Jensen abrió la puerta de casa e hizo entrar a Kylie. La miró de soslayo y vio que tenía la cara pálida y con aire compungido. Se abrazaba y se frotaba fuerte con las palmas de los nervios, suponía.
Maldijo entre dientes porque la noche se había ido al traste, sabía lo que Kylie tenía planeado; llevaba toda la semana haciéndose a la idea. Y ahora, a saber por lo que estaba pasando después del comportamiento de ese gilipollas en el aparcamiento.
Pero lo superaba el haberse ido cuando sabía que el cabronazo volvería a hacer daño a la mujer. Seguiría haciéndoselo hasta que ella contraatacara, hasta que pusiera un punto final. Sin embargo, a Jensen le era imposible darse la vuelta y fingir que no lo había presenciado.
Le revolvía el estómago.
Sus demonios habían resucitado; las barreras que había erigido ya no podían contenerlos más. Se movían bajo la superficie, tratando de abrirse paso en su mente entre arañazos.
—¿Jensen?
La dulce voz de Kylie lo hizo espabilar. Volvió a mirarla y la vio examinándolo con una expresión preocupada.
—¿Sí?
—Tenemos que hablar —dijo en voz baja.
Él asintió, incapaz de contestar.
Ella le cogió la mano y a Jensen le sorprendió el modo que tenía de tranquilizarlo, como si ella no hubiera revivido su calvario al ver a tiempo real lo que le había pasado. Con la salvedad de que lo suyo era mucho peor. Una bofetada no se acercaba siquiera a lo que el padre de Kylie le había hecho.
—Ven a la habitación —le dijo ella en voz baja—. Nos vamos a la cama y hablamos allí.
Él la abrazó; quería estar así un rato, como para asegurarse de que estaba a salvo. De que estaba con él y no en otro lugar, en otro tiempo.
La besó en la cabeza y captó el dulce olor de su pelo sedoso. Ella también lo rodeó fuertemente con los brazos, como si fuera ella quien lo consolara y no al revés.
—Buena idea —convino él.
Ella se apartó sin soltarle la mano y lo llevó al dormitorio. Cuando entraron, Kylie se fue derecha al cajón donde tenía parte de su ropa y sacó un pijama.
Se desvistió con eficiencia; le importaba poco que él estuviera mirándola. Jensen se sintió aliviado al ver que no parecía muy traumatizada por los acontecimientos de la noche. Tal vez era él el que estaba peor. Ver a ese hombre maltratar a la mujer en el aparcamiento le había traído recuerdos muy dolorosos. Le embargó una sensación de impotencia cuando ella le imploró que no llamara a la policía.
Mierda, no quería volver a sentirse así de impotente en la vida.
Le temblaban las manos. No se había dado cuenta hasta que Kylie se le acercó, entrelazó las manos con las suyas y les dio un apretón para tranquilizarlo.
—Venga, vamos a desnudarte y a prepararte para dormir —le dijo.
Él se quedó ahí de pie mientras ella le desnudaba prenda a prenda. Kylie se movía poquito a poco y de forma respetuosa, como si fuera su niñera, una función que solía desempeñar él. Y a pesar de todo, él se lo permitía, deleitándose en la sensación de que alguien lo quisiera y se ocupara de él mientras estaba vulnerable.
Solo con esta mujer podía permitirse enseñar ese lado suyo. No se había sentido seguro con ninguna otra persona para ceder el control.
Cuando estuvo en ropa interior, ella lo guio hasta la cama y apartó las sábanas para entrar. En cuanto estuvieron ahí metidos, ella se acomodó entre sus brazos y apoyó la cabeza sobre su hombro.
—¿Qué ha pasado hoy? —preguntó ella con ternura—. Aparte de lo obvio. Te lo he visto en la mirada. He visto algo más que rabia. Era pena y… desesperación. Una vez me dijiste que yo no era la única que tenía demonios del pasado. ¿Querrás hablarme de los tuyos?
Él cerró los ojos un momento, preguntándose cuánto debía contarle. No era que no quisiera contárselo o que no tuviera nada que decirle. Le preocupaba que a ella le trajera de nuevo recuerdos desagradables si le relataba su infancia atormentada.
