Veintiocho

¿Te importaría explicarme de qué diablos va todo esto? —vociferó Dash.

Jensen levantó la vista con aire cansado mientras Dash agitaba una hoja de papel frente a sus narices. Jensen no estaba de humor para jugar a las adivinanzas. No había dormido desde el viernes por la noche. Tenía una resaca infernal tras hacer algo que nunca hacía. Había pillado una borrachera descomunal que no había soltado en todo el fin de semana.

Una prueba más de que se parecía más a su padre de lo que pensaba. Al parecer, era cierto eso de que de tal palo, tal astilla.

—Por el amor de Dios, estás hecho una mierda —dijo Dash, asqueado.

—Que te jodan —gruñó Jensen.

—Ha presentado su dimisión —masculló Dash.

Apoyó las manos en el escritorio de Jensen, se inclinó hacia delante y puso la carta de dimisión en un lugar en el que Jensen no pudiera evitar verla.

La desesperación se apoderó de Jensen y lo abrumó. A su alrededor, todo parecía negro y la tristeza lo asfixiaba.

—No la aceptes —replicó Jensen, desolado—. Me iré yo. Nunca haría nada para que se fuera ella. Puedo trabajar en otro despacho y dejaros aquí a los dos.

—Joss ha ido a su casa hoy mismo. Se ha preocupado mucho cuando le he contado que Kylie había dejado el trabajo. No estaba. Nadie sabe dónde coño está. Y ha puesto a la venta la dichosa casa —rugió Dash—. ¿Qué cojones le has hecho?

Jensen cerró los ojos. Las lágrimas le abrasaban los párpados como si fueran ácido.

—Le he hecho daño —susurró—. Juré que jamás lo haría.

Dash le miró con una expresión intrigada.

—¿Qué tipo de daño?

Jensen sacudió la cabeza.

—Eso no importa. Lo importante es que no permitas que dimita. Dile que me he largado. Haz lo que sea. Vaciaré el escritorio hoy mismo. Se puede quedar con mi despacho o conservar el suyo.

—Joder, ¿me quedará un negocio después de todo esto? —se preguntó Dash.

—El maldito negocio me importa una puta mierda —gruñó Jensen—. A mí solo me importa Kylie.

Dash negó con la cabeza.

—Para haber confesado que le has hecho daño, diría que todavía te importa bastante lo que haga.

—Pues claro que me importa —dijo Jensen, iracundo—. La quiero. Joder, nunca volveré a querer a nadie.

—Entonces, ¿por qué narices estás aquí en lugar de ponerte a sus pies y suplicarle perdón? —respondió Dash en el mismo tono.

Jensen se puso en pie y plantó las palmas en la mesa. Se inclinó y miró a Dash directamente a los ojos.

—Porque algunas cosas son imperdonables —contestó con la voz entrecortada—. Hay cosas que no pueden deshacerse y hacerse de nuevo. Da igual si me perdona, probablemente lo haría. Yo no puedo perdonármelo. ¿Lo entiendes?

Dash suspiró.

—Sí, hombre, lo entiendo, pero ¿sabes una cosa, Jensen? Tengo un dato para ti. Has dicho que le habías hecho daño. ¿Qué demonios crees que estás haciendo ahora?

Jensen se reclinó en el asiento y se pasó una mano por el pelo. Estaba agotado. Quería pasar una noche sin que lo devorasen los demonios del pasado. Una noche en la que no viese sus manos alrededor del cuello de Kylie o no la oyera gritar su nombre.

Solo quería… paz. ¿Era pedir demasiado?

Sin embargo, ¿cómo podía vivir realmente en paz si la mujer que amaba no estaba entre sus brazos?

—Dash, no dejes que se vaya —repitió, y el cansancio impregnó cada una de sus palabras—. Haz cualquier cosa para convencerla. Hazlo. Me habré ido antes de esta noche.