Kylie y Jensen salieron del coche frente a la casa de Dash y Joss. Jensen fue a buscarla a medio camino y le tendió la mano en un gesto automático que le encantaba. Ella se la tomó con gusto y le dio un apretón.
Llevaba una sonrisa boba en la cara que no era nada típica de ella. Ay, Dios, hasta podría decirse que estaba risueña. Sacudió la cabeza al reparar en ese concepto. Tal vez se le estuvieran pegando más cosas de Chessy de las que creía.
O tal vez era feliz y punto.
—Estás guapísima —le dijo Jensen tras llamar al timbre.
La repasó con la mirada cual pintor con su brocha, sin perderse ni un solo centímetro.
—¿Y sabes qué más estoy? —preguntó con la misma sonrisilla.
—¿Qué?
—Feliz.
Su voz tenía un tono petulante bastante claro. Se sentía valiente, un sentimiento muy novedoso para ella. ¿Feliz, valiente y segura de sí misma? Era el fin del mundo.
Jensen le dedicó una sonrisa afectuosa y la besó justo en el mismo instante en que se abría la puerta.
—¡Hola, pareja! —los saludó Joss, con un rostro y una mirada que brillaba con la misma alegría de la que se sorprendía Kylie—. Va, entrad. Ahora que ya estáis todos, podemos empezar a cenar.
Kylie entró y abrazó a su cuñada. Joss parecía asombrada y encantada a partes iguales con esa muestra de afecto espontánea. La antigua Kylie era reservada y no era muy partidaria del contacto físico. La nueva se estaba esforzando por demostrar a sus amigos lo mucho que significaban para ella.
—Estás preciosa. El matrimonio te sienta fenomenal —le dijo Kylie.
Jensen besó a Joss en la mejilla.
—Completamente de acuerdo con ella. Estás radiante. No hay nada mejor que una mujer feliz.
Joss se ruborizó, pero le gustó el halago de Jensen.
—Yo también estoy de acuerdo —convino Dash al tiempo que se acercaba a ellos.
Rodeó a su esposa con los brazos y la atrajo hacia sí. El amor que se tenían era obvio; antes, la hubiera incomodado enormemente. Ver a sus amigos tan felices y enamorados reforzaba el hecho de que ella nunca había tenido nada semejante. Bueno, eso era lo que pensaba antes.
—Una mujer feliz es una mujer hermosa. Tengo suerte de poder hacerla feliz —añadió Dash con una sonrisa.
Entraron en el salón, donde Chessy y Tate estaban sentados. Chessy se levantó y corrió a abrazar a Kylie.
—¡Estás espectacular! —exclamó—. ¡Ay, Dios mío, mira qué zapatos! Traed una cámara, ¡rápido! Hay que dejar constancia de esto: ¡Kylie se ha puesto tacones!
Todos se echaron a reír. Jensen le pasó un brazo por la cintura y la acarició. A Kylie le preocupaba ir demasiado bien vestida para la ocasión. Al fin y al cabo, solo iban a cenar a casa de sus amigos. Sin embargo, ahora se alegraba de haber hecho el esfuerzo.
Estaba guapa. Modestia aparte, sabía que estaba muy guapa. Y ahora que se había reconciliado con los tacones, podía caminar bien sin temor a caerse.
—Me encantan esos zapatos —dijo Joss con un aire melancólico—. ¿Dónde los has comprado?
Dash gruñó.
—Gracias, Kylie. Ahora me va a desplumar.
Joss frunció el ceño y le dio un codazo; Kylie se echó a reír.
Joss no necesitaba para nada el dinero de Dash. Tenía el que le había dejado Carson más la parte proporcional de los beneficios de la empresa. Ella, al igual que Kylie, había heredado una parte de la consultora de Dash, y ahora también de Jensen.
Kylie tenía su parte en el banco; no quería tocar ese dinero. Con su sueldo pagaba las facturas y lo que necesitara en su día a día. Estaba invertido y casi nunca pensaba en él, pero tal vez pudiera hacer algo divertido con esas ganancias ahora que tenía otra perspectiva de la vida. Como pegarse un buen viaje, Jensen y ella.
De repente había tanto por hacer y experimentar… Ver la vida desde otro prisma hacía que las cosas tomaran otro cariz. Veía el mundo en color y no en un triste gris.
—Va, id al comedor —les instó Joss con un ademán—. Iré a la cocina para empezar a servir.