Como si hubiera entrado en su mente y le hubiera leído los pensamientos, le acarició la mandíbula y la mejilla.
—Hoy hablaremos de ti —dijo ella con suavidad—. No quiero que te preocupes por mí. Por una vez deja que sea la fuerte. Escucharé todo lo que tengas que contar y nunca se lo diré a nadie. Puedes confiar en mí.
Él se dio la vuelta y le besó la palma de la mano.
—Ay, Kylie. Confío muchísimo en ti. Confío más en ti que en nadie, pero no quiero hacerte daño o hacerte recordar momentos dolorosos.
—No lo harás —proclamó ella, solemne—. Esta noche no. Esta noche estoy aquí para escuchar. Para ser fuerte contigo igual que tú lo has sido conmigo.
Dios, ¡cuánto amaba a esta mujer! La idea de no estar con ella le desgarraba el corazón. No quería plantearse la vida sin ella y menos ahora que la tenía. Le pertenecía y nunca la soltaría.
Ella le acarició el rostro de nuevo, despacito, rozándole la curvatura de la mandíbula.
—Te quiero. Recuérdalo. Nada de lo que digas puede cambiar eso.
Él cerró los ojos, preguntándose cómo tenía tanta suerte. ¿Quién hubiera pensado que conocería a su alma gemela en una mujer cuya dominación sexual no era posible? Claro que ella tampoco debió de plantearse nunca o pensar ni aunque fuera un momento que acabaría con un hombre dominante, así que tal vez estaban empatados.
—Espero que siempre sea así —dijo él.
Ella asintió con una mirada impregnada de sinceridad.
Él inspiró hondo para armarse de valor. Quería acabar con eso de una vez, como cuando uno se quita la tirita rápido para que no duela.
—Al igual que tú, vengo de una familia con maltrato. Mi padre…
Se atragantó con esa palabra; le dolía darle ese título tan honorable a un hombre que había sido tan monstruo.
Kylie lo miraba reflejando en sus ojos una pena tremenda. Y también comprensión. Pero se quedó callada y no lo interrumpió mientras él se esforzaba por tranquilizarse y proseguir.
—A diferencia de tu caso, su maltrato no iba dirigido a mí en su totalidad. Ojalá hubiera sido así porque lo habría podido soportar mejor. Enfocaba toda su rabia y su ira hacia mi madre y yo me veía impotente. No podía hacer más que limitarme a verlo y recoger los pedacitos después. Odiaba esa sensación, era una mierda.
Una lágrima resbaló por la mejilla de Kylie; sentía una pena casi tan grande como la de él. Entendía a la perfección lo que sentía al respecto. Conocía mejor que nadie su dolor y la desgracia de esos malditos recuerdos.
Le temblaba la mano con la que le acariciaba la mejilla, pero la mantuvo ahí en señal de amor y de apoyo.
—¿Y paró en algún momento? —preguntó bajito.
Jensen cerró los ojos; el pecho le ardía de dolor. Volver a esos momentos de su vida era demasiado. Hacía mucho tiempo que no abría esa puerta y ahora que estaba de par en par no podía controlarla.
Las imágenes se sucedían en su cabeza cada vez más deprisa hasta que casi se sentía mareado.
—No —susurró—. Nada de eso. Fue un cabronazo hasta el último día. El día que le diagnosticaron cáncer terminal lo celebré. Joder, estaba emocionadísimo al saber que iba a sufrir una muerte dolorosa. Deseaba que la tuviera, una y otra vez. Lo único en lo que pensaba cuando sucedió fue que Dios había respondido a mis plegarias. ¿No es retorcido?
—No lo es —defendió ella—. Fue justo, era lo que merecía.
—Y mi madre… Joder, estuvo con él hasta su último aliento. Nunca lo entendí. Sin embargo, cuando todo terminó, vació las cuentas bancarias, me dio el dinero y me dijo que fuera feliz. «Sé feliz». Como si eso fuera tan sencillo. Esperaba que me fuera, que me marchara y la dejara, que siguiera adelante con mi vida, que olvidara el infierno que él nos había hecho pasar a los dos.
Ella frunció el ceño.
—¿Y lo hiciste?
Él negó con la cabeza.
