Algo acerca del Coyote
Por J. Mallorquí

Hace unos cinco años y como complemento para una colección que se publica en América, escribí mi primera novela del Oeste. Hasta entonces me había dedicado a otro tipo de literatura, y sólo circunstancialmente escribí aquella novelita. A finales del 1942 fui encargado de idear alguna colección nueva para una editorial barcelonesa. El azar trajo a mi memoria aquella novelita y propuse que sirviese de modelo para la nueva colección. Se aceptó la idea y así nació una popular colección de novelas del Oeste, que aún se publica con éxito y en la cual mi nombre aparece velado por un seudónimo (uno de los siete u ocho que utilizo). Así, casi involuntariamente, empecé a escribir novelas de aventuras que tienen por escenario el Oeste norteamericano. Al fundarse la Editorial Clíper fui encargado de colaborar en la Colección de Novelas del Oeste, donde, bajo los seudónimos (ya abandonados) de Carter Mulford, Leland R. Kitchell y Mallory Ferguson, escribí una serie de novelas entre las que figuró El Coyote. Encariñado con el personaje creado en ella, propuse que se publicaran sus aventuras en colección aparte, y así nació El Coyote.

¿Qué me sugirió la creación de este personaje que tanta popularidad ha alcanzado? En primer lugar el profundo conocimiento que tengo de California, de su historia, de sus usos y sus costumbres. Por eso situé la acción en Los Ángeles, ya que ello me permitía, además, utilizar a un personaje de nuestra raza, con todos sus defectos pero, sobre todo, con sus virtudes de heroísmo y caballerosidad, que no hubiese podido hallar en una figura de otra sangre.

Tal vez los lectores hayan advertido cierta semejanza entre El Coyote y El Zorro. No niego que don César se parece al héroe que popularizó el cine; pero también se parece a Pimpinela Escarlata, a Dick Turpin y a otros muchos de los que tal vez sea hermano, pero no copia exacta. Cada país tiene un héroe enmascarado que ha impuesto la Ley y el orden ocultando su verdadera personalidad, y esa ha sido la base en que se ha creado El Coyote. El motivo de su éxito creo que debe buscarse en su carácter y, acaso, también, en el esfuerzo que vengo realizando para que el interés predomine en todas sus aventuras, a la vez que me esfuerzo en que la lógica impere en ellas y todo ocurra de una manera factible.

(Texto publicado originariamente en la novela La Justicia del Coyote, en 1945.)

Las misiones de California

Las misiones de California fueron: La de San Antonio de Padua, al Sur de Monterrey. La de Santa Bárbara, muy próxima a Los Ángeles. La de San Buenaventura, que con la anterior y otras más, forma una cadena que desciende desde San Francisco hasta la frontera mejicana, bordeando el mar. Bajando del Norte es la misión que se encuentra a continuación de la de Santa Bárbara. La de San Carlos y Carmelo de Monterrey. Santa Clara, al Sur de San Francisco, tocando el extremo inferior de la gran bahía de San Francisco. La de Santa Cruz, totalmente desaparecida. San Fernando, inmediata a Los Ángeles, hacia el Norte. La de San Francisco de los Dolores o Misión Dolores, hoy totalmente reconstruida y constituyendo una joya artística de la ciudad de San Francisco. La de San Francisco Solano. San Gabriel, al Oeste de Los Ángeles. Santa Inés, al Norte de la misión de Santa Bárbara. La de San Diego, la más próxima a la frontera de la California mejicana. San Juan Bautista, a 45 kilómetros de Monterrey. San Juan de Capistrano, una de las más bellas de todas las misiones californianas, al Sur de Los Ángeles. La de San José, junto a la bahía de San Francisco. La de San Luis Obispo, entre Monterrey y Los Ángeles. La de San Luis Rey, entre Capistrano y Méjico. La de San Miguel. Purísima, al Sur de la de San Luis Obispo. La de San Rafael, al Norte de San Francisco. La de Santa Rosa, la más al Norte de todas. Soledad, cercana a Monterrey, unos 50 kilómetros hacia el Sur.

Éstas son casi todas las misiones que hubo en California. El sistema de las misiones duró relativamente poco, menos de sesenta años. Al independizarse Méjico se destruyó el sistema de las misiones, cuya labor entre los indígenas se considera hoy fabulosa, por los inmensos beneficios que produjo. El nuevo régimen quiso borrar de ellas la influencia española y dar plena libertad a los indios. Como ocurre siempre, fue más fácil destruir en unos pocos meses la labor de medio siglo que ofrecer a cambio nada verdaderamente útil. La decadencia de los indígenas siguió inmediatamente a la de sus misiones, hasta desaparecer totalmente su raza.

José MALLORQUÍ.

Texto publicado originariamente en el Extra El Coyote nº 3, en 1946.