Veintinueve

Kylie se sentó y escuchó pacientemente la docena de mensajes de voz que le habían dejado Chessy, Josh y Dash. Degustaba un café fuerte en una pequeña cafetería del barrio en el que buscaba una casa.

Era increíble lo productiva que podía llegar a ser cuando no se emborrachaba como una loca con todo el vino que había consumido durante la última semana.

Se le había encendido la bombilla al comprobar que se había quedado sin vino y contemplar, asqueada, la cantidad de botellas vacías que ensuciaban la cocina. Suficiente. Había llegado el momento de retomar su vida.

Se estremeció al escuchar el mensaje de Dash. Jensen había dejado el despacho y trabajaría en otra oficina. Dash quería que Kylie moviera el culo de vuelta al trabajo y que llamase a Joss antes de que se volviera loca.

La culpa la abrumó. Había evitado a sus amigos —a todos— durante toda la semana. Había escuchado el incesante sonido del timbre y los golpes en la puerta. Habría apostado a que los golpes eran de Chessy. Era una persona bastante persistente cuando se le metía algo en la cabeza. No obstante, la confusión causada por el alcohol solo le había permitido quedarse espatarrada en la cama mirando el techo mientras rezaba para que Joss y Chessy se rindiesen y se marcharan.

Aunque había puesto su casa a la venta el lunes, no comenzarían a enseñarla hasta el lunes siguiente. Ese detalle, unido a la toma de conciencia de la cantidad de vino que había bebido, le había dado la motivación suficiente para dejar de beber y sacar el culo de casa.

Escuchó el resto de los mensajes e hizo una mueca avergonzada al escuchar que Joss le suplicaba que la llamase. La voz de Joss traicionaba sus lágrimas. Dash la mataría por darle ese disgusto, y no podía culparlo.

Tarde o temprano tendría que dar la cara. No podía esconderse para siempre. Jensen no era un miembro habitual de su grupo de amigos. Básicamente, se había integrado en él a través de ella, así que tampoco tenía que preocuparse por si se lo encontraba al ir a ver a las chicas. Lo habría perdido a él, pero no estaba dispuesta de ningún modo a perder también a sus amigas.

Tenía una jaqueca terrible a consecuencia de todo el vino que había bebido. Apenas era capaz de recordar los últimos cinco días.

Solo quería acercarse a la tienda, comprar más vino, retirarse a su casa y beber. Mucho.

Sin embargo, lo que debía hacer de verdad era mandar un mensaje de texto a Joss y Chessy y terminar de una vez con esa situación.

Suspiró y tecleó un mensaje rápido para ambas.

ESTOY LISTA PARA IR A VEROS Y SOLTARLO TODO. ¿PODRÍA SER CON VINO?

Pulsó el botón de enviar y dejó el teléfono sobre la mesita. Sabía que tenía un aspecto espantoso. Más de uno de los clientes de la cafetería le había dedicado una mirada de desaprobación. ¿Qué aspecto iba a tener después de que la dejase su novio y de pasar el resto de la semana anulada por el alcohol?

El teléfono emitió una señal y lo miró, insegura.

ESPABÍLATE Y VEN A MI CASA AHORA MISMO. SÍ, HABRÁ VINO. ¿PODÉIS VENIR AHORA MISMO?

Era de Joss. Antes de que pudiera contestar, sonó la señal del mensaje de Chessy.

¡VOY VOLANDO! TARDO QUINCE MINUTOS COMO MUCHO. JOSS, ¿TIENES SUFICIENTE VINO O QUIERES QUE LLEVE MÁS?

Kylie sonrió. Se sentía algo más aliviada.

DE ESO ME ENCARGO YO. ¡VENID YA!

Tecleó su respuesta y la envió:

VOY DE CAMINO. TARDO VEINTE MINUTOS, DEPENDE DEL TRÁFICO.

Agarró las llaves, engulló el resto del café y se dirigió a la puerta.

