El trayecto a casa de Kylie fue tenso y en silencio. Jensen se ponía a imprecar cada vez que la miraba de soslayo y veía su rostro pálido y su mirada torturada. Ella iba callada y rígida en el asiento, con las manos entrelazadas con fuerza en el regazo. Tenía la mirada fija al frente, como si estuviera en trance y como si ni siquiera supiera que él estaba allí.
Le había dado un susto de muerte en el restaurante. El miedo dio paso rápidamente a la rabia cuando se dio cuenta de que el hombre que estaba sentado a algunas mesas de distancia la había aterrorizado. Le entraron ganas de ir a darle una paliza, pero luego ella le dijo que solo le recordaba a alguien. Como el hombre era mayor, se imaginaba en quién le había hecho pensar y volvió a soltar un improperio.
Su instinto fue llevarla a casa. A su casa, donde sabía que podría protegerla de todo lo que pudiera hacerle daño, pero ella no se lo permitiría. Seguramente le entraría otro ataque de pánico y con uno ya había tenido suficiente la pobre.
Así pues, la llevaría a su propia casa, pero no tenía la intención de dejarla sola en ese estado. No le querría ahí, seguro, pero tendría que aguantarse. No iba a permitir que pasara sola por ese suplicio.
Kylie necesitaba a alguien, aunque nunca lo reconocería. Lo veía como una debilidad y era una mujer que prefería morir antes que permitir que los demás vieran lo que ella percibía como debilidades. Joder, ¿es que no se daba cuenta de que todo el mundo necesitaba a alguien en algún momento de su vida?
Y él quería ser esa persona que necesitara aunque sabía que no era el mejor para ella. No era el hombre que ella quería, eso era evidente, pero sí lo necesitaba. Eso lo sabía tan bien como todo lo demás. Era una certeza inquebrantable.
Tenía que derribar sus muros y quitarle capa a capa sus defensas hasta descubrir a esa mujer frágil y vulnerable que se escondía tras esa fachada de acero.
No sería fácil; no era tan tonto como para pensar algo así. Nada bueno o que valga la pena se consigue fácilmente. Y en su fuero interno sabía que, aunque fuese una locura, ella valía la pena.
Tenía que andarse con cuidado y contemplar hacer algo que nunca había estado dispuesto a hacer antes, sobre todo por una mujer. Soltar ese control al que tanto se aferraba y cedérselo —o, al menos, lo más parecido al control— a ella.
Era una experiencia nueva y no estaba del todo seguro de que le gustara. Sería difícil para un hombre como él, acostumbrado a controlar hasta el último aspecto de su vida. Sin embargo, Kylie necesitaba seguridad. Necesitaba… confianza. Necesitaba ser capaz de confiar en él y si iba a ganarse su confianza, tendría que ceder, porque ella no lo haría. Se resistiría hasta que finalmente estallara y ya estaba llegando a ese punto con cada día y cada noche en vela que pasaba. Porque no creía que estuviera durmiendo nada últimamente.
Se apostaría lo que fuera a que su pasado se filtraba en sus sueños cada noche. Había visto la prueba demasiadas veces: las sombras en su mirada y bajo sus ojos. La fatiga que se adueñaba de ella, incesantemente, y que se notaba en cada respiración.
Hoy dormiría y lo haría sabiendo que estaba a salvo, porque de ninguna manera iba a dejarla de esa manera. Ni de coña.
Por eso, se preparó para la confrontación, a sabiendas de que pondría reparos a su presencia en su casa, en su espacio. Tal vez el único lugar donde se sentía segura. Pero no, eso tampoco era verdad, porque mientras dormía, incluso en su santuario, seguían torturándola los sueños.
Esta noche no. No si él podía evitarlo.
Cuando llegaron a la entrada del edificio, salió antes de que ella pudiera decir nada y le abrió la puerta del coche, sin esperar siquiera a que aceptara su mano extendida. Simplemente se acercó, tomó sus dedos helados y la sacó del coche.
Como andaba tambaleándose, hizo como al salir del restaurante y se la acercó para cobijarla bajo sus hombros mientras se dirigían hacia la puerta.
Sabía que ella querría deshacerse de él en cuanto llegaran a la puerta. Le espetaría un «buenas noches» cortés y educado e incluso un «gracias» a regañadientes por haberla ayudado, pero luego se sumiría en su invierno, cerraría la puerta y le prohibiría la entrada en sus dominios.
Y una mierda.
Le arrancó las llaves de la mano y abrió la puerta al tiempo que la empujaba hacia dentro, asegurándose de que no se alejara ni un ápice. Una vez dentro, cerró la puerta y echó la llave.
—Jensen —protestó—. Estoy bien. Gracias, pero estoy bien. Ha sido una tontería y la mar de vergonzoso, pero ahora prefiero estar sola. Mañana nos vemos.
—Me verás ahora mismo —le dijo con aire serio.
Mientras hablaba, se la llevaba a lo que suponía que era su dormitorio. Como ya sospechaba, su casa era el vivo retrato de la tranquilidad. Su refugio. No había nada fuera de lugar. Era un verdadero remanso de calma y paz.
