Si Kylie esperaba que la relación con Jensen en la oficina fuera tensa, se equivocaba. Se imaginaba situaciones incómodas e incluso embarazosas. No era tonta; no podía pasar por alto la atracción que había entre los dos.
¿Cómo era ese dicho? ¿Que los polos opuestos se atraen?
En su caso no podían ser más opuestos. Eran completamente distintos. Él era fuerte, invulnerable, valiente y seguro de sí mismo. Nada podía con él. Rebosaba autoridad y lo envidiaba. Ella era débil y cobarde; la seguridad en sí misma no era una de sus mejores cualidades.
Estaba en su despacho con la mirada fija en los muchos informes que tenía que revisar antes de reunirse con Jensen en una hora. Sin embargo, estaba bloqueada, tenía la mente en blanco. Y para ser sincera, aún no conseguía soltarse y estaba aterrorizada por verlo.
Tenían una cita al día siguiente. Él había pasado la noche en su cama, habían ido a comer donde le había pedido una cita. Y le había dejado claro que no tendría nada que ver con el trabajo.
¿Cómo se suponía que tenía que actuar cerca de él? Estuvo a punto de echarse a reír al pensar que, de algún modo, estaba viviendo una de esas novelas romanticonas de directores que se liaban con sus secretarias. De jefes y sus asistentes personales. En la vida real, la mayoría de las personas era consciente de las dificultades de mezclar negocios y placer, y la mayoría de empresas tenían reglas estrictas sobre los empleados que mantenían relaciones personales.
Pero Dash y Jensen no rendían cuentas a nadie. No era una empresa normal. Pobre del que intentara decirles cómo tenían que llevarla.
No tenían ningún manual del empleado ni había ninguna regla contra la confraternización de los trabajadores, pero eso no significaba que Kylie fuera una idiota por involucrarse con Jensen Tucker.
—Dejemos a un lado que sea tu jefe —murmuró seriamente—. Esto es lo más obvio en la columna de los contras.
También lo era que él fuera la antítesis de lo que ella quería o necesitaba de un hombre. No sabía decir exactamente qué quería porque en realidad no buscaba relaciones con hombres. Sí, había salido con alguien de vez en cuando, pero era evidente que sus problemas no eran un atractivo para los hombres que la habían invitado a salir.
No los culpaba. Si se lo planteaba fríamente se daba cuenta de que era una mujer difícil. Era malhumorada, puntillosa, siempre a la defensiva y tímida. No eran los distintivos de una mujer deseable que ponía a los hombres a cien.
No obstante, le gustaría provocar algo así en los hombres aunque fuera solo una vez. Poder hacer acopio de valor, tener un buen par de ovarios y estar segura de sí misma. Poder entrar en un sitio con aplomo con sus zapatos de tacón y un vestido para morirse, y que la desearan todos los hombres del lugar.
—¿Y qué harías con ellos, eh? —se preguntó asqueada.
Nada de nada. Eso haría. Echaría a correr como una gallina, escondería la cabeza en la arena como un avestruz y rezaría para que la vida pasara deprisa y no la usara como cabeza de turco otra vez.
¿Cuándo diría «basta»? Tenía veintitantos y, sin lugar a dudas, seguía siendo joven, aunque había días que se sentía mucho mayor. Era el peso de toda una vida que la aplastaba, la ahogaba y la hacía infeliz. Le parecía que la infancia había durado una eternidad y que esa sensación de encarcelamiento se había alargado hasta el infinito.
En su peor época, cuando ella y Carson eran pequeños, albergaba en secreto la esperanza de poder terminar con todo. Ahora la avergonzaba pensar en lo cerca que había estado de quitarse la vida. No era más que una niña, ¿y qué niña tenía esas ideas tan oscuras y funestas?
Lo único que le paró los pies fue pensar en Carson. Solo, recibiría toda la ira de su padre y no iba a permitirlo.
Carson se había puesto entre ella y su padre muchas veces, igual que otras tantas ella había hecho lo mismo por él.
Cuando su padre iba borracho lo pagaba con Carson. Las otras veces, cuando estaba sobrio, desataba su rabia con Kylie; nada de lo que ella hacía estaba bien. Todo se castigaba con dureza. Carson había tratado de protegerla igual que hacía ella cuando su padre bebía demasiado y descargaba su ira sobre su hermano.
Nunca le había dicho que había barajado el suicidio. De hecho, nunca se lo había contado a nadie. Era su secreto más oscuro, enterrado bajo capas de dolor y desesperación, pero que aún estaba allí. Era un recuerdo que tenía muy presente, como un recordatorio de lo a punto que había estado del abismo.
