ofreceré unas pastas recién hechas en caso de que vengan por aquí.

Amanda soltó una risita.

—Cuídate, Roz.

Antes de salir de la habitación, le hizo un gesto a Will para que la siguiese. Él cogió su cartera, sacó una de sus tarjetas y se la dio a la señora Levy.

—Aquí tiene mi número. Llámeme si se acuerda de algo o si necesita ayuda con la niña.

—Gracias, hijo.

Su voz había perdido ese tono amable propio de las ancianas pero, de todas formas, se guardó la tarjeta en el delantal.

Amanda ya estaba cerca de la entrada cuando Will la alcanzó. No dijo nada sobre la fotografía, ni acerca del estado de Faith, ni tampoco sobre la disputa territorial que había mantenido con Geary. En lugar de eso, empezó a darle órdenes.

—Quiero que revises todos los archivos de la investigación. —No necesitaba decirle a qué investigación se refería—. Revisa todas las declaraciones de los testigos, todos los informes, cualquier soplo de alguien en la cárcel. No me importa lo pequeño que sea. Quiero saberlo todo. —Amanda se detuvo, y Will se percató de que estaba pensando en sus problemas de lectura.

—No hay problema —dijo con voz firme.

Ella no estaba dispuesta a ponérselo tan fácil.

—Ponte las pilas, Will. Si necesitas ayuda, dímelo ahora.

—¿Quieres que empiece ahora mismo? Las cajas están en mi casa.

—No. Primero tenemos que hacer algo. —Se detuvo en el vestíbulo, con las manos en las caderas. Era una mujer bajita. Will solía olvidarse de su estatura hasta que la veía estirar el cuello para mirarle—. He conseguido obtener algo de información mientras Geary soltaba su rabieta. El texicano del jardín trasero tenía un tatuaje en la espalda que lo identificaba. Se llamaba Ricardo no sé qué más. Aún no tenemos su identificación completa. Tenía veintitantos años, medía un metro setenta y cinco y pesaba unos ochenta y cinco kilos. El asiático del dormitorio tendrá unos cuarenta años, algo más bajo y delgado que su amigo hispano. Creo que no es de esta parte de la ciudad. Puede que lo hubiesen llamado para hacer este trabajo.

Will recordó.

—Faith dijo que tenía acento del sur.

—Eso reduce nuestro campo de búsqueda.

—También llevaba una camisa hawaiana. Eso no es muy propio de un gánster.

—Añadiremos eso a su lista de delitos. —Miró al fondo del pasillo y luego a Will—. El asiático que estaba en la habitación de la colada es también muy extraño, ya que tuvo la cortesía de llevar su cartera en el bolsillo trasero. Se llamaba Hironobu Kwon, de diecinueve años. Es un estudiante de primer curso en la Universidad de Georgia. También es hijo de una maestra de escuela, Miriam Kwon.

—¿No está afiliado?

—No que sepamos. La policía de Atlanta localizó a Mama Kwon antes que nosotros. La buscaremos mañana para ver qué sabe. —Señaló con el dedo a Will—. Tenemos que hacerlo con mucha cautela. Aún no nos han dado oficialmente el caso. De momento sólo tú y yo, hasta que encuentre la forma de quedármelo.

—Faith cree que los Texicanos estaban buscando algo. —Will trató de evaluar la expresión de Amanda, que normalmente solía ser de sorpresa o de fastidio, pero en esa ocasión fue imperturbable—. A Ricardo le dieron una buena paliza. Tenía una pistola apuntándole a la cabeza. No buscaba nada, excepto salvar la vida. Primero deberíamos hablar con los asiáticos.

—Eso parece lógico.

—Sí, pero señala un problema mayor —continuó Will—. Entiendo que los Texicanos tuviesen algo en contra de Evelyn, pero no los asiáticos. ¿Qué tienen que ver con esto?

—Ésa es la pregunta del millón.

Will trató de afinar.

—Evelyn dirigía la Brigada de Estupefacientes. Los Texicanos controlan el tráfico de drogas en Atlanta. Así ha sido durante los últimos veinte años.

—Eso es cierto.