Kylie se resistió al llegar al dormitorio; se dio la vuelta y le lanzó una mirada salvaje.
—Puedes irte ya, Jensen. —En sus ojos ya no quedaba rastro de su ataque de pánico anterior.
No obstante, a juzgar por la forma en que apretaba los labios, por las arrugas de la frente y la palidez de su rostro, sabía que seguía igual.
No estaba bien y no pensaba marcharse.
—Ponte el pijama mientras preparo algo de beber. ¿Tienes el mueble bar bien provisto? Creo que esto se merece algo fuerte.
Ella palideció aún más y luego negó con la cabeza.
—Solo vino, y casi nunca bebo. Solamente bebo cuando salgo con Chessy y Joss o si voy a su casa.
—Pues vino se ha dicho. Necesitas algo que te relaje. Tienes cinco minutos para cambiarte si no quieres que te pille desvistiéndote.
Tras esa orden, salió del dormitorio y cerró la puerta para darle más intimidad. Esperó más de cinco minutos porque suponía que, seguramente, se pasaría un rato peleándose consigo misma y pensando en mil y una maneras de decirle que se largara.
Él se encogió de hombros. Le habían dicho cosas peores y ya había descubierto que perro ladrador, poco mordedor. Bajo ese exterior tan duro había un corazón tierno y un alma más tierna aún.
Sirvió dos copas, aunque a él no le apetecía mucho la suya. Estaba demasiado ocupado pensando en Kylie y en el episodio que acababa de presenciar en el restaurante. Lo quisiera ella o no, tendría que explicarle exactamente qué había motivado ese ataque de pánico. Se hacía una idea, pero quería oírlo de sus labios. Quería que confiara en él lo suficiente para que se abriera y tal vez le contara lo que nunca le decía a nadie.
Era una esperanza poco realista, pero eso no evitaba que la tuviera.
Cuando volvió a entrar en el dormitorio, se la encontró sentada en la cama, lívida, aún alterada y con un pijama de manga larga de lo más modesto que escondía hasta el último centímetro de esa piel tan apetecible.
Fue en ese momento en el que ella aún no se había percatado de su presencia cuando vio a través de la fachada que construía para el resto del mundo.
Parecía muchísimo más frágil y muy vulnerable. Parecía… sola. La soledad la envolvía como un manto de niebla y la rodeaba de tal pesadez que le desgarraba el corazón de verla. Entonces levantó la vista y puso los ojos como platos al ver que ya no estaba a solas.
Igual de rápido volvió a levantar las barreras y su rostro se tornó impenetrable, pero él ya había visto más allá. Sabía lo que había debajo.
—Esto no es necesario, en serio —protestó ella cuando le puso la copa de vino en la mano—. Estoy bien, Jensen. Es un detalle por tu parte que me hayas traído a casa, pero me siento ridícula. Me he comportado como una tonta y ahora me muero de vergüenza.
Él hizo caso omiso de sus protestas y se sentó en la cama a su lado; sus muslos casi se rozaban.
—¿A quién te ha recordado ese tipo, Kylie? —le preguntó con dulzura.
Ella palideció al momento y apartó la mirada. Tomó un buen sorbo de vino, que tragó como si necesitara el valor que el alcohol le infundiría para reflexionar sobre lo que acababa de ocurrir.
—A mi padre —respondió de sopetón.
Inmediatamente cerró los ojos, con el pesar marcado en la frente. Sacudió la cabeza, perpleja, como si se preguntara por qué se lo había confesado.
—¿Aún está vivo? —preguntó.
Ella asintió.
—¿Y vive aquí? ¿Lo ves a menudo? —instó.
—No lo sé —susurró—. Y no, no lo veo. Ni ganas que tengo. Ojalá estuviera muerto. Ojalá hubiera sido él y no Carson. No es justo.
Le costaba hablar por las lágrimas, que empezaban a resbalar por sus mejillas. Parecía avergonzada, pero él no se movió ni reaccionó siquiera. No quería llamar más la atención sobre la emoción que ella trataba de ocultarle. Quería que continuara, que le hablara de esos demonios que la acosaban. Quería entender la magnitud de su dolor y su miedo para saber cómo ayudarla.
—¿Por qué tuvo que morir Carson? —se preguntó entre sollozos—. Era muy bueno. Nunca le hizo daño a nadie. Amaba y adoraba a Joss. Me quería y me protegía a mí. Era el único que me protegía, pero tuvo que morir mientras mi padre sigue con vida. Es injusto —repitió; la rabia se filtraba a través de la pena.
Jensen le cogió la mano con mimo y la acogió en la suya, mucho más grande, mientras le acariciaba los nudillos con el pulgar.
—La vida no es fácil, cariño. Y tienes razón, no es justo que el hijo de puta que te engendró esté vivo y Carson muriera. Pero no todo tiene sentido en esta vida. Tenemos que jugar con la baraja que nos dan.
