Tres

No podía creer que le siguiera la corriente en esta locura. Kylie se detuvo frente al Capitol Grill y el aparcacoches abrió la puerta para ayudarla a salir. Después de recoger el resguardo, entró al oscuro interior.

El restaurante decía a gritos «ricachones viejos y aburridos» por doquier, o, al menos, estaba claro que esa era la clientela a quien estaba orientado. Los muebles eran muy masculinos y había retratos de ancianos colgados de las paredes. De repente fue consciente de sí misma y se miró, preguntándose si iba bien vestida para el lugar. Las demás mujeres que aguardaban en la entrada llevaban vestidos de cóctel, joyas caras y el pelo recogido.

Kylie llevaba la melena suelta. Era eso o una coleta, y no era tan torpe para ir con coleta a un restaurante como ese. Sin embargo, se había puesto un vestido sencillo de color negro, sin brillos ni adornos. Le caía hasta las rodillas y era ligeramente vaporoso, de modo que al menos podía andar, a diferencia de aquellos tipo guante con los que había que andar a pasitos o correr el riesgo de caerse de bruces.

Los zapatos eran planos, pero sí tenían algo de brillo. Los brillantes eran su debilidad. ¿Y algo con tacón? No. Acabaría dando pena al intentar caminar con ellos. Pero de sandalias y zapatitos planos tenía armarios enteros. Cada día llevaba unos distintos para ir a trabajar. Su otra debilidad, gracias a Joss, era llevar pintadas las uñas de los pies. Un color diferente cada semana, aunque su preferido era el fucsia. Tener las uñas de los pies de ese color se le antojaba atrevido… y ese era el único atrevimiento que se permitía.

El resto de su ropa estaba cuidadosamente estudiado para no llamar la atención. Sobre todo la masculina.

Jensen apareció de la nada, o esa fue su impresión, como si se hubiera materializado entre las sombras y se le hubiera plantado enfrente. Ella tragó saliva —de repente se notó la boca seca— porque mientras su vestimenta en el trabajo era una camisa abotonada hasta arriba, pantalones y sin corbata, hoy iba con un traje negro que gritaba riqueza y privilegios, y su ropa oscura solo realzaba lo que ya sabía. No era un hombre con el que se pudiera jugar. La aplastaría como a un insecto sin ningún esfuerzo.

Pero entonces sonrió, transformando esas duras líneas de expresión, ese rostro de belleza casi cruel, en alguien de aspecto más accesible. Alguien que no se la comería viva… tal vez.

Se sentía idiota por pensar algo así y por bajar la guardia al ver esa sonrisa en sus labios. Tenía que recordar que era un depredador nato: fuerte, implacable y perfectamente capaz de hacerle daño.

—Me alegro de que estés aquí —dijo él al tiempo que le acariciaba el codo y la acompañaba hacia el interior oscuro.

Pasaron junto a grandes mesas con hombres de negocios y otros con trajes más formales. Había parejas de cena íntima y camareros que pululaban con botellas de vino caro para ir rellenando las copas. Este era el mundo de Carson, un mundo que había creado para sí, pero que nunca había sido para ella, por mucho que él quisiera compartirlo.

Siempre quiso estar por encima de las circunstancias de su infancia e ir en la dirección opuesta. ¿Y Kylie? Parecía estar empecinada en no cambiar y lo sabía por mucho que se lo negara.

Nunca había pisado del todo el presente, ni siquiera intentaba dejarse llevar por él. Seguía anclada en la pesadilla de su pasado, paralizada e incapaz de seguir adelante.

Que Jensen la hubiera analizado tan bien en su despacho hacía dos días aún la incomodaba con esa mirada escrutadora y esos ojos que veían demasiado.

Su compañero le retiró la silla y la acomodó hacia delante en cuanto estuvo sentada; luego fue hacia la suya, que estaba enfrente. Al menos, no había ido a por la que estaba al lado. Lo malo era que ahora tendría que mirarle a los ojos y fijarse en esa intensa mirada.

Miró alrededor rápidamente y se dio cuenta, muy a su pesar, de lo íntima que parecía la estampa. Un rincón acogedor en un restaurante de iluminación tenue; nadie ocupaba las mesas más cercanas. Como le había prometido, era un sitio donde no les oirían. ¿Lo había dispuesto todo para que no sentaran a nadie cerca o habían tenido suerte sin más?

