Capítulo III

República de California

El comandante Fremont, el capitán Gillespie y el explorador Kit Carson hallábanse reunidos en el Valle del Sacramento, en una tienda de campaña de la supuesta expedición científica que había entrado en tierras de California.

—Su plan es independizarse de Méjico —dijo Fremont a sus compañeros, refiriéndose a la actitud de buen número de californianos, entre los cuales se mezclaban un número equivalente de colonos norteamericanos.

—El ejemplo de Tejas ha cundido —sonrió Kit Carson, cuyo traje de ante adornado con flecos de la misma piel contrastaba con los uniformes militares de sus compañeros.

—Pero no debe llevarse a la práctica —siguió Fremont—. Inglaterra se daría prisa en reconocer esa república californiana. Enviaría armas, mercancías, emigrantes y…

—Uniría el Canadá con Méjico, cerrándonos la costa del Pacífico —terminó el capitán Gillespie.

—Eso es.

—Pero entre el Canadá y California está Alaska —recordó Kit Carson.

—Rusia vendería gustosamente su colonia a cambio de unos millones o de unos cuantos barcos de guerra —siguió Fremont—. Además, he enviado al padre McNamara a California para convencer al gobernador de que venda una gran extensión de terreno a fin de instalar en él una numerosa colonia de católicos irlandeses. Hay que evitar el juego de la independencia californiana. Es un juego peligroso. Antes de que nos diéramos cuenta, California tendría un ejército de ingleses y de aventureros de todas las naciones. Además el fracaso de la operación que se está llevando a cabo sería un rudo golpe para el partido demócrata. Los federales se crecerían, el Norte y el Sur chocarían y cuando hubieran dejado de chocar, California estaría tan sólidamente establecida en su independencia que ya nada se podría hacer contra ella. Una nueva guerra resultaría impopular y nadie se atrevería a declararla, tanto si triunfaba el Norte como si triunfaba el Sur. Inglaterra, con quien estamos a punto de chocar con motivo de los límites de Oregón, se quedaría con este territorio. Es, por lo tanto, imprescindible que no se acepte ni se fomente la creación de esa república de California.

—¿Debemos declarar la guerra a Méjico? —preguntó Kit Carson.

—No. Debemos ocupar California. Ella queda muy lejos del brazo armado de Méjico. Las comunicaciones son malas y los mejicanos se preocupan demasiado de Tejas.

—¿Y ese Benito Encarnación Pasapenas? Es un buen elemento; pero tiene ciertas ideas acerca de la creación de la república de California.

—Que se olvide de ellas —replicó Fremont.

—No podrá —dijo Carson.

—Un pelotón de fusilamiento le hará entrar en razón para siempre.

—No creo que sea necesario —intervino Gillespie——. Nos conviene que en nuestro Batallón de Voluntarios de California figuren un buen número de californianos. Eso desconcertará a los habitantes de California. No sabrán si se trata de una nueva revolución o no. El unirse a un partido revolucionario les atrae. Ingresarán muchos en el Batallón. Y cuando se den cuenta de que han luchado para que California sea un Estado más de la Unión, será demasiado tarde y ya no podrán volverse atrás. Aceptarán lo ocurrido y lo defenderán. No les quedará otro remedio. Son enemigos del ridículo, y en ridículo quedarían si confesaran que se dejaron engañar como niños. Preferirán decir que desde el primer momento pensaban en que California fuese un Estado de la Unión.

—Arréglese usted con ese Pasapenas, si es que verdaderamente cree que nos puede ser útil.

—Utilísimo, pues conoce como pocos el terreno que pisamos. Si el señor Carson quiere acompañarme hablaremos con él. Está esperándonos.

* * *

Cuando en abril de 1846 se rompieron las hostilidades entre las fuerzas de Fremont y las mejicanas, Benito Encarnación Pasapenas marchaba como teniente en el Batallón de Voluntarios de California. Aquel mismo mes se supo la noticia en Los Ángeles, y cuando esta ciudad fue ocupada por los norteamericanos, Benito Encarnación figuraba en sus filas. El 26 de julio se dirigía con Fremont a San Diego para cortar la retirada a las fuerzas californianas. Castro había huido a Méjico, Pío Pico estaba oculto en el rancho de su cuñado Juan Forster. En enero de 1847 fue ocupado definitivamente Los Ángeles y en agosto de 1847 Benito Encarnación Pasapenas dimitía su cargo de oficial en el Batallón de Voluntarios, regresando a Los Ángeles. Su padre había muerto. Su hermano regía la hacienda Nombre de Dios y se disponía a casarse con Sara Stone, hija de un antiguo colono americano casado con una Lizcano. En Los Ángeles se empezaba a hablar de un enmascarado llamado El Coyote que imponía su justicia a la californiana.