Will notó que se estaba dando contra un muro. Era la misma evasiva que siempre le daba Amanda cuando tenía información que no quería compartir. Sin embargo, en esta ocasión era aún peor, pues no sólo estaba jugando con él, sino que estaba encubriendo a su vieja amiga.

—Has dicho que probablemente llamaron al tipo de la camisa hawaiana para hacer este trabajo. ¿A qué trabajo te refieres? ¿Secuestrarla o encontrar lo que Evelyn había escondido en su casa?

—No creo que hoy nadie encuentre lo que busca —dijo deteniéndose para dejar que asimilara lo que trataba de darle a entender—. Charlie está ayudando a la policía local con la escena del crimen, pero no se dejan engatusar por sus encantos tanto como yo quisiera. Ha tenido un acceso muy limitado, y lo han supervisado atentamente. Dicen que compartirán los resultados del laboratorio, pero no confío mucho en su forense.

—¿Y el médico forense del condado de Fulton? ¿No ha venido?

—Aún está examinando ese apartamento que salió incendiado en People’s Town. —Los recortes del presupuesto habían afectado a la Oficina Forense. Si había más de un delito grave dentro de los límites de la ciudad, a los inspectores no les quedaba otro remedio que guardar cola—. Me encantaría poder contar con Pete.

Se refería al forense del GBI.

—¿No podría hacer algunas llamadas? —preguntó Will.

—No lo creo —respondió Amanda—. Pete no es de los que tienen muchos amigos. Ya sabes lo extraño que es. Tanto que a su lado tú pareces normal. ¿Qué me dices de Sara?

—Ella no dirá nada.

—Ya lo sé, Will. Os vi tonteando en la calle. Me refiero a si crees que conoce a alguien en la oficina del forense.

Will se encogió de hombros.

—Pregúntale —ordenó Amanda.

Will dudaba que le gustase recibir una llamada suya, pero asintió de todas maneras.

—¿Qué se sabe del estado de las tarjetas de crédito de Evelyn y de los registros de llamadas?

—He ordenado que los pidan.

—¿Tiene un GPS en su coche o en su teléfono?

Amanda no le dio una respuesta concreta.

—Estamos haciendo algunas cosas de forma ilegal. Como te he dicho, no podemos hacerlo abiertamente.

—Pero tenías razón en lo que le dijiste a Geary. Tenemos jurisdicción sobre los casos de drogas.

—Sí, pero que Evelyn estuviese a cargo del Departamento de Estupefacientes no significa que este asunto esté relacionado con drogas. Por lo que sé, no han encontrado ningún indicio de drogas en la casa, ni en ninguno de los cadáveres.

—¿Y Ricardo, el texicano muerto? ¿No estaba relacionado con las drogas?

—Puede que sea una mera coincidencia.

—¿Y qué me dices del texicano vivito y coleando que conduce un Cadillac negro y con el cual Evelyn no tenía reparo en irse a dar una vuelta?

Amanda simuló sorpresa.

—¿Crees que está metido en esto?

—Vi su tatuaje en la fotografía. Evelyn se ha estado viendo con un texicano durante, al menos, cuatro meses. —Will trató de moderar el tono de voz—. Es un hombre mayor, y debe ocupar un puesto alto en la organización. La señora Levy dice que se han visto con mucha frecuencia en los últimos diez días. Solían marcharse en su coche, normalmente desde las once de la mañana hasta las dos.

Amanda volvió a ignorar sus razonamientos y planteó los suyos.

—Tú degradaste a seis detectives de la brigada de Evelyn. Dos de ellos obtuvieron la libertad condicional el año pasado y fueron trasladados fuera del Estado, uno a California y otro a Tennessee, que es donde estaban esta tarde cuando secuestraron a Evelyn. Dos están en la prisión de media seguridad de Valdosta. Aún les quedan cuatro años para salir en libertad y sin buena conducta. Otro está muerto por una sobredosis, eso que yo llamo el karma del cabeza pensante. Y el último está esperando que le den cita para ponerle la inyección en D&C.

Se refería a la Prisión de Diagnóstico y Clasificación de Georgia. El corredor de la muerte.

—¿A quién ha matado? —preguntó de mala gana Will.

—A un guardia y a otro interno. Estranguló a un violador con una toalla, lo cual no es una gran pérdida, pero luego golpeó al guardia hasta matarlo con sus propias manos. Dijo que fue en defensa propia.