Pero no, él no era de los que tienen suerte. No era de los que dejaban las cosas al azar. Lo habría preparado igual que lo preparaba todo en la vida: a su gusto y según sus especificaciones. Sintió un escalofrío en la espalda al notar la fuerza que emanaba de él. Eso, y él mismo, le ponía la piel de gallina.

Sí, esto iba a ser una cena de negocios y al mentalizarse había sido capaz de seguir adelante, pero ahora, sentada frente a él en ese contexto tan íntimo, reparó en que esto podrían haberlo hecho en el despacho perfectamente.

Detestaba que la pusiera tan nerviosa. No le gustaba reconocer esa debilidad. Se había pasado la vida siendo débil, aunque lo disimulaba siendo áspera y desagradable. No se enorgullecía de eso, pero lo prefería a demostrar vulnerabilidad delante de alguien.

—Relájate, Kylie —dijo Jensen, que atrajo su mirada.

Ella reparó en la calidez de sus ojos y se quedó extrañada. Jensen no era un cabrón despiadado y sin corazón, pero sí había perfeccionado esa apariencia. Cualquiera se lo pensaba dos veces antes de cabrearle. Sus ojos solían ser impenetrables y no demostraban ninguna emoción, si es que sentía alguna.

Pero ¿ahora? Su mirada denotaba una extraña ternura que parecía dirigida a ella. Un arrebato de compasión que la sacaba de quicio porque lo único que quería de él era que le tuviera pena.

—¿Acabas de fruncirme el ceño? —preguntó Jensen esbozando una sonrisa.

—No. Sí. Puede —murmuró.

—Relájate —repitió en un tono tan suave como la mirada que le había lanzado unos instantes antes—. No voy a morderte. A menos que me lo pidas. Bien pedido —añadió con una sonrisa de oreja a oreja.

Ella frunció el ceño aún más antes de darse cuenta de que solo lo hacía para chincharla. Algo que hacía con más frecuencia desde que empezara a trabajar con Dash.

—Tal vez sea yo quien muerda —dijo con una sonrisa sardónica sin darse cuenta siquiera de la connotación sexual hasta que fue demasiado tarde. Se había imaginado a sí misma apretando los dientes como un perro rabioso, no mordiéndole… sexualmente.

Pero obviamente fue así como se lo tomó él porque, de repente, sus ojos empezaron a arder con tal intensidad que volvió a notar un escalofrío. Sí, este hombre era peligroso. Demasiado peligroso para que mordiera el anzuelo. Era mejor ignorarlo y hablar de trabajo únicamente, que era para lo que estaban en este restaurante para empezar.

Por suerte, él no respondió a ese comentario tan desafortunado, pero esa mirada seguía en sus ojos. Era una mirada brillante, radiante, como si se la estuviera imaginando mordiéndole y disfrutando del momento.

Bueno, sería mejor que dejara de pensar en eso y llevara la conversación al tema que les ocupaba.

—Entonces ya has leído mi análisis —dijo ella en un tono serio, algo tenso, al grano—. ¿Qué te parece?

Él se quedó callado un rato y evidentemente decidió que se saliera con la suya. Una vez más, algo que ella sabía que era rarísimo en él. Parecía ser un obseso del control. ¿Acaso tenía un imán? Tate, el marido de su mejor amiga, era muy controlador. Chessy le había cedido todo el control en la relación. Pero Dash… Sacudió la cabeza. Hacía poco había salido a la luz —o al menos era cuando ella se había enterado— que era tan dominante como Tate, y lo más alucinante era que Joss lo había querido así.

Al parecer, su táctica en la vida de esconder la cabeza había propiciado que no se enterara de muchas cosas, y a ella ya le estaba bien así, ¿no?

Muchas cosas estaban cambiando a su alrededor, en su pequeño círculo de amigos. Dash y Joss se habían casado. Eran felices. Jensen había entrado en la empresa y había sustituido a Carson. Solo Kylie permanecía igual. La Kylie predecible, aburrida y asustada hasta de su sombra.

Hizo una mueca de disgusto y Jensen arqueó las cejas.

—¿Crees que no me ha gustado?

Ella negó con la cabeza.

—Perdona. Estaba pensando en otra cosa.

—¿Me lo cuentas? No parecía que fuera algo muy agradable.

—Solo pensaba en lo cobarde que soy y que vivo mi vida con la cabeza agachada.