Estaba aterrorizada. No se iba a engañar. La idea de confesar toda su desesperación a cualquier persona hacía que se le encogiera el estómago. No obstante, debía recordar que se había prometido ser más abierta con sus amigas. Sus mejores amigas. No eran unas cualquiera. Eran especiales.

Condujo en un silencio tenso. Había estado a punto de atravesar el parabrisas de un puñetazo cuando una de esas canciones empalagosas sobre una ruptura había sonado en la radio vía satélite del coche. El silencio, aunque fuera insoportable, era preferible a escuchar una canción que narrase sus problemas en tiempo real.

Veintidós interminables minutos más tarde, Kylie detuvo el coche en el camino de entrada de la casa de Joss y se quedó sentada en el interior un largo rato, reuniendo valor para entrar. Si no salía pronto, Chessy y Joss irían a buscarla y la harían entrar arrastrándola de los pelos.

Se obligó a salir del coche y caminar hacia la puerta. Cuando estaba a punto de llegar, se abrió súbitamente. Dash. Doble puñalada. Ya era bastante complicado enfrentarse a sus amigas, pero tener que hacer frente también a su jefe era demasiado. ¿Por qué no había dejado claro a Joss que era un encuentro reservado a chicas?

Dash la miraba fijamente y empalideció en cuanto ella se acercó más a él.

—Me dijo que te había hecho daño, pero pensé que se refería al terreno emocional —dijo Dash apretando los dientes—. ¿Qué narices te ha hecho, Kylie? Lo mataré por esto.

Alzó una mano para intentar ocultar el moratón de la garganta, pero era demasiado tarde. Dash ya había visto las marcas en su pálida piel.

Joss pasó volando junto a Dash y se arrojó sobre Kylie justo cuando alcanzaba el escalón superior. Rodeó a Kylie con los brazos y la abrazó como si le fuera la vida en ello.

Kylie miró a Dash por encima del hombro de Joss y vio que estaba carcomido por la rabia.

—No es lo que piensas —dijo en voz baja.

—Entonces, ¿qué es? —preguntó Dash en un tono gélido.

—Déjala en paz, Dash. Nos lo contará a Chessy y a mí, y si hay que partirle la cara a alguien, te pasaremos el parte —intervino Joss.

Kylie casi se desmayó del alivio. Adoraba a sus amigas. ¿Por qué las había ignorado durante toda la semana? Podría haber ido a verlas hacía días y refugiarse en el cariño y el apoyo de sus mejores amigas en lugar de quedarse en casa borracha perdida, sola y sintiéndose miserable.

Joss tomó a Kylie de la mano y la llevó dentro de casa pasando junto a Dash. Dash no parecía muy contento, pero reprimió la respuesta y dejó que Joss se saliera con la suya. Gracias a Dios.

—Cariño, no te nos acerques mucho durante un rato —dijo Joss—. Es una noche solo de chicas, y el código de las chicas dice que «lo que pasa en el grupo, se queda en el grupo» y que «no se permite la entrada a hombres».

Dash puso los ojos en blanco.

—Estaré en el dormitorio viendo la televisión, pero espero un informe cuando acabéis. Joss, no lo dejaré pasar. Si ese hijo de perra le ha puesto la mano encima, lo descuartizaré.

—Me encanta cuando se pone en plan macho alfa —susurró Joss a Kylie—. Le saltaría encima ahora mismo.

Kylie gruñó.

—¿En serio, Joss? Me acaban de dejar y tú me haces rabiar con lo macho alfa que es Dash. No es justo.

Joss frunció el ceño con una expresión comprensiva.

—¿Te dejó él?

—Eh, nada de hablar hasta que estéis aquí dentro y os pueda escuchar —protestó Chessy mientras las dos mujeres entraban en el salón.

Chessy se levantó de su puesto en el sofá, se acercó corriendo y abrazó a Kylie.