Y a pesar de todo parecía estar regresando a ese pasado turbio. Parecía estar llegando a ese abismo del que nunca había salido en realidad. ¿Por qué ahora?
Estaba a salvo de su padre. Nadie podía hacerle daño. Tenía un hogar, su fortaleza, entre las cuatro paredes de la cual podía encerrarse. Un refugio sin intrusos del mundo exterior.
La muerte de Carson había sido un golpe muy duro para ella y seguía notando el dolor. Tal vez no se había enfrentado al dolor como era debido. Había actuado como un robot durante todo el proceso, incapaz de comprender que la única persona que la había querido y protegido se hubiera ido. Que estaba sola, era lo único que la aterraba.
Carson y Joss eran su única familia y ella no tenía ganas de formar ninguna propia. Sabía también que Carson no quería niños, a diferencia de Joss. Entendía su temor, que de algún modo sus genes podridos pasaran a sus hijos. Era un miedo que ella compartía.
Su madre los había abandonado, los dejó con un monstruo que sabía que era capaz de las mayores atrocidades. No tenía ejemplo ni modelo, nadie a quien admirar. Solo una madre ausente y un padre alcohólico, maltratador y, por si fuera poco, misógino.
Sacudió la cabeza con los labios apretados. No, ella tampoco quería arriesgarse a tener hijos. ¿Y si era una madre horrible? ¿Y si sus niños se volvían unos monstruos como sus padres? A saber lo que podría pasar si ella o Carson tenían hijos.
Que la sangre y el apellido de su padre murieran con ella le estaba bien; él era el único familiar que le quedaba. Ojalá pudiera llevarlo al infierno consigo. Porque solo Dios sabía que había vivido ese infierno todos los días desde que era un bebé.
—¿Has terminado esos informes?
La voz de Jensen por el intercomunicador la sobresaltó e interrumpió sus oscuros pensamientos.
Atacada, recogió los papeles y les echó un rápido vistazo para comprobar que había terminado de revisar el montón.
—Sí —contestó con la voz algo entrecortada, cosa que la fastidiaba sobremanera—. ¿Quieres que te los traiga?
—Sí, por favor.
Se incorporó y recogió todos los informes, que ordenó en un montoncito ordenado. Entonces, inspiró hondo y se dirigió al despacho de Jensen por el pasillo. La puerta estaba abierta; él no estaba prestando atención. Estaba concentrado mirando algo en el ordenador y tenía el ceño ligeramente fruncido.
Tenía la parte superior de la camisa sin abotonar y hacía rato que debía de haberse quitado la corbata. Llevaba las mangas enrolladas hasta los codos. La chaqueta estaba tirada en una silla.
Era muy dado a las comodidades, y mientras Dash y Carson parecían cómodos con sus mejores ropas y en su salsa en ese mundo que habían creado para ellos, Jensen parecía algo más incómodo. Era callado, reservado, y parecía contentarse con que Dash hablara por los dos.
Pero Kylie se apostaba el sueldo a que Jensen no se perdía ni un solo detalle de nada. Que conocía hasta al último cliente y los entresijos de los contratos y del trabajo que había que hacer.
Se acercó a su mesa algo vacilante porque no quería que perdiera la concentración. Dejó el montón de papeles en una esquina y se dio la vuelta para salir de allí lo antes posible.
—Kylie, espera —le ordenó.
No tendría que haberle sorprendido que la hubiera visto en cuanto entró por la puerta. Aunque no había hecho ningún gesto que lo confirmara y había seguido mirando lo que le tenía enfrascado en la pantalla del ordenador.
Levantó la vista y se lo encontró mirándola; su mirada la acariciaba como si fuera algo tangible. Le encantaba esa manera que tenía de mirarla. Le encantaba lo que le hacía sentir: a salvo, protegida, como si le importara lo que le pasara.
Esas miradas eran adictivas y las absorbía con una avaricia descarada.
De repente, su expresión adoptó un aire de desagrado y ella notó una opresión en el pecho. No le gustaban los conflictos, los evitaba a toda costa y, si no podía, entonces trataba de aliviarlos como fuera.
—¿Pasa algo? —preguntó, nerviosa—. ¿Puedo ayudarte con algo?
Jensen le cogió la mano y eso la dejó asombrada porque siempre la había tratado con naturalidad y desapego en el trabajo. Le dio un apretón e hizo que se acercara hasta que la tuvo junto a su butaca. Se echó hacia atrás para colocarse frente a ella.