Esa confesión la asombró hasta a ella. No podía creer que lo hubiera soltado así como así. No solía hacer estas cosas. La pasmaba que acabara de divulgar sus puntos débiles frente a un completo desconocido. Bueno, tal vez no fuera un completo desconocido, pero no era alguien en quien creyera que confiaría nunca. Y no podía achacárselo al alcohol, ya que no estaban bebiendo vino ni nada.

—Eres demasiado dura contigo misma, Kylie —dijo él con delicadeza.

Ella sacudió la cabeza e hizo un ademán para quitarle importancia.

—Por favor, olvida que te lo he dicho. No me creo que te lo haya contado. Deberíamos estar hablando de negocios. ¿Qué te ha parecido mi análisis?

Él le lanzó una de esas miradas escrutadoras como diciéndole que veía más allá de su exterior espinado, hasta su corazón; corazón tímido y acobardado. No quería volver a ver a esa personita nunca más. Solo Carson la había visto así. Él y su padre.

Tuvo que reprimir un escalofrío al pensar en lo que ese monstruo le evocaba. Tuvo que esforzarse muchísimo por permanecer ahí sentada, a la espera, tranquila y serena, mientras en su interior hervía un cúmulo desordenado de sentimientos.

—Es muy completo —dijo él—. Y muy preciso también. Reconozco, sobre todo al decirme que no te veías con el valor suficiente para este tipo de cosas, que pensé que no serías lo bastante objetiva para ir al quid de la cuestión en cuanto a recortar puestos de trabajo.

Ella se ruborizó por el halago. Le temblaban las manos y se las puso en el regazo para que él no se diera cuenta de lo que le provocaba. Como si necesitara o quisiera su aprobación…

Se encogió de hombros para darle la impresión de que sus palabras no le hacían ningún efecto.

—Investigué las áreas en las que se podían reducir costes y, sinceramente, hay muchas cosas innecesarias. Podrían reducir los beneficios adicionales de los empleados, las cosas que no importan, para no tener que recortar en prestaciones, que sí son necesarias.

Él asintió; estaba de acuerdo.

—Yo también he observado gastos innecesarios y si nos centramos en esas áreas evitaremos tener que recortar puestos de trabajo, aunque algunos podrían integrarse en otros trabajos.

Ella se lo quedó mirando un momento.

—No te gusta eliminar puestos de trabajo. Es decir, para ti no son solo personas sin rostro y sin nombre, ¿verdad?

No estaba segura de qué le había dado la pista sobre ese rasgo de su personalidad. Debía de ser algo que había captado en el tono de su voz y en el breve destello que observó en sus ojos. Tal vez era mucho más humano de lo que creía.

—Pues claro que no —murmuró—. No soy un gilipollas sin sentimientos, Kylie. Esas personas tienen familias que mantener, hijos que alimentar y universidades que pagar. Necesitan un trabajo, por muy innecesarios que estos puestos puedan ser para la supervivencia de la empresa.

Notó una punzada de culpabilidad en el pecho e hizo una mueca. Unos minutos antes le había acusado de eso mismo. Él era de algún modo antagónico y al principio no sabía por qué. Su primera reunión la había pillado desprevenida y no fue hasta más tarde que entendió su propia reacción.

La asustaba. No de un modo físico sino en femenino, como mujer. La aterraba. Le despertaba sus más ocultos instintos de supervivencia, que conocía bastante bien. Odiaba esa sensación; se había jurado que nadie —ningún hombre— la haría sentir vulnerable nunca más.

—Si de algún modo he insinuado que no tenías corazón, discúlpame —le dijo en voz baja, con la esperanza de que creyera en su sinceridad.

Apartó las manos del regazo y las apoyó en la mesa; Jensen le cogió una. La dejó boquiabierta la velocidad con que lo hizo; tanto que no tuvo tiempo de apartarla. Fue casi como si previera su reacción.

—No creo que hayas insinuado nada. No me he ofendido, tranquila.

Ella se quedó callada; la mano de él seguía sobre la suya. No obstante, no se la apretó. No podría considerarse que se estaban dando la mano, si bien la suya se la cubría completamente, cálida y envolvente. Por suerte, no tenía la mano boca arriba, así que no se daría cuenta de lo rápido que le latía el pulso en la muñeca.