—Yo te ayudo —dijo Dash, que la siguió al momento.
Kylie se sentó a la mesa junto a Jensen; era grande y había sitio para doce comensales. Chessy y Tate se sentaron enfrente; Dash presidió la mesa y dejó una silla a su derecha para Joss, que se sentaría al lado de Kylie.
Mientras colocaban los platos se sucedían los «ohhh» y «ahhh» de admiración. Joss se había superado con el festín de esta noche. Mientras contemplaba la mesa, Kylie se dio cuenta de que eso debía de ser muy parecido a unas vacaciones, con amigos. Más que amigos, familia. Se había pasado tanto tiempo emperrada en que Carson era su única familia que ahora que no estaba y que no tenía a nadie, se daba cuenta de que la familia era lo que uno creara. Esta era su familia ahora: Joss, Dash, Chessy y Tate. Y Jensen.
Joss había preparado codornices asadas con un marinado que olía a gloria bendita. Había unas tres cazuelitas, patatas, verduras y, por supuesto, una botella de vino del bueno.
—¡Mmm, qué pinta! ¡Yo quiero! —exclamó Kylie cuando Joss destapó una de las cazuelitas que contenía macarrones caseros a los cuatro quesos.
—Échale un ojo —le aconsejó Dash—. Marca el territorio cuando se trata de los macarrones con queso de Joss. Los demás tenemos que luchar por las sobras.
—Puedes llevarte lo que quede, Kylie —la tranquilizó su amiga.
—No quedará nada después de que se sirvan todos —repuso ella algo quejumbrosa.
—He hecho otra solo para ti —le susurró.
—¡Eh, que lo he oído! —protestó Chessy—. ¿Y yo qué? ¿Pasáis de mí?
—A ti te he hecho postre —le dijo Joss en un tono consolador.
A Chessy se le iluminaron los ojos.
—Ay, dime que has hecho la tarta de caramelo.
Ella asintió.
—Y una extra para que te la lleves a casa.
—Solo si acepta compartirla conmigo —dijo Tate secamente.
Chessy frunció el ceño con un aire burlón.
—Solo si te portas bien.
—Por el amor de Dios, Joss. ¿De dónde has sacado el tiempo para preparar todo esto? —preguntó Kylie—. ¡Hay comida para un regimiento y encima nos has hecho raciones adicionales para Chessy y para mí!
—Está de vicio —la elogió Jensen después de algunos bocados—. Esto es el paraíso.
Los demás se deshicieron también en halagos y ella se sentó con las mejillas coloradas por tanto elogio.
—Esto está de muerte, cariño. Gracias —dijo Dash con una sonrisa que hasta hizo estremecer a Kylie.
Ahora que había encontrado el amor, veía a sus amigas y sus relaciones con otros ojos. Ya no les tenía envidia. Ahora compartía lo maravilloso que era estar en una relación de verdad. Estar enamorada y todo lo nuevo que el amor traía consigo.
Colocó una mano en el regazo de Jensen y le acarició el muslo. Él se cambió el tenedor de izquierda a la derecha, entrelazó la mano con la suya y le dio un apretón cariñoso.
A Kylie la embargó la felicidad. Decían que el amor mejoraba con la edad, y si eso era cierto deseaba con todas sus ganas que llegara el futuro. Porque ahora mismo ya era increíble así que si aún tenía que mejorar… ni se lo imaginaba.
Estuvieron hablando y bromeando durante toda la cena. Era una velada ruidosa pero feliz. El ambiente era distendido y hasta Chessy parecía estar contenta de verdad; le brillaban los ojos de amor y felicidad.
Pero entonces a Tate le sonó el móvil y esa luz se apagó. Apartó la mirada para que nadie la viera, pero Kylie ya había reparado en la resignación que expresaban sus facciones.
Trató de desconectar de la conversación de Tate con la esperanza de que nada le arruinara la noche a su amiga, pero pronto quedó claro que fuera cual fuera la situación, requería la atención inmediata de Tate.
Seguía sin entenderlo. No comprendía los entresijos del puesto de Tate como asesor financiero. Lo más normal era pensar que su trabajo fuera exigente durante el horario laboral, cuando la bolsa y los bancos estaban abiertos, pero no por la noche. ¿Qué requería su atención inmediata y por qué tenía que dejar a su esposa con una frecuencia tan alarmante?