—Odio no poder seguir adelante —susurró—. Me jode, Jensen. Me jode ser tan débil. ¿Lo entiendes? ¡Lo odio!
Él le apretó la mano para tranquilizarla aunque lo que más deseaba era abrazarla. Nada más. Abrazarla sin más.
—No eres débil —rebatió él—. No pretendo saber todo por lo que has pasado, pero conozco lo suficiente para saber que eres una superviviente. No te dejaste amilanar. Eres más fuerte de lo que crees.
Ella se recostó en él y, ya fuera consciente o no, no se quejó. Probó suerte: le soltó la mano y le pasó un brazo por encima de los hombros, acercándola más. Apoyó la cabeza en su hombro y Jensen notó cómo el cansancio se apoderaba de ella. Necesitaba descansar sin miedo ni recuerdos del pasado.
¿Cuándo fue la última vez que durmió bien de verdad? ¿La última noche con la mente en blanco en la que se entregó en cuerpo y alma a los brazos de Morfeo?
—A veces creo que no he sobrevivido —dijo en una voz tan baja que tuvo que aguzar el oído para oírla—. Y me pregunto si no fue él quien ganó. Antes pensaba que la ganadora era yo, que lo que hizo no me hizo daño, pero no es cierto. Sí que ganó porque incluso ahora que no forma parte de mi vida, de mi presente, sigue ahí, como si lo tuviera delante mismo. Y por mucho que me esfuerce, no puedo deshacerme de él o borrar el recuerdo de lo que hizo.
La besó en la cabeza de melena sedosa, incapaz de resistirse. Notó que se ponía tensa y entonces maldijo entre dientes porque por el descuido que fuera, ese breve instante en el que había podido entregarse a la protección de alguien, acababa de terminar y era plenamente consciente de que estaba en su dormitorio, entre sus brazos, con sus labios en el pelo.
Se apartó sin poder mirarlo a los ojos; sin embargo, notó que tenía vergüenza y eso lo desgarraba por dentro porque no quería que se sintiera así con él. Quería que se sintiera lo suficientemente cómoda como para bajar esas barreras y dejarlo entrar en su corazón.
—Deberías irte ya —le dijo en voz baja y algo tensa—. Ya te he robado bastante tiempo.
—No pienso dejarte sola esta noche —le espetó.
Volvió la cabeza rápidamente, estupefacta, y lo miró a los ojos. La sorpresa era evidente, sí, pero lo que lo mató fue el terror que había en esos enormes ojos. Vio que otro ataque de pánico era inminente y eso era lo último que quería.
—No pue… no puedes que… quedarte aquí —tartamudeó.
—Claro que puedo —repuso él con calma—. Es lo que haré.
Kylie sacudió la cabeza; el pánico se reflejaba en todo su rostro.
Le puso una mano en el hombro y notó el fuerte temblor que ella se esforzaba por controlar.
—No voy a dejarte, cielo —le dijo con ternura—. Entiendo que estés asustada, pero te juro que no tienes nada que temer conmigo.
Ella abrió la boca y tragó saliva como si no lograra dar con una respuesta.
—No necesito que te quedes —protestó.
Él le puso un dedo en los labios y negó con la cabeza.
—No quieres que me quede —la corrigió—. Pero sí necesitas que me quede. Esa es la diferencia.
—Es que no lo entiendes —dijo con desesperación.
—Shhh, cielo. Entiendo mucho más de lo que te crees. ¿Crees que no sé el miedo que me tienes? ¿Sabes lo mucho que me duele y lo mucho que me gustaría que eso cambiara? Lo último que quiero es que me tengas miedo. Cueste lo que cueste, Kylie, te demostraré que estás completamente a salvo conmigo. Mucho más que con cualquier otra persona. Nunca te haré daño. Nunca.
Las lágrimas empezaron a asomarse a sus ojos.
—No quiero tenerte miedo.
A él se le derritió el corazón al oírlo. No, no quería tenerle miedo, pero ese sentimiento era irracional. Desafiaba toda explicación y eso que no era por él. Le tendría miedo a cualquier hombre que tuviera tan cerca, en su habitación, durmiendo en su cama. Pero antes de terminar la noche, sabría que no habría nada que él no hiciera para asegurarle que no tenía nada que temer.
—Esta noche dormiré aquí contigo, en tu cama —dijo tranquilamente como si estuvieran hablando de temas banales.
El terror se reflejó en su mirada y se le aceleró la respiración. El pulso le iba a mil; el pánico ya se había apoderado de ella. Veía cómo se esforzaba por respirar e hinchaba las fosas nasales.
—Escúchame, Kylie. Te entiendo mejor de lo que crees. Valoras el control por encima de todo porque te lo arrebataron de pequeña. Quiero devolvértelo esta noche. Me quedaré a dormir contigo para que sepas que estás a salvo. Quiero que descanses. Una noche sin pesadillas o, por lo menos, con alguien que pueda consolarte cuando los sueños te torturen. Y para que tengas el control absoluto y sepas que no tienes nada que temer, me atarás las manos al poste de la cama. De este modo, estaré literalmente indefenso.