Deseosa por mantener la conversación dentro del tema laboral, apartó la mano tranquilamente y fue a por el vaso de agua como si solo quisiera darle un trago y no librarse de él. El destello divertido de sus ojos le indicó que no se lo había creído ni por un segundo. ¿Es que no se le escapaba nada?

Como si le leyera el pensamiento, o tal vez porque su desespero resultaba evidente, él se recostó en la silla y prosiguió con la conversación.

La estudiaba con atención, mirándola de un modo más profesional que antes. Con esta dinámica estaba más cómoda. Eran jefe y empleada, no un hombre y una mujer que compartían una cena íntima o, peor aún, ¡una cita! ¡Esperaba que no contara como una cita!

—He incorporado muchas de tus ideas en mi propuesta final, ya que coinciden con las mías. Traeré el análisis completo para que lo repases mientras vamos a la reunión mañana.

Casi se había olvidado de que ya habían pedido y que estaban en una cena cuando llegó el camarero con los entrantes.

Se quedaron en silencio cuando les puso el plato delante, les llenó las copas y dejó la botella en la mesa por petición de Jensen. Entonces el camarero se fue y los dejó a solas una vez más.

Ella miró el filete y la cigala que había pedido. Tenían una pinta increíble y estaban muy bien cocinados. A pesar de todo, estaba desconcertada por Jensen. Era por él. Había tratado con otros hombres, claro. No había rechazado todo contacto con ellos de adulta, pero ninguno le había hecho sentir tan vulnerable como Jensen. Y él era de la clase de tíos despiadados que no dudarían en explotar sus puntos débiles, aprovecharse y luego ir de vengador justiciero.

Mentalmente puso los ojos en blanco. «Joder, Kylie. Qué dramática eres, ¿no? No seas imbécil. Te sientes halagada al imaginar que tiene interés en ti. Solo le gusta cabrearte y eres un blanco fácil. Acábate la cena y deja de fingir que esto es una cita y no un asunto de negocios, lo que es en realidad, antes de que se te vaya la cabeza».

Después de reprenderse —algo que parecía hacer con más frecuencia después de conocer a Jensen—, le hincó el diente a esa comida que tan bien olía. El sabor fue como una explosión en sus papilas gustativas y murmuró de placer sin darse cuenta de que lo hacía en voz alta.

—¿Está bueno? —preguntó Jensen.

Ella levantó la vista y lo vio mirándole la boca. Seguía el movimiento de su mandíbula al masticar. Le brillaban los ojos cual depredador y durante un momento no pudo tragar siquiera.

Al final, se obligó a tragar ayudándose del vino que tampoco pudo paladear, y asintió.

—Está riquísimo —dijo en una voz ronca que no reconoció.

Reaccionaba como si estuvieran en una cita, algo incómoda por la repentina falta de conversación.

—Me alegro de que cuente con tu aprobación —prosiguió él—. Es uno de mis restaurantes preferidos.

Entonces sí puso los ojos en blanco.

—No sé por qué, no me sorprende.

Él arqueó una ceja.

—¿Por qué lo dices?

Kylie se encogió de hombros.

—Es muy tú. Muy… masculino. La gente es de tu estilo.

Él la miró con aire arrogante.

—¿Y qué clase de gente es?

—Poderosa —contestó tras un breve momento de reflexión—. Adinerada. Al entrar he pensado: «Esto está orientado a ricachones viejos y aburridos».

Él se echó a reír y la sorprendió el sonido potente y vibrante de su risa, casi gutural. Nunca hubiera imaginado que la risa fuera tan hermosa. Para ella, era algo casi desconocido. Pero viniendo de un hombre que apenas sonreía, era casi mágico. Quería volver a oírla y saborear el sonido por el breve instante de placer que le hacía sentir.

—¿Me tienes por un ricachón viejo y aburrido?

Ella sonrió enseñándole los dientes; esperaba no tener ningún trozo de comida entre los dientes. Eso sería muy embarazoso.

—Viejo, no.

—Entonces, ricachón aburrido. Vaya, me siento mejor —repuso con sequedad.

—Tienes que reconocer que todo en este restaurante está enfocado a una clientela con influencias y poder adquisitivo elevado. —Señaló las paredes—. ¿Cuántos restaurantes conoces que cuelguen retratos de viejos que parecen jueces, políticos, banqueros o empresarios forrados de dinero?

—No tengo ni idea de los gustos del propietario o a quién está orientado el negocio. Lo único que sé es que el bistec está de narices y el servicio es impecable. A mí ya me está bien.

