—Lo has hecho muy bien, Kylie. Estoy muy orgulloso —dijo Jensen mientras tomaban asiento en el Lux Café—. El director financiero se ha quedado impresionado con tus recomendaciones. Diría que el contrato es nuestro.
Kylie se ruborizó de puro placer y agachó la cabeza, pero sabía que le brillaban los ojos de felicidad. Se pasó la reunión entera con un nudo en el estómago, sobre todo cuando Jensen dejó que tomara la iniciativa y se encargara de la presentación. Él se había quedado como mero espectador mientras ella abordaba las sugerencias para minimizar los costes de la empresa.
Le entró el pánico cuando él la dejó al mando de una reunión tan importante. Era un contrato enorme para Dash y para él. A Dash le daría un ataque cuando se enterara de la manga ancha que Jensen le había dado en esta reunión.
Pero tras un inicio algo tambaleante, y con la confianza que Jensen le depositaba y que se reflejaba en su mirada, había asumido el mando y de una forma cuidadosa a la par que eficiente, le explicó las recomendaciones al director financiero.
—Gracias —dijo ella sinceramente—. Por darme esta oportunidad, quiero decir. Significa mucho para mí. No tenía ni idea de que pudiera hacerlo. Estaba muerta de miedo.
—Pues no se te ha notado nada —repuso él—. Rebosabas seguridad. Tenías a ese hombre en la palma de la mano. ¡Si hasta habría comido de ella! Lo tenías muy pendiente. He estado a punto de darle un rodillazo en las pelotas si no guardaba la lengua en su sitio.
Ella frunció el ceño.
—¿Entonces crees que estaba tan atento porque soy mujer?
Él se echó a reír.
—No, creo que estaba atento porque eres una mujer hermosa, elegante y extremadamente inteligente. No te equivoques, Kylie. Tu aspecto no hace daño a la vista, pero ningún hombre de negocios que se precie tomará una decisión tan importante fundamentándose en la atracción sexual. Puede que haya disfrutado de las vistas, pero si has conservado su interés es por tu inteligencia y tu atención al detalle.
Algo más tranquila, se recostó en su asiento mientras el camarero les tomaba nota.
—No tienes nada que demostrar, Kylie —dijo con suavidad cuando se fue el camarero—. La única persona que no cree en ti eres tú misma.
Ella bajó la mirada porque tenía razón. No tenía la seguridad en sí misma que debería. Y ardía en deseos de tenerla. La quería con tantas ganas que casi podía saborearla. Quería enfrentarse al mundo, agarrarlo con ambas manos. Quería ser alguien que no tuviera miedo de entrar en un sitio con aplomo. Pero desde pequeña había aprendido a no ser muy ambiciosa y a no llamar la atención. Era cuestión de supervivencia. O de autoconservación.
Como si le leyera la mente, alargó el brazo y entrelazó los dedos con los suyos. Ya no se sobresaltaba al tocarla; ¿qué debía pensar sobre eso? Que había empezado a gustarle el contacto. A desearlo, incluso.
—Lo conseguirás, cielo. No sucederá de la noche a la mañana, pero lo harás. En tu interior veo quién eres de verdad. Sé que esa persona está esperando a liberarse. Y un día lo hará.
—¿Cómo puedes saber tanto de mí? No llevas tanto tiempo trabajando con Dash.
Él sonrió.
—Observo a las personas. Las estudio. Me ayuda en mi trabajo y también en la vida. Se me da bien leer a la gente, saber cuándo me dicen la verdad y cuándo quieren venderme la moto. Y mi instinto me dice que eres una mujer valiente que ha tenido que soportar los embates de la adversidad en la vida, pero has salido aún más fuerte.
Ella se echó a reír, si bien era una risa crispada y nada alegre.
—¿Más fuerte? Permíteme que te contradiga. Me da miedo hasta mi sombra. ¿O has olvidado que te esposé a la cama anoche?
Su expresión se suavizó. Le gustaba que su mirada se volviera más cálida al mirarla así.
—Y a pesar de todo me las quitaste —remarcó él—. Confiaste en mí lo suficiente para quitármelas cuando estabas en tu momento más vulnerable. Diría que eso es ser muy valiente.