—El lunes tengo que ir a la ciudad. Vuelvo el miércoles por la noche para poder estar en el despacho el jueves a primera hora.
Ella asintió, preguntándose qué le había hecho cambiar de humor. No era nada raro que Dash y él fueran a la ciudad.
—Es el contrato con S&G —continuó—. El director financiero se quedó muy impresionado y quiere seguir adelante con nuestra propuesta. Quiere que asista a una reunión con el director ejecutivo y la junta directiva en Dallas. El contrato es nuestro. Solo hay que seguir ciertos pasos para conseguir el visto bueno de los mandamases. Y por supuesto quieren verme… vernos.
Entonces hizo una mueca y se pasó una mano por el pelo.
—Es tu contrato, Kylie. Eres tú quien debería ir y no yo. Por lo menos deberías acompañarme, pero como Dash no está, no podemos dejar la empresa desatendida tres días.
—Claro que no —repuso ella, asombrada por haberlo contemplado siquiera—. Mi trabajo es llevar la oficina, Jensen.
—Pero te lo mereces —añadió con un rictus serio—. La mayoría de las sugerencias eran tuyas, aunque las hubiéramos acordado juntos. Llevaste muy bien la reunión con el director financiero. Estoy convencido de que tendrías a la empresa entera comiendo de tu mano si expusieses la presentación.
Ella negó con la cabeza; estaba muy contenta por el halago, pero a la vez aterrada por la idea de presentar sola la propuesta. Sin Jensen allí para apoyarla. Le gustaba la idea de salir del cascarón y enfrentarse al mundo por un día, pero no sería hoy. Ni mañana.
Poquito a poco, se dijo.
—Entonces estarás fuera del lunes al miércoles —dijo ella en voz baja—. Creo que puedo proteger el fuerte mientras no estás.
—Eso ya lo sé —repuso él, serio—. Pero, joder, me gustaría que vinieras.
Kylie puso los ojos como platos al reparar en el motivo de su enfado. No quería dejarla allí, pero no le quedaba más remedio. No tenían suficientes empleados, aunque Kylie llevaba tiempo diciéndoles que contrataran a un par de asistentes para la oficina. Los dos hombres necesitaban secretarios, empleados que viajaran con ellos, trabajaran codo con codo y se ocuparan de sus asuntos profesionales y personales.
Su trabajo era llevar la oficina, asegurarse de que las cosas fueran bien, que todo se hiciera a tiempo y que las cuentas por cobrar estuvieran siempre al día. Pero les hacía de asistente personal a los dos en lugar de ser encargada, y la tenían muy ocupada. Tenía trabajo como para dos personas y, a pesar de eso, ninguno de los dos parecía interesado en contratar a nadie más. Decían que les gustaba cómo trabajaba y que estaban contentos con sus servicios.
Tomó nota mental de que debía pedir un aumento de sueldo si no se lo daban automáticamente en la reunión de evaluación, dentro de unas semanas. Se lo merecía. La antigua Kylie nunca hubiera abierto la boca. Seguía cobrando lo mismo y no se quejaba cuando le daban más trabajo. Hacía lo que fuera para que reinara la paz y no hubiera conflicto alguno.
Pero la nueva Kylie sabía que valía mucho más de lo que reflejaba su sueldo. Tampoco era que la subestimaran; ambos se deshacían en elogios al hablar de su trabajo y cuando le decían que no podrían apañárselas sin ella.
La nueva Kylie sería tajante, eficiente y le echaría un par. Pediría un ascenso y no uno pequeño.
Tenía objetivos como cualquier persona. Quería una casa nueva en un nuevo barrio, no en el mismo que Dash, Joss, Tate y Chessy. Jensen vivía a unos tres kilómetros de ahí, en otra urbanización exclusiva. Era hora de romper con todo, de dejar de depender de la gente que la rodeaba y que la sobreprotegía.
Se sentía un fraude viviendo donde estaba ahora. Carson había insistido en que viviera cerca de él. Donde pudiera cuidarla y protegerla, como había hecho siempre. Y ella le había fallado cuando más la necesitaba. Tendría que haber sido ella y no él. Tenía a Joss, alguien que lo amaba y a quién él adoraba más que a nadie. Kylie no tenía a nadie, solo a Carson y, por extensión, a Joss.
Tendría que haber sido ella.