—¿Contra el guardia?

—Hablas como el fiscal de su caso.

Will lo intentó de nuevo.

—¿Y Evelyn?

—¿Qué pasa con ella?

—Yo también la investigué a ella.

—Sí.

—¿No vamos a hablar del elefante en la habitación?

—¿Qué elefante? Por lo que más quieras, Will, ya tenemos a todo el circo aquí. —Abrió la puerta, y el sol se coló en aquella casa oscura como un cuchillo.

Amanda se puso las gafas de sol mientras recorrían el césped en dirección a la escena del crimen. Un par de policías uniformados se dirigían hacia la casa de la señora Levy. Los dos le lanzaron una mirada fulminante a Will, y saludaron de forma muy seca a Amanda.

—Justo a tiempo —le murmuró Amanda a Will, como si ella no hubiese sido la causa del retraso.

Él esperó hasta que los hombres empezaron a aporrear la puerta principal.

—Me da la impresión de que conoces a la señora Levy de su época en la policía de Atlanta.

—En el GBI. La investigué por el asesinato de su marido. —Amanda parecía disfrutar con la expresión de horror que puso Will—. Nunca pude demostrarlo, pero estoy segura de que le envenenó.

—¿Con pastas?

—Ésa fue mi teoría. —Una sonrisa de admiración apareció en sus labios mientras cruzaba el césped—. Roz es una vieja muy astuta. Ha visto más escenas del crimen que todos nosotros juntos, y estoy segura de que aprendió de todas ellas. No me creo ni la mitad de lo que te haya dicho. Ya sabes eso de que el diablo cita las Escrituras para conseguir sus propósitos.

Amanda tenía razón, o Shakespeare. No obstante, Will le recordó:

—La señora Levy es precisamente quien nos ha hablado del texicano que visitaba a Evelyn. Le hizo una foto.

—¿De verdad?

Eso sonó como una reprimenda por su ingenuidad. Considerando que el talento artístico de la señora Levy se había centrado en tomar fotos poco halagüeñas de mascotas, resultaba extraño que tuviese una fotografía del texicano al lado de su Cadillac negro. Era una anciana muy astuta. Si había estado espiando, era por algún motivo.

—Deberíamos regresar y hablar con ella.

—¿Y crees que nos dirá algo que valga la pena?

Will aceptó silenciosamente sus argumentos. A la señora Levy le gustaba espiar, y ahora que había desaparecido Evelyn no tenía a quién hacerlo.

—¿Sabe Evelyn que mató a su marido?

—Por supuesto que lo sabe.

—¿Y aun así deja a Emma a su cuidado?

Habían llegado hasta el Mini de Faith. Amanda ahuecó las manos y miró en el interior.

—Mató a un viejo de sesenta y cuatro años, alcohólico y maltratador, no a una niña de cuatro meses.

Aquello tenía cierta lógica.

Amanda se dirigió hacia la casa. Charlie Reed estaba en el garaje, hablando con otros técnicos forenses. Algunos fumaban. Otro estaba apoyado sobre un Malibu color crema aparcado delante del Mini de Faith. Todos iban vestidos con trajes esterilizados blancos que les daban la apariencia de malvaviscos de diferentes tamaños. El bigote en forma de manillar de Charlie era lo único que lo diferenciaba de los demás. Vio a Amanda y se separó del grupo.

—Enséñame la escena, Charlie.

Charlie miró al hombre corpulento y de piel oscura cuya extraña constitución hacía que el traje esterilizado le quedase desfavorablemente estrecho en las zonas más críticas. El hombre le dio una última calada al cigarrillo y se lo pasó a uno de sus compañeros. Él mismo se presentó a Amanda con un acento cortado y típicamente británico.

—Doctora Wagner, soy el doctor Ahbidi Mittal.

Amanda señaló a Will.

—Le presento a mi colega, el doctor Trent.

Will estrechó la mano del hombre, intentando no enfurecerse por la forma tan descarada que tenía Amanda de otorgarle una titulación que ambos sabían que había obtenido mediante una escuela en línea de dudosa reputación.

—Permítame la gentileza de mostrarle la escena del crimen —ofreció Mittal.