Kylie se ruborizó porque el hombre tenía la pasmosa capacidad de darle la vuelta a cada argumento. Transformaba en puntos fuertes lo que a ella le parecían puntos débiles. Ojalá tuviera tanta seguridad en sí misma como él.
—Me gustaría llevarte a cenar mañana —dijo como si tal cosa—. Y no es una cena de negocios. Una cita. Tú y yo. Nada de hablar de trabajo. Solo nosotros dos y a ver cómo nos va.
—No hay ningún «nosotros» —espetó ella, pasmada por la invitación.
Él arqueó una ceja.
—He pasado la noche en tu cama, cielo. Diría que con eso basta.
—¡Pero si no tuve más remedio! —balbució—. ¡Con eso no se sustenta ninguna cita!
Él sonrió.
—Pues olvida lo de anoche si tanto te molesta. Pero sabes que tú y yo acabaremos ahí. Es cuestión de tiempo.
Se le hizo un nudo en la garganta. Apenas podía respirar porque se le agrandaba por momentos. Este hombre la intimidaba y a pesar de todo se le antojaba revelador que no le diera miedo. Al menos, no físicamente. En su interior sabía que nunca le levantaría la mano. Además, parecía que la sola idea de que alguien le hiciera daño le ponía furioso. Pero también había otras formas de hacer daño. Algunas eran más dolorosas incluso que las físicas.
—No pienso jugar contigo —susurró ella.
Los ojos de Jensen perdieron el brillo travieso y sensual, y adoptó una expresión muy seria.
—Esto no es un puto juego, Kylie. Para mí, no. Nunca lo es. No eres un juego, ni un reto ni una muesca en el cabecero de mi cama. No voy follando por ahí con cualquiera. No me he llevado a la cama a mil mujeres y no soy ningún cabronazo que te considera un trofeo.
Se quedó muda. Sin habla. Le temblaban tanto las manos que tuvo que dejar el vaso de agua en la mesa porque el líquido empezaba a desbordarse y mojar la mesa.
—¿Qué quieres de mí? —graznó.
Él la miraba fijamente y con aire decidido. Sonreía.
—A ti. Solo a ti, Kylie. Y todo lo que tienes por dar.
Empezaba a marearse por haber contenido la respiración durante tanto tiempo y al final se obligó a respirar porque empezaba a ver puntitos negros. Tuvo que armarse de valor para no desmayarse en medio del restaurante.
—No tengo nada que darte —dijo en voz baja.
Por algún motivo, la crudeza de lo que acababa de decirle hizo que tuviera ganas de llorar. Las lágrimas le quemaban en las pestañas, pero se negó a dejarlas salir. No tenía nada que ofrecerle a este hombre. A ningún hombre, vaya. Pero, sobre todo, no a alguien como Jensen que podía tener a cualquier mujer que quisiera y que no tenía que buscar mucho para encontrar a una compañera. Seguro que las tías hacían cola frente a su dormitorio.
—Te equivocas —repuso él son suavidad.
No dijo nada más. Se quedó mirándola con esa mirada intensa, con esos ojos que no se apartaban de los suyos y que captaban hasta su último pensamiento y toda reacción. Estaba convencida de que veía en sus ojos el brillo de las lágrimas que querían salir. Tragó saliva; le dolía la cabeza por el esfuerzo que tenía que hacer para que no se diera cuenta de lo mucho que le afectaba… él.
Pero lo sabía, maldita sea. Lo sabía. Por lo menos no alardeó ni se mostraba triunfante. Solo la miraba con ternura, como hacía siempre, como si supiera exactamente la batalla que se libraba en su interior. Como si viera todos sus miedos y oyera todas sus dudas. Y a pesar de todo la quería.
Eso la asombraba y la confundía al mismo tiempo.
—No es más que una cita —dijo con tono amable—. Una cena. Y tal vez una película. Podríamos alquilar algo y verlo tranquilos en el sofá. No intentaré meterme en tus bragas. Aún —añadió con una sonrisa traviesa.
El coqueteo debería enfadarla, pero de hecho se lo agradecía porque al quitarle hierro al asunto los ojos dejaron de quemarle y se le quitaron las ganas de llorar.
No era más que una cena. ¿Qué había de malo en eso? Y mientras se lo preguntaba, se le ocurrió la respuesta. Ceder ante él era como abrir las puertas a un ejército invasor. Como le diera la mano, le cogería el brazo entero.