—No, no podía dejarla. Me sabía mal que ella hubiera estado apoyándolo durante su enfermedad, pero no podía dejarla. No entendía por qué no se largó a las primeras de cambio. Tal vez no lo entenderé nunca.
—¿Qué pasó? —preguntó con ternura.
Había captado que había algo más.
Él se recostó, mirando al techo, sentía rabia y… traición, cierto sentimiento de traición. Era algo que no había reconocido hasta ahora. Se sentía traicionado por su madre, solo que ahora sentía que quizá ella había hecho lo mejor que había podido.
—Se fue —dijo tratando de que no se le notara la tremenda tristeza que le embargaba—. Como yo no quería irme y hacer mi vida, lo hizo ella.
Kylie se quedó con la boca abierta. La rabia se asomó a su mirada brevemente, pero logró contenerse.
—¿Se fue así sin más?
Él asintió.
—Nunca he vuelto a verla o a saber de ella. La estuve buscando un tiempo. Al acabar la universidad, cuando conseguí un trabajo y empecé a ganar dinero. Quería ver cómo le iba. Quería devolverle lo que me había dado, porque ella se quedó sin nada. Siempre me preguntaba cómo se las apañaba, pero desapareció. No sé si está viva o muerta. En mis momentos de bajón, me pregunto si no se fue para morir. Si tal vez lo hizo ella misma. Quizá quería ahorrarme más dolor. ¿Quién sabe? Sé que es algo horrible de imaginar, pero no se me ocurre otra explicación.
—Ay, Jensen —le dijo con una voz cargada de emoción—. Lo siento mucho. Es horrible que no sepas nada. No imagino cómo debe de ser eso. Necesitas cerrar la historia y no tienes forma de conseguirlo.
—Solo quiero saber que está bien —repuso en voz baja—. Que es feliz, quizá. A veces creo que he hecho las paces con todo y otras, me doy cuenta de que nunca estaré en paz con nada.
—Ya, es comprensible.
—Y a veces me pregunto si me echaba la culpa —dijo, más envalentonado— por no protegerla. Por permitir que le hiciera daño. Si me odiaba por mi debilidad.
Kylie se le acercó con los ojos como platos.
—¡Jensen, no! No eras más que un niño. Tu padre y tu madre tenían que protegerte a ti. Protegerla a ella no era responsabilidad tuya. No puedes responsabilizarte por lo que él le hizo.
—Ojalá pudiera creérmelo —dijo, cansado—. Ojalá pudiera decirle que lo siento. Era una buena mujer, pero la habían maltratado tantas veces que tenía el espíritu por los suelos. Estaba desolada y al final creo que se sentía vacía. Tal vez no quería que la viera así. Quizá por eso intentó que me marchara y como no lo hice, lo hizo ella. Supongo que no lo sabré nunca.
Kylie lo abrazó y lo atrajo hacia sí. Jensen le notaba las lágrimas en la mejilla. Había llorado por él.
Lo último que quería era hacerle daño al obligarla a recordar. Él también la abrazó y hundió los dedos en su pelo.
—Dos almas heridas que encuentran la luz —susurró ella contra su cuello—. Nos necesitamos, Jensen. Nos entendemos demasiado bien.
—Te necesito —dijo él. Sus palabras eran una bendición—. Te necesito muchísimo, cielo. Ni siquiera logro explicarme cómo puede ser que me importes tanto en tan poco tiempo. No solía creer en el destino, pero está claro que eres mía. Estás hecha para mí.
—Igual que tú para mí —dijo ella, inclinada sobre él.
El pelo le caía por los hombros y por el rostro unos mechones le acariciaban suavemente la cara. Entonces, Kylie acercó los labios a los suyos, aspirándolo mientras lo besaba.
Era una sensación cálida y muy dulce. Tranquilizadora. Ella lo lamía, lo sorbía; bebía de él.
Kylie dudó un momento y luego la tristeza enturbió su mirada.
—Voy a por la cuerda.
Sus palabras eran más una disculpa que una declaración de intenciones. Se disculpaba por necesitar la dichosa cuerda. ¿No sabía que se ataría él mismo a la cama el resto de su vida si esa era la única forma de tenerla?
—En el cajón —dijo él mirándola a los ojos intensamente como diciéndole que no se disculpara. Que no tenía que pedir perdón por esto nunca.