—Eres muy de comodidades, ¿no? Buena comida y que te sirvan.

No se lo dijo a modo de insulto y esperaba que no se lo tomara como tal. Solo era una observación en voz alta, aunque tal vez tendría que haberse contenido. No quería alentar nada que no fuera una relación estrictamente profesional. Tenía amigos —buenos amigos— y tampoco quería engrosar ese grupo pequeño e íntimo, aunque tal vez no tuviera más remedio ya que, seguramente, Jensen acudiría a las quedadas con sus amigos.

Él se encogió de hombros.

—¿Y a quién no? La vida es breve y me gusta disfrutar de sus placeres, hasta los más pequeños.

Ella contuvo la respiración y notó una punzada de dolor en el pecho. En eso tenía razón. ¿Por qué no podía ser tan simple como él? Ella, más que nadie, sabía que tenía que seguir adelante, dejar de vivir en el pasado y aferrarse a lo bueno de la vida. Tenía que dejar ya lo malo. Al fin y al cabo, era agua pasada, ¿no? Ya lo había dejado atrás y, a pesar de todo, seguía ahí atorada como un camión en el barro, hundida hasta los parachoques. Seguía dejando que el pasado y sus miedos dominaran su presente.

Débil. Era débil y estaba harta de sentirse así. Hacerse la fuerte no la hacía fuerte, solo la convertía en una cabrona amargada y borde, y no se sentía orgullosa. Por suerte, sus amigos —la gente que la quería— la aceptaban aun con sus fallos. No contemplaba la vida sin ellos, sin su apoyo y amor incondicionales.

A punto había estado de meter la pata con Joss. Le había dicho cosas imperdonables a su cuñada, cosas que le habían hecho daño y con las que ella se había crecido. Pero Joss era… Bueno, era Joss. Cariñosa y todo corazón, incapaz de guardar rencor ni reprochar nada. Ojalá se pareciera más a ella.

—Es una filosofía muy buena —dijo ella, que podía reconocerla aunque no la practicara. Sin embargo, estaba dispuesta a conseguirlo. Un día. Esperaba que pronto.

Él asintió y, como esperaba que dijera, añadió:

—Deberías aplicártela.

—Estábamos hablando de ti, no de mí —dijo Kylie en un intento de desviar la conversación sobre ella. Siempre quería evitar que se hablara de ella. Cualquier cosa que fuera más allá de un cumplido o comentario amable estaba prohibida. Y ya le había dejado ver más de lo que permitía a nadie.

—¿Te apetece tomar postre?

Ella parpadeó, incrédula, ante su brusquedad y el hecho de que hubiera aceptado al momento su intento de desviar la atención. Se ve que el hombre también cedía de vez en cuando. ¿Quién lo hubiera dicho?

Entonces miró el plato a medio comer y sonrió con cierto arrepentimiento.

—No. Creo que me terminaré lo que queda de bistec y marisco. Está delicioso y no creo que tenga más apetito después. Además, no deberíamos alargarnos mucho. Mañana nos toca madrugar.

Se esforzó por conseguir un tono despreocupado para que no pareciera que tuviera prisa y quisiera despacharlo. Sin embargo, una vez más, el brillo de sus ojos dejaba entrever que veía mucho más de lo que creía, y la incomodaba. Empezaba a pensar que era un lector de mentes profesional con una percepción extrasensorial.

—Termínatelo, pues, pero tómate tu tiempo. Mañana no empezamos antes de lo habitual tampoco. Además, sé muy bien a qué hora entras a trabajar y no es a las ocho.

Pues claro que lo sabía. No tenía que fichar. Le pagaban bien y Dash siempre había sido muy flexible con su horario, si bien ella nunca se había aprovechado. No fue difícil sumirse en el trabajo cuando Carson murió. Eso la mantenía ocupada; era como una válvula de escape. En el trabajo podía evadirse de la pena y la desolación. En casa no tenía distracción alguna —se sentía tremendamente sola—, así que todas las mañanas llegaba al despacho entre las seis y media y las siete. Normalmente antes de que apareciera Dash.

No obstante, al incorporarse Jensen y para su fastidio, este llegaba antes y ya estaba en su despacho cuando ella entraba al suyo.