—No vuelvas a darnos un susto así nunca más —dijo Chessy—. Kylie, Joss y yo hemos estado muy preocupadas. ¿Qué ha pasado, cariño? ¡Tienes un aspecto horrible!

A continuación, se echó atrás y miró la cara y el cuello de Kylie. Joss y Chessy soltaron un grito ahogado.

—¿Eso te lo ha hecho él? —preguntó Chessy con la voz entrecortada.

Kylie suspiró.

—Chicas, es una historia muy larga. ¿Podemos sentarnos y abrir una botella de vino o tres? Lo necesitaré para hacer esto.

—Vienen de camino —anunció Joss.

—Necesitaré tres copas como mínimo antes de empezar a largar —murmuró Kylie.

—Entonces bebe, y date prisa, porque queremos escuchar hasta el último detalle —le advirtió Chessy.

Joss volvió un instante más tarde, sosteniendo una botella de vino con ambas manos. En la mesita de café ya había copas. Joss sirvió vino en todas las copas y pasó una a Kylie.

Bebió con ansia y vació la copa en cuestión de segundos. Joss arqueó una ceja, pero enseguida sirvió de nuevo a Kylie.

—En ocasiones como esta me pregunto si no debería beber algo un poco más fuerte —dijo Kylie.

—Bueno, si vamos a pillar una cogorza de las buenas, os sugiero que asaltemos el mueble bar de Dash —propuso Chessy.

Joss frunció el ceño.

—Si vamos a pillar una cogorza de las buenas, ninguna de las dos volverá a casa esta noche. Le daré las llaves de vuestros coches a Dash y tendréis que hablar con él antes de marcharos.

Kylie y Chessy refunfuñaron, pero le entregaron las llaves. Joss fue un momento a dejárselas a Dash y regresó al salón.

—Muy bien, ¿qué desean las señoras? —preguntó afectadamente mientras abría el mueble bar.

—¿Cómo era el dicho? —caviló Chessy—. ¿Cerveza y después licor, no hay resaca peor? ¿Licor y después cerveza, mejor para la cabeza? ¿También cuenta para el vino?

Kylie frunció el ceño. Ya estaba un poco mareada por las dos copas de vino que había engullido a toda prisa.

—¿Y el vino sustituiría a la cerveza o al licor? ¿Eso significa que voy a vomitar hasta la primera papilla porque he bebido licor después de beber vino?

—Cariño, dentro de un rato todas vomitaremos hasta la primera papilla —replicó Chessy en un tono seco—. Venga, Joss, elige lo que sea y continuemos.

Joss se encogió de hombros, metió la mano en el mueble bar y sacó dos botellas de licor. Las colocó sobre la mesita de café y luego sacó vasos de chupito del armario.

—Yo voto porque los sirvamos todos para empezar —propuso Chessy—. Si los servimos después de beber mucho, dejaremos el salón de Joss hecho un desastre.

—Buena idea —dijo Kylie—. Llénalos, Joss.

Joss alineó cuidadosamente una docena de vasos de chupito y se puso a llenarlos.

Chessy cogió dos y pasó uno a Kylie. Le dio el otro a Joss y tomó uno de la mesita de café para ella. Después levantó su vaso para brindar con Joss y Kylie.

—Por lo cabrones que son los hombres —brindó Chessy.

—Brindo por ello —dijo Kylie.

—Yo también si excluimos a Dash de la afirmación —dijo Joss.

Chessy miró al techo.

—Ya se ha comportado como un cabrón otras veces, y lo volverá a hacer. Bebe con nosotras, maldita sea.

Joss se rio e hicieron chocar los vasos.

Entonces tragaron el alcohol.

A Kylie se le llenaron los ojos de lágrimas, le ardía la nariz y estuvo a punto de atragantarse mientras un río de fuego le bajaba por la garganta hacia el estómago.

—¡Dios mío, es espantoso! —balbució Kylie.

—No se bebe porque esté bueno —dijo Chessy—. Se bebe por lo que hace. Dale otra, Joss. Tenemos que soltarle la lengua.