Ella se bajó de la cama y volvió al cabo de un momento con la cuerda. Con cuidado, le ató las muñecas al cabecero. No quería mirarlo a los ojos y a él le desgarraba el corazón que ella sintiera vergüenza por la forma en que hacían el amor.
—Kylie, cielo. Mírame, por favor.
Ella terminó de apretar el último nudo, se sentó sobre los talones y al final levantó la vista poco a poco hasta llegar a la altura de sus ojos.
—A mí me parece bien. Quiero que a ti también te lo parezca. Y no hace falta que lo hagamos ahora. Ha sido una noche dura. Me conformo con abrazarte.
Ella sacudió la cabeza; sus ojos adoptaron una expresión amorosa. Se inclinó y lo besó en los labios, de los que tiró de un modo suave y juguetón.
—Quiero hacerte el amor ahora mismo —le susurró en la boca—. Necesito demostrarte mi amor y no decirlo sin más. Has sido muy fuerte conmigo. Ahora me toca a mí serlo por ti. Quiero que te apoyes en mí por una vez. Deja que lo haga. Por nosotros y por ti.
Él masculló; el pene amenazaba con agujerearle los calzoncillos. Estaba desesperado por ella. La necesitaba. Anhelaba su tacto, su roce, su dulzura y su luz. Esta noche más que nunca.
Ella le rozó la barbilla con los labios y por el cuello, bajó por su pecho y más allá, sobre su abdomen terso y liso. Él hizo una mueca; sus músculos se contraían mientras su lengua trazaba el camino por su piel.
Le hizo el amor dulcemente con la boca como nunca se lo habían hecho. Ardía en deseos por ella; ese deseo era algo casi tangible, lleno de desesperación.
Kylie pasó los dedos por la tira elástica de los calzoncillos y tiró hacia abajo. Se le empinó la polla, libre de la opresión de la prenda interior. La humedad le perlaba el miembro y le salía por la punta. No tenía control cuando estaba cerca de ella, ya fuera dado por voluntad propia o no.
Le lamió la parte inferior del pene, arriba y abajo, trazando círculos en sus testículos. Él se controlaba todo lo que podía, pero no podía evitar ir hacia ella, aunque conocía la imposibilidad de algo así. Un día. Un día él la tocaría como lo hacía ella. La acariciaría y sacaría todo ese fuego que Kylie llevaba dentro.
Con la lengua, le rodeó el prepucio y luego lo succionó con fuerza. Puso los ojos en blanco al tiempo que el placer le hacía explotar el vientre. Ella se incorporó un poco y dejó salir la punta de sus labios.
Los ojos de Kylie brillaban con decisión. Se subió la parte superior del pijama, que se quitó al momento por la cabeza. Dejó expuestos sus preciosos pechos. A él se le cortó la respiración, temeroso de albergar esperanzas cuando bajó las manos hacia los pantalones.
Tardó un momento en quitarse los pantalones del todo y luego se quitó las braguitas, con lo que se quedó completamente desnuda.
Él contempló hasta el último centímetro de su piel, sus curvas sinuosas y sus pechos turgentes; era todo un festín que le hacía salivar y ansiar lamerla y tocarla.
—Cielo, no hace falta que hagas nada.
Había fuego y determinación en su mirada.
—Sí, es necesario y quiero hacerlo. Lo necesito.
—Pues tómate tu tiempo —le instó—. Tenemos toda la noche.
—Tendrás que ayudarme —le dijo, vacilante—. Dime qué hacer.
Se le derritió el corazón. Se estaba esforzando mucho y él nunca la había amado tanto como entonces.
—Siéntate a horcajadas —le pidió con una voz ronca—. Ponte la polla entre los muslos. Deja que descanse sobre tu vientre. Lo haremos despacito y con calma, ¿de acuerdo?
En ese momento cayó en la cuenta de algo y soltó un taco. Necesitaban un condón, joder. Le cegaba la necesidad y las ganas de tenerla piel con piel, sin barrera entre ambos, pero tampoco quería que se quedara embarazada. No ahora que tenían tanto que resolver en su relación.
—Kylie, cielo, ¿utilizas algún método anticonceptivo? Tengo condones en el cajón, junto a la cuerda.
Ella asintió despacito.