A Kylie le entraron las dudas mientras escudriñaba el rostro de su amiga. No le extrañaba nada que esta pensara que su marido tenía una aventura. No era algo descabellado eso de fingir la llamada de un cliente para pasar unas horas con la amante.
No, tenía que ponerle freno a su imaginación. Chessy necesitaba ayuda y no que dieran pábulo a sus sospechas.
Con una mueca, Tate se levantó de la mesa y miró a Dash.
—¿Podrás llevar a Chessy a casa después? No sé cuánto voy a tardar.
La mirada de Chessy desbordaba tristeza. ¿Cómo podía ser Tate tan ciego para no darse cuenta del daño que le estaba haciendo? ¿Tan inconsciente era? Todos los demás se habían dado cuenta. Hasta Jensen observaba a Tate con el ceño fruncido, y miraba alternativamente a Chessy y a su socio. En sus ojos veía preocupación por ella e irritación por él.
—Por supuesto —dijo Dash, aunque también fruncía el ceño—. No te preocupes. Joss y yo la acompañaremos a casa.
—Gracias, colega —dijo él. Se inclinó, besó a su mujer en la frente y le acarició brevemente la mejilla—. No me esperes despierta, cariño.
Acto seguido se fue y dejó a Chessy mirando el plato con una expresión ausente.
El silencio tras su marcha era incómodo; la tensión podía cortarse con un cuchillo. Cuando Chessy levantó la vista, sus ojos estaban cargados de humillación. Y derrota.
Jensen y Dash intercambiaron unas miradas serias y Joss miró a su amiga con preocupación.
A sabiendas de que había que centrar la atención en otra cosa que no fuera Chessy, Kylie buscó un tema de conversación, cosa nueva en ella porque solía observar y comentar tan solo lo que los demás hablaban.
—¿Cómo fue la luna de miel? —preguntó entonces a Joss y Dash.
Chessy la miró con gratitud e incluso trató de sonreír, aunque su expresión normalmente risueña y optimista, había desaparecido.
—Fue maravillosa —contestó Joss, aunque de vez en cuando iba mirando a Chessy. Luego, mirando a Kylie directamente, arqueó una ceja como si le preguntara «¿Qué podemos hacer?».
Kylie hizo un gesto y se encogió de hombros. No sabía qué hacer o qué decir para hacer que su amiga se sintiera mejor. ¿Cómo podría conseguirlo? Llegados a este punto, la única persona que podía hacerla sentir mejor era Tate.
—La playa era preciosa —continuó Joss—. Y la comida, deliciosa. La habitación tenía un balcón que daba al océano y por la noche nos tumbábamos en la cama para escuchar las olas del mar. Creo que nunca había dormido tan bien como durante esas dos semanas.
—Ah, ¿pero dormisteis? —preguntó Kylie, divertida—. Me dejas anonadada.
Dash tosió y dejó la copa en la mesa. Jensen soltó una carcajada y Joss miró a su amiga, sorprendida por el comentario. Se ruborizó y se echó a reír también.
—De acuerdo, tal vez dormí un poco —murmuró.
Dash sonrió y le apretó la mano a su esposa.
—¿La comida estaba buena? No me acuerdo de gran cosa salvo de ti. ¿Había playa, dices? Tengo la memoria algo borrosa.
—¡Shhh! —le espetó Joss.
—Ahora mismo lo de la playa me suena a gloria —comentó Kylie con cierta tristeza.
Desde que tuviera esa revelación sobre vivir la vida y disfrutar del dinero que tenía invertido, pensaba cada vez más en viajar. En unas vacaciones. Quizá, más de una. Por fin había encontrado la valentía para ver el mundo que existía más allá de su existencia protegida. Y tenía a alguien con quien compartirlo.
—Deberías ir —dijo Joss aprovechando el momento—. ¿Cuándo fue la última vez que te fuiste de vacaciones?
—Nunca —respondió Dash.
Jensen la estudió un instante.
—Quizá podríamos irnos de vacaciones un día de estos.
A Kylie se le encendieron las mejillas de la ilusión.
—Me encantaría —repuso en voz baja.
Chessy parecía aún más triste. Las lágrimas se asomaban a sus ojos, pero volvió la cabeza para esconderlas. A Kylie se le partía el corazón.
—Chessy, ¿por qué no te llevas a Tate de vacaciones? —preguntó entonces, cogiendo al toro por los cuernos.
Estaban entre amigos. Amigos de confianza. No había motivo para evitar el tema. Todo el mundo lo sabía ya. Todos podían ver el dolor en su rostro y esconder el asunto no iba a cambiarlo.
