Cinco

Kylie lo miraba con incredulidad.

—¡Es una locura!

Más que eso, ¡era una enajenación! ¿Atarlo a la cama? Aparte de ser un hombre a quien nunca había imaginado poniéndose en una situación de vulnerabilidad con nadie, y aún menos con una mujer, la idea de atar a alguien a su cama era un auténtico disparate.

—¿Te haría sentir más cómoda? —le preguntó con dulzura, como si no acabara de proponerle tamaña locura—. Piénsalo, Kylie. Tendrías el control absoluto y nada que temer porque estaría completamente indefenso. No pienso dejarte sola esta noche, así que tus dos opciones son confiar en mí lo suficiente para compartir cama contigo o bien atarme las manos al cabecero.

Volvió la cabeza. Tenía la cabeza hecha un lío. El altruismo que suponía dicho acto era apabullante.

Sin esperar respuesta, se levantó de repente y salió del dormitorio. Tal vez se había dado cuenta de que se le había ido la cabeza y ahora empezaba a entrar en razón. No sabía si se sentía aliviada o decepcionada.

Daba igual lo mucho que se opusiera a la idea o lo mucho que su instinto le decía que este hombre era peligroso para ella; la idea de pasar la noche sola —como tantas otras noches— no le hacía ninguna gracia.

Justo cuando pensaba que había puesto pies en polvorosa, Jensen apareció por la puerta, seguro y confiado como si estuviera en su casa, con unas esposas en la mano.

Unas esposas.

Se le salieron los ojos de las órbitas y se quedó boquiabierta.

—¿Quién leches va por ahí con unas esposas encima a menos que no sea un poli? —preguntó.

Él esbozó una sonrisa.

—Nunca sabes cuándo las vas a necesitar.

Ella entrecerró los ojos.

—¿Te va lo raro? Ya sabes, eso de la dominación que practican Dash y Tate. ¿Eres como ellos?

Él tenía una mirada serena; parecía muy tranquilo.

—Te aseguro que no soy como ellos. Soy yo, Jensen. No necesito ni tengo ganas de moldear mis deseos según los de otra persona ni de imitar a los demás. Lo que hagan Dash y Tate es asunto suyo, entre ellos y sus parejas. Lo que necesito y deseo es cosa mía.

—Quieres que use esas cosas contigo —dijo en un hilo de voz, apenas un susurro.

Él se sentó a su lado y la acarició suavemente desde el hombro hasta el codo. Incluso a través del pijama, Kylie notaba el calor abrasador de su piel.

—Lo que quiero es que te sientas segura conmigo. Así que, sí, eso es exactamente lo que quiero que hagas, que me esposes a tu cama.

¿Contemplar siquiera esa proposición irreverente la convertía en una lunática? En realidad no quería que se fuera. No quería estar sola. Llevaba sola mucho tiempo. Aunque fuera solo por una noche, quería lo que le había prometido: paz, descanso del miedo y de la agonía de las pesadillas. Una fuente de consuelo, algo que le estaba ofreciendo de forma totalmente altruista. ¿Sería tan boba de dejarlo escapar?

—Tal vez solo una mano —murmuró ella—. No quiero que estés incómodo.

A Jensen le brillaron los ojos; la única señal visible de su triunfo. Él se quedó callado y en silencio, casi como si esperara que se lo pensara mejor y se echara atrás. Pero no era una cobarde y se estaba esforzando mucho por dejar de ser tan débil. Era una noche nada más y estaría esposado a la cama. A pesar de eso, no creía que fuera a hacerle daño. Su corazón estaba convencido, pero su mente seguía obcecada con su instinto de supervivencia. En su cabeza, una vocecilla le gritaba que lo echara de allí. Cabeza y corazón estaban en discordia por lo que respectaba a este hombre; algo muy poco habitual porque solían seguir las mismas premisas. «No confíes en nadie», era su mantra. Ahora su corazón le enviaba señales distintas a las de su cabeza y ese rifirrafe era agotador.

—¿Tienes algo que ponerte? —le preguntó, algo incómoda.

—Puedo dormir con lo que llevo puesto.

Kylie frunció el ceño.

—¿Y mañana? Para la reunión, me refiero. Sé lo importante que es y no quiero echártela a perder.

—Me levantaré pronto para ir a casa, ducharme y cambiarme y luego vendré a por ti —dijo como si tal cosa.