—No pasa nada —susurró—. No quiero usar ninguno. A menos que tú quieras. No sé, ¿te parece?
Él se sintió tremendamente aliviado y casi mareado.
—Sí, cielo. Estoy bien. Hace tiempo que no lo hago.
Ella esbozó una sonrisa.
—Yo nunca lo he hecho.
Aunque él ya sabía que no era virgen físicamente, en todos los demás aspectos sí lo era. Lo único que le faltaba era esa fina membrana, esa barrera, pero por lo demás era completamente inocente.
Deseaba que las cosas fueran distintas. Que su primera experiencia sexual fuera con ternura y con amor. Quería demostrarle lo bonito que podía ser con alguien que la quisiera igual que él. Lo único malo de que ella tuviera el control era que no podía devolverle todo lo que ella le estaba dando a él.
—Tócate —dijo él, con un tono bajo y tranquilizador—. Quiero asegurarme de que estás preparada para mí, cielo. No quiero hacerte daño.
Ella dudó un momento; de repente, era consciente de sí misma y tal vez le dio cierto apuro, pero al final bajó una mano y se la colocó entre las piernas.
Con los nudillos le rozó a él las ingles; su tacto era ligero como el de una pluma. Ella suspiró suavemente al tiempo que empezaba a tocarse. Jensen se moría por ser quien la tocara. Tenía la piel ardiendo y notaba como si hubiera un millar de hormigas bajo su superficie. Estaba tenso e inquieto; la idea de estar en su interior estaba a punto de empujarle al precipicio.
Contuvo la respiración, decidido a recobrar la compostura. Esto tenía que ser perfecto para ella. Se aguantaría el orgasmo hasta que lo hiciera ella.
—Veamos —murmuró él.
Ella abrió los ojos despacito y vio en ellos una expresión de placer y pasión. Era una mirada embriagada que lo alivió mucho. Tenía tantas ganas como él.
Kylie levantó la mano; le brillaban los dedos. Era una invitación para que los probara. Esta vez no tuvo que pedírselo. Tomó la iniciativa y le tendió la mano, pasándole el dedo por los labios.
Él le chupó la punta y luego le succionó el dedo con avidez. Le dio un mordisquito antes de soltarlo.
—¿Estás preparada para mí?
—Sí —dijo ella con la respiración entrecortada—. Dime qué debo hacer, Jensen. Quiero que sea perfecto para ambos.
—Contigo solo puede ser perfecto. Levanta las caderas y guíame. Quiero estar dentro de ti, pero hazlo despacio. Poco a poco, hasta que te acostumbres a tenerme dentro.
Se mordió el labio inferior mientras se levantaba un poco. Cogió la base de su polla y de repente él se sintió arropado por su calor. Su sedosa suavidad le envolvía el prepucio. En la vida había sentido nada tan perfecto.
—Así, bien —la animó él—. Un poquito más. Poco a poco.
Ella empezó a bajar, centímetro a centímetro, y a acogerlo como un guante aterciopelado. A medio camino, miró hacia abajo y abrió mucho los ojos.
—No creo que esto vaya a funcionar —dijo, temblorosa.
Él sonrió, esforzándose mucho por no levantar la cadera; se obligó a respirar hondo para tranquilizarse y quedarse quietecito mientras ella lo acomodaba.
—Funcionará. Tócate con la otra mano. Tienes que estar más mojada. Estás demasiado tensa todavía, pero, ay, qué bueno es esto…
Kylie obedeció, arrodillándose bien mientras empezaba a masajearse el clítoris. Murmuraba de placer; cerró los ojos. Notó el estallido de humedad alrededor de la polla, se notó más abierta, como si quisiera engullirlo entero.
Se bajó un centímetro más y ambos gimieron. Él estaba a punto. Muy a punto.
Y entonces terminó de descender; se quedó sentada y bien encajada en su miembro.
Dio un grito ahogado, con los ojos como platos al notar su pene en todo su esplendor. Para él también era abrumador. Jensen apretaba la mandíbula y luchaba con todas sus fuerzas por no correrse.
—Cabálgame, cielo. Haz lo que te haga sentir mejor. Quiero que te corras. Tócate si lo necesitas. Lo que sea. Eres tan hermosa. Nunca he visto nada más bonito que a ti cabalgándome.