Amanda le lanzó una mirada fulminante a Charlie, como si él tuviera algo que ver en el asunto.

—Gracias —respondió Will, ya que vio que nadie más se las daría.

Mittal les entregó un par de fundas blancas para ponérselas encima de los zapatos. Amanda se apoyó en el brazo de Will para mantener el equilibrio mientras se quitaba los zapatos de tacón y se enfundaba los pies con medias. Will tuvo que hacerlo sin ayuda de nadie. Incluso sin zapatos, sus pies eran demasiado grandes y terminó pareciéndose a la señora Levy, a quien se le salían los talones de las zapatillas.

—¿Empezamos por aquí?

Mittal no esperó a que aceptasen su invitación. Los condujo por detrás del Malibu y entraron en la casa por la puerta de la cocina. Will agachó instintivamente la cabeza al entrar en la habitación de techo bajo. Charlie chocó con él y le pidió disculpas. La cocina era muy pequeña para cuatro personas, tenía forma de herradura y un espacio abierto que conducía al cuarto de la colada. Will percibió el olor a hierro oxidado que desprendía la sangre cuando se coagulaba.

Faith tenía razón: los intrusos habían estado buscando algo. La casa había quedado en un completo desorden. La cubertería estaba tirada por el suelo. Habían volcado el contenido de los cajones. Había agujeros en las paredes. El móvil y la vieja BlackBerry estaban aplastados contra el suelo. Habían arrancado el teléfono de la pared. Salvo el polvo oscuro para detectar las huellas dactilares y los marcadores de plástico color amarillo que había utilizado el equipo forense, la casa estaba tal como la había descrito Faith cuando entró en la vivienda. Incluso el cadáver seguía en la habitación de la colada. Faith debió de sentirse aterrorizada al no saber qué podía encontrarse a la vuelta de cada esquina, y al pensar que su madre podría estar herida, o algo peor.

Will se dijo que debería haber estado allí, que debería haber sido ese tipo de compañero al que se acude sin importar el motivo.

—Aún tengo que redactar el informe —dijo Mittal—, pero estoy preparado para compartir mi teoría de trabajo.

Amanda dibujó un círculo con la mano para que prosiguiera.

—Dígame lo que ha encontrado.

Mittal frunció los labios como respuesta a ese tono tan imperioso.

—Creo que la capitán Mitchell estaba preparando la comida cuando comenzó el asalto.

Había bolsas de fiambres sobre la encimera, al lado de un cuchillo, así como una tabla de cortar sobre la que se veía claramente que Evelyn había estado partiendo tomates. Había una bolsa de pan Wonder arrugada en el fregadero. El tostador hacía tiempo que había saltado. Había cuatro rebanadas de pan en su interior. Evelyn probablemente había deducido que Faith necesitaría comer algo cuando llegase a casa.

Era una escena normal, incluso agradable, de no ser porque todos los objetos que había sobre la encimera estaban salpicados o manchados de sangre. El tostador, el pan, la tabla de cortar. También había sangre en el suelo y en los azulejos. Había dos series de huellas de zapatos entrecruzadas sobre el suelo blanco, unas pequeñas y otras más grandes. Estaba claro, había habido un forcejeo.

Mittal continuó:

—La capitán Mitchell debió de oír algún ruido, posiblemente cuando rompieron el cristal de la puerta corredera; eso es posible que hiciera que se cortase el dedo con el cuchillo que estaba utilizando para partir tomates.

—Hay mucha sangre para un accidente doméstico —recalcó Amanda.

Mittal no quería ningún comentario editorial, e hizo una pausa antes de continuar:

—La pequeña Emma debía de estar aquí —dijo señalando el espacio de la encimera al lado de la nevera, justo enfrente de donde Evelyn había estado preparando la comida—. Hemos encontrado una pequeña gota de sangre sobre el mostrador. —Señaló la mancha que había al lado de un viejo reproductor de CD—. Hay un rastro de sangre que va desde aquí hasta el cobertizo y vuelve, por lo que deduzco que la capitán Mitchell, probablemente, estaba sangrando cuando salió de la cocina. La huella de su mano que hay en la puerta respalda tal teoría.

Amanda asintió.

