A Kylie le pesaba un poquito más el corazón de camino a casa que cuando llegaron a casa de Dash y Joss para cenar. Sin embargo, la preocupación por su amiga no disipaba las perspectivas optimistas de su futuro.
Puso la mano sobre la de Jensen mientras este conducía hasta la casa de él, la de los dos. ¿Cuándo había empezado a pensar en su casa como si fuera suya también? No había vuelto a su apartamento más que un par de veces desde que Jensen se la llevara a su casa y le hubiera hecho la mudanza, prácticamente. Solo había pisado la suya para recoger ropa y otras cosas que necesitaba.
Ninguno había mencionado la posible vuelta de Kylie a su antigua casa, claro que tampoco habían hablado de que se mudara de forma definitiva. Jensen simplemente se la había llevado a su piso y le dijo que se quedara.
Vaya, se estaba ablandando con la edad y la experiencia. Si un mes atrás alguien le hubiera dicho que Jensen y ella serían pareja, que la sacaría del despacho sobre los hombros cual hombre de las cavernas y que se la llevaría a su casa, se hubiera partido de risa.
Pero ahí estaba, enamorada, feliz, viviendo con Jensen… y disfrutando del sexo.
Hizo una mueca al pensar en la palabra «sexo». Sí, era sexo, pero le parecía un término vulgar para describir su forma de hacer el amor. Nunca había pensado en la diferencia entre el sexo y hacer el amor. Nunca había tenido motivos. Y aún menos se había imaginado a sí misma haciéndolo con un hombre, sobre todo con alguien como Jensen.
Aunque su experiencia era limitada, conocía bien la diferencia entre el sexo sin compromiso y hacer el amor. Era una bobería pensar en eso. La antigua Kylie no hubiera tenido esa capacidad de introspección o análisis y nunca había contemplado la idea de hacer el amor.
Y esa era exactamente la descripción más adecuada de la intimidad que entre ambos habían creado. El sexo era… bueno, era sexo. Nada más y nada menos. Hacer el amor implicaba mucho más: confianza, respeto mutuo y, claro está, amor.
—Estás muy callada.
Se volvió y vio a Jensen mirándola de reojo mientras circulaban de camino a casa.
—¿Pasa algo? —le preguntó.
—No, nada —contestó ella con una triste sonrisa—. Pensaba sobre las diferencias entre hacer el amor y practicar sexo.
Él arqueó una ceja.
—A ver, cuenta. Parece una conversación muy interesante.
Ella se echó a reír.
—Estoy en plan tonto y filosófico a la vez.
—¿Y? ¿Me lo vas a contar ya o me vas a dejar en ascuas con esa revelación que has tenido?
Ella le apretó la mano; disfrutaba estando con él. Feliz. Nunca había usado esa palabra tantas veces como en estas últimas semanas con Jensen.
—Pensaba que no es exactamente sexo lo que hacemos —dijo, algo avergonzada por ese comportamiento tan pueril y romanticón.
Él no se rio ni hizo amago de que fuera una tontería. Le apretó la mano también y le acarició los nudillos con el pulgar.
—Por primera vez en la vida reconozco la diferencia entre sexo y amor.
Se arrepintió nada más decirlo. No creía que Jensen estuviera de acuerdo teniendo en cuenta que lo había atado a la cama las dos veces. No es que fuera el paradigma más tradicional de hacer el amor. Sentía vergüenza por haber reconocido su amor por un hombre en el que no confiaba lo suficiente para que le hiciera el amor.
—Cielo, ¿y esa cara? —le preguntó al llegar al garaje y apagar el motor.
—Ojalá no hubiera dicho nada —contestó con sinceridad.
—¿Por qué? —inquirió en un tono incrédulo. Se había dado la vuelta en el asiento para mirarla de frente.
Ella cerró los ojos.
—Porque a pesar de mis declaraciones de amor y confianza, no te he demostrado nada. El movimiento se demuestra andando y dudo que nadie crea que atarte a una cama sea «hacer el amor».
—Ahora ya me empiezas a cabrear —dijo en un gruñido.
Ella parpadeó y lo miró. Nunca se había enfadado con ella. Era inevitable. ¿Qué pareja no discute o se enfada el uno con el otro? Pero sí parecía… cabreado.
—No pienso mantener esta conversación en el puto coche —dijo al tiempo que abría la puerta—. Vamos a hablarlo, pero en casa.
Kylie abrió la puerta con recelo; de repente le pasaron unas ideas raras por la cabeza. Se le aceleró el corazón y el pulso. Al salir, tragó saliva por el miedo que la atenazaba.