Estaba a punto de terminarse el delicioso plato cuando le dio por levantar la vista y vio a un hombre que cruzaba desde el extremo derecho del salón hasta una mesa en la parte trasera, no muy lejos de la de Jensen y ella.

Se quedó paralizada al instante; la comida que acababa de tragar se le antojaba pesada como el plomo en el estómago. Notó el sabor de la bilis en la garganta y le temblaba tanto la mano que se le cayó el tenedor. El fuerte ruido metálico les sobresaltó en el silencio reinante.

Sabía que se había quedado blanca. Se había quedado completamente inmóvil y no podía ni respirar. No conseguía que el aire le llegara a los pulmones. Notaba una presión en el pecho cada vez más fuerte y luego un nudo en la garganta hasta que supo que estaba en pleno ataque de ansiedad.

El sudor le perlaba la frente y el labio superior. Las ganas de escapar y de salir corriendo del restaurante tan deprisa como le permitieran las piernas se apoderaron de ella. Pero las piernas no le obedecían. Si no podía respirar, aún menos lograría escapar de ahí.

Jensen apareció a su lado, arrodillado junto a la silla. Le acercó la barbilla para obligarla a mirarle y desviar su atención del hombre que ahora estaba sentado, a solas, unas mesas más allá.

—¿Qué pasa? —preguntó él con cierta brusquedad—. Joder, Kylie, respira. Acabarás desmayándote si no empiezas a respirar ya.

Ella trató de obedecer esa orden tan tajante aunque la humillaba que estuviera presenciando cómo se desmoronaba allí mismo. Tenía los pulmones helados y sentía tal opresión en el pecho que creía que no podría respirar.

En ese momento, apareció un camarero con cara de pánico que se ofreció a ayudarla y le preguntó si necesitaba algo. Jensen se dio la vuelta; su rostro era como un cielo cubierto de nubarrones.

—Déjenos —le ladró—. Se pondrá bien.

¿En serio? No se encontraba nada bien. Creía que no se recuperaría nunca. La invadió un sentimiento de desesperación y el salón empezó a volverse borroso. Sabía que estaba a punto de desmayarse.

—Tengo que irme —dijo con un hilo de voz, algo ronca—. Tengo que irme. Ya —dijo, esta vez con más énfasis.

Le costaba articular palabra con la presión de los pulmones y el nudo en la garganta que le volvía la voz áspera y gutural.

Jensen miró rápidamente alrededor de la sala, fijándose en el lugar dónde ella miraba cuando le entró el ataque de pánico. En su rostro se reflejaba la vergüenza; cada vez le resultaba más humillante.

—¿Quién es? —preguntó Jensen en un tono amenazador—. ¿Qué te hizo?

La violencia apenas contenida en su voz la hizo estremecer. Empezó a ver puntitos negros e intentó inspirar hondo de nuevo para aliviar ese terrible dolor que se notaba en el pecho.

—Nadie —graznó ella—. Solo se parecía a… —Se le fue apagando la voz y, para su horror, empezaron a resbalarle las lágrimas por las mejillas—. Me ha recordado a alguien. Por favor, ¿podemos irnos ya?

—Y una mierda voy a dejar que te vayas sola a casa en este estado.

Se incorporó, dejó unos cuantos billetes sobre la mesa, la ayudó a levantarse de la silla y se la llevó en dirección a la puerta sin detenerse siquiera hasta que salieron y notó el aire fresco cual bálsamo reparador.

Parte de la opresión que sentía se esfumó entonces. El miedo terrible empezó a disiparse, pero dejó a su paso un fuerte sentimiento de vergüenza.

—Respira —le ordenó Jensen casi al mismo tiempo en que le pedía al mozo que fuera a por su coche.

Inspiró hondo una y otra vez, dando grandes bocanadas de aire hasta que desapareció la presión y dejó de ver puntitos. El mundo había dejado de dar esas vueltas mareantes, pero cuando quiso zafarse del abrazo de Jensen, le fallaron las rodillas. Con una palabrota en voz baja, él volvió a levantarla y le aferró la cintura con el brazo para que no pudiera moverse.

Su calidez le traspasaba la piel helada y conseguía permear la capa ártica que parecía envolverla.

—Mi… mi coche —tartamudeó—. No puedo dejar el coche aquí.

—Que le den al coche —dijo de malas maneras—. No vas a conducir ahora. Ya te llevo yo a casa. Mañana, después de la reunión, vendremos a buscarlo.