—Empiezas a herirme el ego —dijo escuetamente—. No soy tan terrible, mujer.
—No —convino ella, porque no quería que pensara algo así. Había hecho mucho por ella. Había sido demasiado amable y comprensivo. La había visto en su peor momento. ¿Cómo podía pensar algo semejante de él?
—Bueno, algo es algo —dijo al tiempo que soltaba un suspiro exagerado para mostrar su alivio—. Bueno, volviendo a la cena. Prometo que no te llevaré a ese sitio para ricachones aburridos. ¿Aceptas?
Ella se echó a reír, incapaz de controlar la reacción que le provocaba. Podía ser encantador cuando no estaba en plan intenso y pensativo, que era la mayor parte del tiempo. ¿Por qué le daba por pensar que ella era la única que le veía ese lado? Era muy egoísta por su parte pensar algo así, pero no podía quitarse esa idea de encima. Había visto cómo se comportaba con los demás: educado pero distante. Observador. Siempre atento.
—De acuerdo —dijo al final.
Se había prometido a sí misma que dejaría de ser tan cobarde y rechazarlo sería de una cobardía supina, sobre todo después de lo de la noche anterior. Se negaba a esconder la cabeza o a salir por piernas, aunque eso fuera lo que le pedía su instinto. Sin embargo, había llegado la hora de modificar su planteamiento de vida y dejar de acobardarse a la mínima que hubiera un conflicto. No podía evitar al resto de la humanidad para siempre. Tal vez, salir con Jensen le devolviera parte de la seguridad en ella misma.
O tal vez, acabara perdiéndose por completo en él.
—Mierda —murmuró cerrando los ojos.
—¿Qué?
Volvió a abrirlos, esperando que viera lo sincera que era.
—No puedo salir a cenar contigo el viernes. Él frunció el ceño.
—¿Y por qué no?
Suspiró.
—Le prometí a Chessy que cenaría con ella. Tate va a reunirse con un cliente importante y como Joss no está, se siente sola. No puedo dejarla plantada, Jensen. Tate ha estado demasiado ocupado últimamente y me preocupa.
Él le sonrió.
—Eres una amiga muy leal. Tiene suerte de tenerte. Te libero de lo de mañana a cambio de que me concedas la noche del sábado.
Se sintió tremendamente aliviada.
—Trato hecho.
—Perfecto. Te recojo a las seis y media. No hace falta que te arregles mucho. ¿Quieres que veamos la película en tu casa o en la mía?
Era una tontería ponerse nerviosa por la idea de ir a su casa o de estar a solas allí. Él había estado en la suya y hasta había dormido en su cama, abrazado a ella.
—En mi casa —dijo ella rápidamente con la esperanza de que no captara el repentino tono de pánico y se lo tomara como algo personal.
Pero él se limitó a dedicarle esa sonrisa que le decía que sabía exactamente lo que estaba pensando y sintiendo.
—Pues en tu casa. Si no quieres que salgamos, puedo preparar la cena en tu casa y luego vemos la película —dijo muy natural.
Ella frunció el ceño.
—Pero eso no es justo. ¿No debería cocinar yo para ti?
Él arqueó una ceja.
—Yo te he invitado a salir y si me ofreces tu hospitalidad, lo menos que puedo hacer es cocinar para ti. Además, soy un cocinero de primera, aunque me esté mal decirlo.
Kylie levantó las manos.
—De acuerdo, tú ganas. Dame una lista de lo que necesitas e iré a comprar el sábado por la mañana.
Él negó con la cabeza.
—Yo me ocupo. Lo único que te pido es que estés sentadita y me hagas compañía mientras obro la magia en tu cocina.
—Ya veo que me toca la mejor parte de este trato —dijo ella, escueta.
—Al contrario —repuso él con suavidad—. Disfrutaré de tu compañía. Creo que eso vale muchísimo más que una comida.
Ella volvió a quedarse muda, algo que parecía sucederle con frecuencia cuando él estaba cerca. Y lo mejor era que parecía totalmente sincero.
—Te juro que no sé qué voy a hacer contigo, Jensen Tucker —le dijo, apabullada.
Él sonrió.
—Si no lo sabes, estaré encantado de enseñártelo.