—Ah… de acuerdo —convino al final y luego cerró los ojos, preguntándose qué puñetas le pasaba. Tal vez estaba perdiendo la poca cordura que le quedaba.

Jensen se quitó los zapatos, se desabotonó el cuello de la camisa, se quitó el cinturón y lo dejó todo a un lado. Entonces, le hizo un ademán para que se metiera en la cama. Él se fue al otro lado, con cuidado de mantener la distancia entre ambos, y entró en la cama. Luego, mirándola, levantó el brazo izquierdo y le tendió las esposas con la mano derecha, haciéndole un gesto para que le atara la muñeca al cabecero.

Ay, Dios, ¿tenían que llegar a eso? ¿No podía tener a un hombre en la cama sin esposarle para que no fuera una amenaza? Ojalá fuera lo bastante valiente para decirle que no era necesario. Su lado racional le decía que eso era lo que tenía que hacer en lugar de devolverle su generosidad y preocupación con desconfianza. Pero el lado irracional que controlaba la mayor parte de sus actos y pensamientos le decía que sería una locura no garantizar su seguridad.

Con cuidado, le esposó la muñeca a una de las barras del cabecero y luego se recostó mordiéndose el labio inferior.

—No parece muy cómodo —dijo, algo preocupada.

—Sobreviviré —repuso escuetamente—. He dormido en condiciones mucho peores.

—Lo siento —añadió en voz baja.

Él la miró con curiosidad y fue a acariciarle la barbilla con la mano que tenía libre.

—¿Por qué lo sientes, cielo?

Ella cerró los ojos.

—Porque no soy lo bastante valiente para decirte que te quedes a dormir sin las esposas. Porque soy demasiado cobarde para rechazar tu generoso gesto. La egoísta soy yo, Jensen, y me sabe mal no ser tan fuerte como tú.

A él se le suavizó la expresión mientras le acariciaba la barbilla y la mandíbula con el pulgar.

—Ya es algo que me permitas dormir en tu cama, con esposas o sin ellas, y me lo tomo como un detalle igualmente.

Ella se ruborizó al oír la promesa en su voz; la promesa de que volvería, de que habría otra ocasión y de que no era una cosa rara. No, no volvería a ocurrir. No lo permitiría. Había accedido a esta locura en un momento de debilidad —esa debilidad que tanto odiaba— solo porque no quería pasar sola esa noche.

Pero no podía permitir que volviera a pasar.

—¿Listo para que apague la luz? —preguntó.

Él asintió mirándola a los ojos con calidez.

Ella se volvió para apagar la lamparita y luego se acurrucó bajo el edredón, e intentó no centrarse en que Jensen estaba a unos centímetros. Oía su respiración. Notaba su calidez como si la abrazara.

—¿Apagarás también la luz del armario? —preguntó él.

En ese momento, Kylie se alegró de que la penumbra le impidiera ver su rubor.

—No —contestó en voz baja—, la dejo encendida. No me gusta dormir en una oscuridad absoluta. ¿Te molesta?

—Mientras tú estés cómoda, a mí me da igual —añadió, para descolocarla aún más.

La tenía totalmente desconcertada. Llevaba semanas picándola, molestándola y haciéndola enfadar, y ahora la trataba con dulzura. Como si fuera algo valioso y frágil. Estaba hecha un lío y a pesar de lo que él le había dicho de darle todo el control esa noche, ella no sentía para nada que tuviera el control. Su mente y su corazón estaban hechos un desastre. La cabeza le daba tantas vueltas que le extrañaba poder respirar. No, no tenía el control.

Incluso esposado a la cama, no había dudas de que Jensen controlaba la situación.

Eso tendría que aterrorizarla. Debería echarse a correr en otra dirección, pero algo se lo impedía y no sabía exactamente qué. Esa mirada le prometía algo y quería averiguar qué. Y tal vez, saber también si tenía esperanza de dejar atrás el pasado y adentrarse en el presente.

Jensen se despertó sobresaltado y soltó un taco. Kylie estaba hecha un ovillo al otro lado de la cama. Fuera de su alcance. La oyó gimotear y poco después emitió más ruidos de terror.

Parecía una chiquilla asustada. De hecho, en muchos aspectos seguía siendo la niña asustada y vulnerable que era cuando sufría los abusos de su padre.

Por eso, había insistido en quedarse. Después del ataque de pánico en el restaurante, estaba seguro de que tendría pesadillas, que su pasado estaba al borde de la consciencia, agazapado, a la espera de que se quedara dormida y fuera vulnerable al ataque.