No era un deseo suicida. No se había vuelto a plantear el suicidio desde pequeña, cuando tuvo ese momento en que se dijo que estaría sola, protegida y a salvo de la violencia de su padre si cedía y tomaba la salida más fácil.
—¿Qué diantres pasa dentro de esa cabecita? —murmuró Jensen.
Ella lo miró con aire culpable, a sabiendas de que no le estaba prestando la atención que merecía como jefe. El calor le encendió las mejillas. Era vergüenza, la vergüenza de haber rememorado esos momentos terribles de su pasado.
—Nada que valga la pena repetir —respondió ella, sincera.
Él negó con la cabeza.
—Uno de estos días tendrás que confiar en mí lo suficiente para compartir esos pensamientos oscuros que parecen rondarte cada dos por tres. Puede que pienses que se los escondes al mundo, y tal vez así sea, pero a mí no me engañas. Veo más allá de esa apariencia ensayada, Kylie. Y no lo digo para alarmarte, sino para que me creas cuando te digo que nunca te haré daño. Nunca haría nada que te causara dolor.
Ella tragó saliva y asintió; no sabía qué más hacer. ¿Cómo podía explicar que había ciertas cosas que no debían compartirse? Aunque él dijera conocer su pasado, no podía saberlo todo. Nadie lo sabía todo, ni siquiera Carson.
—Todo irá bien —dijo ella tranquilamente—. Ve a cerrar el trato con S&G que yo me ocupo de la oficina. Dash volverá dentro de una semana. Él y yo solíamos llevar la oficina, así que soy perfectamente capaz de llevar las cosas sola mientras estés fuera.
—Pero eso no es lo importante —añadió él con paciencia—. Te lo mereces. Deberías ir tú y no yo.
Ella palideció y negó con la cabeza.
—Te agradezco la oportunidad y la confianza que depositas en mí, pero ya has hecho suficiente. Dejaste que te ayudara con la propuesta y con eso basta. No me sentiría cómoda presentándola a los altos cargos. Eso es tu especialidad, no la mía. No querría tener que cargar con esa responsabilidad si perdiéramos un contrato así por no tener la experiencia suficiente para sacarlo adelante.
Una mirada comprensiva se asomó a sus ojos y ella notó el escalofrío que sentía cada vez que la miraba de esa forma.
—La adquirirás, cielo. Tal vez no ahora, pero con el tiempo, seguro. Pienso hablar largo y tendido con Dash sobre tu puesto en la empresa cuando vuelva.
Se le pusieron los ojos como platos. Quiso protestar pero Jensen la calló con una mirada.
—No me harás cambiar de opinión.
Ella esbozó una sonrisa de pesar.
—Solo iba a pedir un aumento, uno grande, en mi próxima reunión de evaluación. Con eso gastaría mis reservas de toma de decisiones de un año entero.
Él soltó una carcajada.
—Conseguirás ese aumento de sueldo y, si está en mis manos, un ascenso también. Eso significará que necesitamos a otra encargada, porque si vas a trabajar más estrechamente con Dash y conmigo, no tendrás tiempo para lo demás.
Ella frunció el ceño. Era muy posesiva en lo que se refería a la oficina. Eran sus dominios, era ella la que la llevaba y organizaba. Conocía los entresijos mejor que Dash y Jensen. Era ella la que hacía que las cosas funcionaran bien. Le gustaba saberse indispensable, que valía para algo.
—Vales mucho más que para ser oficinista, Kylie. Tienes una carrera e inteligencia de sobra. Lo único que te falta es más seguridad en ti misma. En cuanto la tengas serás imparable, te lo garantizo.
Ella volvió a ruborizarse; sintió calor por todo el cuerpo. Jensen parecía segurísimo de sus habilidades y si él estaba así de seguro, ¿por qué no iba a estarlo ella?
—Gracias —dijo en un hilo de voz.
Él sonrió y Kylie se movió, incómoda; sabía que llevaba mucho rato en su despacho y que tenía que estar trabajando en otras cosas.
Se dio la vuelta, pero Jensen la llamó y se detuvo.
—Pásatelo bien con Chessy esta noche. Mañana nos vemos. A las seis y media en tu casa.
Era un recordatorio de su cita. La manera como se lo dijo le indicaba que tal vez esperaba que se echase atrás o le viniera con alguna excusa.
Pero no hizo ninguna de esas dos cosas. Se dio la vuelta para asegurarse de que la agitación que sentía no se reflejara en su rostro. Contestó con toda la tranquilidad de la que fue capaz.
—Nos vemos a las seis y media.