Capítulo V:
Las sorpresas de un cadáver

Borax MacAdoo leyó lleno de asombro la noticia que publicaba el periódico La Estrella de Los Ángeles, y luego clavó su incrédula mirada en El Coyote.

—Pero… yo no he muerto —tartamudeó.

—El periódico dice que sí, y los periodistas que escriben la noticia de su muerte vieron su cadáver.

Borax MacAdoo siguió leyendo. Cuando se hubo informado de una buena parte de la noticia, volvió a mirar al Coyote, declarando:

—No entiendo. ¿Qué puso usted en mi baúl?

—Yo no puse nada —dijo El Coyote—. Lo pusieron otras personas con el caritativo objeto de matarle a usted y convertir en viuda a su esposa.

—¿La esposa de quién? —preguntó MacAdoo.

—La suya. El periódico trae un dibujo, reproducción de una fotografía de ella y de su hijo.

—¿Del hijo de mi mujer?

—Y de usted.

—¡Pero si yo no tengo mujer ni hijo alguno! —gritó MacAdoo—. Ahora mismo iré a ver a ese jefe de Policía y le diré quién soy.

—Dudo mucho de que llegara vivo ante el jefe de Policía —sonrió El Coyote.

—¿Es que pretende que permanezca muerto? Ese equívoco debe resolverse.

—Mientras le crean muerto su vida no corre peligro. En cuanto sepan que está vivo, tratarán de acabar definitivamente con usted. Y lo harán como ya lo hubieran hecho si llega usted a abrir el baúl.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de MacAdoo al recordar lo muy cerca que había estado de hacer caso omiso del consejo que le diera El Coyote acerca de su equipaje.

—Pero yo no puedo pasarme la vida entera muerto —objetó.

—Desde luego; pero si sus enemigos creen haber logrado ya lo que se proponían, es casi seguro que ahora descubrirán su juego. En cuanto sepamos lo que se proponen y el motivo por el cual le han «matado», podremos hacer algo. Mientras tanto, esperaremos.

—¿A quién esperaremos?

—A su desconsolada esposa.

—Ya he dicho que yo soy soltero.

—Sin embargo, existe una esposa legal de Michael MacAdoo, que, además, es la heredera absoluta de sus bienes.

—¿Heredera? —MacAdoo se rascó la cabeza—. ¿Cree que me han matado para que mi presunta mujer herede?

—Eso sospecho.

—Entonces mi mujer… Quiero decir que esa mujer se presentará a hacerse cargo de mi herencia.

—Así es de suponer. Aunque se la ha avisado por telégrafo, no llegará a tiempo del entierro.

—¿Y quién es el que ha muerto en mi lugar?

—Un ladrón que quiso ver qué contenía el equipaje, y el averiguarlo le costó la vida. Una curiosidad pagada a un precio bastante caro.

—Pero ¿quién puede haber planeado un crimen tan horrible?

—¿Usted qué sospecha? —preguntó El Coyote.

—No sé… Don Jerónimo Salas ha sido el único que se ha interesado por mis tierras; pero si existe una esposa mía… ¡Oh! —Borax ocultó el rostro entre las manos—. No comprendo nada; pero… pero… ¡es horrible! ¿Qué debo hacer?

—Permanecer en esta casa. No salga de ella para nada. Evite que sepan que está vivo. Es la mejor manera de no convertirse en un muerto. Sin embargo, me gustaría saber unas cuantas cosas. ¿Está seguro de no haber perdido la memoria y estar realmente casado?

MacAdoo iba a responder, pero se contuvo y, por fin, replicó:

—Ya no estoy seguro de nada.

—Perfectamente. Es una buena respuesta. Quédese aquí y espere mis órdenes. La india que le atiende le traerá cuanto necesite. Adiós.

Al quedar solo, MacAdoo cogió el periódico que le había traído El Coyote y leyó todos los detalles que se publicaban acerca de su muerte. Cuando terminó la lectura su asombro no conocía límites. Al fin, decidió que tal vez todo era cierto: él estaba muerto y había dejado una viuda llamada Carolyn, cuyo retrato, sin saberlo, había llevado en su cartera. O lo había llevado el hombre llamado Borax, hecho pedazos por una explosión de dinamita en malas condiciones, que llevaba en el baúl. Sin embargo, él no había tenido jamás la ocurrencia de llevar dinamita en el baúl. Pero él no era Borax MacAdoo, y por lo tanto no podía saber lo que llevaba o no llevaba el verdadero Borax MacAdoo… ¡Qué tontería! Él sabía' quién era y sabía que estaba vivo. Todo lo demás debía ser… una monstruosidad que él no podía comprender.

¡Casado y con un hijo! ¡Y sin haberse enterado hasta entonces!