—No vendría —respondió ella con un hilo de voz.
—Podrías plantearte un secuestro —terció Dash pensativamente.
Chessy hizo un mohín.
—Me mataría. Está trabajando incansablemente para este cliente después de que se fuera su socio de repente. Está decidido a no perder a nadie más. Tendré que aguantarme y rezar para que esto no sea así siempre.
Jensen carraspeó; por su expresión parecía que se estuviera planteando si decirle algo o no. Entonces, miró a Chessy con aire preocupado y comprensivo.
—¿Has intentado contarle cómo te sientes? Si la mujer a la que amo me dijera que es infeliz, removería cielo y tierra para solucionarlo.
Chessy esbozó una sonrisa triste. Los ojos se le llenaron de lágrimas otra vez, pero miró a sus amigos directamente, sin tratar de esconderlas.
—Gracias a todos —dijo sin contestar a la pregunta directa que le acababan de hacer—. Me estoy portando como una niñata. No quiero ser otra carga más para Tate cuando está tan saturado en el trabajo. Tengo que apoyarlo y ser paciente. Nuestro aniversario está a la vuelta de la esquina y me ha prometido una noche fuera sin trabajo.
Dash y Jensen no parecían convencidos. Joss estaba visiblemente afectada por ver a Chessy tan triste; era su carácter compasivo y generoso. Tenía un corazón que no le cabía en el pecho.
Viendo que Chessy quería cambiar de tema, Kylie se levantó y recogió su plato.
—Venga, Joss. Te ayudo a quitar la mesa. Podemos tomar el postre en el salón, ¿verdad?
Joss también se incorporó y empezó a recoger los platos.
—Pues claro. Pediré a Dash que nos escoja un buen vino para el postre y cortaré un trocito de tarta para cada uno.
Cuando Kylie pasó junto a Chessy, se inclinó y la besó en la mejilla.
—Todo irá bien —susurró—. Ya sabes que me tienes aquí siempre que me necesites.
Su amiga sonrió, agradecida.
—Gracias, cariño. Te lo agradezco mucho, pero estaré bien. Estaremos bien —corrigió.
Con la esperanza de que su amiga tuviera razón, se fue a la cocina para dejar el montón de platos. Joss la siguió al rato, con el ceño fruncido.
—Me jode verla tan infeliz —dijo ella con rabia—. ¿Es que no podemos hacer nada?
—¿Aparte de colgar a Tate por los tobillos y preguntarle qué narices le pasa? —repuso ella secamente.
Joss chasqueó la lengua.
—Ya sabes que quiero mucho a Tate, pero ahora mismo se está portando como un capullo. No concibo cómo puede no ver la tristeza en sus ojos cuando todo el mundo sabe lo extrovertida y alegre que es, siempre que es feliz, claro. Chessy no sabe esconder sus sentimientos. Cuando está triste, se le nota en todos los aspectos de su ser. ¿Y Tate no se da cuenta?
—Lo más seguro es que no quiera verlo —dijo Kylie en voz baja—. Porque si reconoce que es infeliz tendrá que enfrentarse al hecho de que es por su culpa. Creo que ya lo sabe, muy en el fondo, pero se lo niega fingiendo que todo es normal y así no se siente culpable.
—Me parece de una cobardía increíble —murmuró Joss—. Sé que la quiere. Lo sé. ¡Y no es propio de él! Nunca lo he visto así, tan distante, tan dispuesto a relegar a Chessy a un segundo o tercer lugar en sus prioridades. En el pasado se desvivía por ella. Y así es como deberían ser las relaciones.
—No quiero que parezca que lo sé todo del tipo de relación que tienen —dijo Kylie con tacto—, pero por lo que he ido viendo en todos vosotros, diría que no está desempeñando bien sus funciones como dominante. ¿No decís siempre que es responsabilidad del dominante satisfacer todas las necesidades de su sumisa? ¿Anteponerla a todo y por encima de todo? ¿No se supone que su objetivo debería de ser adorarla y hacerla feliz?
—Sí —dijo Jensen desde el umbral de la cocina—. Absolutamente. Siempre. Sin duda.
Kylie levantó la vista. No se había dado cuenta de que estaba ahí. Estaba demasiado absorta en la conversación que mantenía con Joss.
Jensen dejó los platos en la encimera, le tomó una mano a Kylie y se la besó con dulzura.