—Oye un ruido, oculta a la niña para ponerla a salvo y regresa con su arma.

Charlie interrumpió, como si no pudiese contenerse por más tiempo.

—Parece que se puso un trozo de papel alrededor del corte, pero debió de empaparse de inmediato. Hay sangre en la puerta de la cocina y en la empuñadura de madera de la S&W.

—¿Qué me dice de la sillita de la niña? —preguntó Will.

—Está limpia. Debió de llevarla con la mano que no tenía herida. Hay un rastro de sangre que recorre toda la cochera y llega hasta el cobertizo donde ocultó a Emma. Es sangre de Evelyn. El personal a cargo de Ahbidi ya la ha examinado, por eso hemos podido deducirlo. —Miró a Mittal y añadió—: Disculpa, Ahbi. No quiero entrometerme en tu trabajo.

Mittal hizo un gesto expresivo con las manos, indicándole a Charlie que podía continuar.

Will sabía que a Charlie era la parte de su trabajo que más le gustaba. Se dirigió hasta la entrada abierta balanceándose y juntó las manos cerca de su cara como si portase un arma.

—Evelyn regresó a la casa. Se gira, ve al primer hombre esperando en la habitación de la colada y le dispara en la cabeza. La fuerza del impacto le hizo girar como un molinete. Hay una herida de salida en su cabeza. —Charlie se giró, con las manos levantadas y adoptando la clásica postura de las Ángeles de Charlie, que era la mejor forma de recibir un disparo en el pecho—. Luego apareció el hombre número dos, probablemente de allí. —Señaló la zona que había entre la cocina y el comedor—. Hay un forcejeo y Evelyn pierde su arma. ¿Lo ves allí?

Will miró donde le indicaba con el dedo, y vio un marcador de plástico en el suelo. Ahora que Charlie se lo señalaba, distinguió el leve bosquejo de un arma.

—Evelyn coge el cuchillo de la encimera. La empuñadura está manchada con su sangre, pero no la hoja.

—¿No hay sangre suya en el cuchillo? —interrumpió Amanda.

—No. De acuerdo con su expediente, Evelyn es cero positivo y nosotros hemos encontrado sangre del tipo B negativo, tanto en la hoja como aquí, cerca de la nevera.

Todos miraron una docena de manchas grandes y redondas de sangre que había en el suelo.

—Es una salpicadura pasiva —apuntó Mittal—. No se dañó ninguna arteria, de lo contrario habría una mancha proyectada. Todas las muestras se han enviado al laboratorio para hacer un análisis de ADN. Imagino que los resultados los tendremos en una semana.

Amanda dibujó una sonrisa mientras miraba la sangre.

—Bien hecho, Ev —dijo con un aire de triunfo en la voz—. ¿Alguno de los hombres muertos era B negativo?

Charlie miró a Mittal una vez más. El hombre asintió en señal de conformidad.

—El asiático con esa camisa tan fea era cero positivo, lo cual es muy normal en todas las razas. Es el mismo tipo de Evelyn, y el mío. El otro hombre, ése al que llamamos Ricardo por el tatuaje que tiene, era B negativo, pero aquí viene lo extraño: no tiene ninguna herida de arma blanca. Es obvio que sangró, pues lo torturaron, pero la sangre que tenemos aquí es de mayor volumen…

—Entonces hay alguien más ahí fuera con una herida de arma blanca cuya sangre es del tipo B negativo —intervino Amanda—. ¿Es eso raro?

—Menos del dos por ciento de la población de raza blanca de Estados Unidos es B negativo —dijo Charlie—. La cuarta parte entre los asiáticos, y un uno por ciento entre los hispanos. En pocas palabras, que es un tipo de sangre muy raro, lo cual indica que es muy probable que Ricardo esté genéticamente relacionado con el hombre herido y desaparecido que tiene sangre del tipo B negativo.

—Por tanto, tenemos a un hombre herido con sangre del tipo B negativo.

Charlie se adelantó una vez más.

—Ya he puesto en alerta a todos los hospitales a cien kilómetros a la redonda sobre un tipo con herida de cuchillo, ya sea hombre o mujer, blanco, negro o naranja. Ya hemos recibido tres llamadas de accidentes domésticos en la última media hora. Por lo que se ve, hay más gente que resulta apuñalada de lo que parece.