Joss pasó otro vaso a Kylie y a continuación Chessy y ella le ordenaron que bebiera.

El segundo vaso bajó mejor que el primero. Menos mal.

Se recostó en el sofá para que su estómago se calmase y para ceder el control al alcohol.

—Me he pasado toda la semana borracha —admitió Kylie.

—Cariño, ojalá hubieras abierto la maldita puerta —protestó Chessy—. No habrías tenido que beber sola. No tengo ningún problema en ser tu compañera de borracheras.

—No podía —explicó Kylie sin convicción—. Tenía que tomar algunas decisiones.

—¿Cómo dejar el trabajo y poner tu casa a la venta? —preguntó Joss.

Kylie hizo una mueca.

—Sí, ese tipo de cosas.

—¿Qué narices ha pasado, Kylie? ¿Y cómo demonios te has hecho esos morados? —preguntó Chessy.

Kylie cerró los ojos para intentar contener las lágrimas que le abrasaban los párpados. Pensó que ya había llorado tanto como podía y que ya no le quedaban lágrimas por derramar. Al parecer, se equivocaba.

Joss y Chessy se sentaron flanqueándola. Chessy la rodeó con un brazo mientras Joss le apartaba el pelo de la cara con suavidad.

—Cuéntanos, Kylie. Nos tenías muy preocupadas —le dijo Joss en su tono dulce y cariñoso.

—No me hizo daño a propósito —dijo Kylie—. Nunca haría algo así. Yo lo sé, pero él no. Como mínimo, ahora no lo sabe.

—Cielo, lo que dices no tiene sentido. Frena un poco y comienza por el principio —la animó Chessy.

Kylie suspiró, pero hizo lo que le pedían sus amigas. Narró toda su triste historia desde el momento en que había confesado su pasado a Jensen y llegando hasta el presente. No se guardó ni un solo detalle. Les contó que había pasado toda la semana con una botella de vino en la mano y llorando hasta exprimir la última lágrima.

—Caramba —exclamó Joss—. Ha sido una historia muy dura, cielo. Pobre Jensen. No me puedo imaginar lo que debió sentir al despertarse y ver sus manos alrededor de tu cuello. Si a Dash le pasara algo parecido, se moriría.

—A eso me refería, precisamente —dijo Kylie—. Jensen nunca haría nada para hacerme daño. Fue un sueño, una pesadilla. No sabía lo que hacía, pero después me hizo el vacío. Le faltó tiempo para dejarme. ¿Cómo leches vas a convencer a alguien de que se equivoca si no se queda el tiempo suficiente para hablar contigo?

Permanecieron un rato en silencio y entonces Chessy tomó la botella y sirvió un nuevo chupito para cada una.

Kylie lo engulló agradecida con la esperanza de que el mareo se apoderase pronto de ella. Un bálsamo para aliviar el dolor de su alma. Al menos, durante un rato no sentiría nada salvo el cálido zumbido del alcohol. Y pensar que siempre había detestado la idea de emborracharse… La última semana le había enseñado muchas cosas sobre sus antiguas ideas y costumbres.

Tendió el vaso a Chessy y le indicó con un gesto que le sirviese otro.

Después de beber el cuarto chupito, Kylie ya sentía sus efectos sin lugar a dudas. ¿Por qué demonios continuaba llorando y sorbiéndose los mocos como una imbécil?

Se volvió a recostar en el sofá, miró el techo y esperó a que se pusiera a dar vueltas.

—Debería haberlo sabido —dijo Kylie en un tono que volvía a sonar desesperado—. Nunca he sido optimista. Desde muy joven, me condicionaron para esperar lo peor. Sin embargo, no me lo esperaba, aunque debería haberlo visto venir. Estaba segura de que Jensen era mi hombre. Estaba tan emocionada con la alegría de haber superado tantas cosas y poder tener una relación que ni siquiera se me pasó por la cabeza que no estaríamos juntos. Fui una estúpida. A lo mejor más adelante podré decir que fue porque era la primera vez que me enamoraba. ¿Quién leches puede querer pasar por todo esto cada vez que cortas con alguien?