Estaba siendo tonta. Por mucho que se enfadara, nunca le haría daño. Lo sabía. Sin embargo, a la primera señal de rabia, su reacción había sido recelosa. En su mundo, rabia equivalía a violencia. Ambas habían ido de la mano en su infancia. Odiaba discutir, detestaba las confrontaciones aunque su talante malhumorado y picajoso pudiera indicar lo contrario.
Jensen la esperaba delante del coche y ella apretó los puños, preguntándose si debería cogerle de la mano. Es lo que hacía cuando salían por ahí y volvían a casa. Pero ahora no estaba segura, aunque reconocía que sentirse así era una tontería.
Jensen le puso una mano en el hombro y la miró fijamente.
—¿Me tienes miedo?
Su mirada era tan sagaz que la dejó sin habla. Ella misma estaba empeorando las cosas a pasos agigantados.
—No. Sí. No. ¡Joder, no!
Sacudió la cabeza para darle énfasis, pero él ni se movió. No parecía que la creyera. ¿Y quién podía culparle? Se había contradicho a ella misma en tan solo unas palabras.
Cerró los ojos; inspiró y espiró hondo.
—No te tengo miedo, Jensen. Me da miedo la rabia. Las repercusiones de esa rabia. Me ha pillado desprevenida. No te había hecho enfadar aún y eso que me he esforzado mucho en todo —dijo disgustada—, así que no me lo esperaba. No he tenido tiempo para ser más fuerte o para decirme lo idiota que he sido. El miedo ha sido mi reacción instintiva y natural. Odio discutir y las confrontaciones. Normalmente hago lo que sea para evitarlas. Y sé que discutiremos. No espero que seamos perfectos. No sé por qué me ha entrado miedo. Bueno, sí lo sé —dijo con la voz cada vez más apagada.
—Entra conmigo, Kylie —dijo en voz baja, pero tierna.
Levantó la vista y reparó en la calidez de su mirada. En su sinceridad. Lo comprensivo que era y lo mucho que la amaba.
Él le cogió la mano y la acompañó hasta la puerta principal. Una vez dentro, la llevó al dormitorio.
—Ponte cómoda —le dijo—. Hablaremos abrazados.
La invadió una sensación de alivio increíble. Estaban bien; no pasaba nada.
Se puso un pijama mientras él se quedaba en bóxers. Jensen entró en la cama, se tapó con las sábanas y dio unos golpecitos a su lado.
Ella entró decidida y se acurrucó. Seguía dándole vueltas a lo que se había dicho a sí misma antes. Era hora de demostrar sus palabras con actos. De demostrarle que confiaba en él. Podría empezar por ser más afectuosa y por acercarse a él sin que este se lo pidiera.
—Ahora quiero que me escuches con atención —dijo Jensen con firmeza.
Le pasó una mano por el pelo y luego por el brazo. Con los dedos la acarició tan suavemente que le puso la piel de gallina.
Solo porque no tenga las manos atadas mientras hacemos el amor, y sí, es hacer el amor, no significa que sea sexo sin más. Las dos veces me has dado algo valiosísimo; tu confianza.
—¿Cómo puedes decir algo así si te até en las dos ocasiones? —preguntó inquieta.
Se la acercó con firmeza.
—Porque lo hiciste de principio a fin. Hicimos el amor con dulzura. Me corrí dentro de ti y todo fue precioso, cielo.
Ella suspiró e inhaló su olor, dejando que la envolviera y la tranquilizara.
La besó en la cabeza.
—Te quiero, Kylie. Mi amor no está condicionado a cómo hagamos el amor o si lo hacemos, para empezar.
—Me alegro —dijo ella con la voz amortiguada por su cuerpo—. Quiero ser normal, Jensen, pero no sé cómo serlo.
Él se rio aunque su voz delataba cierto dolor.
—Que le den a ser normal. Ya hemos tenido esta conversación y ya sabes lo que opino al respecto.
Kylie suspiró y cerró los ojos, se deleitaba con su presencia. Tan sólida, tan fuerte. Era su roca, su punto de apoyo.
Se quedaron en silencio un buen rato. Era un silencio cómodo que ninguno quiso que terminara. Pasado un momento, ella notó que Jensen se tensaba, como si estuviera a punto de decir algo.
Ella se recostó en la cama y buscó su mirada.
—¿Estás preparada para contarme tu pasado, cielo?
Sus ojos oscuros la escudriñaban; en su expresión había cariño y preocupación a partes iguales.
Se le cortó la respiración y se le aceleró el pulso, igual que el corazón. Era una tontería, se dijo. No eran más que palabras. Recuerdos. No podían hacerle daño a menos que ella se dejara.
Y esta era la última barrera que los separaba. La última pieza del puzle de la confianza.
—Sí —susurró—. Lo estoy.