Ella se movía, inquieta, hacia delante y luego hacia atrás. Tras algunas tentativas, encontró su ritmo y empezó a moverse hacia arriba y hacia abajo; se levantaba y se bajaba después, despacito, a lo largo de su erección.
Tenía la polla entera cubierta de su miel. Mojada por su excitación y su líquido preseminal. Cada vez que lo tenía más adentro, notaba la suave calidez de su coño.
Y qué estampa tan bella la de esta mujer menuda, con curvas, encima de su cuerpo, mucho más grande. El pelo le caía por los hombros; parecía que jugara al escondite erótico con sus pezones.
La idea de que él era su primer amante auténtico —el primer hombre en el que ella confiaba lo suficiente para hacer el amor— era asombrosa. Para Jensen, era un regalo de incalculable valor que guardaría para siempre. Lo protegería como oro en paño incluso con su vida.
—Estoy a punto —dijo ella entre jadeos—. Quiero que te corras conmigo.
—Siempre estaré contigo, cielo. Córrete para mí y yo me sumo en breve. Solo suéltate.
Ella se inclinó hacia delante, apoyó las palmas en su pecho y empezó a moverse más deprisa, tomándolo deprisa y con fuerza. Respiraba entrecortadamente y tenía el rostro enrojecido del calor y la excitación.
Jensen se notaba a punto de explotar, era como si se avecinara una tormenta enorme. Sentía cómo temblaba y lo apretaba con fuerza mientras gritaba en pleno orgasmo. Eso estimuló el suyo. Se vio incapaz de hacer más que levantar las caderas, una y otra vez; la penetración era casi automática por la simiente que le lubricaba el sexo.
A Jensen se le nubló la vista. La habitación se le antojaba cada vez más pequeña hasta que solo estaba ella. Solo la veía a ella; ella era lo único que notaba, que conocía. Estiró los brazos contra las cuerdas que lo sujetaban. Quería acercarse a ella; estaba desesperado por abrazarla, por tocarla.
Ella se inclinó hacia delante; el pecho le subía y bajaba pesadamente y respiraba con dificultad. Él seguía en su interior, empalmado y excitado. Estaba hipersensible y los latidos que notaba en su sexo lo volvían tan loco que casi podía notar otra oleada de éxtasis.
Sin embargo, aguardó lo más tranquilo que pudo. Esperó a que lo desatara para poder abrazarla. Para poder tocarla y dejarse llevar por la sensación posterior al coito, que había sido algo tan salvaje como hermoso e inocente.
Al final, ella se incorporó; él contempló el ligero bamboleo de sus pechos. Eran igual que ella, pura perfección, y más con esos pezones rosados tan apetecibles. Se le hacía la boca agua de pensar en lamerla entera y succionar esos pezoncitos.
Ella se afanó en desatarle las muñecas. Cuando por fin estuvo libre, le dio un fuerte abrazo, haciendo caso omiso del entumecimiento que notaba en las manos.
Se dio la vuelta y quedaron cara a cara, aún la penetraba. No quería salir; quería estar un rato más conectado a ella, sumidos en una intimidad plena.
La besaba con ganas moviendo las caderas hacia delante y hacia atrás. Entonces, al darse cuenta de lo que hacía, se quedó quieto con una mueca de arrepentimiento.
Como si supiera lo que estaba pensando, ella le puso un dedo en los labios.
—No pasa nada —susurró—. Sé que no me harás daño.
Él cerró los ojos y la atrajo hacia sí, con cuidado de no sacarla. Le había prometido que le daría control absoluto. Si hacían el amor sin ataduras, sería porque ella así lo quisiera. Y no él.
—Te quiero —le susurró Jensen al oído—. Nunca he querido a nadie así.
Ella se acurrucó entre sus brazos y lo besó en la nuca.
—Yo también te quiero, Jensen. Gracias por compartirte conmigo esta noche. Por confiar en mí y contarme tus demonios.
Lo que quedó en el aire fue que ella no le había contado sobre los suyos, pero no se lo tomó personalmente, ni se enfadó ni se sintió decepcionado. Lo que le había dado esta noche era infinitamente más valioso. Ella se había regalado a sí misma y eso siempre sería suficiente.