—Amén —murmuró Chessy.

Kylie volvió la cabeza para mirar a su amiga, aunque de momento había dos Chessys.

—¿Cómo vais Tate y tú?

Chessy hizo una mueca.

—Bien. No muy bien. No lo sé.

—Me siento culpable por ser tan asquerosamente feliz —dijo Joss con tristeza.

Kylie extendió el brazo y le cogió la mano.

—No te sientas culpable. Mereces ser feliz. Tú ya has vivido tu parte del infierno.

Bebieron otro chupito. Y luego otro porque sí. En algún momento cuando estaban acabándose la primera botella, terminaron en el suelo, frente a la chimenea.

—¿Sabías que tu techo está dando vueltas? —preguntó Chessy a Joss.

—No es el techo. Es tu cabeza —respondió Kylie en tono sabio.

—¿Y qué vamos a hacer respecto a Jensen? —aventuró Joss, reconduciendo la conversación a la situación de Kylie.

La rabia se adueñó de Kylie. Era la primera vez que se sentía cabreada. Realmente cabreada. Durante la última semana, había experimentado muchas emociones cambiantes. Básicamente habían sido de tristeza y dolor, pero no de auténtica ira.

El sentimiento la golpeó como un tren de mercancías y le nubló la mente hasta el punto de que todo lo que veía se volvió de color rojo.

¿Cómo se atrevía Jensen a rendirse sin más? Estaba dispuesto a soportar los problemas de ella y a darle el tiempo que fuera necesario para superarlos y trabajar en ellos. ¿Acaso esperaba que ella se echara atrás en cuanto sus problemas fuesen mayores que los de ella?

—Estoy cabreada —anunció Kylie, aunque sonó como si lo hubiese dicho alguien desde el otro extremo de la habitación.

—Deberías estarlo —dijo Chessy.

—Estoy de acuerdo —coincidió Joss solemnemente.

—Un momento. ¿Por qué estamos cabreadas? —preguntó Chessy en un tono confundido.

—Por Jensen —le informó Kylie.

—Ah, sí —recordó Chessy.

—¿Qué le da derecho a dar por perdida nuestra relación de esa manera? —se preguntó Kylie.

—Ese es el espíritu —la animó Joss.

—Estaba completamente dispuesto a atarse a la cama por mí, a darme el tiempo necesario para superar mis problemas. ¿Espera que yo meta la cola entre las piernas y eche a correr en cuanto sus problemas asomen la cabeza?

Kylie se incorporó y lo lamentó de inmediato. La habitación comenzó a dar vueltas a su alrededor alocadamente y tuvo que cerrar los ojos para no vomitar.

—¡Eso es! —exclamó al recuperarse—. ¡Dios mío, qué idiota soy!

—¿Qué pasa? —preguntaron Joss y Chessy a coro.

Kylie se dio una palmada en la frente y se dejó caer hacia atrás con un gemido.

—Creo que deberías ir con cuidado cuando hagas eso —le aconsejó Chessy—. Te acabarás noqueando sola.

—¿Te importaría compartir con nosotras tu iluminación? —la invitó Joss.

—Lo voy a atar a la cama —anunció Kylie—. Un momento. Primero me hará el amor. Sin la dichosa cuerda. Después, cuando nos vayamos a dormir, lo ataré —dijo triunfalmente.

—Estoy algo confundida —confesó Chessy—, pero puede que solo sea por el alcohol. Tendrás que explicarte, cariño. Soy un poco tonta cuando bebo.

Joss y Kylie se rieron.