Mittal se aseguró de que Charlie había terminado, y luego señaló la sangre esparcida por el suelo.

—Esas huellas de zapato demuestran que hubo un forcejeo entre una mujer pequeña y un hombre de estatura media, probablemente de unos setenta kilos. Por la variación de claro a oscuro en las huellas podemos decir que hay cierta inclinación o supinación.

Amanda detuvo la lección.

—Hábleme de la herida de arma blanca. ¿Es una herida mortal?

Mittal se encogió de hombros.

—La oficina del forense tendrá que darle su opinión. Como he dicho anteriormente, no hay ninguna proyección de sangre en las paredes ni en el techo, de lo que podemos deducir que ninguna arteria resultó dañada. Esta mancha puede ser el resultado de una herida en la cabeza, en la que se puede encontrar una buena cantidad de sangre sin que haya lesiones serias. —Miró a Charlie—. ¿Estás de acuerdo?

Charlie asintió, pero añadió:

—Una herida en el vientre también puede sangrar de esa forma. No estoy seguro del tiempo que puedes sobrevivir con una herida de ese estilo. Si es verdad lo que dicen en las películas, no mucho. Si la herida alcanzó un pulmón, máximo una hora, antes de morir asfixiado. No hay proyección arterial, por lo que es una herida sangrante. No estoy en desacuerdo con el doctor Mittal, y cabe la posibilidad de que sea una herida en la cabeza… —Se encogió de hombros y luego mostró su desacuerdo—. Sin embargo, la hoja estaba manchada de sangre desde la punta hasta la empuñadura, lo que significa que el cuchillo se hundió en el cuerpo. —Vio que Mittal fruncía el ceño y se retractó—: También es posible que la víctima agarrase el cuchillo, se cortase en la mano y dejase sangre en la hoja. —Enseñó sus manos, con las palmas hacia arriba—. En ese caso, tenemos a alguien con sangre del tipo B negativo y una herida en la mano.

Amanda nunca había comprendido los subterfugios de la ciencia forense e intentó resumir.

—Entonces uno de ellos, con sangre del tipo B negativo, forcejea con Evelyn. Luego supongo que intervino el asiático con la camisa hawaiana, que finalmente terminó muerto en el dormitorio. Consiguen reducir a Evelyn y quitarle el arma. Y luego hay un tercer hombre, Ricardo, que, en cierto momento, era un rehén, pero luego se apodera del arma y gracias a la rápida intervención de la agente Mitchell acaba muerto antes de herir a nadie. —Se giró hacia Will—. Apuesto a que Ricardo estaba involucrado en este asunto, fuese torturado o no. Simuló ser un rehén para intentar convencer a Faith.

Mittal no parecía muy cómodo con su tono de convencimiento.

—Bueno, eso es sólo una interpretación.

Charlie trató de sosegar los ánimos.

—Siempre cabe la posibilidad de que…

Se oyó un ruido parecido a la caída de una cascada tropical. Mittal descorrió la cremallera de su traje esterilizado y buscó en los bolsillos de los pantalones. Sacó su teléfono móvil.

—Disculpen —dijo, y se fue hacia el garaje.

—¿Eso es todo? —le dijo Amanda a Charlie.

—No me han dado acceso completo, pero no tengo motivos para estar en desacuerdo con lo que ha dicho Ahbi de momento.

—Pero…

—No quiero parecer racista, pero es extraño ver a los asiáticos y los mexicanos trabajando juntos. Especialmente los Texicanos.

—La gente joven no tiene tantos reparos en eso —comentó Will, preguntándose si eso serviría de algo.

Amanda no valoró ninguno de los comentarios.

—¿Qué más?

—La lista que había al lado del teléfono. —Charlie señaló un trozo de papel con una serie de nombres y números—. Me he tomado la libertad de llamar a Zeke. Le he dejado un mensaje para que se ponga en contacto contigo.

Amanda miró su reloj.

—¿Y el resto de la casa? ¿Han encontrado algo los forenses?