Le dio un apretón y la besó en la frente para darle ánimos.
—Tómate tu tiempo. No me voy a ningún sitio.
Ella se le acercó más. Se sorprendió al no sentirse al borde de un ataque de pánico ante la idea de contarle algo tan personal. Algo que nunca le había confiado a nadie. Ni siquiera a Carson. Se dio cuenta de que quería —o mejor dicho, necesitaba— descargar. Por fin.
—Ni siquiera sé por dónde empezar —dijo. Las lágrimas le quemaban en los ojos y tragó saliva para deshacer ese nudo que se le formaba en la garganta.
—Por el principio o por donde tú prefieras. Estoy aquí para escucharte.
—Siempre nos maltrató —dijo con una voz temblorosa—. No recuerdo ningún momento en el que no lo hiciera. Apenas recuerdo a mi madre, así que no sé si era mejor que él. No logro entender por qué nos dejó a Carson y a mí con ese cabronazo. ¿Cómo puede una madre abandonar así a sus hijos?
Jensen se puso tenso y ella se mordió el labio inferior, arrepentida de haber hecho ese comentario después de que él le contara lo mismo. Nunca había pensado en lo mucho que Jensen y ella tenían en común. Su media naranja.
—Lo siento —añadió algo alterada. Lo último que quería era arrastrar a Jensen a su pasado otra vez. El suyo era ya bastante malo.
—No, cielo, no. No te disculpes. Necesitas hablarlo con alguien que te quiere. Alguien que te escuche. Hoy el protagonista no soy yo. Hoy todo es por ti.
Ella asintió y cerró los ojos con fuerza. El resto era… duro. La vergüenza y el sentimiento de degradación ocupaban todos sus recuerdos.
—Me violó por primera vez cuando tenía trece años.
Él se quedó rígido. Ella apoyó la mano en su pecho; necesitaba algo sólido, tangible. Jensen puso una mano sobre la suya.
—Y había mucha violencia. Muchísima violencia —susurró—. Nada de lo que hacíamos Carson o yo estaba bien. Cuando estaba borracho siempre iba a por Carson. Cuando estaba sobrio dirigía su ira hacia mí. Podía entender, bueno, no, pero tenía más sentido que se volviera violento cuando bebía. Lo que me aterrorizaba era que lo hiciera cuando estaba en plenas facultades. Parecía más personal.
»Al menos, con Carson parecía que pasaba porque estaba en el sitio y en el momento menos adecuados. Es muy triste pensar que me sintiera a salvo cuando bebía, pero así era.
Él la besó en la cabeza y dejó sus labios ahí un buen rato.
—Nunca se lo he explicado a nadie… —empezó a decir, pero luego se puso a temblar; ya no podía controlar los recuerdos. Salían de su mente dejando una estela negra a su paso.
—¿Qué, Kylie? —preguntó—. ¿Qué no le has contado a nadie?
—Hubo un tiempo en el que me planteé suicidarme.
Jensen contuvo la respiración y soltó el aire en bocanadas largas y temblorosas.
—Joder, cielo. Lo siento mucho. Eso es una carga demasiado pesada para ti sola. ¿Por qué no se lo habías dicho a nadie?
—Porque eso solo demostraría lo débil que soy —dijo con cierto recelo—. Una tara más de la lista. Pensar que dejaría a Carson solo era lo que me lo impedía. No quería morir… o sí. Muchas veces hubiera sido lo más fácil para que todo parara. Estaba enfadada con mi madre por dejarnos y yo pensaba en hacerle lo mismo a Carson.
—Kylie, no eres débil. Necesitaste mucho coraje para no hacerlo. Para quedarte en esa situación sin esperanzas de poder salir. Eras una niña que creía que nunca saldría de ese infierno. No puedo culparte por pensar en el suicidio.
—Carson estaba destrozado por saber lo que me hacía nuestro padre. Supongo que se sentía como tú en muchas ocasiones. Indefenso, sin poder hacer nada.
—Sí, ese sentimiento lo conozco bien —murmuró.
No quería contarle los detalles más sórdidos. No hacía falta que se hiciera eso a sí misma ni a Jensen. Bastaba con que lo supiera… y con habérselo contado.
—¿Cuándo y cómo terminó? —preguntó al ver que se había quedado callada.
—Carson hacía trabajillos e iba ahorrando el dinero suficiente para escaparnos. Nos fuimos en mitad de la noche mientras nuestro padre dormía la mona. Carson me preocupaba muchísimo porque esa noche le había pegado más de lo habitual. Tenía moratones y costillas rotas. A saber qué más. Pero consiguió sacarnos de allí.
—¿Dónde fuisteis? —preguntó él con dulzura—. ¿Cómo conseguiste apañártelas? ¿Cómo conseguiste ir a la universidad, incluso?