—Insistió mucho en el asunto de que lo atara a la cama cuando hacemos el amor para que yo supiera que no me podía hacer daño y para que supiera que estaba a salvo. Perfecto, pues el motivo por el que me dejó, o al menos el motivo que me dio para dejarme, fue que le daba miedo hacerme daño. Entonces, si lo ato a la cama mientras duerme y tiene una pesadilla, ¡tachán! No podrá tocarme —dijo en un tono confiado.

—Eres un puto genio —se admiró Chessy.

—Brindo por ello —propuso Joss.

—Oye, a lo mejor tendríamos que aflojar con el alcohol —aconsejó Chessy.

—Sí, tengo que estar sobria cuanto antes —dijo Kylie.

—¿Y eso por qué? —preguntó Joss.

Kylie se incorporó de nuevo y se sostuvo sobre una mano para no caerse encima de Chessy.

—Porque en cuanto esté sobria, pienso ir a su casa. ¡Si cree que me puede abandonar por mi propio bien y dejarme hecha polvo, está muy equivocado!

—¿Señoras? No quisiera interrumpir una conversación sin duda apasionante pero ¿os habéis dado cuenta de la hora que es, que lleváis horas bebiendo y que estáis tumbadas en el suelo?

Volvieron la cabeza hacia el lugar del que procedía la voz de Dash. Joss le dedicó una sonrisa deslumbrante.

—Hola, cariño —saludó en un tono encantador—. ¿Has venido para llevarme a la cama?

Dash se rio.

—Como al parecer ninguna de vosotras será capaz de llegar a la cama a menos que os lleve, creo que podríamos decir que he venido a llevaros a la cama.

Kylie frunció el ceño.

—No me puedo ir a la cama todavía. Tengo que planear una seducción. Oye, Dash, tú eres un tío.

—Joder, eso espero —confirmó Dash, bromeando.

Kylie lo señaló.

—Entonces, si una mujer se te echa encima desnuda, no le dirás que no, ¿verdad?

Dash soltó una risita.

—Creo que depende de la mujer que se me eche encima.

—Puedes apostar por ello —intervino Joss—. ¡Si alguna se te echa encima me la cargo!

—Cálmate, cielo. Eso no pasará. ¿Habéis terminado por esta noche, chicas? Kylie, creo que deberías descansar un poco para que tu plan de seducción no se tuerza. También puede ser que quieras replantearte las cosas en cuanto estés sobria. Puede que entonces pienses que el alcohol ha tomado esa decisión por ti.

Kylie hizo una mueca.

—Dash, eres todo un aguafiestas.

—Lo siento, preciosa.

Joss suspiró.

—¿Queréis ir a dormir? Chessy, Kylie y tú podéis compartir la cama de invitados. Es una cama de matrimonio grande, tendréis espacio de sobra.

—Últimamente duermo tantos días sola que tener a alguien que me acompañe en la cama será una novedad. Aunque solo sea Kylie —dijo Chessy con tristeza.

Dash se inclinó sobre Kylie y pasó los brazos por debajo de su cuerpo. Al levantarla, Kylie notó que se le agitaba el estómago y rogó para no vomitar encima de Dash. No podría soportar una humillación de ese calibre.

—Voy a acomodar a Kylie. Me parece que está un poco más borracha que vosotras dos —dijo a Joss—. Volveré a buscaros en cuanto deje a Kylie en la cama.

Joss agitó la mano en el aire como si todo le diera igual. ¿Por qué no le iba a dar todo igual? Tenía un marido maravilloso que la quería con locura.

Si no quisiera tanto a Joss, no le costaría mucho odiarla.

Dash entró en la habitación de invitados y dejó a Kylie en la cama. A continuación, fue al lavabo y volvió con una palangana de plástico que dejó en el suelo, junto a la cama.

—Si tienes que vomitar, basta con que saques la cabeza fuera de la cama —dijo con suavidad—. Puede que tengas problemas para llegar al baño a tiempo.

—Eres el mejor, Dash —murmuró—. Joss es una cabrona con mucha suerte.

La risita de Dash fue lo último que escuchó antes de que se le apagaran las luces y se quedara frita.