Lo peor era que no podía acercarse; se veía impotente mientras ella luchaba con monstruos invisibles. ¿Por qué diantre había insistido en las esposas, aunque hubiera hecho lo que fuera por hacerla sentir a salvo? Ahora no podía abrazarla ni aliviarla en ese momento de agonía.

—Kylie, cielo, despierta. Estás a salvo. Estás conmigo. Despierta, cielo.

Durante unos instantes estaba demasiado sumida en la pesadilla para responder a su petición. Entonces, se despertó con un grito ahogado y se incorporó; tenía los ojos como platos, enormes en ese rostro tan pequeño. Con la mirada fija, se acercó las rodillas al pecho y empezó a balancearse hacia delante y hacia atrás.

Agachó la cabeza entre las rodillas y la oyó sollozar.

Se le partía el corazón. Se le desgarraba en dos mitades. Tenía el corazón roto como el de ella; su dolor era compartido. Nunca se había sentido tan impotente, tan desesperado al ver que esta mujer tan hermosa como frágil seguía prisionera de su pasado.

—Ven aquí, cielo —le pidió con delicadeza rezando para que no le rechazara.

Para su sorpresa, no se lo discutió. Se dio la vuelta, casi como si se lanzara a sus brazos. Acto seguido volvió a girarse para coger la llave de las esposas de la mesita de noche y empezó a abrirlas no sin cierta torpeza, tirando de ellas hasta que consiguió quitárselas.

Inmediatamente él la abrazó y la atrajo hacia sí. Ella se le aferró como una lapa; el corazón le latía con fuerza. Tenía el rostro empapado de lágrimas y respiraba entrecortadamente mientras se esforzaba por recuperar el control.

—Shhh, cielo. Ya te tengo —le decía para tranquilizarla—. Nada puede hacerte daño ahora. Te lo prometo. Déjalo. No dejes que te controle más.

Le acarició el pelo y la besó en la cabeza, esperando a que se calmara, a que se diera cuenta de que estaba a salvo y que estaba con él. Que nada le haría daño mientras él estuviera cerca.

—Lo siento. Lo siento mucho —repetía ella con unas palabras amortiguadas contra su pecho.

—No, cielo. No te disculpes. No te disculpes nunca por esto.

Le pasó una mano por la espalda, acariciándola hasta que notó que la tensión acumulada empezaba a desaparecer. Ella se recostó en él y hundió el rostro en su pecho.

Todavía le temblaban los hombros; sabía que seguía llorando y cada lágrima le destrozaba. Se le partía el corazón por todo el dolor que sabía que ella había tenido que sufrir. Por el dolor que seguía sufriendo cada noche.

—Déjame que te abrace —le dijo en voz baja transmitiéndole con esas palabras toda la ternura que sentía por ella—. Vuélvete a dormir. Estás conmigo y nada puede hacerte daño aquí.

Kylie suspiró y se apoyó en él, se cobijó en su cuerpo. Se revolvía y contoneaba como si intentara acercarse el máximo a él.

Por un momento pensó que le había hecho caso y que estaba dormida, pero entonces se puso rígida de repente. Le notaba el pulso muy marcado en el pecho. Estaba tensa como si estuviera armándose de valor para decirle algo.

De forma instintiva la abrazó; era su manera de animarla a hacerlo.

—Odio esto —dijo con voz quebrada. Algo que había dicho muchas veces refiriéndose a sus debilidades, como ella las consideraba.

Él le acarició el brazo del hombro a la muñeca antes de entrelazar los dedos con los suyos y apretárselos para que notara todo su apoyo.

—Lo odio —susurró—, por lo que me hizo. Por lo que nos hizo a los dos, a Carson y a mí. Odio a mi madre por dejarnos con él. Entiendo que quisiera largarse, pero ¿por qué nos abandonó a nosotros sabiendo el tipo de monstruo que era? A veces, creo que a quien odio más es a ella. ¿No es una locura?

Jensen sabía que estaba viendo un lado de Kylie que le escondía al resto del mundo. Que se estaba abriendo a él mientras ocultaba esa parte a todos los demás.