—Tendría que hacer todo eso —añadió Jensen—. Y, por lo visto, ahora mismo no lo está haciendo.
—Me alegro de que Joss y yo no seamos las únicas que nos hayamos dado cuenta —murmuró.
—Bueno, vosotras la conocéis mejor. Igual que a Tate. Yo solo soy un mero observador imparcial, pero por lo que me habéis contado y por lo que he presenciado hoy, sí, diría que Chessy es muy infeliz.
Joss suspiró y cerró los ojos.
—Ojalá supiera qué hacer.
Jensen sonrió con dulzura.
—No podéis hacer nada salvo estar a su lado. Ser su consejo de sabias, sus amigas. Es Tate quien tiene que solucionarlo. Nadie más puede.
—¿Necesitas ayuda con la tarta, Joss? —le preguntó Kylie.
Su amiga negó con la cabeza.
—Vuelve con Chessy para que no esté sola. Yo traeré los platos y le daré la primera porción, la más grande.
Kylie sonrió a su amiga.
—Eres la mejor, Joss. Creo que no te lo digo mucho, pero te quiero.
A Joss le temblaron los labios y se quedó callada durante un momento, como si quisiera recobrar la compostura. La emoción descarnada se asomaba a sus ojos. Kylie sintió una punzada de culpabilidad por no proteger mejor su amistad. En adelante, sería una de sus prioridades. Joss y Chessy eran su mundo. Era hora de que lo supieran. Y de demostrárselo.
—Yo también te quiero, Kylie. Y me alegro de que seáis felices —dijo, incluyendo a Jensen en su declaración.
—Gracias, Joss. Kylie me hace muy feliz. Soy un hombre muy afortunado.
La sinceridad de sus palabras le llegó al alma y la embargó de una felicidad inaudita. Fue al salón dando saltitos, prácticamente. Saltaba de alegría. Sin embargo, en cuanto vio a Chessy, se sintió culpable por sentirse tan asquerosamente feliz sabiendo que su amiga estaba hundida en la miseria.
—No te sientas culpable por ser feliz, cielo —le murmuró Jensen al oído.
Ella levantó la vista con la boca abierta.
—¿Cómo haces eso?
Él soltó una carcajada.
—¿El qué? ¿Leerte la mente? No he estudiado percepción extrasensorial para saber en qué piensas. Hace un segundo estabas como unas castañuelas y en cuanto has visto a Chessy, se te ha borrado la sonrisa y has adoptado un aire de culpabilidad. No te sientas culpable, cielo. Mereces ser feliz y Chessy sería la primera en decírtelo. Nunca cambiaría tu felicidad por la suya.
Kylie sacudió la cabeza con incredulidad.
—Eres increíble, ¿lo sabes?
—Me alegro de que pienses así —contestó con una sonrisa.
Meneando la cabeza, Kylie se sentó junto a Chessy, le rodeó los hombros con un brazo y le dio un achuchón.
—Anímate, preciosa. ¿No es eso lo que me dices siempre? Siempre me das buenos consejos, así que hoy te daré yo uno de los que me das tan generosamente. No permitas que esto te hunda. Le cantarás las cuarenta y harás que se arrastre a tus pies pidiéndote perdón. Y como eres tan buena, le perdonarás y viviréis felices comiendo perdices.
Su amiga sonrió. Sus ojos perdieron la sombra y volvió la chispa de siempre. Kylie se sintió aliviada de inmediato. Esta era su Chessy y no la cuenca vacía en que se había convertido. Chessy… resplandecía, sin más. Pero era como decía Joss, solo brillaba cuando era feliz. Maldito Tate, cabeza hueca, por no darse cuenta de la infelicidad de su esposa.
—Ha sido enamorarte y volverte de un arrogante… ¡Me encanta! Es tan… tú.
—Es la nueva yo —repuso ella alegremente—, no la vieja, pero esta ya se ha ido y mi nueva yo me gusta más.
—Me gustáis las dos —dijo su amiga—. Tu yo anterior no tenía nada malo, solo que no era feliz. Ahora lo eres, esa es la única diferencia.
—No es la única, pero te quiero por decírmelo.
Joss entró y le dio a Chessy un plato con una gran porción de tarta de caramelo. Dash apareció con dos copas de vino para las dos amigas, y Chessy brindó con Kylie.
—¡Por cantar las cuarenta! Sea a quien sea.
—Amén, hermana —dijo Kylie.