—Durante un tiempo fuimos unos sintecho. Aunque teníamos algo de dinero, no podíamos permitirnos pagar un alquiler y, además, ¿quién iba a alquilarle nada a unos críos? Hubieran llamado a la policía y nos hubieran devuelto a nuestro padre. Teníamos que comer y usar el dinero con cabeza. Carson se pagó la universidad trabajando y yo trabajaba en varios sitios también. Cuando tuvo su primer trabajo formal, me ayudó a pagar la universidad.
—Para que después digas que eres débil —dijo él, asombrado—. ¿Cómo puedes pensarlo siquiera? ¿Te das cuenta de la fuerza que tuviste para sobrevivir y ser indigentes sin nadie que os cuidara salvo vosotros mismos? No conozco a mucha gente que hubiera tenido semejante entereza.
—Ojalá pudiera verlo como tú —dijo con melancolía.
—Eres una mujer muy valiente, Kylie. Nunca lo pongas en duda.
—Te quiero.
—Yo también te quiero, cielo. ¿Carson o tú volvisteis a verlo después de eso?
Kylie negó con la cabeza.
—No, pero Carson lo estuvo buscando varios años después. Creo que quería vengarse.
—No lo culpo —murmuró—. ¿Y lo encontró?
—Nunca me lo dijo. Me enteré porque vi un archivo abierto en su mesa. Cuando le pregunté qué era, bueno, pues puedes imaginar que me dio un ataque. No debería sorprenderte. No me extraña que no quisiera contarme nada. Le preocuparía que se me fuera la cabeza e hiciera alguna tontería. Quién sabe. Puede que lo hubiera hecho.
»Pero el tipo de venganza que Carson quería no era de la que te llevaría a la cárcel con cargos de asesinato. No hubiera arriesgado su matrimonio con Joss. Quería comprobar si nuestro padre vivía bien porque quería arruinarlo. Quería quitarle todo lo que tuviera, si es que tenía algo. Y quería que supiera quién le había arruinado y por qué.
—No estoy de acuerdo en eso de que no te hubiera dado la información —murmuró él—. Estabas en tu derecho y no hubieras hecho ninguna estupidez. Lo que Carson no supo ver fue que tal vez hubieras logrado cerrar ese capítulo de tu vida de haber sabido que tu padre ya no podía hacerte nada.
Ella frunció el ceño.
—No me lo había planteado así. Es la incertidumbre lo que me mata. Tengo miedo de que aparezca de la nada. Aunque por lo que sé, podría estar muerto.
—Podría averiguarlo por ti si quieres saberlo de verdad —le propuso Jensen en voz baja.
Ella se quedó inmóvil; el miedo la atenazó de repente.
—Quizá algún día —dijo a modo de evasiva—. Quizá nunca. No sé qué quiero ahora mismo.
—Cuando estés preparada, dímelo. Me aseguraré de que no sepa nada de ti. Y tal vez pueda averiguar si Carson llegó a vengarse o no.
—Gracias.
Se sentía… deshinchada… de pronto. Era como si le hubieran quitado un gran peso de encima y se hubiera quedado hundida. Estaba emocionalmente agotada aunque apenas había profundizado en los abusos. Puede que nunca se lo contara todo. O quizá un día estuviera preparada para quitarse todo ese veneno que llevaba infectándola tanto tiempo.
—De nada, cielo. Te quiero y estoy muy orgulloso de ti. Ahora tienes que estarlo tú también y darte cuenta del gran paso que has dado al estar donde estás ahora y no dejar que tu pasado afecte tu presente.
Hizo una mueca.
—Eso era lo que hacía no hace mucho.
—Eres demasiado dura contigo misma. Anímate. La única que te desprecias eres tú. Los demás ven lo que yo veo: una mujer valiente y sin miedo.
—Eso me gusta —dijo con una sonrisa—. Sin miedo. Unas palabras que nunca hubiera usado para describirme.
—Pues revisa tu lista de palabras y quita todas las malas sobre ti —gruñó.
Kylie bostezó, cansada por todas las emociones del día.
—Tal vez podamos redactar esa lista juntos un día. Y que la primera de todas, la palabra más importante que me describa sea «querida».
—Siempre. Yo te quiero y no soy el único.
—Eso lo sé ahora —dijo, acurrucándose aún más a su lado.
—¿Crees que podrás dormir? —le preguntó, preocupado—. Me preocupa que esto pueda afectarte. A mí me afectó cuando te conté mi pasado.
—Podré dormir siempre que estés a mi lado —dijo.
Él la abrazó.
—Entonces duerme, cielo. Estaré aquí abrazándote todo el tiempo que necesites.