Sentada en una silla en el porche trasero y abrigada con una manta, Kylie contemplaba el sol, que salía por el horizonte. Aunque hacía bastante calor, un frío glacial se había apoderado de ella. Por un instante pensó que jamás volvería a sentir calor.
Jensen la había arropado con sonrisas, ternura y amor. Todo aquello había desaparecido con él.
Le habría gustado ser capaz de reunir la fortaleza emocional necesaria para odiarlo, pero solo lograba recordar la desolación y el horror en sus ojos. El asco y la culpa por lo que había hecho.
Con un gesto distraído, se frotó la garganta, que todavía tenía irritada, en el punto en que las marcas de las yemas de los dedos le manchaban la piel.
Podría haberla matado.
Eso fue lo que dijo, y también lo que ella había pensado, pero no conseguía creérselo. La había soltado en el mismo instante en que había despertado del sueño. Él nunca le haría daño conscientemente. Estaba completamente segura de ello. ¿Por qué no lo estaba él?
Jensen se había burlado de su falta de confianza en sí misma, pero no parecía que él la tuviera. Al menos, en lo referente a ella.
Suspiró y miró el papel que tenía delante. Era su carta de dimisión, dirigida a Dash. No pensaba hurgar en la herida mencionando a Jensen en la renuncia.
Sobre la mesa, junto a la carta, estaban el ordenador portátil y el teléfono. Había pasado la mayor parte de la noche buscando préstamos hipotecarios y agentes inmobiliarios en Google. No necesitaba una hipoteca. Con el dinero que tenía invertido podía comprarse una casa y le sobraría una buena suma. Además, ¿quién iba a darle una hipoteca estando en paro?
Todavía faltaban horas para que abrieran las oficinas. Dudó un momento. La idea la atenazaba. Debería salir de inmediato y dejar la carta sobre el escritorio de Dash antes de que Jensen o él llegasen por la mañana.
Tenía borroso el fin de semana. Lo pasó entero tumbada en la cama tapada hasta la barbilla. De vez en cuando, había sufrido ataques de llorera. No había comido ni dormido. Apenas había logrado la hazaña de arrastrarse hasta el baño para ocuparse de las necesidades más básicas.
Después, su mente había pasado al modo de recuperación. No podía esconderse en casa para siempre. Cada día se rompe el corazón de alguien. En ese aspecto, no era distinta a los demás. La vida continuaba. La cuestión era si iba a pasar página o si iba a ser como siempre había sido. Tímida. Temerosa. Si iba a esconder la cabeza y adoptar el mantra de «la ignorancia es una bendición».
Dos cosas estaban claras. En primer lugar, no podía continuar trabajando para Dash y Jensen. Además, tenía que mudarse. Era una idea que ya se había planteado antes, pero nunca había querido invertir la energía necesaria para hacerlo.
La carta ya estaba redactada y tenía el número de teléfono de una agencia inmobiliaria local. Había llegado el momento de actuar y dejar de ser tan pasiva con su vida.
Se impulsó para ponerse en pie y todos sus músculos protestaron. Pese a todo, se sobrepuso a la incomodidad, recogió la carta y volvió a entrar en la casa para vestirse y coger las llaves de la oficina.
Media hora más tarde, dejó la carta sobre el escritorio de Dash junto a una lista de las cosas que debía hacer ese día. Sintió un instante de culpabilidad por hacer algo así a Dash. Siempre había sido paciente y comprensivo con ella. Trabajar para él era un sueño, y dejar el puesto de pronto, cuando todavía no habían encontrado a nadie que la reemplazara, no era justo, pero no podía ir a trabajar al mismo lugar en el que estaría Jensen y simular que no le acababan de hacer añicos el corazón.
Después, entró en su despacho y se puso a empaquetar sus cosas y sus efectos personales.
Al terminar, se volvió y echó un último vistazo al negocio que había construido su hermano. El lugar en el que ella había trabajado desde que se había licenciado en la universidad. Se le daba bien su trabajo. También habría sido una excelente socia. En cualquier caso, había más trabajos. Había llegado el momento de cortar con el pasado, olvidarlo y pasar página.
Carson ya no estaba. Nunca volvería. Ella no quería seguir siendo una carga para nadie ni un minuto más.
Suspiró y arrastró los pies hacia el ascensor. En el vestíbulo, saludó al guardia nocturno que observaba con curiosidad cómo cargaba la caja que sostenía en alto para evitar que se le cayera.
Al llegar a casa, dejó la caja en el coche sin preocuparse por su suerte. Solo deseaba volver a la cama y no levantarse en una semana. Tal vez lo hiciese. Al menos, hasta que corriera la voz sobre lo que había pasado y Chessy y Joss rastreasen su pista.
Debería llamarlas y contárselo en persona, pero no se sentía capaz. De todos modos, sus amigas tampoco podían hacer nada por ella, aparte de ofrecerle un hombro sobre el que llorar y decirle que todo saldría bien y que el mar estaba lleno de peces.
Sí, claro.
Tal vez no contara con una amplia experiencia en el amor y las relaciones, pero incluso ella era consciente de que nunca encontraría otro amor como Jensen.
Pasó junto a las cosas que este le había vuelto a llevar a casa y entró en la cocina. Echó un vistazo a la botella de vino sobre la encimera y se encogió de hombros. ¿Por qué no?
Se sirvió una copa generosa y, de camino al dormitorio, agarró la botella. Así se ahorraba un viaje más tarde, y en cuanto se metiera en la cama no pensaba levantarse por nadie.