—No que me hayan dicho. Ahbi no se ha mostrado grosero en absoluto, pero tampoco me va a dar nada voluntariamente. —Charlie se detuvo antes de añadir—: Lo que es obvio es que, fuese lo que fuese lo que buscaban, no lo encontraron. De ser así se habrían marchado en cuanto vieron aparecer a Faith.

—Y ahora estaríamos planeando el funeral de Evelyn. —Amanda no reflexionó sobre ese hecho—. ¿Tienes idea del tamaño que pueda tener eso que andaban buscando?

—No sabría decirlo —admitió Charlie—. Por lo que se ve, han estado buscando por todos lados: cajones, armarios, cojines. Creo que empezaron a cabrearse a medida que registraban la casa, por eso lo rompieron todo. Rajaron los colchones, los juguetes de la niña. Se ve que estaban muy furiosos.

—¿Cuántas personas estuvieron registrando?

—Disculpe, doctora Wagner. —Mittal regresó. Se metió el teléfono en el bolsillo, pero se dejó el traje blanco abierto—. Era el médico forense. Se ha retrasado porque ha descubierto otro cadáver en el apartamento incendiado. ¿Qué deseaba saber?

Charlie respondió por ella, quizá porque creía que el tono de Amanda terminaría por echarlos de la casa.

—Preguntaba cuántas personas crees que han intervenido en el registro de la casa.

Mittal asintió.

—Yo diría que tres o cuatro hombres.

Will se percató de la mirada de indignación de Amanda. Tenían que haber sido más de tres. De no ser así, todos los sospechosos estaban muertos y Evelyn se había secuestrado a sí misma.

—No llevaban guantes —continuó Mittal—. Probablemente pensaron que la capitán Mitchell no opondría resistencia.

Amanda soltó una carcajada, y Mittal hizo otra de sus peculiares pausas.

—Hay huellas en casi todas las superficies, que por supuesto compartiremos con el GBI.

—Ya he llamado al laboratorio —dijo Charlie—. Vienen dos técnicos para digitalizarlas e introducirlas en la base de datos. Es sólo cuestión de tiempo que sepamos si están en el sistema.

Amanda señaló la cocina.

—Cuando la neutralizaron, empezaron a registrar la casa por aquí. Miraron los cajones, así que lo que buscaban debe caber en uno de ellos. —Miró a Charlie y luego a Mittal—. ¿Alguna huella de neumáticos… o de zapatos?

—Nada de importancia.

Mittal la condujo a la ventana de la cocina y empezó a señalarle las cosas que había en el jardín trasero y que habían comprobado. Will se fijó en los CD que estaban rotos en el suelo. Los Beatles, Sinatra, pero ninguno de AC/DC. El radiocasete era de plástico blanco, aunque estaba embadurnado del polvo negro para tomar las huellas dactilares. Will utilizó el pulgar y presionó el botón de expulsión, pero el interior estaba vacío.

Volvió a oír la voz de Amanda.

—¿Dónde retuvieron a Evelyn mientras registraban la casa?

Mittal se dirigió al salón. Will se puso al final de la cola mientras Charlie y Amanda seguían al doctor a través del montón de objetos desperdigados. La distribución era similar a la de la casa de la señora Levy, salvo el aspecto hundido del salón. Enfrente del sofá y de una mecedora había una pared con estantes y un televisor de plasma con un agujero del tamaño de un pie en el centro. La mayoría de los libros estaban tirados por el suelo. El sofá y las sillas estaban destripados. Había un estéreo en un estante, al lado de la televisión, un viejo modelo. Los altavoces estaban rotos y habían arrancado el brazo del plato giratorio. Había unos cuantos discos de vinilo aplastados por el tacón de una bota.

Había una silla ondulada estilo Thonet contra la pared, el único objeto de la habitación que parecía intacto. El asiento era de mimbre. Las patas estaban pulidas. Mittal señaló dónde se habían desprendido algunos trozos de barniz.

—Parece que utilizaron cinta adhesiva. Encontré adhesivo donde creo que estuvieron los pies de la capitán Mitchell. —Levantó la silla y la apartó de la pared. Había un marcador de plástico amarillo al lado de una mancha oscura—. Se puede deducir por las manchas de sangre de la moqueta que la capitán Mitchell tenía las manos colgando. El corte que tenía en la mano seguía sangrando, pero no demasiado. Quizá mi colega tenga razón al decir que se envolvió la herida con una toalla de papel.