Se alegraba y se sentía afortunado porque lo había escogido. Se dio cuenta de que se debía a la proximidad y al hecho de que estaba en su cama, pero aceptaría lo que fuera que ella quisiera darle. Con el tiempo, acudiría a él por decisión propia, se abriría sin reservas y sin dudas. Hasta entonces, se contentaba con cualquier cosa que ella le dejara ver a través de las barreras.

—No es ninguna locura. Te abandonó. Y no solo eso, sino que te dejó con un hombre que sabía que te haría daño. Tienes motivos para odiarla. Espero que no pierdas ni un segundo de tu vida sintiéndote culpable por lo que sientes por tu madre. No deberías culparte por odiar a las dos personas que tendrían que haberte querido y protegido. Dos personas en las que tendrías que haber podido confiar en los momentos en los que no podías confiar en nadie. Te traicionaron, Kylie. No los traicionas ahora odiándolos a ellos y a lo que te hicieron.

—Gracias —dijo ella tan bajito que casi no oyó su voz apenada.

Él le apretó la mano sin dejar de abrazarla: no quería soltarla.

—De nada, cielo, pero quiero que me prometas algo, ¿de acuerdo?

Se movió entre sus brazos y levantó la cabeza para mirarlo, aunque le temblaban los labios y notaba que le costaba mirarlo a los ojos. Le avergonzaba que fuera testigo de su vulnerabilidad. Le entraron más ganas aún de besarla, pero no quería aprovecharse de ella en este momento de tanta fragilidad porque eso lo convertiría en un capullo.

Cuando estuvo seguro de que tenía toda su atención, le acarició la mejilla y la barbilla con un dedo.

—Por la mañana, cuando esta noche no sea más que un recuerdo, y pienses en lo que ha pasado, prométeme que no te arrepentirás de nada. Prométeme que no te avergonzarás ni te sentirás incómoda con lo que ha pasado entre los dos. Prométeme que no empezarás a evitarme más de lo habitual. Algunas cosas son inevitables, Kylie. Tú y yo somos inevitables, por mucho que te resistas, por mucho que lo niegues. Lo nuestro es inevitable.

»Lo que me has dado hoy es precioso y me alegro de que deposites tu confianza en mí. Que me hayas dejado pasar tras esas barreras que impones para mantener a los demás a raya. Pero he visto tu interior; he visto tu yo de verdad, y esa es la persona que quiero.

Ella frunció el ceño en señal de concentración, apretó los labios y luego abrió la boca como si no pudiera formular una respuesta a eso.

Jensen le puso un dedo en los labios carnosos; no quería oír nada que no fuera su consentimiento.

—Prométemelo —volvió a decirle en un tono algo ronco.

Ella cerró los ojos, pero al final asintió.

—Dime esas palabras, tu promesa. Necesito oírlas. Ambos lo necesitamos, porque una cosa que sé de ti es que eres leal y sincera. Y en cuanto me des tu palabra, no harás lo contrario. Así que prométemelo, quiero oírlo. Hazlo por mí.

—Lo prometo —susurró ella con una voz quebrada por el esfuerzo de tener que capitular.

Él se inclinó hacia delante y le rozó suavemente los labios con los suyos. Solo fue un beso de nada. No era precisamente lo que quería. Simplemente era un gesto cálido y tranquilizador para consolarla y no agobiarla en exceso.

—Ahora duérmete, cielo, aquí en mis brazos, donde nada puede hacerte daño. Yo estaré aquí. Esta vez cuando sueñes, sueña conmigo.

Ella regresó a sus brazos, para su inmensa satisfacción, y luego suspiró; cerró los ojos y apoyó la cabeza en su hombro.

Él permaneció despierto mucho tiempo después de que finalmente se quedara dormida. Miraba al techo mientras reflexionaba en el rompecabezas que era Kylie Breckenridge. ¿Qué haría con ella?

Sabía que no podía alejarse, pero tampoco era tan idiota como para pensar que las cosas cambiarían por arte de magia después de una noche. En cualquier caso, seguro que estaría más decidida que nunca a que no volviera a verla nunca tan vulnerable.

De alguna manera tenía que cruzar esas barreras; demolerlas para siempre e instalarse en su alma y corazón. Tenía claro que valía la pena luchar por ella, así como sabía que le supondría una buena pelea.

Pero no se rendiría. Kylie era tozuda, orgullosa y desafiante, pero él lo era tanto como ella. Por primera vez en su vida, Kylie había encontrado en él a un rival. Que se fuera preparando porque no se rendiría. Esta batalla pensaba ganarla costara lo que costara.