Amanda se inclinó para mirar la mancha de sangre, pero Will estaba más interesado en la silla. A Evelyn le habían atado las manos a la espalda. Él utilizó el pie para mover la silla hacia delante y poder ver el reverso del asiento de mimbre. Había una mancha de sangre debajo, con la forma de una cabeza de flecha.

Will miró la habitación, tratando de descubrir qué señalaba la flecha. El sofá que había delante de la silla estaba destripado, así como la mecedora que había al lado. El suelo de madera implicaba que no se podía ocultar nada debajo de la moqueta. ¿Había intentado señalar Evelyn algo en el jardín trasero?

Oyó pasar un siseo de aire a través de los dientes. Will levantó la mirada y vio a Amanda echándole una mirada tan fulminante que colocó la silla en su lugar sin darse cuenta de lo que hacía su pie. Ella le hizo un gesto con la cabeza, indicándole que no debía mencionar lo que acababa de encontrar. Will miró a Charlie. Los tres habían visto la flecha debajo de la silla, mientras Mittal, ausente, soltaba un sermón sobre la eficacia de las huellas dactilares en las superficies porosas y no porosas.

Charlie abrió la boca para decir algo, pero Amanda se le adelantó.

—Doctor Mittal, ¿usted cree que rompieron la puerta de cristal con un objeto que encontraron, como una piedra o una herramienta de jardinería? —Miró a Charlie. Will pensó que si Amanda fuese capaz de lanzar rayos láser con la mirada, fulminaría la boca de Charlie de inmediato—. Quiero saber si este asalto estaba bien planeado. ¿Trajeron algo para romper el cristal? ¿Rodearon la casa? Y de ser así, ¿conocían la distribución de la casa?

Mittal frunció el ceño, porque no podía responder a ninguna de esas preguntas.

—Doctora Wagner, eso no son escenarios que pueda evaluar un forense.

—Echemos un vistazo y veamos si encontramos algo. ¿Utilizaron un ladrillo para romper el cristal?

Charlie empezó a mover la cabeza. Will se dio cuenta de su conflicto interno. Le gustase o no, ésa era la escena de crimen de Mittal, y había pruebas debajo de la silla —posiblemente importantes— que se le habían pasado por alto. Charlie parecía confuso. Como solía suceder con Amanda, una cosa era lo correcto y otra lo que ella ordenaba. Todas las decisiones tenían sus consecuencias.

Mittal también movía la cabeza, pero sólo porque Amanda parecía no querer comprender.

—Doctora Wagner, hemos revisado cada centímetro de la escena del crimen y le aseguro que no hemos encontrado ningún objeto importante que no le haya mencionado.

Will tenía pruebas de que no habían mirado cada centímetro.

—¿Han mirado en el Malibu? —preguntó.

A Charlie eso lo sacó de sus pensamientos. Frunció el ceño. Will había cometido el mismo error con el Mini de Faith. Toda la violencia había tenido lugar dentro de la casa, pero los coches seguían siendo parte de la escena del crimen.

Amanda fue la primera en moverse. Se dirigió al garaje y abrió la puerta del conductor del Malibu antes de que nadie pudiera impedírselo.

—Por favor, aún no lo hemos procesado… —dijo Mittal.

Amanda le lanzó una mirada mordaz.

—¿Acaso ha mirado en el maletero?

Su silencio sirvió de respuesta. Amanda abrió el maletero. Will estaba de pie, dentro de la entrada de la cocina, lo que le permitía ver completamente la escena. Había varias bolsas de plástico en el maletero, con el contenido aplastado por el cadáver que había encima de ellas. Al igual que en la cocina, todo estaba cubierto de sangre, empapando la caja de cereales y goteando por la envoltura de plástico de los bollos para las hamburguesas. El hombre muerto era un tipo grande. Habían doblado su cuerpo para poderlo meter en el maletero. Una profunda herida en su cabeza calva dejaba entrever el hueso astillado y algunos trozos de cerebro. Tenía los pantalones arrugados y las mangas de la camisa remangadas. Lucía un tatuaje de los Texicanos en el antebrazo.

Era el amigo de Evelyn.